Reseña: “Imperio” de Michael Hardt y Antonio Negri (2000) El Ulises de las Ciencias Sociales

Autores/as

  • Marcos Gabriel Rodríguez

Resumen

Del mismo modo que la mitología vulgar contemporánea se regocija en rebuscadas “teorías de conspiración”, tanto en ficción –los libros de Dan Brown, por poner un ejemplo particularmente atroz- como en la libre interpretación de los acontecimientos actuales –recordemos el infame “La Terrible Impostura” de  Thierry Meyssan-; la narrativa “intelectual” tampoco se libra de semejante influencia, y, vemos, día tras día, como la “conspiración” se adueña de buena parte del género ensayístico. El mundo académico no es ajeno a la lógica del mercado, y como marca el paradigma Chomsky, es mucho más rentable hablar sobre la intrínseca maldad del “sistema” que de los dilemas de la lingüística moderna.

“Imperio”, de Michael Hardt y Antonio Negri (2000), es un muy bien elaborado ejemplo de esto último, para mejor escrito en clave posmodernista. Calificado en la contratapa de la edición en castellano (Editorial Paidós) como una “reescritura del Manifiesto Comunista para nuestros tiempos” (palabras del omnipresente Slavoj Zizek), el libro no cumple las expectativas de semejante epíteto, básicamente porque no posee las tres virtudes del original: pulcritud, carisma, trascendencia histórica.

Mientras que en el marxismo clásico y todas sus variantes “puras” teníamos por antagonista  principal a la burguesía, villano identificable y en cierto modo trágico, apriorísticamente condenado por la implacable dialéctica del materialismo histórico; en Imperio el antagonista se despersonaliza, se transforma en un ente abstracto, en una entelequia. Si Marx exigía, en "La Ideología Alemana", que la teoría bajara del cielo a la tierra, con Hardt y Negri la teoría retoma vuelo hasta estrellarse contra los espesos nubarrones de la filosofía política posmodernista. 

El “imperio posmoderno”, señalan los autores en el prefacio, no es comparable con los otros imperios del pasado y no tiene nada que ver con ellos ni siquiera a nivel metafórico (lo que nos hace preguntar el porqué lo denominaron de esa forma en un primer lugar). Se trata, por este orden, de “una nueva forma de soberanía”; de algo “descentrado y desterritorializador”; que “suspende la historia, y en consecuencia, fija el estado existente de cosas por toda la eternidad”; y cuyo objeto “es (el dominio) de la vida social en su totalidad”. Esto último adornado con sugestivos neologismos, como “biopoder”, “producción biopolítica”, etc.:“La soberanía ha adquirido un forma nueva, compuesta por una serie de organismos nacionales y supranacionales unidos por una única lógica de dominio”.

Sobra decir que todas estas ideas no son de por sí novedosas, y que básicamente resumen el trilladísimo concepto de la globalización con un léxico rimbombante. Conscientes de esto – los autores manifiestan, explícitamente, que no se trata de otra “teoría de la conspiración de la globalización”- Hardt y Negri desarrollan, a lo largo del libro, una identidad propia para su villano.

El libro consta de cuatro partes fragmentadas en varios capítulos que se contradicen unos a otros –aunque en ocasiones algún capítulo supera a los demás y se contradice a si mismo- y, por qué no, un intermezzo, como si de una ópera se tratara.

Como esto se trata de una reseña y no de un análisis académico, nos detendremos a mencionar brevemente los planteamientos más interesantes de la primera parte –la que “define” al “imperio”-, planteamientos que por incomprensibles no dejan de ser originales.

En el primer capítulo, “El orden mundial”, los autores atacan, entre todas las cosas, a las Naciones Unidas, organización responsable “de las consecuencias teóricas (¿?) y prácticas más perversas”, o, lo que es lo mismo, la concepción jurídica del imperio (aunque los autores se retractan de esto al siguiente capítulo). El Derecho Internacional actúa como una suerte de justificación política de lo ético, y a su vez, como justificación ética de lo político, con lo que llegamos a una dinámica circular que perpetua el statu quo y que a su vez enlaza con la hipótesis original de que la historia había sido “suspendida”. Para colmo, las Naciones Unidas, con su doctrina de seguridad colectiva aggiornada, han banalizado la guerra y hecho resurgir el concepto de “guerra justa”, que -siempre según la opinión de los autores- había sido repudiado en la modernidad. La Guerra del Golfo (la primera, se entiende) fue por lo tanto una manifestación de la perversidad de la ONU y un  síntoma sugestivo y potente (sic) del “advenimiento del imperio”. Sobre la agresión  original de Irak a Kuwait ni una palabra…y es que a Hardt y Negri no parecen molestarle las guerrasper se, sino sólo aquellas se amparen en una ética determinada, que no es otra que la plasmada en el Derecho Internacional Público.

El segundo capítulo nos transporta a la dimensión de la “producción biopolítica”, donde se nos comenta que el “imperio” ya no se adueña sólo del trabajo material de las personas, sino también del inmaterial: lo intelectual, lo comunicativo, lo afectivo. Aquí la perversidad ya no es obra de la ONU, sino de -¡cómo no!- las enormes empresas trasnacionales. En uno de los múltiples juegos de palabras capicúas que plagan el libro: “la vida debe trabajar para la producción y la producción, para la vida” en vaga referencia al consumismo. Por otro lado los grandes medios de comunicación legitiman esto.

El tercer capítulo se dedica primero a criticar a los movimientos antiglobalización (a todos). ¿La razón? Identifican mal al enemigo, el enemigo no es la globalización, es el imperio. La globalización no es mala en absoluto: “fueron las fuerzas más poderosas del internacionalismo izquierdista quienes llevaron a cabo este proceso”…y esta irrefutable afirmación nos deja más tranquilos.

Siguiendo el estilo del libro, se coloca otra pieza en el puzzle de la definición de imperio: “(Es) como el emblema del imperio austrohúngaro: un águila de dos cabezas”(a continuación dan una interpretación heráldica completamente falsa, como para confirmar el rigor con el que fue escrito el libro).

La primera cabeza: “una estructura jurídica  y un poder constituido, construido por la maquinaria del dominio biopolítico”, y que cae en la contradicción de proponer el orden y la paz cuando en realidad va de conflicto en conflicto, pues no puede evitarlo. La segunda: “la multitud plural de las subjetividades productivas y creativas de la globalización que aprendieron a navegar estos gigantescos mares”. Ésta actúa a su vez como fuerza que a la larga exige la destrucción del orden establecido: “Las nuevas figuras de resistencia y las nuevas subjetividades se producen en la coyuntura de los acontecimientos, en el nomadismo universal, en el mestizaje de los individuos y las poblaciones y en la metamorfosis tecnológica de la maquinaria biopolítica imperial”.

“Imperio” es similar al Ulises de Joyce en el sentido que los autores escriben lo primero que se les pasa por la cabeza sin importarles un mínimo la coherencia  interna de su planteamiento. Adornado por infinidad de referencias literarias, filosóficas e históricas tomadas con un nulo rigor científico y escrito de una forma deliberadamente pretenciosa e incomprensible, esta obra es el non plus ultra del pensamiento posmodernista y, por lo tanto, marca un hito al cual todo libro de ciencias políticas o sociales debería no aspirar.

 

 

* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales. 
FACS - ORT- Uruguay.

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Publicado

2009-03-19

Número

Sección

Enfoques