ALGUNAS LECCIONES DE LAS ELECCIONES EUROPEAS

Autores/as

  • Théophile de Verne

Resumen

Las elecciones europeas del 25 de mayo pasado nos dejaron algunas claras enseñanzas sobre el “Estado de la Unión” y otras dudas importantes de cara a los próximos meses. He aquí lo que podemos aprender del escrutinio del 25 de mayo.

En primer lugar, entiéndase bien que NADIE vota en las elecciones europeas para las elecciones europeas. Las elecciones europeas no son, en la inmensa mayoría de los países, más que una validación o condena a los gobiernos nacionales y sus políticas domésticas. Esta es quizá la gran crítica que puede realizarse a este escrutinio, a saber que en el fondo no funciona más que como un enésimo mecanismo refrendario de la política nacional y de su clase política… como si con las diferentes elecciones nacionales, regionales, comunales, así como con esos ersatz de democracia directa que son los insoportables y constantes sondeos de opinión semanales y los iluminados debates en la “twistosfera”, no tuviésemos suficiente información para conocer la impopularidad de la mayoría de los ejecutivos y legislativos nacionales! No, los partidos políticos han optado por utilizar los fondos, recursos y espacio publicitario para llevar adelante debates y campañas nacionales (en lugar de utilizar la campaña para las elecciones europeas para lo que realmente está destinada, a saber, informar a la ciudadanía sobre los verdaderos debates europeos, sobre el futuro de la integración y sobre el rol y el funcionamiento de las instituciones europeas).

El discurso “Europeo” ha rayado en la liviandad más absoluta, con una profusión de lugares comunes capaces de hacer sonreír al más desinformado ciudadano. Los pro europeos han machacado una y otra vez con el “milagro europeo”, la paz, la fraternidad, la sinergia de las industrias, el mercado ampliado, etc., etc., etc. Los detractores han presentado sus clásicos argumentos del fin del Estado Nación, del abuso de poder de las élites de Bruselas, de su burocracia robótica y descerebrada, del peligro de Schengen y de la Europa desbordada por hordas de gitanos y africanos dispuestos a saquear las riquezas nacionales amasadas por los honestos trabajadores. Estos discursos no son nuevos, y los medios de comunicación son altamente responsables de la “idiotización” del ciudadano promedio, siempre más dispuestos a orquestar el clash televisivo que a organizar el debate de ideas. No debe sorprendernos entonces el desinterés de los ciudadanos por las elecciones, su desconocimiento del funcionamiento de la Unión y de los intereses en juego. Quizá la excepción y el ejemplo a seguir provenga de Alemania, donde el debate político y el rol de información de los medios de comunicación sobre los principales issues europeos es un modelo de información, precisión y transparencia.

Por lo tanto, si aspiramos a separar la política doméstica de la política europea, de la misma manera que separamos la política nacional de la política regional o municipal, es necesario realizar campañas realmente orientadas al contexto europeo, con una finalidad didáctica e informativa antes que nada. Esto permitiría en primer lugar sancionar (o recompensar) correctamente las políticas en su área de influencia: de la misma manera que muchas veces resulta injusto sancionar un gobierno departamental por los errores de una conducción nacional, conviene también distinguir entre el ámbito nacional del europeo. En segundo lugar, un mayor esfuerzo exegético e informativo permitiría reducir el impacto de los partidos extremistas, catalizadores de un discurso por demás impreciso, reductor y hasta falaz en muchos aspectos.

Esto me lleva a tratar la segunda enseñanza de las elecciones: el progreso de las fuerzas antieuropeas, sobre todo las de la derecha. Del 12% que representaban en la anterior legislatura, las fuerzas de la derecha antieuropea podrían alcanzar o superar el 20% de los escaños, dependiendo de la conformación de los futuros grupos parlamentarios. En la actualidad dos partidos europeos agrupan los movimientos de la derecha contestataria o directamente antieuropea. El CRE (Conservadores y Reformistas Europeos), liderado por los conservadores británicos, congrega a los partidos soberanistas, anti-federalistas y euroescépticos “blandos”, mientras que el ELFD (Europa de la Libertad y de la Democracia) agrupa los partidos nacionalistas duros y de extrema derecha. A esto hay que sumarle a los partidos No Inscriptos, como el FN o el PVV.

Por fuera (o dentro) de estos dos grupos, todo un conjunto de nuevos eurodiputados (inclusive algunos neonazis) deberán encontrar su lugar. Juegan en contra de la extrema derecha las diferencias ideológicas entre estos diferentes partidos así como la natural desconfianza de fuerzas que, al ser en su gran mayoría visceralmente nacionalistas y xenófobas, ven con desconfianza todo intento de cooperación y coordinación inter o supranacional. Así, los dos grandes vencedores de este escrutinio, el FN en Francia y el UKIP en Reino Unido, parecen no estar destinados a entenderse, en particular por la negativa del UKIP de juntarse con el FN al que considera infrecuentable. Inclusive en el caso de cierta afinidad cultural declarada, como entre el FN y el Partido por la Libertad holandés, las diferencias en política económica podrían dificultar una alianza. En efecto, al proteccionismo duro de Marine le Pen se le opone el liberalismo económico defendido por Geert Wilders. Estas diferencias entre los partidos de la derecha antieuropea han quedado patentes en la última legislatura, donde estas fuerzas han oscilado entre acuerdos y desacuerdos. Por ejemplo, el FN y el PVV tan sólo votaron de la misma manera en 51% de las ocasiones. En comparación, el UMP francés y la CDU alemana votaron de manera similar en 95% de los casos.

Al momento, sólo 4 partidos han decidido aliarse con el FN con vistas a conformar un nuevo grupo parlamentario, cuando para componer un grupo son necesarios 25 parlamentarios y 7 partidos nacionales. El UKIP parece a esta altura más próximo a liderar a la derecha antieuropea que el FN francés, pero las tratativas en las próximas semanas serán claves para determinar qué tan unida o fraccionada estará la extrema derecha en la legislatura 2014-2019. Una extrema derecha unidad podría representar un importante factor desequilibrante, aunque por el momento sea más factible prever la composición de 2 grupos distintos y la permanencia de un número importante de eurodiputados no inscriptos (los neonazis principalmente), diluyendo así el impacto desestabilizador de las fuerzas antieuropeas.

Podemos resaltar dos consecuencias importantes del progreso de la extrema derecha. A nivel europeo es posible prever en el futuro próximo un debate sobre la reformulación de los acuerdos de Schengen. De qué manera y con qué alcance es aún imposible de pronosticar, pero si acaso existe una enseñanza que los gobiernos nacionales, tanto de derecha como de izquierda han sacado en claro de las últimas elecciones, es que la porosidad de las fronteras europeas es un verdadero objeto de inquietud y preocupación. Hace tan sólo unos meses los suizos se pronunciaron a favor de una reintroducción de las cuotas a la inmigración de ciudadanos europeos, oponiéndose de hecho a los acuerdos de Schengen. Esto les valió la crítica de la Unión Europea y de los diferentes gobiernos nacionales (pero también las felicitaciones de Marine le Pen que saludó “la lucidez del pueblo suizo”). Irónicamente, hoy en día la mayoría de los políticos pro-europeos habla de reformular Schengen sin expresar claramente el alcance de tal propuesta, aunque dados los resultados de las últimas elecciones es de prever que no sea a favor de medidas aún más liberales.

La segunda consecuencia importante ligada al resultado de la extrema derecha es el fenómeno conocido como “contagion to the right”, donde el éxito del extremismo de derecha provoca una radicalización de la derecha tradicional, y hasta en algunos casos de la propia izquierda, en busca de votos. Esto podría conducir en el futuro a la adopción, por ejemplo, de políticas más restrictivas en materia de inmigración o menos liberales en relación a los derechos políticos y civiles.

Frente a este extremismo de derecha y de izquierda muchos quieren ver una deriva autoritaria y antidemocrática de las sociedades europeas. Lo que estamos presenciando, antes que nada, es la polarización y el fraccionamiento del universo de partidos tradicional, producto en parte de la crisis económica y política, es cierto, pero de manera mucho más grave resultado de la banalización del lexicón extremista. Cuando el FN, el British National Party o el PVV pasan a ser partidos como cualquier otro, entonces estamos ante el riesgo que su discurso anti humanista y anti liberal sea considerado como aceptable, lo que, en una democracia pluralista, es nada menos que un anatema.

Pero, frente al alza del extremismo y de las fuerzas antieuropeas, conviene recordar que más del 70% de la nueva bancada proviene de partidos pro-europeos. Ninguno de los dos grandes grupos parlamentarios, el Partido Popular Europeo (28,5% de los votos) y los Socialistas (25,4%) posee una ventaja clara que le permita componer una mayoría parlamentaria con algún otro grupo minoritario como los Verdes o los Liberales. Esto podría conducir a la conformación de una Gran Coalición entre las dos grandes fuerzas de la derecha y de la izquierda. Si estos bloques son capaces de no trasladar sus diferencias y sus disputas domésticas al nivel europeo, por primera vez podrían consolidar un gran frente unido capaz de aportar mayor estabilidad y legitimidad a la política europea. Ante el alza de los partidos antieuropeos, quizá no tengan otra alternativa.

Por último y en relación al punto anterior, la elección del próximo Presidente de la Comisión Europea marcará un antes y un después en la construcción europea. Con la interpretación del Tratado de Lisboa como base de la disputa, se oponen el Parlamento Europeo y el Consejo Europeo (compuesto por los 28 jefes de Estado y de Gobierno). Según su interpretación del Tratado, el Parlamento entiende que el futuro Presidente de la Comisión debe salir del grupo más votado; el candidato sería entonces el luxemburgués Jean-Claude Juncker. Para el Consejo, por el contrario, el futuro Presidente de la Comisión debe contar con el respaldo, por mayoría calificada, del Consejo Europeo. Esto confirma lo que se sabía desde hace meses, a saber que los ejecutivos nacionales no dejarán la elección del presidente de la Comisión en manos de las mayorías parlamentarias.

Más allá de la interpretación legal del Tratado o de la coherencia en la designación del futuro presidente, es necesario considerar las consecuencias en materia de imagen y de transparencia que esta querella puede tener. Si entre las críticas importantes que realizan los partidos antieuropeos encontramos la falta de democracia y de transparencia en la conducción de la Unión Europea, así como el sentimiento de alienación frente a un proceso de integración piloteado por élites desconectadas e irresponsables ante la soberanía popular, entonces el rechazo o el veto por parte del Consejo a un candidato elegido por y para el Parlamento, de acuerdo al voto popular, no haría más que agravar la incomprensión y frustración del ciudadano promedio.

En respuesta a estas críticas e inquietudes, el viernes 30 de mayo Angela Merkel brindó públicamente su respaldo al candidato del PPE, Jean-Claude Juncker, mientras que los gobiernos italiano, francés e inglés continúan dudando de la idoneidad de Juncker como Presidente de la Comisión. Otros ejecutivos, como el sueco o el húngaro, han claramente expresado su rechazo a esta candidatura. Esto sólo puede augurar un complejo y peligroso proceso de negociación que habrá de resolverse de manera clara en las próximas semanas.


Théophile de Verne - Université Paris I, Panthéon-Sorbonne

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Publicado

2014-06-05

Número

Sección

Política internacional