En la línea de fuego

Authors

  • Lic. Pablo Brum

Abstract

El diez de julio de 1999 varios países africanos firmaron un acuerdo en Lusaka, Zambia, para cesar las hostilidades que azotaban a su región desde hacía años. Los firmantes fueron Angola, Congo Democrático, Namibia, Rwanda, Uganda, Zambia y Zimbabwe.

Estos países se habían visto involucrados en una inmensa guerra o incluso cadena de guerras, centradas en el territorio de la actual República Democrática del Congo, desde al menos 1996. El conflicto comprende una variedad de causas; las más importantes refieren a disputas étnicas entre los distintos países.

Congo, el país más grande de África Central, ha sido progresivamente desmembrado en regiones en las cuales su gobierno cada vez ha perdido más el control. Los grandes conflictos que rodean a la serie de guerras en ese país son dos: el conflicto Ituri entre los grupos lendu y hema, y el conflicto Kivu, entre el gobierno congoleño y un general rebelde.

El primero refiere a la provincia homónima del norte del país, y ha provocado la intervención de Uganda - un país que a su vez tiene su propia guerra civil contra un ejército mesiánico particularmente brutal, llamado el Ejército de Resistencia del Señor. El segundo, que es el que más aparece en las noticias por estos días, ha provocado la introducción de la influencia rwandesa.

Además de esos dos conflictos étnicos, también ha habido fuertes disputas por el poder en Kinshasa, la capital de la RDC. Esta ciudad, que se encuentra en el extremo occidental del país y por lo tanto muy lejos de las zonas de conflicto, también ha recibido intervenciones del extranjero. Distintos regímenes de otros países africanos, como Libia, Namibia y Zimbabwe, han enviado tropas y apoyo para contribuir al esfuerzo bélico por la toma del poder en el país, en su caso más reciente del actual Presidente, Joseph Kabila hijo.

Tras la firma del cese al fuego de 1999, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó una resolución que establecía una fuerza militar bajo su bandera que lo monitorease. La Misión de la Organización de las Naciones Unidas en el Congo pasó a ser conocida por sus siglas en francés, que son las mismas que en español: MONUC.

La misión no es sencilla: en una de las zonas de guerra más activas de África, a MONUC le corresponde, además de supervisar el respeto por el cese al fuego y protegerse a sí misma, trabajar para resolver temas pendientes de la guerra, como el destino de los prisioneros de guerra. Además, es la encargada de la logística de las provisiones humanitarias que envía Naciones Unidas a las distintas poblaciones azotadas por el conflicto. El capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas de 1945, que gobierna legalmente su presencia, les permite proteger a civiles bajo amenaza inmediata de violencia física.

Entre los países que más han contribuido tropas a MONUC no se encuentra ninguna de las potencias mundiales más tradicionales. El país que más soldados ha provisto a MONUC es también el más poderoso: India, con 4.372 tropas. Su enemigo principal, Pakistán, extrañamente también participa de la misma misión, con 3.551 tropas. Un país más de la misma región, Bangladesh, provee 1.330 soldados. El siguiente país en contribuir más tropas es Uruguay, con 1.324 miembros del Ejército. Es notoriamente la contribución más alta en proporción a la población del país de origen.

MONUC se divide en dos secciones: una occidental y una oriental. La primera está establecida en el cuartel general de toda la misión, en Kinshasa. La segunda, en la región oriental, se encuentra geográficamente en la región más complicada del país. Los nombres de las ciudades donde MONUC tiene bases, hasta hace poco olvidados por el mundo, cada vez resultan más familiares: Kisangani, Bunia, Goma, Bukavu.

Las tropas uruguayas participan tanto de la brigada occidental, en Kinshasa, como de la oriental. En esa región, al menos antes del caos de las semanas más recientes Uruguay tenía soldados en Kalemie, los lagos Albert y Kivu, los aeropuertos de Kindu y Bukavu. Sin embargo, al parecer es común que las tropas de distintos países se releven entre sí y desplacen entre las distintas bases de la región.

El estallido de violencia más reciente en Congo proviene del asalto lanzado por Laurent Nkunda, un general congoleño rebelde. Nkunda ha emergido como un importante líder de la etnia tutsi, cuya población ocupa partes de Congo oriental y de la vecina Rwanda. En 1994, hordas de milicianos y simples civiles de la rival etnia hutu se lanzaron a las calles de ese último país a exterminar a todo ser humano tutsi que se cruzasen. Lograron matar a más de ochocientos mil antes de que terminase el espasmo de violencia, que culminó con la huida de muchos de estos hutus a las junglas del vecino Congo.

En aquel entonces existía en Rwanda una misión de Naciones Unidas, pero sus órdenes, dominadas por el legalismo diplomático que domina la ONU, les impedían utilizar las armas para proteger a los civiles inocentes que los hutus perseguían por las calles. El general canadiense de esa misión, Roméo Dallaire, vive desgarrado hasta el día de hoy por ese fracaso.

En los años que han pasado desde entonces, los hutus que se refugiaron del otro lado de la frontera han mantenido las tensiones con los tutsis de ambos países, Congo y Rwanda. El ataque de Nkunda, apoyado extraoficialmente por el gobierno rwandés, es un intento por expulsar de la región a las milicias hutu que el gobierno de Kinshasa se rehúsa a capturar.

A este escenario complejo, en el cual aparentemente las propias tropas de Nkunda han cometido excesos de violencia, se suman factores de mayor complicación. Para empezar, el ejército de Congo, un país de reciente entrada a la democracia electoral y que había esperanzado a muchos, increíblemente optó por dar media vuelta y retroceder ante el avance rebelde. No sólo abandonó a la población que debía proteger, sino que sus tropas -que se visten de forma irregular, incluyen adolescentes armados y no marchan en formación- han saqueado ciudades, campamentos de refugiados y masacrado civiles de su propio país. Paradójicamente, el ejército rebelde se ha mostrado disciplinado, ordenado y cauto en su despliegue militar.

Esta nueva explosión en el conflicto congoleño ha hecho estallar las junglas del Este del Congo. Las fotografías de la prensa internacional muestran ríos de civiles recorriendo los caminos de tierra de la región en búsqueda de refugio. Para empeorar la situación, muchos campos de refugiados fueron evacuados -por fuerzas aún sin identificar con certeza- e incendiados, lo cual ha obligado a muchas personas a reducirse hasta el último estrato de la supervivencia y huir a las junglas.

En medio de esto se encuentran las fuerzas de MONUC, que rápidamente se han visto desbordadas. La respuesta internacional hasta ahora ha sido lamentable. Por ejemplo, el gobierno francés –aún con un canciller destacable como Bernard Kouchner- se ha tomado el trabajo de aclarar que piensa oponerse al envío de refuerzos para MONUC que puedan separar a las fuerzas en conflicto y proteger a los civiles que se encuentran en el medio. La Unión Europea apuesta por esa palabra mágica que a sus ojos soluciona todo: la diplomacia.

Entretanto, Uruguay responde a informes poco probables que indican que sus fuerzas se retiraron de la línea de fuego para salvarse a sí mismas. Ante informes de que más del 70% del equipamiento de las fuerzas uruguayas está averiado o inutilizable, y aún sabiendo que los suministros básicos escasean, el gobierno de Uruguay se ha limitado a notificar que el próximo vuelo de socorro para sus propias tropas llegará el diecisiete de noviembre. La excusa que se presenta es que es la primera oportunidad en la que se contará con el C-130 correspondiente. Dos contingentes uruguayos están atrapados en medio de la zona de guerra: 15o soldados en Rutshuru y otro grupo de guardias en la devastada ciudad de Goma.

La comunidad internacional se ha manifestado con su usual decisión y efectividad: expresando "preocupación" y "urgiendo" un cese al fuego. Mientras tanto, en las junglas de Kivu manda el más fuerte, y en medio quedan civiles inocentes, que ya venían de situaciones horrendas. Está claro que se trata de una situación caótica en la cual, si ni las grandes potencias están dispuestas a arriesgar un ápice de esfuerzo, menos podrán hacer países de menor poder. Sin embargo, es un hecho que Uruguay tiene una presencia en la región. Quizá pueda hacer algo por salvar vidas inocentes, evitar una repetición de lo ocurrido en Rwanda en 1994 y, quizá, restaurar la dignidad de Naciones Unidas. Lo primero es proteger a sus tropas.

 
Lic. en Estudios Internacionales.
Universidad ORT - Uruguay

Published

2008-11-06

Issue

Section

Enfoques