Algunos comentarios sobre la Revolución Francesa
Resumen
No se aproxima ningún aniversario, ni tampoco hay nuevos hallazgos que discutir sobre este tema. Sin embargo, eso no le quita mérito como uno de los más interesantes y consecuentes de los últimos siglos. Estos son entonces algunos puntos provechosos sobre un acontecimiento que se estudia de forma repetitiva en la educación media pero con frecuencia se abandona en estudios posteriores.
Cuatro mitos sobre la Revolución francesa
Uno de los principales errores que se enseñan cuando se imparten lecciones sobre la Revolución francesa es la idea de que hasta ese 1789 Europa era un continente gobernado exclusivamente por monarcas absolutos. Según esta versión de la historia, solamente a partir de la insurrección popular francesa es que en otros países aparecieron movimientos liberales o republicanos exitosos.
En realidad, para 1789 había varios países de Europa que tenían sistemas y culturas políticas muy distintos de la monarquía absoluta. El más claro es el del archienemigo de Francia, Gran Bretaña. En 1642 el Parlamento británico, considerablemente representativo de una porción generosa de su sociedad siempre según los estándares de la época, se alzó en rebelión abierta contra las intenciones tiránicas del rey Charles Stuart. El proceso se sumió en una guerra civil que culminaría realmente en 1688, con la institución de nuevas dinastías en el poder. Más aún, a partir de esa época el país estaría gobernado realmente por civiles, comenzando con el famoso Robert Walpole. Para la época de la Revolución francesa, Gran Bretaña habría tenido un sistema monárquico-democrático hacía más de un siglo.
Además de en Gran Bretaña, existen otros países en donde la libertad política halló un lugar con mucha antelación a Francia. En los Países Bajos se dio la primera revolución popular, nacionalista y republicana de la era moderna hacia 1581. La emancipación de varias de las provincias de ese país respecto a la propiedad de la familia Habsburg culminó en la conformación de un sistema confederado republicano, que le permitiría tener el clima político más libre de Europa hasta los desarrollos de los sistemas británico y francés. De hecho, sería la Revolución francesa deformada, encarnada en Napoleón Buonaparte, la que terminaría con la libertad neerlandesa: su rey impuesto por la fuerza sería Luigi (Louis) Buonaparte.
Por último, es meritorio mencionar a Suiza, un país pionero en el desarrollo de la organización confederada de regiones diversas. Sus ciudades-estado tenían estatutos republicanos y de libertad individual (nuevamente según los estándares de la época, no los actuales) significativamente avanzados. Las ciudades-estado italianas, aunque se encontraban en decadencia en 1789, eran repúblicas civiles desde la Edad Media. En Alemania existían numerosas ciudades-estado denominadas “ciudades imperiales libres”, que más allá de una fidelidad de jure al Kaiser del Sacro Imperio, tenían estatutos de autonomía. La Revolución francesa barrió a todas estas instituciones liberales o proto-liberales, lo cual explica parcialmente por qué ésta no tuvo el éxito internacional instantáneo que se esperaría si se consideran sus altísimos ideales.
Este es uno de los hechos que sorprenden por el poco grado de difusión que tienen. Medida según sus propias consignas de libertad, igualdad y fraternidad (a lo cual debería agregarse republicanismo y secularismo), la Revolución francesa no alcanzó sus objetivos.
El primer gran cambio de sistema político que logró la revolución fue el paso a una monarquía constitucional, al estilo británico. El siguiente, aún más positivo -aunque alcanzado por medios muy discutibles- fue la instalación de una república absolutamente civil. Sin embargo, ese mismo período vio el surgimiento de movimientos populistas de enorme violencia, generalmente englobados bajo el término de “jacobinos”. La dominación de éstos sumió a Francia en una guerra civil de enorme intensidad. El país solamente recuperaría la estabilidad hacia 1795, cuando se volvió a instalar un sistema político moderado - y corrupto. En los años inmediatos conoce su ascendencia militar política Napoleón Bonaparte, quien pronto se haría con el poder, aboliría la república y gobernaría como emperador hasta 1815.
Lo que siguió a Napoleón Bonaparte fue una restauración de la monarquía pre-revolucionaria. Durante el resto del siglo XIX, políticamente Francia vería apenas cambios dinásticos similares a los de siglos anteriores. Recién en 1870, y tras décadas de esfuerzos fútiles y revoluciones abortadas, podría Francia proclamarse permanentemente como república. Esta fecha dista mucho de los hechos de 1789 - 1795.
Esta afirmación es imposible por una cuestión cronológica. Para 1789 ya habían ocurrido por lo menos dos revoluciones liberales que resultaron muy inspiradoras para múltiples sociedades. Inglaterra -a partir de 1707 Gran Bretaña- había depuesto a su rey e instalado un gobierno parlamentario hacía por lo menos un siglo. Aun así, el carácter conservador del nuevo sistema británico -y sus importantes retrocesos precisamente durante el período de la Revolución francesa- lo hacen un candidato de importancia discutible para este punto.
Estados Unidos, en cambio, es un caso decisivo. Fue la primera república democrática y liberal del mundo contemporáneo. Este sistema fue adoptado por una sociedad educada, inspirada por lo mejor de la tradición individualista y liderada por hombres de talentos nunca más empatados en la historia. Sus textos fundacionales, que constituyen documentos axiomáticos del liberalismo político, fueron completados años o incluso décadas antes de la toma de la Bastilla. De hecho, sería la Revolución estadounidense la que inspiraría en parte a los liberales y republicanos franceses, así como a los que aparecerían algunas décadas más tarde en el resto del continente americano. Esto es sin perjuicio de que la Revolución francesa haya generado su propia inspiración para generaciones de liberales, particularmente en la propia Europa.
Lamentablemente, a pesar de que Francia tuvo enormes aportes para hacer al liberalismo antes, durante y después de su Revolución, el esquema político del país en sí rara vez ha reflejado sus principales postulados.
Como ya se indicó, el país alcanzó a consolidar una República en 1870. No por coincidencia, es a partir de esa época que Francia alcanza su mayor esplendor histórico - conocido emblemáticamente como la belle époque. Sin embargo, las corrientes alternativas al centro liberal y republicano fueron muy fuertes. El nacionalismo conservador persistió en sus vínculos religiosos y militares, como se reflejó en el escándalo Dreyfus. El socialismo pre-bolchevique tuvo más éxito en Francia que en ningún otro país occidental - y esa corriente retiene hasta el día de hoy un enorme atractivo para buena parte de la población francesa.
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada para Francia por dos guerras mundiales, períodos de inestabilidad y de experimentos con gobiernos que, al menos de forma nominal, fueron socialistas. Francia hizo enormes aportes para moderar el socialismo, como las figuras de Jean Jaurès y Léon Blum. Sin embargo, a partir de 1945 el país debería reiniciar su vida política. El mundo de posguerra ha deparado esencialmente un esquema político en el que el liberalismo clásico no tiene lugar. La dualidad primaria presenta en primer lugar al viejo Parti Socialiste, esencialmente incambiado desde hace cien años. Para comprobarlo basta con leer los recientes titulares acerca de su feroz oposición a las reformas al sistema socialdemócrata que, como un tren, se acerca a la distancia para embestir a Francia y todos los demás países occidentales.
El otro polo político lo conforma un movedizo movimiento gaullista que se podría tildar de nacionalista - pero solo si se aclara que no tiene ninguna vinculación con el viejo nacionalismo francés: el de las conexiones teocráticas y Vichy. Esa vinculación está reservada para el Front National de Jean-Marie Le Pen.
El punto es que en Francia, en todo el siglo XX y los períodos mencionados del XIX y el XXI, no existió ningún partido liberal de importancia. Esto la separa claramente de muchos otros países, que van desde Canadá hasta Japón, pasando por Estados Unidos, Uruguay, el Reino Unido, Suiza y Australia.
Cinco verdades sobre la Revolución Francesa
Por más cierto que sea que los Países Bajos e Inglaterra tuvieron rebeliones -quizá incluso revoluciones- de talante liberal mucho antes que Francia, su carácter fue significativamente distinto.
En ambos países persistieron numerosas instituciones políticas esencialmente conservadoras del sistema anterior, como la monarquía, los títulos nobiliarios, los cargos judiciales o militares hereditarios y la existencia de una Iglesia oficial. El acceso al sistema político siguió estando limitado por diversos criterios hasta bien entrado el siglo XIX, por lo cual en la práctica los grupos dominantes de la era anterior mantuvieron buena parte de su influencia en la era liberal. Esto no quita mérito de los logros neerlandeses e ingleses, pero es importante recordarlo.
La razón es que lo hecho en Francia representó el primer quiebre absoluto respecto a la monarquía, en Europa, en la historia. Si se exceptúan los pequeños sistemas republicanos ya mencionados, ningún estado importante de Europa había tenido una organización política republicana desde Roma. En Francia, como parte de la revolución, se abolieron la monarquía, los títulos nobiliarios, los privilegios de la Iglesia y en general todo vestigio del viejo sistema aristocrático. Aunque -como ya se vio antes- el sistema no duraría, sería por lejos el más avanzado de su tipo en Europa durante décadas. Sólo Estados Unidos había alcanzado, pocos años antes, preceder a Francia en la construcción del primer sistema republicano contemporáneo.
El grado de radicalismo de la Revolución francesa no se extendió solamente al sistema político. Fue además un cataclismo a nivel social que cambió la forma misma en que las personas vivían.
En primer lugar, la Revolución terminó con la diseminación del poder religioso a todos los rincones de la sociedad, aunque con violencia excesiva. Donde antes la Iglesia tenía acceso a información sobre la vida, los secretos y el dinero de todos los individuos del país, desde los nobles más privilegiados hasta los campesinos más pobres, ahora la adhesión a ella tendría lugar exclusivamente de modo voluntario. Esto representó el cambio social más importante en Europa de los últimos mil años.
Las mujeres fueron participantes decisivas de todas las etapas de la revolución. Los ejércitos pasaron a estar integrados por personas reclutadas y que se alistaron de entre la gente común, y ya no de entre mercenarios extranjeros o nobles. La ciencia y la razón accedieron finalmente de forma directa al estado: se modificaron los sistemas de medidas, de financiamiento del estado, de logística militar y más. Mientras que otros países, a nivel cotidiano y para la mayoría de la población todavía estaban en la Edad Media (algunos argumentablemente hasta el siglo XX), Francia daba en pocos años saltos cualitativos jamás vistos anteriormente.
Esta es una contradicción difícil de comprender, ya que la Revolución francesa fue esencialmente un acontecimiento ideológico. Su carácter liberal y republicano fue naturalmente internacionalista, que además tenía enemigos y aliados naturales. Sus rivales eran todas las monarquías de Europa, que efectivamente le declararían la guerra casi desde el primer día con el propósito de suprimirla y restaurar a la familia Bourbon. Concordantemente, los pueblos de cada uno de esos países, particularmente los que contasen con movimientos liberales o anti-monárquicos más sofisticados, serían aliados lógicos.
Sin embargo, en la práctica las cosas no se dieron de esa manera. La conducción francesa de las guerras fuera se corrompió rápidamente. Los franceses fundaron repúblicas corruptas en países de cultura liberal como los Países Bajos, Suiza e Italia. Bajo Napoleón Buonaparte la corrupción aumentó aún más. El Emperador instalaría a sus hermanos, al mejor estilo de las monarquías históricas, al frente de sistemas autocráticos en España, Países Bajos e Italia. Construiría alianzas -temporales, por supuesto- con imperios rancios como Austria y Rusia. Su retórica, tomada de la revolución, en la práctica imponía medidas a otras sociedades de forma igual o peor de lo que lo hacían las monarquías de las que se habían deshecho. En Alemania en particular, la cuestión durmiente de qué era exactamente Alemania -étnicamente, geográficamente y políticamente- despertaría en parte tras la abolición francesa del Reich. No se resolvería hasta 1945, o incluso 1990 si se consideran otras perspectivas.
Nuevamente, países como Gran Bretaña, Países Bajos, Suiza y en particular Estados Unidos habían desarrollado culturas o sistemas liberales antes que Francia. Estados Unidos, gracias a la influencia de gigantes como Thomas Jefferson y James Madison, había incorporado a su Constitución una admirable Bill of Rights que aún al día de hoy es la declaración de derechos individuales más importante de la historia.
Sin embargo, es inevitable recordar que en Estados Unidos la esclavitud duraría hasta mediados de la década de 1860. Este “pecado original” puso en jaque durante mucho tiempo la veracidad del liberalismo estadounidense, por más excelentes que fueran su Constitución y sistema político. Francia, en cambio, alcanzó desde el primer momento de su revolución un esquema liberal envidiable. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, pronunciada en 1789, establecería la universalidad de los derechos humanos o individuales. El gobierno revolucionario aboliría la esclavitud -incluyendo en Haití, algo que Napoleón Buonaparte revertiría vergonzosamente- en lo que todavía era el siglo XVIII. Louis XIV había muerto en 1715; el cambio era verdaderamente radical.
Por último, el Código Civil que se instalaría durante la revolución constituiría la primera vez que se iniciaba una sociedad desde cero en pie de igualdad, con lo cual cuestiones como los contratos, la justicia, las relaciones familiares, las propiedades, el derecho penal y otras interacciones sociales básicas resueltas en un grado significativo.
La cuestión de la religión es sensible, pero merece una mención. Es difícil comprender el grado hasta el cual los clérigos, en el caso francés de la Iglesia Católica, dominaban las vidas del ciudadano común. El sistema instalado en la Edad Oscura europea había durado hasta casi el año 1800. Consistía de una fusión conveniente entre el poder estatal-militar y el religioso, ambos conformados en buena parte por la clase nobiliaria.
Lo ocurrido en Francia permitió por primera vez que el francés normal tuviera dos nuevos tipos de libertad. La primera refería a la religión misma: la posibilidad de participar de la religión organizada de forma voluntaria, en términos de asistencia, interpretación, opinión, confesión y así sucesivamente. La no participación en ninguna religión fue, por primera vez en la historia humana, una posibilidad abierta. En segundo lugar, permitió a las personas ser libres de todos los otros privilegios que tenía la Iglesia fuera del ámbito religioso, tales como las contribuciones monetarias, las rentas vitalicias, los derechos de paso y posesión, y otros.
La separación de la religión y el estado, un invento occidental (principalmente estadounidense y francés) de la época sería un pilar fundamental para la construcción de una civilización liberal. La erradicación del poder de la iglesia francesa constituiría un primer paso de inmenso impacto.
*Licenciado en Estudios Internacionales - Universidad ORT Uruguay
Candidato al Master of Arts in Security Studies - Georgetown University
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