Todo sigue igual por Wellington
Resumen
Mientras la campechana Sarah Palin declaraba en Alaska que se presentaría de candidata presidencial a las próximas elecciones estadounidenses “si el Señor se lo pedía” (recordemos que, desde su “ok” a Bush en cuanto a la intervención en Irak, Dios parece tener línea directa con el sector más cateto del Partido Republicano), el fin de semana pasado se despedía, tanto de su cargo de Primer Ministro como de su liderazgo sobre el Partido Laborista, otra mujer de la política, esta vez un tanto más talentosa: la neozelandesa Helen Clark. Horas antes de su sorpresivo anuncio, las encuestas a boca de urna de las elecciones generales daban una ventaja significativa a su principal rival, el líder del National Party John Key, novato político pero talentoso economista con un breve pero destacado currículo como funcionario de Merrill Lynch. (Paradoja: mientras todo el mundo pide mayor intervención estatal en las economías del mundo, los autodenominados kiwis eligen a aquellos que prometen lo contrario).
Clark, una mujer de voz casi masculina y sin maquillajes faciales ni ideológicos, había dirigido desde 1993 a The Labour Party, fuerza política que llevó a la victoria seis años después. Trabajadora hasta la hiperactividad, y estadista a la altura de una Margaret Thatcher socioliberal, además de la jefatura de gobierno se hizo cargo del Ministerio de Cultura y la dirección de los servicios de inteligencia.
Socioliberal dijimos, y es que si bien la veterana política tuvo medidas destinadas a los menos favorecidos, como un sensible aumento constante del sueldo mínimo, su gobierno estuvo caracterizado por la continuación del paradigma liberal en la economía, con nula intervención estatal en aquellos asuntos que no suponían una emergencia social inmediata.
Dicha mesura es sólo una faceta de la sociedad neozelandesa en general y de su sistema político en particular. Me gustaría, aprovechando la ocasión de las elecciones del sábado pasado, destacar brevemente algunas características de este último punto.
Originalmente fieles herederos del modelo de Westminster, las elecciones neozelandesas se dirimían en un férreo sistema mayoritario por circunscripciones que eternizaba el bipartidismo. Esto cambió en los 90s: por elección popular, se impuso una reforma electoral inusual pero interesante. Por un lado se mantenían las clásicas circunscripciones en donde quien ganara pasaba directamente al parlamento de Wellington, capital política. Pero por el otro, el elector daba un “segundo voto” al partido de su preferencia que contaba para una circunscripción única nacional de representación proporcional. Esto supuso el ingreso de los partidos menores al Parlamento (y por consecuencia al gobierno, como socios de coalición), con el requisito previo de haber ganado al menos un escaño por el sistema original o sumar más del 5% total de los votos. Si bien en un principio puede sonar complejo, este sistema ha sido rotundamente exitoso y ha logrado conciliar los dos modelos contrapuestos de democracia representativa.
Ideológicamente, creo que difícilmente pueda encontrarse en el mundo un país tan “centrista” como Nueva Zelanda. En la década del 1980, y tras una serie de medidas liberales –y en su momento sumamente impopulares- por parte de los nacionales, los laboristas tomaron el poder sólo para...continuar dichas medidas y profundizarlas. De este modo, la izquierda neozelandesa se adelanta una década al supuesto invento británico de la tercera vía, y desde entonces dicha posición ha tenido.
En cuanto a los nacionales, su discurso no es el acostumbrado para un partido supuestamente conservador. Lejos de atrincherarse en posiciones comunes del espectro político de la derecha occidental, se han alejado de todo contacto con los movimientos anti inmigración (Nueva Zelanda en general, y Auckland en particular, es receptora de inmigrantes provenientes de todas partes del mundo) y no impulsan la típica y lacónica jerga de los “valores”. De hecho, tanto el Primer Ministro electo como su antecesor, el ex líder de la oposición Don Brash, son ateos, algo inconcebible para los conservadores de la “liberal” Europa, ni que hablar de Latinoamérica. De este modo, el eslogan del National Party es idéntico elección tras elección, y se reduce a dos palabras: “menos impuestos” (que ya son de por sí bajos).
Respecto a los partidos menores, estos son más bien monotemáticos: los “verdes” defienden los principios ecologistas –un tema que siempre caló hondo en la conciencia kiwi-; New Zealand First no es un partido de ultraderecha como sugiere su nombre, sino que busca representar los derechos de los jubilados; el Partido Maorí quiere preservar en la medida de lo posible los intereses de la principal minoría étnica del país, los polinesios nativos de las islas ya completamente occidentalizados.
Volviendo a las elecciones, los dos futuros socios de coalición de Key siguen el mismo patrón: ACT quiere aún menos impuestos; United Future se define, como para marcar diferencia de los demás, como una fuerza de centro (en realidad es el partido unipersonal de Peter Dunne, un famoso humanista dentro de su país).
Concluyendo, que ha habido un cambio de gobierno en Nueva Zelanda. Lo raro es que dicho cambio, dada la cercanía ideológica y la necesidad de consensos, en realidad supone continuidad. Paradoja del sistema democrático de la lejana nación insular a la cual, por cierto, no le va nada mal.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay
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