J. J. Rousseau: un realista inconforme

Autores/as

  • Nicolás Ayala

Resumen

Jean-Jaques Rousseau fue una figura por cierto compleja. En el transcurso de su vida, este genio polifacético se desempeñó en diversas áreas, desde la botánica a la música y por sobre todas las cosas, la filosofía política.

Esta misma multiplicidad de intereses se refleja en sus comentarios sobre la política internacional, dando lugar a un sinfín de interpretaciones. Así, aquellos que deseen ubicarlo como un pensador idealista, podrán argumentar a su favor haciendo mención a sus consideraciones sobre temas como la libertad individual y la razón humana; mientras que aquellos que deseen comentar a Rousseau a la luz del constructivismo, podrán hacerlo recurriendo a la interpretación sobre el papel determinante de la sociedad a la hora de dictaminar usos, valores y costumbres a los individuos.

Sin embargo, si se analizan detenidamente los escritos de Rousseau se puede vislumbrar el por qué de tal variedad de posturas.

Sintéticamente, toda su filosofía parte de las condiciones del hombre en el estado de naturaleza primitivo, donde lo ve “saciándose bajo una encina, apagando su sed en el primer arroyo y hallando su lecho al pie del mismo árbol que le ha suministrado su comida: he aquí sus necesidades satisfechas.”(1)

Esta condición primaria, en la que el hombre no se diferenciaba mucho del resto de los animales (muchos autores caen en el error de calificar al hombre en este estado primitivo como bueno, sin embargo, el hombre era neutral, ni bueno ni malo) se ve transformada; posiblemente en un momento de escasez de recursos, como resultado de la cooperación entre los individuos. Este suceso da lugar alestadio de naturaleza avanzada que es tanto progresivo como regresivo. Progresivo, porque el incremento de la interdependencia crea relaciones estables; las primeras familias fueron formadas, surge el lenguaje y con él la razón se desarrolla a punto tal de permitirle al hombre hacer cálculos e inventar prácticas para incrementar sus bienes materiales.

Regresivo, porque al mismo tiempo se implanta la propiedad privada y con ella germinan la rivalidad, el orgullo y la envidia. El hombre pasa a ser dominado por el “amour propre” (“El amor propio es sentimiento relativo, ficticio y nacido en la sociedad, que lleva a cada individuo a hacer más caso de sí que de los demás, y que inspira a los hombres todos los males que se hacen mutuamente…”).(2) Dejando atrás el “amour de soi” (“El amor de sí es ese sentimiento natural que lleva a los animales a cuidar de su propia conservación, y que, dirigido en el hombre por la razón y modificado por la piedad, produce la humanidad y la virtud.”).(3)

Como solución o apaciguamiento al conflicto entre los hombres generado por el estado de naturaleza tardío se idea un Contrato Social (acuerdo realizado por voluntad propia de los miembros de un grupo, admitiendo una autoridad que impartirá leyes a las que deberán someterse).

Si bien esta puede ser una solución en el plano interno, en el plano externo los estados no pueden recurrir a nada que se asemeje a un Contrato Social (llega a esta conclusión en su crítica al Abbé de Saint- Pierre). Las unidades estatales se encuentran en un estado de naturaleza tardío (muchas veces bajo lo que es para Rousseau una situación en extremo peligrosa: la interdependencia). Aquí el conflicto es recurrente; es decir, los estados están inmersos en el peor de los mundos posibles.

Su teoría política internacional quedó ordenada de manera tal que el estado de guerra ha probado ser irreversible. Es fácil ver como a partir de esta revelación Rousseau intentó, perseverante pero desesperanzadamente, idear soluciones a este dilema internacional. Sus ensayos sobre Córcega y Polonia deben ser entendidos, en última instancia, como argumentos para mantener a esas unidades fuera del sistema internacional. Lo cual no significa, bajo ningún concepto, ni que sean inmunes a los conflictos estructurales, ni mucho menos, que el estado de guerra se disipe. Los remedios de Rousseau no modifican en lo más mínimo sus anteriores y más iluminadas conclusiones: el sistema internacional se caracteriza por un estado de guerra constante (no porque la guerra esté presente indefinidamente, sino porque la misma es siempre un recurso posible para los estados).

Bajo estas premisas teóricas, que suponen un realismo irreductible, pero siendo él un idealista y un moralista buscando poner fin a los sufrimientos sociales que abatían al hombre, no podía dejar de intentar buscar artilugios para refutar el mismo realismo que inundaba sus proposiciones. No obstante, siendo estos esfuerzos estériles teórica y prácticamente, no podemos dejar de ver en Rousseau a un idealista enfrentado a un realismo que se negó a aceptar, pero al cual no logró superar.


1. Jean Jaques Rousseau, “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” p. 61, Ed. Orbis, Barcelona, España, 1971.

2. Ídem., p. 92.

3. Ídem.,  pp. 91-92.


Candidato a Licenciado en Ciencias Políticas. 
Universidad del Salvador. 
Buenos Aires - Argentina.

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Publicado

2009-09-17

Número

Sección

Enfoques