¿La victoria del verbo?
Resumen
El discurso sobre las relaciones raciales del 18 de marzo de 2008 mostró un candidato a presidente distinto. Barack Obama enfrentó su hora más difícil en la carrera presidencial y demostró ser un orador excepcional. Ya presidente de los Estados Unidos, sus ejes de política exterior han sido marcados por la determinación en el rumbo a emprender a la vez que la elocuencia y el convencimiento en la forma de exponerlo. Balance del primer semestre de política exterior del nuevo Estados Unidos.
La política es el arte de gobernar. Tiene en el discurso una de sus principales herramientas para convencer y marcar rumbos.
En tiempos difíciles, grandes líderes se apoyaron en el verbo para guiar a sus pueblos ante un futuro incierto y señalar un destino. Fue Churchill, en 1940 en el Parlamento, con su célebre discurso “I have nothing to offer, but blood, toil, tears, and sweat”. Fue De Gaulle ese mismo año cuando afirmó desde la radio de Londres que “la flamme de la résistance française ne doit pas s´éteindre”.
También en el comienzo de tiempos nuevos hubo discursos señeros. El del presidente Kennedy en el Capitolio en 1961, “Ask not what your country can do for you”; o el memorable de Nelson Mandela en 1994 cuando accede a la presidencia de Sudáfrica y sentencia que “llegó el tiempo de curar las heridas” para su país.
El presidente Obama, desde la centralidad de la política bien entendida, ha recurrido a discursos preparados y excepcionales para fijar aspectos medulares de su política exterior. En el número 64 de Letras Internacionales Guzmán Castro se detuvo en el que brindó en El Cairo el 4 de junio, que quiso ser un nuevo comienzo de las relaciones entre Estados Unidos y el mundo musulmán, con su formidable saludo inicial, testimonio de ese cambio, que sorprendió a la audiencia: “Salam alei kum”.
Barack Hussein Obama dejó en claro en Egipto que Estados Unidos no está en guerra contra el Islam; trató el tema de Israel- Palestina y el mundo árabe; aseguró que la democracia no puede ser impuesta desde fuera; recordó la responsabilidad de los Estados sobre las armas nucleares, y abogó por la libertad religiosa y el derecho de las mujeres. Desde el convencimiento del verbo reafirmó la necesidad de abrir un tiempo distinto en una región estratégica para el mundo.
Con Latinoamérica también marcó un cambio. Flexibilizó la relación Estados Unidos- Cuba. Se rodeó de asesores que miraran más allá de México y Centroamérica – en particular, el chileno Arturo Valenzuela -. Ya se reunió bilateralmente con los presidentes de Colombia, Chile, Brasil y México. En abril, recibió con gentileza de manos de Chávez “Las venas abiertas de América Latina”, en el momento del saludo protocolar de la 5ª Cumbre de las América en Trinidad y Tobago.
En esa primer Cumbre americana de Obama, el presidente repitió lo que ha dicho a todos quienes lo quieran escuchar en el subcontinente: que él no está para discutir Historia ni para mirar el pasado, sino para hacer la Historia del futuro. El presidente de Costa Rica, Oscar Arias, ya lo había entendido, cuando se quejó de que en cada reunión de presidentes del continente se señalaban las culpas estadounidenses de todos los males pasados, presentes y futuros de nuestros países latinoamericanos.
Obama, desde el ejemplo de su itinerario de vida y en el respeto de su investidura, mostró a Chávez y demás contertulios, con elegancia, la exigencia que ha de tener un presidente en su papel institucional: la construcción del futuro y no la imprecación de las rémoras de un quejoso pasado (tan omnipresente por estas latitudes).
Los asuntos mundiales fueron encarados con ese mismo espíritu. El 2 de abril en Londres Obama dio toda su legitimidad al G-20 para el tratamiento de los problemas derivados de la crisis económica más importante desde 1929. Apertura, diálogo, fortalecimiento de las instituciones internacionales y aceptación de una nueva relación de fuerzas mundiales que obligan a negociaciones y acuerdos más amplios que los del G-8.
También en abril pero en Praga, ante 30.000 personas, expuso en un formidable discurso las bases de su política de no proliferación nuclear. Como objetivo de largo plazo, Obama planteó un mundo sin armas nucleares. Esa propuesta de desarme completo se apoya en la “autoridad moral” de admitir haber sido el único país que utilizó la bomba atómica. Es un horizonte en el camino, difícil de alcanzar. Pero con cuidada elocuencia, quedó claro que es el objetivo de las acciones de Obama en tema tan delicado para el equilibrio internacional.
Entretanto, para encauzar a los Irán y Corea del Norte, se precisa una negociación global que implique la reducción de los arsenales estadounidenses. En junio pasado Obama y Medvedev avanzaron en este sentido marcando la voluntad de un desarme conjunto que seguramente se traducirá en un acuerdo bilateral que venga a reemplazar el Start de 1991 que vence a fines de este año.
Estados Unidos votó un cambio en noviembre de 2008. Lejos del reflejo antiliberal y fundamentalista del presidente Bush, el “yes we can” de Obama tradujo el convencimiento ciudadano de que efectivamente había espacio para reformular la mejor tradición democrática de los Estados Unidos, y que las urgencias internacionales debían de ser enfrentadas de forma distinta.
Es claro que un nuevo orden internacional no se genera únicamente desde la multiplicación de discursos, por muy conmovedores y excepcionales que sean. Pero es claro también que la decisión de Obama de abrir nuevos espacios de diálogo y reconocimiento del Otro en política exterior, presente en sus principales discursos de estos meses, pretende fundar inequívocamente un nuevo tiempo internacional que vaya más allá de las heridas abiertas por el 11 de setiembre de 2001.
Un tiempo en el que la inteligencia de la palabra, la sutileza del matiz, la fuerza del argumento y la luz de la convicción racional son protagonistas. Luego de los asfixiantes ocho años de presidencia de Bush, Obama viene a aportar la bocanada de oxígeno, desde el centro de Occidente, que todos estábamos necesitando para reconciliarnos con la inteligencia de la Humanidad.
Sin infantilismos, sin ingenuidades, sin exaltaciones, desde la periferia del subcontinente americano, importa percibir estos cambios esenciales en la política exterior de Estados Unidos.
Se va delineando el contorno de un nuevo orden internacional en el que lo mejor de la tradición democrática y republicana de Estados Unidos, su modernidad tolerante, abierta, pluralista y universalista, está llamada a ser el norte que guíe a la primera potencia mundial en tiempos excepcionales de crisis económica y medioambiental.
Barack Hussein Obama es el que en estos primeros meses de mandato ha encarnado con particular brillantez retórica y eficiencia práctica esa formidable tradición estadounidense de la que tanto, siempre, tenemos que aprender. Porque la victoria del verbo y la racionalidad por sobre el fundamentalismo ensimismado es el triunfo de lo mejor de nuestra civilización para la Humanidad.
(*) Profesor de Sistema Internacional Contemporáneo.
FACS, ORT - Uruguay
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