In Memoriam: Tony Judt (1948-2010)

Autores/as

  • Prof. Guzmán Castro

Resumen

Hace menos de una semana, a los 62 años, falleció Tony Judt. Estrictamente hablando, Judt se desempeñaba como profesor de historia europea en la Universidad de Nueva York. Su rol como intelectual público, sin embargo, era –y seguirá siendo- muchísimo más amplio. En los pasos de la venerable línea de un Raymond Aron, Judt se había convertido en un polifacético observador de la sociedad; observaciones que conjugaba con un erudito conocimiento de la Historia -particularmente la historia intelectual. En tiempos en que escasean los pensadores eclécticos -aquellos dedicados a las grandes ideas-, y en que el rígido corset del especialista es cada vez más común, la demasiado pronta partida de Judt se va a hacer sentir. 

Tony Judt nació en Londres en 1948, en el seno de una familia secular judía, con antepasados que provenían de Rusia y Bélgica. Después de una juventud marcada por un intenso sionismo (pasó varios veranos en kibutz en Israel) ingresa al prestigioso King’s College de la Universidad de Cambridge para estudiar historia –profesión que según él, había escogido a la temprana edad de 12 años. Luego cruzaría el Canal de la Mancha para asistir a la École Normale Supérieure –haciendo sus primeras armas en el pensamiento francés. Judt dio clases en su propio King’s College, en Berkeley y Oxford, para arribar a fines de los ochenta a la Universidad de Nueva York, donde fundó el Remarque Insitute. 

Varios artículos en honor a Tony Judt están disponibles en la web (ver aquíaquí, yaquí). No vale la pena reproducir el contenido de éstos. Prefiero reflexionar sobre mis experiencias intelectuales (y en cierta medida personales) en torno a Judt. 

Mi primer acercamiento a la obra de Tony Judt estuvo marcado por una compartida admiración por Raymond Aron. Como experto en los debates intelectuales europeos de post-guerra, Judt había trabajado seriamente sobre la obra de Aron. El magro volumen de discusiones sobre Aron en la academia anglo-estadounidense me decidieron a darle una oportunidad a este historiador del que poco sabía. 

Naturalmente, el primer libro que escogí fue The Burden of Responsability: Blum, Camus, Aron (University of Chicago Press, 2007). El trabajo es un retrato de estos tres intelectuales franceses que según Judt compartieron la voluntad de ir en contra de la corriente, de primar sus convicciones sobre la “moda” de los tiempos. Si bien no es un tour de force, The Burden of Responsability es un buen ejemplo de algo más importante para Judt que la historia particular de estos individuos: la necesidad de valorar a aquellos pensadores con coraje y honestidad intelectual.

Past Imperfect: French Intellectuals, 1944-1956 (University of California, 1992) prometía ser un trabajo más sólido. Mi pronóstico se cumplió. Past Imperfect es un libro genialmente logrado. Judt conoce al detalle los debates intelectuales de pre y post guerra en Francia (ya tenía otros libros sobre la izquierda francesa), además de escribir magníficamente y potenciar esa cualidad -muy característica de la academia anglo-estadounidense- de hacer entendible lo extremadamente esotérico. 

En un interesante pasaje, Judt deja plasmada su concepción acerca del rol del intelectual:

“…the writer or scholar who aspires to that public position which defines intellectuals and distinguishes them from mere scribblers has always had to choose between being the apologist for rulers or an advisor to the people; the tragedy of the twentieth century is that these two functions have ceased to exist independently of one another, and intellectuals like Sartre who thought they were fulfilling one role were inevitably drawn to play both…The most that one may ask is that those who thus engage themselves in the public arena, and who place on the scales of political or moral choice the weight of their intellectual prestige, do so with more care, coherence, and responsibility that their predecessors, and that they measure the meaning and impact of the thing they say and how they express them.” (Past Imperfect, p. 319). 

Judt, por su valor y prudencia como intelectual público, y su convicción de la imposibilidad de dar una “Gran Respuesta Política,” como tantos creyeron poder hacer en el siglo XX, cumplió con su propia concepción del intelectual. 

En 2005 vino su magnum opusPostwar: a History of Europe since 1945(Penguin). Postwar se ha transformado rápidamente en un clásico moderno. Su posicionamiento como el texto de referencia para estudiar la Europa de postguerra es indiscutible. El libro es una detallada (tiene más de 900 páginas) historia de cómo Europa pudo salir de los desastres de la primera mitad del siglo XX y del experimento político al que entusiastamente se arrojó –i.e. la Unión Europea. Además de ser enciclopédico en los temas que abarca, el texto expone brillantemente su defensa del “modelo europeo.” Su apoyo al estado de bienestar europeo, aún en los momentos en que fue más atacado, marca la constancia y honestidad con que Judt perseguía sus ideas; y esto es así esté uno de acuerdo o no con las conclusiones del historiador. 

Los libros a través de los cuales me acerqué al pensamiento de Tony Judt generaron un vínculo puramente académico e intelectual. Lo cierto, sin embargo, es que de haber conocido solamente esa faceta de su trabajo, seguramente no estaría escribiendo este artículo. 

Hace dos años Tony Judt se enteró que padecía el mal de Lou Gehrig. Una enfermedad que progresivamente lleva a un estado vegetal. Hasta la fecha de su muerte Judt podía hablar pero no podía moverse. Esto no impidió que el historiador siguiese trabajando y diciendo lo que pensaba, aún bajo las terribles condiciones de tener que dictar todo a un colaborador. Sorpresivamente, ésta fue una etapa muy prolífica. A partir del año pasado el historiador comenzó una serie de mini-memorias en The New York Review of Books. Fueron estos artículos los que generaron el vínculo que ahora siento hacia Judt, que sin poder definir bien de qué se trata, sin dudas va más allá de lo puramente académico. 

Las memorias de Judt se tornaron apasionantes. En mi calendario, era la publicación más esperada del mes. Sus recuerdos de la infancia en un austeroLondres de post-guerra. Sus reflexiones sobre los beneficios que el estado de bienestar de los años 50 y 60 generó en su educación. Las memorables anécdotas en Cambridge y la reflexión sobre eventos tan dispares como la participación en la guerra de los Siete Días y Mayo de 1968. Bajo una pluma como la de Judt, era imposible sentir otro cosa que no fuera una honesta empatía y una mezcla de alegría por una vida que pareció haber tenido de todo y la terrible conmoción de saber que su camino se había truncado bruscamente. 

Tampoco faltaban sus arrojos de honestidad que desafían hábilmente al sentido común. Un comentario sobre el rol de la suerte en la formación de las carreras profesionales y  la tan común (¿e hipócrita?) idea de que “el trabajo dignifica” –sin importar cuál sea ese trabajo- es un buen ejemplo:

“We remain in thrall to the industrial-era notion that our work defines us: but this is palpably untrue for the overwhelming majority of people today. I ended up doing what I had always wanted to—and getting paid for it. Most people are not so fortunate. The majority of jobs are tedious: they neither enrich nor sustain. All the same (like our Victorian predecessors), we once again regard unemployment as a shameful condition: something akin to a character defect. Well-paid pundits are quick to lecture “welfare queens” on the moral turpitude of economic dependence, the impropriety of public benefits, and the virtues of hard work. They should try it some time.”

Este tipo de comentarios provocadores, que muchos piensan y pocos se animan a señalar, eran parte rutinaria de los escritos de Judt. 

Los artículos más conmovedores fueron aquellos vinculados a su salud. En una suerte de precipitada colisión contra la realidad, el lector reconoce que el disfrute en las memorias de Judt no podía ocultar que, en realidad, éstas eran una terrible carrera contra el tiempo. La valentía de afrontar su condición, comentarla públicamente y seguir adelante a pesar de ella, es una lección que siempre voy a recordar. Frente a la pregunta de un periodista sobre las razones de su apertura a la hora de hablar de la enfermedad, Judt comentaba:

"This is an imprisoning disease, and every now and then there is a desperate desire to break out of the prison and tell people what it is like. The disease is like being put in prison for life, no parole, and the prison is shrinking by six inches every week. I know that at some point in the future it's going to crush me to death, but I don't know exactly when." 

La muerte de Tony Judt me afectó más de lo que hubiese imaginado. Mi inmersión en su trabajo había generado una sincera preocupación por este historiador, o mejor, intelectual, que decía cosas tan interesantes, y que las decía de manera exquisita. El mundo de las letras va a extrañar a Tony Judt. Para mi sorpresa, debo confesar que yo también.

 

*Profesor Universidad ORT.
Maestría en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella (Tesista).

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Publicado

2010-08-12

Número

Sección

Enfoques