¿Cómo enseñar Historia en un mundo global?
Resumen
EDUCAR para un mundo global involucra enseñar de otro modo la historia. O por lo menos eso es lo que sugieren algunos respetables autores preocupados por el tema. En pocas palabras: cualquier construcción de bloques políticos y comerciales de escala planetaria, pasa necesariamente por ciertos requisitos simples de enunciar pero difíciles de cumplir. Por ejemplo, respetar la diversidad y el pasado cultural de los futuros socios, y manejar con prudencia la elección de los supuestos puntos en común para lograr acuerdos sustentables.
Una primera aproximación al asunto la puede proporcionar Tony Judt, el autor de la monumental “Postguerra. Una historia de Europa desde 1945”, cuando estampa este sugerente epígrafe de Ernest Renan en uno de sus últimos capítulos: “Olvidar es un factor esencial para la creación de una nación; el progreso de los estudios históricos supone con frecuencia un peligro para la identidad nacional. La esencia de una nación es que los individuos tienen muchas cosas en común y también que han olvidado muchas otras”. (1) Puede desconcertar a algunos lectores esa reivindicación del “olvido”, pero la sentencia de Renan –citado por Judt–, empieza a lucir más razonable si se considera la total imposibilidad humana de consumar plenamente su estricto opuesto, la “memoria”.
Ocurre que la condición inexorable de toda memoria es la selección jerárquica, el recorte, los acentos. Algo brilla en el recuerdo sí y solo sí, al mismo tiempo, el historiador, el docente –o el periodista– ejecuta en forma simultánea la operación de sumergir en la sombra del olvido muchas otras cosas. Y lo que se dice allí sobre las naciones y sus ciudadanos puede afirmarse, acaso con mayor razón, de las estructuras supranacionales y los países que las integran. Quizás haya mucho que olvidar, a la hora suprema de integrarse, porque sin alianzas no hay sobrevivencia.
Por su parte, y no ya desde la responsabilidad del historiador sino desde los deberes del educador, alguien afirma: “La identidad europea no podrá surgir de una uniformización cultural imposible, ni deberá construirse contra el «otro» (el Islam sería el más posible candidato a personificar ese otro)”. El autor de la frase es Juan Carlos Ocaña, investigador y docente, responsable del espacio digital “La historia de la Unión Europea”.
Muy oportunamente, Ocaña resume en forma elogiosa las propuestas de Jürgen Habermas para establecer una base sustentable de los posibles acuerdos: “En una democracia liberal, los ciudadanos deben de ser leales y sentirse identificados no con una identidad cultural común, sino con unos principios constitucionales que garanticen plenamente sus derechos y libertades. Esta propuesta es especialmente sugestiva, entronca con lo mejor de la tradición liberal y tolerante de Europa, y huye y combate al nacionalismo étnico, el gran enemigo de la paz y la libertad en la Europa que se adentra en el siglo XXI”. (2)
Un tercer ejemplo, al cual dedicaremos algunas reflexiones adicionales, nos permitirá esbozar una respuesta a la cuestión de cómo educar en un mundo global. Se trata del español Mario Carretero, catedrático de Psicología Cognitiva en la Universidad Autónoma de Madrid, y autor de “Documentos de identidad”. (3)
Su investigación linda con varias disciplinas, y ese carácter fronterizo es aprovechado para inyectarle al libro la amenidad propia de algunas de las áreas involucradas. Esto compensa la inevitable aridez de otras: la historia se indaga junto a la enseñanza de la historia, la epistemología junto a la psicología, la construcción tanto intelectual como afectiva de los contenidos de los programas de la escuela y el liceo, junto a las consecuencias sociales y políticas de la educación tradicional en un mundo global.
Carretero denuncia la irracionalidad de ciertas prácticas escolares y señala que es más fácil advertirla “desde afuera”, cuando miramos los contenidos de la historia patria de otros países diferentes al propio. Ello prepara el camino para advertir las simplezas o deformaciones en el aprendizaje de la historia nacional que a cada uno le tocó en suerte.
“Documentos de identidad” incorpora ejemplos de la enseñanza de la historia en todo el mundo, pero con especial énfasis en países como Argentina, México, Alemania, España, Estados Unidos y Japón. La preocupación central de Carretero apunta a los efectos negativos que podría tener la enseñanza de las historias nacionales, en tanto suelen tender a una actitud emocional y hostil con otros países, como condición elemental de la propia identidad.
Si bien su planteo involucra a todo el planeta, en la Unión Europea el problema adquiere una relevancia práctica inesperada: es imposible continuar con las narrativas escolares que exaltan a los propios héroes mientras se demonizan a los de los vecinos y, al mismo tiempo, encontrar las raíces comunes de tolerancia y respeto mutuo que hagan viable un proyecto continental. Pero sería ingenuo hoy en día, según el autor, sostener una noción de ciudadanía cosmopolita similar a la que postuló la Revolución Francesa, porque se partiría de una falsedad: basta mirar las escandalosas desigualdades del planeta. “Ni la postura patriótica ni la cosmopolita pueden hoy satisfacernos”, sostiene Carretero (p. 308). “La mayoría de los analistas actuales de la educación –por ejemplo Delval, Postman, Savater–, coinciden en destacar la importancia de una cultura de paz y entendimiento ciudadano que permita comprender al otro. En ese objetivo suelen estar de acuerdo todos los agentes educativos de la mayoría de los países. Sin embargo, no lo están en lo referente a cómo se lo lleva a cabo y con qué contenidos” (p.28).
“Documentos de identidad” es una obra imprescindible para quienes se interesan por los estudios internacionales. El inteligente prólogo del catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, José Álvarez Junco, logra decirlo de un modo más neto, y casi preferible a las fermentales incertidumbres de Mario Carretero: o se suprime la historia en la escuela, y se enseña una nueva asignatura denominada, por ejemplo, “Mitos y leyenda patrias”, o se educa a todos en el “paradigma ilustrado” que también tiene mucho de mítico, pero por lo menos en principio no excluye a nadie del festín global.
En sus palabras: “Podríamos pensar en volver al paradigma ilustrado y, tomando como sujeto a la humanidad en lugar de la nación, enseñar un relato basado en la idea de progreso, y explicar cómo el género humano ha ido paulatinamente superando la miseria, la opresión, la violencia y la injusticia... Es también un cuento de hadas, pero al menos no le hace daño a nadie, no se dirige contra ningún grupo étnico ni ningún vecino; y sus posibles efectos moralizantes, si llega a tenerlos, irán en el buen sentido” (p.16).
NOTAS
(1).- JUDT, Tony, “Postguerra. Una historia de Europa desde 1945”, Ed. Taurus, Madrid, 2006, p.145.
(2).- OCAÑA, Juan Carlos, “La historia de la Unión Europea”, www.historiasiglo20.org/europa/index.htm
(3).- CARRETERO, Mario, “Documentos de identidad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global”, Ed., Buenos Aires, 2007.
*Profesor de Cultura y sociedad contemporánea.
Depto de Estudios Internacionales
FACS – ORT Uruguay
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