ENTREVISTA A VIOLETA SERRANO
¿Qué implica ser migrante en el siglo XXI?
What does it mean to be a migrant in the 21st century?
O que significa ser um migrante no século 21?
DOI: https://doi.org/10.18861/ic.2022.17.1.3237
POR NATALIA ARUGUETE
nataliaaruguete@gmail.com – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.
ORCID DE LA ENTREVISTADORA: https://orcid.org/0000-0002-1571-9224
CÓMO CITAR: Aruguete, N. (2021). Entrevista a Violeta Serrano. ¿Qué implica ser migrante en el siglo XXI? InMediaciones de la Comunicación, 17(1), 221-228. DOI: https://doi.org/10.18861/ic.2022.17.1.3237
Violeta Serrano vive entre la Argentina y España. Trabaja para la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO-Argentina) como directora de dos posgrados: el primero se titula “Escrituras: creatividad humana y comunicación” y el segundo “Literatura y Discurso Político”. En España, tiene a su cargo asignaturas en el Máster en Escritura Creativa y en el curso Experto Escritura, Estilo y Creatividad, en la Universidad Internacional de Valencia (VIU), y coordina el Máster en Edición y Gestión Editorial. Es, además, directora de la revista de cultura continuidaddeloslibros.com y fundadora de MIMÉTIKA, una empresa de formación creativa que ayuda a incorporar soft skills a través de técnicas de creación literaria a empresas y organizaciones. Pero, por sobre todas las cosas, Violeta Serrano es migrante. Y es a partir de esa persona global en la que se convirtió –llegó a Buenos Aires en 2013 desde su León natal, un pueblo pequeño al noroeste de España– que escribió su último libro: Poder migrante. Por qué necesitas aliarte con lo que temes, publicado en 2020 por la editorial Ariel de España. Allí reflexiona sobre la condición de “ser migrante” en el siglo XXI y el lugar de la comunicación alrededor de ello.
El ensayo de Serrano pone en cuestión la concepción del inmigrante como un peligro para nuestra sociedad y analiza de qué forma ciertas narrativas políticas polarizantes usan esta figura como palanca para promover el odio y el miedo a lo desconocido. En tal sentido, la escritora española plantea que queda mucho por hacer para romper con esas estigmatizaciones y que los inmigrantes pueden ser grandes aliados en un momento de alta incertidumbre como el actual, porque son personas que han aprendido a abrirse paso muy lejos de su zona de confort. Incluso, podríamos aprender de su capacidad de adaptación, además de que las instituciones deben generar estrategias capaces de conmover y empezar a desarticular las narrativas del odio. Ese objetivo, nos dice Serrano, en un mundo global e hiperconectado como el nuestro, se alcanza generando adhesión desde afinidades electivas transnacionales, como ya ocurrió, por ejemplo, con el #BlackLivesMatter en Estados Unidos o con el #NiUnaMenos en Argentina.
NATALIA ARUGUETE (N.A.): Podemos empezar por la pregunta que envuelve a esta entrevista: ¿qué significa ser migrante en el siglo XXI?
VIOLETA SERANO (V.S.): En el mundo actual, la figura del migrante ya no se construye en absoluto como hace unas décadas atrás, y ni hablar de periodos históricos previos. Ahora quien se va, sea cual fuere su condición, puede estar continuamente comunicado con aquello que deja atrás. Por lo tanto, su identidad no funciona como un cambio radical, sino como un vaivén. Es una conjunción magnífica que ya no se asemeja a una serpiente que muda su piel, sino a una transitoriedad constante, más bien al comportamiento de un camaleón. No se deja de ser “española” para convertirse en “argentina” o viceversa, se es las dos cosas a la vez. Esta es la manera virtuosa de comprender la migración en el siglo XXI. Claro que para que esto encaje en las sociedades de recepción, éstas deben entender que tienen que comportarse como una suerte de página en blanco capaz de incorporar aquello que los migrantes aportan, y mezclarlo sin conflicto con lo que esa sociedad ya es.
N.A.: ¿Cuán difícil resulta cambiar ese paradigma?
V.S.: Las fases intermedias siempre son complicadas. Pero la migración, en un mundo global como el nuestro, es imparable y nos conviene aceptarla cuanto antes y trabajar de manera favorable para que estos movimientos sean potenciadores de nuestras sociedades y no se vivan como cargas. Esto puede pensarse a nivel cultural, pero también a un nivel estrictamente económico. Quiero decir: si estás a favor de los derechos humanos, puedes entender y promover la libre circulación de personas. Pero si esta posibilidad no te gusta porque piensas que dicha movilidad va en detrimento de tus propios intereses y si tienes la suerte de estar del lado rico del mundo, la verdad es que deberías repensarlo.
N.A.: ¿Por qué?
V.S.: Porque el mundo está sufriendo un gran desequilibrio demográfico: los países ricos precisan incorporar trabajadores jóvenes que suelen ser menos costosos para el sistema y, al mismo tiempo, aportan para sostener, por ejemplo, al maltrecho Estado de Bienestar. España necesitaría, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), hasta 900.000 nuevos trabajadores de acá a 2050. Además, conviene mucho más tener trabajadores migrantes legales que ilegales. El economista Gonzalo Fanjul, de la Fundación Por Causa, apunta que un inmigrante ilegal le cuesta al Estado español 2.000 euros por persona. Por el contrario, si ese inmigrante fuese regular aportaría 3.250 euros. Por eso, entre otras cosas, él siempre dice una frase que hago mía: “El sistema migratorio es inmoral, pero, sobre todo, idiota”. A pesar de lo ocurrido en la historia y la necesidad de afirmar derechos y a pesar de la contundencia de los datos económicos, por ejemplo, las narrativas políticas de extrema derecha ganaron muchísimo terreno jugando con esta figura del migrante como enemigo para ganar votantes. Hoy en el Congreso de los Diputados, VOX –un partido político español fundado en 2013– tiene 52 bancas.
N.A.: ¿Cuál es el uso de la figura del migrante que promueven los discursos políticos más polarizantes y conservadores?
V.S.: Ciertas narrativas políticas utilizan la figura del migrante como chivo expiatorio y le echan la culpa de lo que no funciona. Y así logran generar adhesiones. Hay muchas cosas que no van bien, porque estamos atravesando un periodo de crisis a nivel mundial: crisis climática, demográfica, desigualdad económica, precariedad laboral, frustración y cinismo en la juventud, por nombrar solo algunos de los aspectos que atraviesan la contemporaneidad. En este contexto, todos y todas nos sentimos vulnerables, tenemos miedo de perder lo que tenemos y, en esa lógica, es más fácil tomar a un enemigo como patrón y convencernos de que el problema está ahí y que lo podemos acotar o solucionar eliminando el aparente enemigo. En Europa esto se puso de manifiesto o se exacerbó, por ejemplo, con la gran crisis de 2008.
N.A.: Dicho así suena a un cuento popular, con amigos y enemigos, con héroes y villanos. Y, lo que es más grave, arrastra una profunda descontextualización de esta problemática.
V.S.: En efecto, es una estructura clara de cuento clásico. Es algo que ha trabajado muy bien la investigadora María Esperanza Casullo (2019), y que también está retratado en mi libro Poder migrante (2020). Por ejemplo, Donald Trump ganó con una narrativa en la que relataba la existencia de un muro enorme, casi fantástico, que haría que los migrantes no entraran más a territorio estadounidense y que, en consecuencia, no le quitarían el trabajo a los estadounidenses y la economía volvería a funcionar como antes. En el fondo, lo que ocurría es que la clase media se estaba pulverizando porque la deslocalización y la globalización habían acabado con el sueño americano. Bien, muchos se comieron ese caramelo: los suficientes como para ganar unas elecciones. Muchos, incluso, que eran migrantes: de hecho, la economía de Estados Unidos no funcionaría sin ellos.
Conviene entender que estamos en un periodo bisagra que aún, creo, no comprendemos del todo bien. Por cierto, necesitaremos ser creativos y resilientes para repensar este mundo nuevo en el que ya vivimos y que la pandemia no hizo sino acelerar. En cualquier caso, toda esa lógica narrativa de “cuento para niños” que Trump usó en su momento fue calando a través de distintos canales: muchos medios tradicionales se hicieron eco, sí, pero también, sobre todo, fue a través de las redes sociales –que, como ya sabemos gracias a estudios como los de Eli Pariser (2017), funcionan como burbujas de filtro–. Estos canales alimentaron y empujaron ciertos comportamientos y concepciones que son altamente negativas para el sano funcionamiento de nuestras democracias. Ya vimos lo que puede pasar cuando todo esto se lleva al extremo: el asalto al capitolio fue un ejemplo claro del peligro que estamos construyendo si no repensamos, entre otras cosas, nuestra manera de comunicarnos en el mundo actual.
N.A.: ¿En qué sentido?
V.S.: La democracia funciona de manera sana cuando es posible confrontar ideas en un marco de diálogo. Odiar a quien no podemos ponerle rostro es bastante fácil, no así cuando estamos cara a cara: en las redes no hay rostros, es fácil odiar y hacerlo, además, en manada. En general, sabemos que es genial estar de acuerdo, pero si no lo estamos, como suele pasar y es lógico, lo esencial es que podamos tener confrontaciones francas con quien no piensa como nosotros y atender a sus razones para tratar de llegar a puntos de consenso o dirimir las diferencias de manera que nos permita avanzar como sociedad. Pues bien, las redes sociales, tal y como están planteadas actualmente, no permiten esta escucha de lo desconocido, de quienes no piensan como yo porque, técnicamente, están hechas para que nos sintamos a gusto y navegando en un marco de afinidades que no distorsionan nuestra visión de las cosas ni nuestros intereses; estamos cómodos en nuestro propio pensamiento, reafirmándolo. Por eso, cada vez nos alejamos más de la posibilidad de comprender a quienes están en un punto diametralmente opuesto al nuestro: no hay puntos de conexión porque vivimos aislados en un mundo que, como decía al principio, es cada vez más global y construimos identidades en tránsito que ya no son ni pueden ser una sola cosa.
N.A.: ¿Los discursos del odio forman parte de esta lógica?
V.S.: Por supuesto. En mi libro entrevisté, entre otros, a Teun Van Dijk, el lingüista director del Centro de investigación sobre el discurso de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Él plantea que el racismo y la xenofobia nunca van de abajo hacia arriba, es decir, no nacen del pueblo; sino que ciertas narrativas políticas, ciertas élites, precisan generar este clima y traban estrategias para que ese discurso permee de arriba hacia abajo. Y son muy eficaces, sobre todo en un paradigma comunicacional que tiene como marco la reafirmación del pensamiento propio y un contexto de ansiedad: sabemos todo y casi todo es caos. Todos somos emisores de mensaje, no hay filtros, estamos ahogados de información que, al mismo tiempo, no podemos comprobar si es real o no, porque la catarata de contenidos que recibimos en nuestro día a día es de tal calibre que sólo podemos tragarlos sin chequear y confiar, únicamente, en nuestra intuición sobre lo que es real y lo que no puede serlo. Aunque, cuidado, a veces, precisamente, lo que nos parece increíble o nos indigna es lo más eficaz a nivel comunicacional; actuamos como difusores de mensajes que detestamos sin querer, replicándolos. Esto es algo que trabajó muy bien Christian Salmón (2019) en su último libro La era del enfrentamiento, publicado en 2019, que supera en ese sentido a un trabajo anterior titulado Storytelling, la máquina de fabricar historias y formatear las mentes (Salmon, 2016).
N.A.: ¿Por qué pensás que los discursos racistas son tan eficaces?
V.S.: Porque los seres humanos estamos hechos de prejuicios. No es algo malo: gracias a los prejuicios estamos aquí, hemos evitado peligros y avanzado como especie. Cuando hablo de prejuicios, los tomo desde un concepto neurocientífico, que también incorporé a mi libro gracias a las enseñanzas de Fernando Giraldez, catedrático del Neuroscience Program del Parc de Recerca Biomèdica de Barcelona (PRBB). En mi libro (Serrano, 2020), Giraldez cuenta que, por un lado, el ser humano no vive en la realidad, sino en una ficción que se crea con los estímulos que recibe: es decir, si pensamos, por ejemplo, en la vista, lo entenderemos fácilmente. El ser humano no ve todos los colores que existen en la naturaleza, sino que percibe una parte y con ella termina de empastar una realidad que hace propia y con ella opera. Vive en una ficción, igual que el cuento para niños que Trump contó a sus votantes del muro casi infinito y que, de hecho, funcionó.
Por otro lado, cuando el ser humano ve cosas que no le cierran, es decir, cuando esas pistas que la vida le da no encajan con el catálogo de posibilidades que tiene en su mente, es decir, no hay “cajón” donde meter lo que percibe, se asusta, se pone en alerta y desconfía. Por ejemplo, si yo nací en un pueblo perdido de España y en mi vida vi a un negro de África, la primera vez que lo veo me pondré instantáneamente en alerta. Es normal y pasa igual si lo pensamos en dirección opuesta. El negro de África que nunca vio un blanco, la primera vez que observa algo así, se pondrá en alerta. Bien, ese prejuicio es positivo porque nos hace estar atentos al peligro posible, y eso es lo que nos ha hecho llegar hasta donde estamos: sobrevivir. Ahora bien, si convivimos en sociedad como seres civilizados, ya sabemos que el otro es una persona que, aunque sea distinta en varios rasgos (ya sea piel, habla o lo que fuere), no tiene por qué ser un peligro, todo lo contrario. Lo que yo aporto en mi libro es que este diferente puede ser hoy más que nunca una oportunidad para desarrollarnos en un nuevo mundo global.
N.A.: ¿En qué sentido?
V.S.: Si vivimos en un mundo arrasado por la crisis, en el que hemos tenido que dejar atrás nuestro mundo conocido a una velocidad de vértigo debido a la pandemia, entonces, de algún modo, todos somos migrantes. Ese es, precisamente, el movimiento migratorio típico: lo que todo migrante tiene en común, sea cual fuere su origen y su destino. Todo migrante, sin importar su condición, está obligado a dejar atrás su zona de confort, su mundo conocido, y abrirse paso lejos de casa, en otra cultura, en otra realidad. Tiene que ser adaptable, flexible, sociable y creativo para sobrevivir. Pues bien, si esto es así, los migrantes no son enemigos a los que hay que temerles, como ciertas narrativas tratan de incorporar a su discurso, sino todo lo contrario: son referencias en el marco de un mundo en crisis y en perpetuo cambio.
N.A.: ¿Crees en la posibilidad de que las redes operen para crear adhesión –más que confrontación– en este mundo en el que nos sentimos vulnerables?
V.S.: Curiosamente, funcionan de las dos maneras: por un lado, cuando tenemos miedo, podemos enfrentarnos o, por el contrario, cooperar. Son dos estrategias para salir a flote. Ya hemos visto ejemplos de odio, pero no es menos cierto que también a través de la comunicación en redes podemos funcionar de forma opuesta. Por ejemplo, si seguimos con la lógica de Trump, vimos que el odio llegó hasta el capítulo nefasto del asalto al Capitolio. Al mismo tiempo, las redes sociales generaron un movimiento social fenomenal que nunca antes podría haber sido tan enorme, si no fuese por la comunicación global en red. La muerte de George Floyd a manos de la policía generó una oleada de solidaridad a través de un hastahg que creó comunidad: #BlackLivesMatter. Ese movimiento, que se inició en las redes, saltó a la calle y desde allí, a búsquedas de cambios sustanciales en la política real. La actual vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, es negra y es mujer. El movimiento #NiUnaMenos es otra forma de generar comunidad en red.
Hoy en día, todos tenemos identidades en tránsito: podemos estar más cerca de una persona que vive a 12.000 kilómetros de nuestra casa que de nuestros propios vecinos. Nos construimos en red, y las redes de solidaridad se forman a lo largo y ancho del mundo, y no se quedan en lo virtual. Tienen efectos en la vida concreta. Eso es positivo. Por lo tanto, creo que debemos preocuparnos por incentivar la estrategia de la cooperación y no la del enfrentamiento. De lo contrario, nuestras democracias están en peligro.
REFERENCIAS
Casullo, M. E. (2019). ¿Por qué funciona el populismo? Buenos Aires: Siglo XXI.
Pariser, E. (2017). El filtro burbuja: cómo la red decide lo que leemos y lo que pensamos. Madrid: Taurus.
Salmón, C. (2019). La era del Enfrentamiento. Barcelona: Ediciones Península.
Salmón, C. (2016). Storytelling. La máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Barcelona: Ediciones Península.
Serrano, V. (2020). Poder migrante. Madrid: Ariel.
* Nota: el Comité Editorial de la revista aprobó la publicación de la entrevista.
Artículo publicado en acceso abierto bajo la Licencia Creative Commons - Attribution 4.0 International (CC BY 4.0).
IDENTIFICACIÓN DE LA ENTREVISTADA
Violeta Serrano. Magíster en Creación Literaria, Barcelona School of Management, Universidad Pompeu Fabra (España). Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada y Licenciada en Filología Hispánica y Francesa, Universidad Autónoma de Barcelona (España). Egresada del programa ejecutivo en Nuevos Modelos de Negocios y Marketing Digital, Universidad Austral (Argentina). Coordinadora del Máster en Edición y Gestión Editorial con Grupo Planeta y Docente del Máster en Creación Literaria y del Curso Experto en Escritura, Estilo y Creatividad, Universidad Internacional de Valencia (España). Directora de los postgrados Escrituras: creatividad humana y comunicación y Literatura y discurso político, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Argentina). Fundadora y directora de la revista continuidaddeloslibros.com. Autora de los libros Camino de ida (2016, Modesto Rimba), Antes del fuego (2020, Índigo Editoras) y Poder migrante: por qué necesitas aliarte con lo que temes (2020, Ariel). Ha colaborado en distintos medios, entre ellos: Página/12, La Nación, Clarín y Perfil en Argentina y Revista de Letras y Revista FronteraD, en España.
ORCID DE LA ENTREVISTADA: https://orcid.org/0000-0002-2312-0326