CINE PARA ENTENDER EL MUNDO (III)

Autores/as

  • Prof. Agustin Courtoisie

Resumen

Una cosa no quita la otra. Leer libros no ahorra ver películas. Ni ver películas dispensa de leer libros. Pero pudiendo introducirnos en los sutiles detalles de una realidad nueva para nosotros, parecería que en cada momento, lo mejor, es apelar al recurso que más elementos nos transmita y en menos tiempo. 

Los estudios internacionales, por su propia naturaleza, requieren más que ningún otro campo de investigación esa doble estrategia, que supone afirmarse en lo ya consolidado y al mismo tiempo, permanecer abiertos a lo nuevo, a lo cambiante. A veces ese rol lo cumplirá el libro: convengamos que hay cosas que no se pueden entender en poco tiempo. Y en otras, el cine será la mejor alternativa. Después de todo, un acceso integral, emotivo y racional a la vez, a determinada problemática –que insume menos de dos horas– no parece un recurso desdeñable.  

Esa ha sido la línea de argumentación, en esquema, que hemos seguido en nuestros anteriores artículos sobre “Cine para entender el mundo”, primera serie que hoy culminamos –lo cual no impedirá que en el futuro profundicemos en nuestra tesis acerca del cine como arma de conocimiento–.

Hoy nos vamos a referir al film de José Padilha, Tropa de élite, la taquillera y polémica película estrenada en Brasil a fines del año pasado.

En una entrevista de Vera von Kreutzbruck, publicada en El País Cultural (18/7/08), el director afirma que “en Brasil los narcotraficantes controlan las favelas y se pelean entre ellos para mantener el control de los territorios. Y la policía de Río, que tiene empleados mal entrenados y con sueldos bajos, en lugar de luchar contra ellos les vende armas para que se maten entre sí. Es una institución corrupta que se rige por sus propias leyes”.

Precisamente, la película muestra una densa trama de conflictos, con recursos similares a los del género documental. Narcotraficantes, policías especializados aludidos por el título del film, policías comunes, militantes de ONGs, estudiantes universitarios y personas de todos los sectores sociales, son presentados de manera harto verosímil en Tropa de élite. La riqueza mayor del film consiste en mostrar los puntos de vista contradictorios de cada uno de los actores sociales en escena. 

Por ejemplo, un policía, que también es estudiante universitario, discute sobre Michel Foucault en una clase ante sus sorprendidos compañeros, defendiendo su perspectiva acerca de la necesidad de la fuerza  para combatir el crimen. En otra escena, un capitán del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), irrumpe en una favela y mata a un narcotraficante.  Luego obliga a  un estudiante, que junto a otros compañeros acudía allí a comprar droga,  a hundir su rostro en el pecho sangrante del delincuente, preguntándole quién lo mató. Cuando el estudiante responde que el autor fue un miembro del BOPE, la respuesta del capitán no se hace esperar: los acusa a los estudiantes del crimen, por consumir droga y mantener el círculo vicioso.

La policía tortura, los narcotraficantes ejecutan sus crueles represalias, y todo hace pensar que la violencia responde a institucionalidades o estructuras perversas, que nadie ideó voluntariamente, pero que ya nadie puede desmontar.  Sin embargoTropa de elite rehuye todo el tiempo lo panfletario. Repare el lector, para comprender la no linealidad del film y su rigor constante, el coraje inusual de Padilha para evadir las teorías simplistas: “En casi toda Latinoamérica existe la creencia de que la violencia es el resultado de la miseria. En otras palabras, si hay mucha pobreza, habrá mucha violencia. Pero si uno mira las estadísticas de las Naciones Unidas, descubre que hay ciudades con mucha pobreza, como Lima o Bombay, y sin embargo tienen menos violencia y menos homicidios que en Río de Janeiro. Esto quiere decir que no hay una correlación directa entra la violencia y la miseria, que es lo que la mayoría de la gente piensa”.

Y luego agrega, por ejemplo, para descartar el fácil expediente de culpar a tal o cual sector político: “En una ciudad en donde hay tantos grupos diferentes que no se pueden comunicar entre sí existe la hipocresía, especialmente en la clase media y alta. Debemos comprender que la violencia es algo natural en Río y que es el resultado esperado debido a lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos. Esto no es una consecuencia de un proceso político. Ya hemos tenido un gobernador comunista, luego uno de derecha, ahora uno del centro y siempre hubo violencia”.

Un pasaje particularmente interesante de las declaraciones del cineasta, sobreviene cuando le piden que responda a la acusación de que su film es “fascista”: “Hay que ser muy ignorante para decir que la película es fascista. Los que dicen eso no saben lo que es el fascismo. El fascismo es un partido político organizado con una agenda política para todo el país, que intenta controlar el Estado, los medios de comunicación y el sistema educativo. Los del BOPE no tienen ningún interés político ni son regidos por una agenda política. Esa declaración no tiene ningún sentido, es pura estupidez decir eso”.

En suma, Tropa de elite permite acceder a un conjunto de realidades que no pueden ser comprendidas a partir de los esquemas sociológicos y políticos al uso. La droga y los verdaderos ejércitos  montados en torno de ella, la peligrosa pero en parte inevitable autonomía de los encargados en reprimir la delincuencia, el frecuente pecado de omisión de las autoridades y de buena parte de los sectores medios y altos de la sociedad, son apenas algunos de los elementos de una problemática que quizás pueda ser abordada con mejores chances después de ver el film.

No en vano el uruguayo Álvaro Buela, a continuación de la entrevista de José Padilha, ha explicado que “hay un deber-ser del cine latinoamericano en el imaginario global (miserabilista, quejoso, pintoresquista), y cualquier exponente que lo desborde o lo desafíe se somete a un mecanismo de control que, aunque no lo destruya, lo encierra y lo reduce a un par de adjetivos”.

A su juicio, Tropa de élite desconcierta por su calidad, que se desmarca de esos lugares comunes. Si faltaban motivos para recomendarla, podemos finalizar con las palabras del cineasta y periodista cultural uruguayo: “No solamente la película no es un "alegato" ni, mucho menos, "fascista", sino que se opone al fácil recurso de apretar la realidad entre las cuatro paredes de la ideología, ubicando al espectador en la piel del problema: una ciudad (Río de Janeiro) fuera de órbita, incluso fuera de la entidad republicana llamada Brasil, en la que se ha instalado un funcionamiento medieval. Como José Padilha es, ante todo, un documentalista, sabe que la moral de la historia surge de la mirada y de la interrelación de fuerzas que establecen las imágenes”.

 

*Profesor de Cultura y Sociedad contemporánea.
Depto. de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay

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Publicado

2008-07-24

Número

Sección

Culturales