Cuba: Tres Años de Leves Esperanzas y Tristes Realidades
Resumen
La semana anterior, para ser exactos el pasado domingo 26 de julio, América Latina pudo escuchar y analizar el pronunciamiento de Raúl Castro Ruz desde la localidad cubana de Holguín donde se celebró el aniversario de la toma del Cuartel Moncada .
En dicho discurso el líder cubano se refirió a nuevas posibilidades de adelantar importantes reformas en la economía cubana. A lo largo de la misma semana, muchos de los interesados en la región estuvieron expectantes sobre las decisiones que se pudieran tomar en la isla en materia de reformas estructurales. Sin embargo, a la fecha siguen sin refrendarse las medidas que, difícilmente se dieron a conocer el pasado miércoles, y que están llevando a los cubanos a una serie de especulaciones que alcanza a perturbar su relativa escasa tranquilidad.
En su pronunciamiento del domingo 26, Raúl Castro enfatizó la necesidad de entender la austeridad y el ahorro como el único camino para llevar a Cuba a una mejor situación económica. Además, instó a todos los cubanos a cambiar el lema de “patria o muerte” por “ahorro o muerte” y a mostrarse tolerantes con las medidas que desde hace ya varios meses se han venido tomando en relación con el recorte de la canasta básica, la reducción del servicio de energía eléctrica en las instalaciones de las factorías del Estado y la ampliación de la edad de jubilación que, para las mujeres pasó al orden de los 60 años y para los hombres a 65.
Por supuesto, lo que ha generado esta clase de medidas es la agudización de una crisis que empezó a vivir Cuba desde el momento en que la Unión Soviética desapareció del escenario internacional y abrió paso a un denominado “periodo especial” que, sólo a partir de 1999 pudo encontrar un nuevo aliado importante para el proyecto revolucionario: Venezuela. Sin embargo el capital venezolano no ha sido lo suficientemente importante para evitar que la situación interna de la isla que pregona el socialismo más antiguo de América se estabilice. A ello se suma el hecho de notar que con la crisis económica y financiera global todo se ha hecho más crítico.
Dos interrogantes que surgen en estos momentos de reformas estructurales, si es que así se puede denominar a lo que está en proceso en la Asamblea Nacional Popular, son los siguientes: ¿qué ha cambiado desde el momento en que Fidel Castro desapareció de la escena política en Cuba y la posterior llegada de su hermano Raúl al liderazgo de la Revolución? ¿Realmente podría hablarse de nuevas esperanzas para los cubanos que hoy habitan ese precioso terruño en el Caribe?
Las posibles respuestas deben enfocarse en aceptar que muy pocas cosas han cambiado realmente durante los últimos tres años de gobierno de la nueva cúpula del poder cubano. No ha habido un cambio generacional que es lo que precisamente debiera darse en la isla, sólo se ha tratado de un relevo de figura en el poder, pero con las viejas ideas, ya perdidas en medio de lo arcaico que puede resultar un proyecto de este tipo en la exigente contemporaneidad. Bajo el pretexto de mantenerse en la lucha contra el imperialismo, Cuba ha dejado pasar muchos lustros sin hacerse dueña de una imagen propia que le pueda insertar en un marco político más amplio y que no le limite sólo a lo que el proyecto ALBA, los No Alineados y las cumbres regionales puedan ofrecerle.
Aunque efectivamente durante los últimos tres años en la isla se han tomado medidas tales como el permiso de ingreso a los hoteles de la zona turística de La Habana, la posibilidad de que los cubanos reciban algunas tierras en usufructo, la venta libre de algunos productos de tipo eléctrico y electrónico, la opción de dirigirse a una droguería y adquirir los medicamentos recetados sin los ya tradicionales contratiempos, el acceso –en algunos casos- a la telefonía móvil y a la Internet, la posibilidad de devengar un salario de acuerdo con el número de horas trabajadas por el empleado, la compra y venta de automóviles, el alquiler de casas y el ingreso y salida del país sin los tradicionales controles que se habían establecido décadas atrás, no es posible hablar de una Cuba diferente a la analizada 10 años atrás. O tal vez sí sea posible, puesto que en el fondo sí hay una fuerte diferencia: hoy Cuba está más pobre, más rezagada y en peor posición que en 1999.
Quizá esto se deba a la desidia de la dirigencia cubana para entender que ha habido cambios generacionales importantes y que eso obliga, sin profundas explicaciones, a contextualizarse para enfrentar los retos de la actualidad. Como también es muy factible que las responsabilidades recaigan sobre la misma sociedad inmóvil que desatendió el hecho de notar cómo una revolución estática les llevaba hacia el abismo y ella (la sociedad) poco hizo por evitarlo. Después de tres años en el poder de la isla, el mismo Raúl Castro se ha referido a la burocracia cubana como uno de los aspectos que en mayor medida ha obstaculizado las posibilidades de cambio. A su vez, en uno de sus más recientes discursos ha expresado la necesidad de no justificarse más con el bloqueo (embargo) ni con el imperialismo; le ha pedido al cubano del común que comprenda que es momento de trabajar: "La tierra está ahí, aquí están los cubanos, veremos si trabajamos o no, si producimos o no, si cumplimos nuestra palabra o no", fue lo que señaló el pasado 26 de julio en su discurso de no más de una hora.
Pareciera que detrás de este discurso existiera la sensación de solicitarle al cubano del común un papel más enérgico y más activo para sacar adelante procesos tanto económicos como sociales en Cuba. A su vez, habría que entenderle como un llamado de atención directo a la sociedad que bien podría sintonizarse con las medidas, (aunque muy leves) anunciadas por Washington para pactar unas relaciones cordiales entre la isla y los Estados Unidos de América.
Al final de todo lo anterior lo real es que se sigue esperando que el Parlamento cubano (Asamblea Nacional del Poder Popular) actúe. Si bien acaba justamente de crear esta semana una Contraloría General Nacional para establecer controles, valga redundar, en el gobierno –sobre todo en el tema de la corrupción-, aún se está a la espera de que se pronuncie sobre los temas menos gratos para la población; todo lo que tiene relación directa con recortes a subsidios, supresión de expectativas en el crecimiento de la economía y medidas de choque para lo que se ha consolidado como una de las más críticas situaciones de los últimos años para la Isla. La economía no está nada bien, el país tiene que importar más del 80% de lo que consume en alimentos, y eso se suma a que anualmente debe enfrentarse al rigor de la naturaleza que con los huracanes más recientes (2008) dejó a más de 200.000 familias sin hogar.
Sin el ánimo de establecer juicios frente a la sociedad cubana en general, es para considerar que se ha llegado la hora de trabajar duro por el país, de comprender que el Gran Hermano (Estado) no es el único que tiene que correr con las responsabilidades cubanas y de aceptar que la revolución –tal como se desarrolló- no era el camino acertado. Las esperanzas que se tejieron en torno a la figura de Raúl Castro se han desvanecido tan rápido como la crisis misma se agudizó.
El autor es profesor de Relaciones Internacionales Latinoamericanas en la Universidad EAFIT de Medellín, Colombia. 2009
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