La barbarie en Zimbabwe

Autores

  • Prof. Francisco Faig

Resumo

Dados los antecedentes históricos del Presidente Robert Mugabe, el mundo entero sabía que las elecciones que se avecinaban serían, casi seguramente, una reedición de las más obscuras prácticas que su régimen siempre utilizó.

Pero, esta vez, parecía que había una oposición fuerte y decidida a enfrentar al partido oficial. Es más, la primera vuelta, el 29 de marzo, la había situado con perspectivas auspiciosas de alcanzar la presidencia. A pesar de las brutales presiones del gobierno, Tsvangirai había superado a Mugabe en esos comicios cuyos resultados demoraron semanas en ser conocidos, lo que dio lugar a manifestaciones de protestas populares contra el gobierno.

La barbarie se desató a mediados de junio en Zimbabwe. Algunos casos dantescos llegaron a conocimiento de la prensa extranjera. Fueron al menos 86 los militantes del Movimiento por el Cambio Democrático (MDC), la oposición al presidente Mugabe, que fueron asesinados en esas semanas por las milicias vinculadas al partido del presidente, la Unión nacional africana de Zimbabwe – Frente Patriótico. Entre ellos la mujer de un líder local del MDC, que fue quemada viva por la milicia progubernamental, luego de sufrir la tortura con amputación de manos y pies. Se cuentan por miles los lesionados, y por cientos de miles los habitantes desplazados forzosamente en la campaña para evitar que pudieran concurrir a las urnas el día de la elección.

Pero la represión también llegó a las principales figuras de la oposición. El número dos del MDC, Tendai Biti, fue preso el 12 de junio cuando volvía de su exilio de África del Sur, acusado de alta traición.  Morgan Tsvangirai, el ex sindicalista de 56 años líder del MDC, fue preso en varias oportunidades en plena campaña electoral; en su último acto de campaña, 2.000 partidarios de Mugabe golpearon a los manifestantes pro- MDC con palos y barras de hierro. 

Frente a la “orgía de violencia”, Tsvangirai entendió que no podía pedir a su partido que participara en un acto electoral que ponía en riesgo la vida misma de los electores. Su decisión, cinco días antes de los comicios, fue de renunciar a postularse a la segunda vuelta de la elección presidencial prevista para el 27 de junio. 

La respuesta oficial fue de beneplácito. “Sólo Dios me puede retirar el poder que me ha dado”, había ya alegado el sempiterno presidente Mugabe (84 años).  La segunda vuelta lo tuvo como solitario candidato y obtuvo así el 85% de los sufragios, cuando en la primera vuelta había llegado en segundo lugar (a pesar de los masivos fraudes electorales) con el 43,2 % de los votos. Policía y milicias gubernamentales obligaron a los ciudadanos a concurrir a votar el 27 de junio, de forma de alcanzar cierta participación que, según fuentes oficiales, fue del 42% de los habilitados para votar. 
Las reacciones internacionales no se hicieron esperar. Javier Solana denunció lo que llamó un “simulacro de democracia”; Bernard Kouchner calificó a Mugabe de “asesino” y,  Estados Unidos y el Reino Unido, reafirmaron que el gobierno de Mugabe perdió toda legitimidad. Canadá tomó medidas concretas contra las autoridades de Zimbabwe cuyos aviones además, no podrán sobrevolar o aterrizar en territorio canadiense.

El tema de las elecciones en Zimbabwe se trató en la reciente sesión ordinaria de la Asamblea de la Organización de la Unidad Africana, que se reunió en Sharm-el-Sheik (Egipto), pero no se llegó a una condena explícita. La Asamblea recibió a un Mugabe decidido a defenderse de cualquier acusación de fraude y violencia política y que encontró aliados entre sus pares. El presidente de Gabón, Omar Bongo Ondimba, en el poder desde hace más de veinte años, afirmó que “los africanos son capaces de decidir por sí mismos. Hemos acogido a Mugabe como a un héroe”.

La clave es la posición de los países de la región. Zambia, Tanzania y Botswana son críticos del camino emprendido por Mugabe. Pero África del Sur, el actor de peso en África Austral, es el principal sustento de Mugabe. El presidente sudafricano Thabo Mbeki vivió en Zimbabwe parte de su exilio en tiempos del apartheid. Su gobierno ve con buenos ojos una apertura al diálogo entre Mugabe y la oposición y una negociación que permita alcanzar “un gobierno de transición”. Empresa a todas luces imposible en el Zimbabwe de hoy. 

Las presiones internacionales europeas y norteamericanas no alcanzaron para revertir la situación de Zimbabwe. Mugabe, por el contrario, apoyado en actores regionales, se ha reafirmado en su camino de barbarie. La responsabilidad de África del Sur es, en este sentido, patente y grave. 

Entretanto, la catástrofe a la que ha llevado el gobierno de Mugabe se agrava. La inflación no para, la desocupación llega al 80% de la población, la desintegración económica y social se profundiza: en la actualidad, se precisan más de 6 mil millones de dólares zimbabwenses para obtener un dólar de Estados Unidos… El futuro de Zimbabwe es angustiante; las responsabilidades de la barbarie desatada compartidas, entre el sanguinario Mugabe y sus apoyos internacionales.

 
Profesor de Sistema Internacional Contemporáneo
Lic. en Estudios Internacionales. 
Universidad ORT - Uruguay

Publicado

2008-07-17

Edição

Seção

Política internacional