Álvaro Uribe Vélez Tomó Las Riendas De La Diplomacia

Autores/as

  • Luis Fernando Vargas-Alzate

Resumen

Celebro realmente las líneas escritas la semana anterior por Jonathan Arriola, puesto que afortunadamente supo salirse del errado esquema de señalar el posible acuerdo (no es real aún) de complementación militar entre Colombia y los Estados Unidos como un proyecto para la INSTALACIÓN de bases militares de los Estados Unidos de América en Colombia.  ¡Nada más errado que eso!  En Colombia no habrá bases estadounidenses operando; estamos hablando de habilitar, bajo jurisdicción y soberanía propias de la nación colombiana, unos espacios para el uso de tropas estadounidenses, tema que no debe ni puede ser malinterpretado.

De la misma manera, al igual que Arriola lo expuso en la parte final de su artículo, considero que este tema no tendría por qué sorprender a alguien que realmente conozca cómo funcionan las cosas en América Latina; puesto que la cooperación militar entre Estados Unidos y Colombia data de varios lustros atrás, incluso antes de que el Plan Colombia fuera una realidad.  Colombia lleva más de 20 años con tropas estadounidenses en su territorio, no es asunto nuevo el hecho de prolongar la cooperación entre estos dos Estados.

Ahora bien, el tema que ocupa las siguientes líneas está directamente relacionado con la acertada reflexión que este estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales de la Universidad ha planteado, ya que mi deseo es brindar un breve análisis de lo sucedido la semana anterior mientras Álvaro Uribe tomaba las riendas de la diplomacia colombiana.  A su vez, he considerado oportuno referirme al tema de la cumbre de UNASUR que el pasado lunes se desarrolló en Quito y de la cual se han desprendido diversas interpretaciones. Además de la opción de reunir a los mandatarios suramericanos nuevamente en Buenos Aires la semana próxima, para discutir el tema de la presencia militar estadounidense en Colombia, por invitación de Luiz Inacio Lula Da Silva, presidente brasileño.

Muy temprano, el pasado martes 4 de agosto el presidente de la República de Colombia, acompañado de su Canciller Jaime Bermudez Merizalde, tomó el Boeing 737-700 BBJ que sirve de Avión Presidencial y partió hacia Lima, a reunirse con el primer mandatario de los peruanos, Alan García Pérez.  La idea inicial de una gira diplomática suramericana encabezada por el Jefe de Estado colombiano era un hecho.  El objetivo era abordar temas directamente relacionados con el terrorismo en Colombia, el narcotráfico, sus riesgos y algunos asuntos que se ligaban con el desarrollo de la cumbre de UNASUR en Quito el pasado lunes 10 de agosto.  Luego del diálogo con el primer mandatario de los peruanos, los resultados fueron positivos para ambos estados.  La diplomacia fue efectiva en sentido estricto y las conclusiones pudieron resumirse en un apoyo absoluto por parte de Perú a las alianzas que Colombia a bien desee establecer en función de debilitar el flagelo del narcotráfico en la región andina y suramericana en general.

Una vez culminada esta primera cita diplomática, Álvaro Uribe Vélez se dirigió a Bolivia, un país estrictamente situado en la esfera socialista de corte bolivariano.  Como era de esperarse, la cita entre el presidente Evo Morales y el primer mandatario de los colombianos resultó tensa y con un ambiente enrarecido por el excesivo rechazo a los convenios militares que Colombia está planeando adelantar con los Estados Unidos de América.  A pesar de ello, Álvaro Uribe fue claro en dar agradecimientos tanto al pueblo boliviano como al presidente Morales por permitir la posibilidad de un diálogo franco y abierto entre ambas naciones.

Al día siguiente, Uribe Vélez partió hacia el Cono Sur, con objeto de visitar a la presidenta de Chile, al primer mandatario de los paraguayos y a la señora Cristina Fernández de Kirchner, máxima líder de la política argentina.  El itinerario se cumplió, aunque no de la manera prevista, y los resultados fueron, aunque diversos, entendidos en favor del comportamiento de la soberanía colombiana.  La presencia de la comitiva gubernamental colombiana no estuvo exenta de protestas en las calles y de malestar en algunos sectores de los países australes en los que no se ha comprendido la magnitud del problema colombiano frente al narcotráfico y el terrorismo de los grupos insurgentes, especialmente en áreas rurales del país.

La gira del Jefe de Estado colombiano terminaría el 6 de agosto, con la visita a Uruguay y Brasil, tal vez, el punto más esperado por muchos.  El diálogo con el presidente Vázquez estuvo por la línea de la prudencia y el respecto al principio de la no intervención en los asuntos internos de los Estados.  Habría que señalar que el jefe de gobierno uruguayo estuvo a la altura de la diplomacia latinoamericana.  A pesar de permitir entrever alguna inconformidad frente al tema de la presencia norteamericana en esta parte del continente.

Con Brasil se terminó el recorrido diplomático colombiano por Suramérica.  En palabras del canciller Celso Amorim, esa fue una reunión que “transcurrió en un clima de diálogo y entendimiento”.  Se compartieron ideas y cada parte escuchó a su contraparte.  El resultado refleja categóricamente el hecho de que al gobierno brasilero le resulta indiferente si Colombia tiene o no alianzas con otros estados; eso hace parte de la política exterior a la cual tienen derecho los Estados desde 1648, cuando se pactaron los acuerdos de Westfalia.

Álvaro Uribe Vélez no visitó ni a Venezuela ni a Ecuador, dos Estados que se niegan a comprender la realidad de su vecino más próximo.  Tampoco acudió al llamado para reunirse con los miembros de UNASUR; en su defecto delegó esta responsabilidad en la señora Clemencia Forero Ucros, viceministra de Exteriores de Colombia, quien diplomáticamente quiso llamar la atención de los asistentes para que recordaran una de las tantas frases del libertador Simón Bolívar: “Cada Estado debe darse el régimen que quiera y el resto de los Estados respetar esa condición”. 

De la actitud del gobierno colombiano sobre no visitar a unos y a otros sí se han desprendido muchas interpretaciones e interrogantes, pero a su vez se continuaron clarificando muchas cosas.  Las dos vertientes de la izquierda latinoamericana han quedado una vez más visiblemente expuestas: los progresistas, deseosos de la integración, del consenso y de la búsqueda del diálogo como mejor medio para reducir las diferencias y los arcaicos, radicales y obsoletos regímenes que no sé por qué razón insisten en recrear el modelo soviético fracasado sonora y definitivamente desde el 1º de julio de 1991.

Hay un mandatario suramericano que insiste en vientos de guerra.  Cada vez que expresa sus ideas insiste en ello y cree firmemente en desatar una guerra para unificar a su nación.  Seguramente eso sea lo único que le salve de ver cómo su papel de gobernante anti-democrático le está impidiendo dormir tranquilo.  La cuestión es: ¿caerá Suramérica en ese sucio juego?  ¿Aceptarán los venezolanos que se les unifique en torno a un nuevo enemigo inventado?  ¡Le aprendió muchísimo a los imperios de otrora, señor Hugo Chávez!



El autor es profesor de Relaciones Internacionales Latinoamericanas en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. 2009

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Publicado

2009-08-13

Número

Sección

Política internacional