“The Origins of Political Order”, de Francis Fukuyama
Resumen
La última obra de Francis Fukuyama promete ser su más ambiciosa. Se trata de una historia, en dos volúmenes, de lo que el autor llama “el orden político”. Laprimera parte, que es hasta ahora la única que se ha publicado, se propone cubrir toda la historia de la humanidad hasta la víspera de las revoluciones liberales de fines del siglo XVIII. Como el propio autor indica, es un ejercicio de política comparada a nivel universal e histórico.
La referencia a “toda la historia de la humanidad” no es casual: Fukuyama hace en este libro un esfuerzo particular por recorrer la literatura antropológica pertinente al tema que está estudiando. En su recorrido por la prehistoria y las prácticas sociales estudiadas por arqueólogos y antropólogos, el autor comienza su obra estableciendo las bases de una teoría de la política humana, como pueden ser la tendencia a la violencia o la preferencia por los parientes genéticos por sobre los no familiares.
El corazón de esta magnum opus de Fukuyama es ambicioso: describir cómo las distintas civilizaciones del mundo construyeron –o fracasaron en construir- el orden político moderno. El autor considera que existen tres componentes que merecen ser estudiados: la institución estatal moderna; la vigencia de las leyes o “rule of law” (y no la arbitrariedad), y por último la existencia de mecanismos de control sobre el gobierno, a los cuales Fukuyama llama “accountability”.
El libro se concentra fuertemente en un grupo reducido de civilizaciones: China, India, los califatos islámicos y la Europa cristiana. Una consecuencia de esto es una de las debilidades más fuertes del libro, que es la forma en que se descartan por completo civilizaciones de la antigüedad como la egipcia, la ateniense o la romana. Fukuyama apenas dedica un par de líneas a justificar las razones detrás de su elección. Sus esfuerzos por des-occidentalizar la historia (o “universalizarla”) pasan por tratar con mayor extensión a China que por incluir esos casos. De hecho, el texto de la impresión de que por ser muy estudiados esos casos merecen pasar a ser eludibles.
Algunas cuestiones intrigantes de la historia, como por ejemplo la casi falta total de civilizaciones autóctonas en África sub-sahariana, no tienen capítulos en el libro. Las sociedades como esas son más bien discutidas en los capítulos iniciales, en las consideraciones sobre las sociedades que nunca pasaron del tribalismo al estatismo como principio organizador.
Aparte de esas omisiones, en otras ocasiones Fukuyama va demasiado lejos en algunas de sus afirmaciones. Por ejemplo, el autor opina que Europa medieval fue la primera civilización en introducir mecanismos reales de supervisión del gobierno, y que esto se debe a la forma en que la Iglesia Católica funcionó como contralor de las monarquías. Sin embargo, no reconoce que las monarquías y noblezas europeas estuvieron atadas al clero (y de hecho sus integrantes provenían de las mismas familias) hasta el final mismo de ese sistema en las revoluciones liberales –que fueron seculares y republicanas. Al igual que con el caso del Mediterráneo antiguo, Fukuyama descarta rápidamente las contribuciones de las repúblicas urbanas europeas de Flandes, Suiza, Alemania e Italia a las tradiciones liberales de esa región. Hay más afirmaciones que despiertan escepticismo a lo largo del libro, como sus referencias a “ejércitos medievales masivos” o a “consensos generales” en la sociedad china respecto a que un nuevo emperador detentaba el “Mandato del Cielo” –cuando el propio autor explicó que en la práctica esto se obtenía destruyendo a todos los rivales al trono.
En otra ocasión, Fukuyama diferencia el absolutismo “efectivo” de Rusia del supuestamente incompetente de Francia y España. Según esta definición, aún en el pico de poder de monarcas como Luis XIV de Francia, éstos no tenían el poder de los emperadores rusos de interferir con las propiedades de la nobleza o el clero. Esto concordaría con la idea de Fukuyama de que los orígenes de la limitación del poder en Occidente provienen de la Edad Media, y no de las revoluciones liberales. Sin embargo, existen muchas razones para disputar esto – incluyendo ejemplos bien conocidos como el de Nicolas Fouquet, alto administrador de las finanzas del propio Luis XIV, quien lo ejecutara y expropiara por razones personales.
Uno de los aportes más interesantes que hace la obra es su explicación corporativista de los resultados que obtuvieron las distintas sociedades. Fukuyama aplica un poco de teoría realista sobre el equilibrio de poder (aunque sin explicitarla), junto con aportes de otros escritores como Charles Tilly, al dividir a todas las sociedades que estudia en algunos sectores más o menos universales: gobierno monárquico, alta nobleza, nobleza mediana, clases urbanas y campesinos. Según las alianzas que se configuraron en cada país, los resultados fueron diferentes. Por ejemplo, en China y Rusia la corona imperial históricamente logró o bien co-optar o, frecuentemente, aniquilar a cualquier nobleza que pudiera limitarla. En cambio, en países como Inglaterra desde la época de la Magna Carta existieron alianzas entre la nobleza, el clero e incluso otros sectores para oponerse al poder de la corona. En estos hechos residen, en parte, los orígenes culturales de la calidad de las instituciones políticas de esos países en el presente.
Fukuyama dedica un capítulo entero (de un total aproximado de treinta) a las colonias europeas en América. Destaca su descripción del presente de la región iberoamericana, por ser simultáneamente preciso y breve: “poor security and high levels of crime, clogged court dockets, weak or insecure property rights, and impunity for many of the rich and powerful”. Como tantas descripciones de la región, la suya no se aplica completamente a Uruguay por ser este un país excepcional en su liberalismo e igualitarismo cívico. Sin embargo, a nivel más amplio, Fukuyama esboza el retrato de una región acostumbrada a las economías de extracción, a las grandes propiedades heredadas y a los monopolios de la educación y el acceso a la justicia. Curiosamente, culpa más por este legado a la administración española que a la de los virreinatos americanos, a los cuales considera razonablemente competentes en su administración.
El escritor de este libro es un académico de alto rango, y su erudición queda demostrada a lo largo del libro. En su prólogo y en una conferencia en la cual lo presentó explicó abiertamente que tuvo que nutrirse del conocimiento de otros expertos y sus trabajos para poder hablar con autoridad sobre la historia de varias regiones, o de cuestiones complejas como la prehistoria humana. En otros temas, como las frecuentes referencias (habituales si se consideran otras de sus obras) a pensadores como Max Weber o Karl Marx, claramente está hablando desde su propia formación especializada.
Quizá la conclusión más importante que arroja este libro es lo positivo que resulta el hecho mismo de que todavía se escriban obras así. Sin duda que el autor habrá incurrido en elecciones discutibles, y quizá incluso en errores – pero se trata del esfuerzo de un intelecto superior. Con esta obra Francis Fukuyama se consolida como el pensador más ambicioso de su generación, con libros que han definido el debate alrededor de temas como la inevitabilidad de la democracia liberal, la bioética y ahora la esencia misma de la forma en que las sociedades del mundo se organizan. A juzgar por el primero, el segundo volumen será una obra imperdible para los interesados en el tema.
*Licenciado en Estudios Internacionales - Universidad ORT Uruguay
Candidato al Master of Arts in Security Studies - Georgetown University
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