Japón: victoria de los liberales y perspectivas de un gobierno “divertido”

Autores/as

  • Marcos Gabriel Rodríguez

Resumen

Algún día tenía que pasar, y finalmente la oposición japonesa (encarnada esta vez en el Partido Democrático de Japón) logró vencer de forma definitiva al conservador Partido Liberal Democrático, quien había mantenido el gobierno de Tokio por prácticamente 55 años. El fin de la hegemonía del PLD venía siendo pronosticado desde la década pasada -debido a factores económicos principalmente, aunque podríamos agregar el fin de la amenaza soviética comovariable interviniente-, pero fue demorado gracias al oportuno surgimiento del ex Primer Ministro Junichiro Koizumi, uno de los políticos más carismáticos de la historia japonesa reciente.

Sin la personalidad de Koizumi, y con tres sucesores más bien opacos, el PDJ se impuso cómodamente al PLD en los comicios de agosto pasado, obteniendo nada menos que el 42% de los votos. Esto le que garantiza una amplia mayoría en la Dieta, denominación que recibe el parlamento japonés.

Los grandes medios de comunicación occidentales, siempre guiados por la terminología más básica  posible, definieron el hecho como un triunfo de centro-izquierda. Nada más lejos de la realidad: la ideología del PDJ en grandes rasgos se asemeja más al social-liberalismo, y predica a los cuatro vientos libertad de mercado, “motosierra” contra la burocracia y exaltación de los méritos individuales. En lo “social” minucias, tal como el aumento del salario mínimo y poco más.  

Cabría esperarse un cambio más significativo a nivel de política exterior, donde la oposición japonesa –por tradición e inercia- siempre ha sido crítica con los estrechos vínculos geopolíticos y militares con los Estados Unidos (virtual “protector” militar de Japón a cambio de utilizar el archipiélago como una suerte de portaaviones gigante). Esto no quiere decir que Tokio vaya a convertirse en un satélite de Beijing como “pronosticaba” la retorcida  interpretación de Samuel Huntington sobre la cultura política nipona. Todo lo contrario: si el PDJ cumple con lo prometido, como mucho se pondrá fin a la colaboración militar con Washington en hechos externos a la defensa japonesa, como la sigilosa cooperación en Irak o Afganistán. Al fin y al cabo, ¿para qué renunciar a la protección incondicional por parte de la superpotencia mundial por excelencia?

Habiendo aclarado para alivio de todos que no habrá revolución alguna en Japón, analicemos el perfil del vencedor, el flamante Primer Ministro Yukio Hatoyama. En un país donde los jefes de gobierno raramente destacan por sobre la estructura partidaria, con Hatoyama, al igual que en su momento Koizumi, hay potencial para una excepción.

Aunque parezca extraño para nuestra mentalidad occidental, el carisma de Hatoyama no se deriva de su parentesco con las masas, sino por sus diferencias, o más precisamente, sus excentricidades. Representante desde los ‘80s de un distrito de la isla de Hokkaido (la isla más septentrional del archipiélago, la menos poblada y la más pobre en términos comparativos), Hatoyama no escapa de pertenecer a una familia dedicada a la política: su abuelo fue Primer Ministro justamente antes del inicio de la hegemonía del PLD. No obstante, su pertenencia al establishmentno le impide ostentar ese individualismo que su partido tanto predica. De rasgos faciales peculiares para la estética nipona, el nuevo Primer Ministro es apodado cariñosamente por los japoneses como “E.T.” o “el extraterrestre”, en referencia al “entrañable” protagonista de la película de Spielberg.

Los lazos del gobernante con la exobiología no acaban allí: su esposa Miyuki, autora de libros de cocina y diseño, asegura haber sido abducida por alienígenas en el pasado, más precisamente para una excursión a Venus, “un lugar hermoso y muy verde”. También dice comer sol (sic) por las mañanas y conocer a  Tom Cruise de su “anterior encarnación en un japonés”.  La cosa promete cuando el mismo Hatoyama afirma que su mujer tomará un papel “predominante” en su administración. Quién sabe, quizá sirva de mediadora para la exportación de  automóviles a otras galaxias. Huntington estaría horrorizado ante semejante manifestación del “espíritu oportunista de la  civilización japonesa”.

Sobra decir que la victoria de la antigua oposición es un buen síntoma para Japón. Al menos en el sentido democrático. La hegemonía de un partido durante tantos años –para colmo en un sistema parlamentario, cosa que merecería un estudio más profundo- siempre es factor de riesgo para cualquier poliarquía. Esperemos que Hatoyama (y la Primera Dama) esté a la altura de las expectativas de semejante acontecimiento.

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. 
FACS - ORT- Uruguay

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Publicado

2009-09-24

Número

Sección

Política internacional