La situación en Zimbabwe

Autores/as

  • Prof. Francisco Faig

Resumen

El 14 de abril pasado la oposición política de Zimbabwe, liderada por Morgan Tsvangirai y su Movimiento por el cambio democrático (MDC) llamó a una huelga general. Se trató de un intento más de presionar para acceder a los resultados oficiales de la elección presidencial del 29 de marzo que, de acuerdo a diversos analistas, pondrían en tela de juicio la reelección del presidente Robert Mugabe.

La situación en Zimbabwe preocupa a una Africa austral que no quiere enfrentarse a una situación de desestabilización que, en particular para Africa del Sur, contradice sus intereses de potencia regional ineludible.

El presidente Mugabe, de 84 años, está en el poder desde 1980, cuando alcanzó el cargo de primer ministro luego de liderar una guerrilla nacionalista contra el gobierno blanco que constitucionalmente había definido una suerte de apartheidracial en los años setenta. Ese mismo año, los británicos acordaron la independencia de Rhodesia del Sur, que se transformó en el actual Zimbabwe.

Mugabe es, en realidad, el último sobreviviente de los grandes líderes políticos que condujeros el proceso de descolonización. Y en parte por ello Mugabe es presidente desde 1987. Luego es reelecto, en comicios discutidos, en 2002. Al año siguiente se desató una crisis agrícola de magnitud ya que el poder presidencial expropió las tierras de los grandes terratenientes blancos. Al año siguiente, el viejo granero del sur de África, no alcanzó siquiera a satisfacer su demanda interna de alimentos de origen agrícola.

Con más de 13 millones de habitantes, Zimbabwe presenta índices de desarrollo escalofriantes. La esperanza de vida es de apenas 39 años, el 20% del total de la población adulta está infectada por el virus del sida, el 80% de la población no tiene trabajo, el crecimiento en 2007  presentó un guarismo negativo de 6% y la inflación a enero de 2008 era de 100.000%  (cien mil) anual.
 
Después de ocho años de depresión económica y de resultados nefastos, los cambios políticos en Zimbabwe son urgentes. Sin embargo, Mugabe asegura que la oposición no llegará al poder mientras él esté vivo. Para contrarrestar esta situación caótica, Mugabe ha prometido la “indigenización” de las empresas – suerte de nacionalización étnica – y el aumento de salarios públicos. Medidas que son insatisfactorias para una población agobiada que hace tiempo que descree de Mugabe. Es que en realidad, las energías del gobierno están puestas en la implementación de fraudes electorales masivos como los que muy probablemente hayan ocurrido en las elecciones del 29 de marzo.
 
El continente africano presenta recurrentemente situaciones de desorden político extremo. Los procesos de descolonización de los años sesenta y setenta no lograron generar, en la mayoría de los casos, estados-nación que institucionalmente aseguraran el desarrollo del bienestar de sus poblaciones. Los paradigmáticos casos de Mobutu en el Congo o de Mugabe  en Zimbabwe ilustran estas situaciones que ponen en tela de juicio la viabilidad misma del Estado.

A esta dificultad institucional esencial se agrega la falta de cultura política pluralista que abra paso a una alternancia en el poder de distintos partidos que acepten la discrepancia como un escenario natural de la democracia, sin que ello implique la liquidación de quien piensa distinto.

Alcanzar el poder se transforma así en un objetivo en sí mismo, que permite el desarrollo de cleptocracias muchas veces apoyadas desde distintas ex potencias coloniales europeas, y que dejan perdurar en el tiempo regímenes de explotación económica que favorecen intereses capitalistas centrales. Un dato alcanza para ilustrar esta realidad: el total de la deuda externa del continente subsahariano es menor al conjunto de depósitos de orígenes africanos privados – por lo general, empresarios y políticos - que descansan en bancos europeos.

El ejemplo de Mugabe prolonga, en el siglo XXI, una situación que no es nueva en el continente pero que igualmente siempre termina llamándonos la atención. Ni espíritu republicano, ni respeto institucional democrático, ni sentido histórico nacional, ni perspectivas de desarrollo de largo plazo. Zimbabwe se enfrenta a una desintegración social cuyas consecuencias serán, sin dudas, a la vez angustiantes y duraderas.

 
Profesor de Sistema Internacional Contemporáneo
Lic. en Estudios Internacionales. 
Universidad ORT - Uruguay

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Publicado

2008-04-17

Número

Sección

Política internacional