Las privatizaciones en Rusia (Segunda parte)

Autores/as

  • Dr. Álvaro Artigas

Resumen

Como indicamos en una entrega anterior de Letras Internacionales, el estatuto de la propiedad privada ha sido una obsesión típicamente rusa, cuyos primeros avatares remontan a la época de Iván el Terrible, y se prolongan hasta el día de hoy. 

La emancipación de los siervos por Alejandro II, los vaivenes de la política bolchevique durante el periodo de la Nueva Política Económica (1921-1928)  y la colectivización de la propiedad llevada a cabo con brío por Stalin, demostraron el hondo calado de este problema a lo largo de la historia reciente, así como pusieron en evidencia las contradicciones ideológicas pertinentes al proyecto de desarrollo nacional ruso. 

La apertura democrática experimentada a partir de la perestroïka (1985) y los importantes procesos de recomposición social y política no evacuaron este problema sino que al contrario, lo colocaron al centro de una controversia entre fuerzas políticas de oposición y de gobierno, hasta transformarlo en un conflicto abierto, del cual el gran perdedor fue la institucionalización de una economía de mercado capitalista. 

Nos habíamos referido con anterioridad al proceso de privatizaciones de los años 90. Este periodo fue importante ya que hizo converger a estos interrogantes ontológicos que acabamos de describir con necesidades funcionales de Rusia frente a la globalizacion. 

Si el nuevo estado ruso, plasmado en la Constitución de 1993, pudo brindar la ilusión de ser una nueva página en el capítulo de las democratizaciones de Europa del este, en realidad muchos fueron los procesos de continuidad histórica que sobrevivieron este nuevo cuadro institucional.  

A pesar de una voluntad inicial de convergencia con las instituciones y equilibrios políticos y territoriales del modelo occidental, la beligerancia –simbólica y real – entre poderes, centro y región, y entre el gobierno y nuevos grupos económicos de los 1990, llevaron a que la adhesión a un proyecto internacionalista dejase el paso a un modelo construido a partir de una continuidad histórica cuyos elementos fundacionales tenían sus raíces en los finales del siglo XIX. 

Recapitulemos : a la llegada de Vladimir Putin al poder, como primer ministro de la presidencia de Boris Yeltsin en 1999, más del 70% de las empresas publicas se encontraban entre las manos de privados, una nueva institucionalidad protegía a las empresas privadas a través de estatutos jurídicos diversificados, y el mercado disponía de un sistema bancario que sin ser perfecto, aseguraba niveles de liquidez aceptables para el funcionamiento del mercado ruso. 

Quizá, y más importante aun, existía una nueva clase de empresarios creados ex nihilo, con la disposición de correr riesgos y de enriquecerse, conceptos banales en el Occidente industrializado, pero totalmente nuevos en el caso de Rusia.  

Sin ser idílica, la configuración formal del mercado ruso de fines de siglo pasado no distaba tanto de otros países emergentes, y era razonable esperar con el paso del tiempo una corrección de las distorsiones creadas por la transición económica, tales como los oligarquías, la concentración de riquezas en manos regionales, la ausencia de reformas sectoriales y temas más globales como la ausencia de inversión en infraestructura publica. 

El impacto duradero de la crisis de agosto de 1998 aplanó algunas de estas aristas y le permitió al estado ruso recuperar márgenes de maniobra insospechadas. De manera análoga, la crisis y la fase de recuperación inmediata, permitió al presidente Vladimir Putin desarrollar una estrategia de desarrollo económico basado en un retorno a la primacía del Estado.

Si esta ultima temática se encontraba ya en boga con el fin de la década más neoliberal de la historia del siglo XX, los fundamentales de la vuelta al Estado fueron sin embargo otros. 

Algunos de los grandes países emergentes, tales como Brasil o India, empezaban a evaluar el rol del Estado central como una pieza clave en el desarrollo de estrategias industriales integradas, y a estos efectos, generaron una institucionalidad adaptada a estos objetivos, pero fuertemente anclada en grupos estratégicos de la sociedad, tales como las organizaciones patronales y en la pericia de organizaciones tales como la OCDE.

Como en el momento de la transición a la economía de mercado a principio de los 1990, el gobierno ruso adoptó una serie de compromisos formales destinados a asegurar que la primacía del Estado estaría destinada exclusivamente a hacer respetar la Constitución –la dictadura de la ley-, y a asegurar que las potencialidades de desarrollo de la economía rusa serían preservadas frente a intereses creados y opuestos a la sociedad. Otra serie de compromisos adoptados parecían encausarse con el camino seguido por sus pares del BRIC, tales como la voluntad reafirmada de entrar en la OMC y renovar asociaciones estratégicas con la Unión Europea y la OTAN. 

A pesar de lo mencionado, la sustancia de las reformas de Vladimir Putin expandió la esfera de acción del Estado al punto de revocar estos principios. 

La dictadura de la ley se caracterizó en un medio de expropiación de bienes e industrias estratégicas a favor del Estado o de aliados de este. Es así como importantes grupos petroleros (Lukoil) devinieron la propiedad de aliados del poder, con la excusa de revertir los excesos de los años Yeltsin. Sectores que otrora beneficiaron de una relativa libertad fueron integrados en listas estratégicas que, si bien en la forma aspiraban a generar sinergias, en la práctica pasaron a ser estrechamente supervisadas por interventores del Kremlin que oficiaban en los consejos de dirección. 

La apertura al input social y extranjero fue progresivamente desvaneciéndose, en la medida en que las relaciones entre el gobierno y organizaciones patronales fueron haciéndose distantes, y la contribución que podrían haber generado los procesos de negociación con organismos internacionales fueron relegados sine die, en la medida en que la economía rusa se recuperaba a grandes trancos. 

Las tasas de crecimiento del 7% anuales que fueron la tónica de los años Putin permitieron, gracias a las recursos generados por el petróleo, hacer menos urgentes los procesos de integración económica, y blindaron a Rusia de intervenciones humillantes como las del FMI en los años 1990.

Al amparo de estas dinámicas, el Estado central efectuó una serie de procesos distributivos que eliminaron cierto grado de virtualidad a la economía rusa –con el control del sistema financiero y la intervención de la Sberbank- y reforzaron el rol de los sectores industriales integrados como el siderúrgico. 

Teniendo ya a mano a la metalurgia, los hidrocarburos, y contando como aliados a sectores estratégicos como el del armamento, el Kremlin disponía ya a la salida de Putin de una serie de pilares que permitirían pensar nuevas estrategias productivas y generar una planificación a mediano plazo. 

Claramente, esta configuración se encontraba al opuesto diametral de lo que había sido la relación a la propiedad en los años 1990, donde las empresas publicas privatizadas fueron fuente de poder y control de recursos pero nunca fuente de ingresos y destino de inversiones.  

¿Asistimos entonces a una nueva configuración del capitalismo ruso? ¿Ha cambiado la desconfianza visceral del poder a la propiedad privada? Claramente, la voluntad de control y de supervisión del Estado sobre el conjunto de los sectores estratégicos tenía consecuencias más sutiles que las estrictamente económicas, en la medida en que limitaba de una vez por todas la emergencia de un grupo de actores económicos capaces de desafiar un día el poder. La poca penetración del capital internacional en este nuevo proyecto de desarrollo para el siglo XXI ha limitado, asimismo, otras perspectivas relativas a la colaboración entre el mercado y el Estado. 

¿Podrá entonces este modelo de desarrollo lograr hacer frente a los desafíos de la década a venir? Responderemos a esta pregunta en la tercera y ultima parte de esta crónica rusa.

*Doctor en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de Paris. 
Master en Política Comparada en Sciences-Po Paris y 
Master en Estudios Post-soviéticos del Programa IMARS (European University of Saint-Petersbourg/Berkeley). 
Actualmente es maestro de conferencias de la 
Universidad Americana-IES Paris y Sciences-Po Paris

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Publicado

2010-10-28

Número

Sección

Política internacional