JUANA, POESÍA Y FILOSOFÍA

Autores/as

  • Prof. Agustin Courtoisie

Resumen

Este texto pertenece a la edición crítica de Las lenguas de diamante de Juana de Ibarbourou, a cargo de Jorge Arbeleche y Andrés Echevarría, publicado por la Biblioteca Nacional y Estuario Editora, con el auspicio de la Academia Nacional de Letras, Montevideo, abril de 2009, pág. 31. El lector puede obtener más información sobre dicha obra en la sección “Actualidad” de este mismo número de LETRAS INTERNACIONALES.

Los aniversarios pueden ser una estupenda oportunidad para ajustar cuentas y 2009 es una de ellas. En el Uruguay, donde habitualmente se reprocha al Estado olvidar a sus artistas y sus creadores, algunos intelectuales, por el contrario, parecen reprocharle a Juana el haber recibido demasiados homenajes oficiales. Nunca están conformes. Otros, insinúan la proximidad de la autora con la cursilería, lo cual no les impide al mismo tiempo elogiar escritores vivientes de estilo inocultablemente “kitsch”. No vale la pena ocuparse de ellos.

Después de todo, ningún homenaje es perfecto. Por ejemplo, el propio Estado parece haber cometido un acto fallido al estampar la bella imagen de Juana en los billetes de mil pesos. De un lado, Juana. Al dorso, varios libros famosos de la autora, con los títulos en el lomo. Allí se observan dos insólitas faltas ortográficas. En El cántaro fresco, el tilde de la “a” está sobre la “n”, y en Raíz salvaje la letra “i” perdió el tilde. Pero no pierden su valor por todo ello. Ni los billetes, ni Juana.

Nuestra increíble Juana que nos llega igual. Y que vuela más allá de su propia retórica de época y de las temibles corporaciones académicas. Que no es poco vencer esas dos cosas juntas.

Por eso dejemos esto de lado y atendamos por unos minutos un flanco que ha pasado algo desapercibido en su obra.

Suele coincidirse en que la efusión sensual y optimista del primer tramo de la obra poética de Juana de Ibarbourou, se deslizó con el tiempo hacia registros más sombríos, cuando la pérdida de la belleza física y la cercanía de la muerte parecieron ir acorralando a la autora. Según esta interpretación, no del todo desatinada, la madurez habría venido acompañada por la metafísica. Eso se ve con claridad, por ejemplo, en La pasajera (1967). Sin embargo, una división muy tajante entre las distintas etapas de su quehacer literario, y un paralelo muy estricto con su derrotero vital, podrían oscurecer la presencia constante de las claves de la gran literatura universal y, en particular, el permanente trasfondo filosófico de su cosmovisión generosa, conmovida pero también conmovedora de la Naturaleza y del Universo en su conjunto.

Rastrear las influencias filosóficas más obvias o pronunciar nombres de grandes pensadores, tratándose de Juana es tarea mucho menos interesante que señalar al pasar las cuerdas que vibran simpáticamente casi todo el tiempo, de un modo otro, con los diferentes grandes temas que suelen considerarse característicos de las tradiciones filosóficas de Oriente y Occidente –si se permiten por un instante esas precarias convenciones geográfico culturales –.

Es que durante todo el ciclo creativo de Juana, de modo explícito, pueden encontrarse en muchas oportunidades referencias a la muerte, a Dios o ciertos seres sobrenaturales, y al misterio del tiempo. Más implícitamente, ondea la cuestión de la identidad del ser humano, que parece ser diluida por inmersión gozosa o perpleja en la Naturaleza, y cierto animismo solidario del destino de cualquier ser vivo o incluso de ciertas sustancias inorgánicas –tendencia asumidamente antropomórfica en Juana–.

En El cántaro fresco (1920), por ejemplo, durante una tarde hermosa de verano todo se vacía de sentido ante el paso de una anciana: “¿Yo también he de ser algún día como esa anciana triste, de mejillas rugosas?” (“Angustia”). Un estremecimiento recorre el cuerpo de Juana: “En este momento acabo de comprender la piedad de la muerte”.

En el mismo libro, en “Transmigraciones” la poeta imagina lo que llegará a ser después de muerta, cuando sus huesos se desmenucen entre la tierra. Árbol y arcilla son dos destinos posibles. Y si un alfarero usara en el futuro esa arcilla para hacer un vaso, y si el vaso fuese a parar a la mesa de un poeta que escribe sus versos, “yo, que los he hecho, ¡qué curiosidad tan grande tendré por leer los que el hombre escribe! ¡Y qué nostalgia tan infinita por no poder hacerlos ya!”.

Si avanzamos catorce años en su producción, también es posible encontrar elementos filosóficos, pero no necesariamente sombríos. Por ejemplo, en Loores de Nuestra Señora (1934), concibe a la madre del Redentor no como “la soberana de duro ceño, sino la buena Madre que sonríe jubilosa para conceder y sonríe tiernamente para negar” (“Mater amabilis”), lo cual implica toda una perspectiva ética.

En cuanto a la temática de la identidad y el animismo, que tanto recuerda ciertos pasajes de Arte, estética, ideal de Pedro Figari, pueden invocarse muchos pasajes. Por ejemplo, léase “Puñados de polvo”, también en El cántaro fresco: “Miro con envidia a esa banda de átomos que se va a correr el mundo (…) ¡Oh granito de polvo que vais a ver lo que yo no he de mirar jamás: bosques, mares, ciudades, templos, auroras boreales, maravillas! (…) Cuando el viento os vuelva a traer otra vez a este lugar, quizás haya transcurrido un gran montón de siglos. Yo no seré ya más que un puñadito de polvo amarillo. Y entonces me iré a danzar y a correr por el mundo con vosotros”. O “La oración de los grillos”: “Ya no le digo a mi alma: los grillos cantan. Sino: los grillos rezan”. O “Los árboles”: “¿Qué selvas enormes se han abatido para amueblar todas las casas del mundo? (…) Me lleno de angustia imaginando el dolor de los gajos heridos, de los troncos mutilados”.

Su vínculo con la filosofía también podría indagarse a través del hilo de algunas cartas. Por ejemplo, la que le dirige el 3 de abril de 1927 a Carlos Vaz Ferreira: “Juana de Ibarbourou, con toda la devoción que tiene por el Maestro ilustre y bienquerido, hace llegar hasta él, en la hora en se le exterioriza el amor y el respeto que se le tiene en su país, la constancia de su reverente admiración y de su adhesión profunda”. Más tarde el Maestro le enviaría uno de sus libros. Por su parte, Juana le agradecerá con la mayor dulzura en una carta fechada el 16 de julio de 1938. La obra del pensador uruguayo quedaría incorporada a eso “que en todas las familias, poderosas o modestas, está formado por lo más hermoso y más querido que se va reuniendo, para legar a las futuras generaciones de la misma sangre, el tesoro familiar”. Es decir los libros, o mejor aún, los buenos libros. Uno cualquiera de Juana, por ejemplo.

Prosa o verso, la escritura de Juana invita a veces a emprender una buena caminata. En lo posible, cerca de los árboles, del sol y del agua. Los ojos bien abiertos, la respiración profunda. Ya habrá tiempo para la morfina, el encierro, el olvido u otras formas de la crueldad.

*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay

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Publicado

2009-07-09

Número

Sección

Culturales