Crisis y Reflexión en Europa
Resumen
En 1903, durante un discurso en Glasgow, Joseph Chamberlain –comprometido para ese entonces en una campaña para convencer a sus conciudadanos que las dificultades político-económicas de Gran Bretaña debían ser tomadas muy en serio- argumentaba lo siguiente: “I have been in Venice…which at one time had a comercial supremcy quite as great in proportion as anything we have ever enjoyed. Its glories have departed…When I was there last I saw the great tower of Campanile…The other day, in a few minutes, the whole structure fell to the ground…I do not say to you, gentleman, that I anticipate any catastrophe so great or so sudden for the British trade; but I do say that I see signs of decay; that I see cracks and crevices in the walls of the great structure…Now, do I do wrong, if I know this –if I even think I know it- do I do wrong to warn you?”(1)
Chamberlain no estaba solo en la difusión de una sincera preocupación por el estado de una Gran Bretaña golpeada por crisis financieras, la guerra de los Boer, la presión de estados ascendentes, un imperio cuya administración se hacía cada vez más insostenible, etc. Los problemas británicos de principio de siglo generaron un debate nacional en torno a las estrategias económicas (libre comercio vs. proteccionismo), de política exterior (consolidación del imperio vs. repliegue ordenado), entre otras, que puso en tela de juicio las convenciones que acompañaban a Gran Bretaña desde hacía un largo tiempo.
La Historia muestra que no es extraño que las crisis económico-políticas impongan reflexiones profundas sobre asuntos de fondo, donde suelen ser cuestionados paradigmas previamente establecidos.(2) El caso de la Unión Europea de hoy ilustra el punto. Como señala The Economist: “When Europeans fear for their jobs and their savings, when their governments and companies cannot easily borrow money, when banks fail and the single currency trembles, then the European Union is facing not just an economic crisis, but a political crisis, as well.” La crisis ha dado pie a un importante debate en la disciplina de las relaciones internacionales sobre el futuro de ese complejo experimento político que es la UE.
Las caras más visibles del debate han sido aquellos que se plantan en una postura crítica a la viabilidad de la UE como actor en el sistema internacional –o que siendo críticos de antes, se vieron impulsados por la problemática coyuntura que actuó en forma de publicidad y, en cierta medida, aval de sus argumentos.Sebastian Rosato descuella en este primer grupo: “The more likely outcome, however, is the end of the European dream. Eventually, the Europeans are going to acknowledge what they have known for some time: there's no reason to keep the union together. This is not to say that European Union members will stop cooperating, but they will do so as independent nation states. To the extent that the EU survives, it will be a union in name only.” Como señala Terradas en su artículo, para estos autores “el futuro de la UE está ligado a las condiciones de seguridad iniciales, y dado el actual entorno internacional, su futuro es incierto y problemático.”
Por otro lado, el grupo de los optimistas, no sin cierta razón, apela al record histórico de la UE. Andrew Moravcsik comenta: “In the 1960s, when France’s President Charles de Gaulle vetoed British entry and withdrew from the Common Market, bringing European decision making to a halt for six months, some believed the experiment was finished. In the early 1980s, journalists used the phrases ‘Euro-sclerosis’ and ‘Euro-pessimism’ to describe the mood in Brussels. A few years later, Europe launched the single-market program. Economists uniformly rejected the euro as unworkable. Now it is reality. Just five years ago, in the wake of referendum defeats in France, the Netherlands, and Ireland, the European Constitution seemed moribund. Now it is law.” Para este grupo el desarrollo de la interdependencia y la generación de intereses que sólo pueden ser satisfechos a través de la preservación y profundización de los lazos institucionales que conforman a la UE indica que el futuro debe ser más promisorio de lo que se argumenta desde las trincheras realistas.
Ahora bien, los debates forjados en tiempos de crisis son por definición borrosos. En el corto plazo (con la excepción de que la UE sufra un colapso total y repentino -escenario por demás improbable-) no parece viable dilucidar el poder explicativo de las posturas pesimistas y optimistas. Sin embargo, es por esa misma razón que estas discusiones teóricas se llevan adelante. El estudioso de la política internacional debería poder “clarificar y dar sentido a fenómenos complejos,” como bien señala Terradas, pensando en escenarios a mediano y largo plazo. En este sentido, la disciplina hace bien en recorrer estos caminos en momentos en que el proyecto europeo se encuentra cubierto por la incertidumbre.
Pero más allá de los interesantes argumentos teóricos que destilan dichas posiciones, habría que preguntarse hasta donde llegan los beneficios de un debate conducido por estos carriles. En efecto, poco es lo que las posiciones pesimistas y optimistas contribuyen en el corto plazo. Los pesimistas, con Rosato a la cabeza, parten de un complejo epistemológico que entiende a la UE como un animal político concebido en, y a causa de, condiciones muy particulares que ya no existen -i.e. el mundo de Guerra Fría y la amenaza de la URSS. Por ende, no sería plausible otro corolario que no sea la obsolescencia política y el fin de la Unión como tal. Un discurso de carácter realista que siempre tuvo mucho que decir sobre este experimento político, y así también, mucho tiene para decir sobre su futuro. Sin embargo, poco lugar tiene en ese cuerpo de ideas la coyuntura de la crisis europea. La crisis, en esta cosmovisión, no es más que una pequeña muestra del fin aproximándose: un paso más hacia el abismo. “Regardless of how the EU navigates the current mess, the dream of a United States of Europe -- a political, military, and economic union from Lisbon to Latvia and the Baltic to the Balkans -- is over. What most people don't realize is that this has been the case for almost twenty years.”
Para los optimistas la UE no puede ser entendida desde las herramientas clásicas de la Realpolitik. Europa sería un actor que ha demostrado tener sus propios incentivos y objetivos, y que para sobrevivir no depende de amenazas de seguridad sino del grado de interdependencia inescapable que han desarrollado los países miembros. Según Moravcsik: “The EU is succeeding because its policies are not based on idealism but on the recognition that a union of diverse nations can find realistic ways to work together. Those who bet against the economic self-interest of European governments are likely to lose.”
Tanto siendo un artificio temporario de países otrora amenazados por el oso soviético o siendo una entidad con vida propia y determinada a consolidarse incrementalmente, la UE está en medio de una severa crisis. Como remarcara recientemente la Canciller alemana, Angela Merkel: “[If the Euro fails] then Europe and the idea of European union will fail.” Los problemas financieros inmediatos y la fragilidad del euro ponen en riesgo la noción de una Europa unida y, consecuentemente, la potencial capacidad de esta de influir en el sistema internacional.
Quizás, y por el momento, el debate debería asumir una dosis mayor de pragmatismo. En ocasiones, aún si no es posible soslayar totalmente la influencia de la estructura internacional sobre las unidades, el determinismo de algunas teorías deja de lado el rol que tiene para cumplir la voluntad humana. Es el devenir de tal voluntad política lo que seguramente tenga más para decir en el futuro inmediato de la UE.
En un mundo complejo in crescendo, donde las normas del orden van a ser cada vez más cuestionadas por poderes ascendentes, la UE tiene un rol importante para cumplir. Particularmente porque sigue siendo el primer mercado económico a escala global y el segundo poder militar (aunque más que nada en potencia, ya que los problemas de entender a Europa como un actor a la par del formato tradicional de los estados son ciertamente muchos). El refortalecimiento de Europa debería ser el deseo de todo aquel interesando en la estabilidad del orden y la paz internacional (aún si en el largo plazo el proyecto europeo está destinado a permanecer lejos de la panacea de “los Estados Unidos de Europa”, eventualidad que en mi opinión es la más probable de no surgir una amenaza o fenómeno internacional semejante a las condiciones de la Guerra Fría).
Las crisis son siempre momentos de reflexión, que en algunos casos, y repito: sólo en contados casos, generan mejorías. Esperemos que el presente debate ayude a forjar tales mejorías en la UE.
(1) Citado en: Friedberg, Aaron, The Weary Titan: Britain and the Experience of Relative Decline, 1895-1905, Princeton UP, 1988, p.23.
(2) Véase el artículo de Nicolás Terradas en este número de Enfoques para un fascinante estudio de las consecuencias de la crisis sobre los cuerpos teóricos formados en torno a la Unión Europea.
*Profesor Universidad ORT.
Maestría en Estudios Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella (Tesista).
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