A PROPÓSITO DEL TERRORISMO

Autores/as

  • Pablo Brum

Resumen

No o es lo mismo hablar de un revolucionario, de un insurgente, de un guerrillero y de un terrorista. Son términos muy emparentados, mezclados y a menudo efectivamente aplicables a una misma persona u organización. Sin embargo, la lógica conceptual indica que esto no siempre es así.

El término más polémico de todos estos, y de hecho de toda el área de estudios de la seguridad y las guerras no convencionales, es sin duda “terrorismo” y sus variantes. A juzgar por el uso que se le da al término en incontables disputas, todos y nadie son terroristas. Incluso se suele decir que el término solo tiene utilidad política – es decir, que se usa simplemente para demonizar al enemigo y que por lo tanto no tiene valor real. Nada más equivocado.

El terrorismo existe porque también existe el no-terrorismo. Es decir: el terrorismo es un acto voluntario, planeado, ensayado, pactado, oculto hasta el momento de su ejecución y luego celebrado precisamente por su naturaleza terrorista. Es, por usar un término cotidiano, opcional.

Muchas personas se harán una idea de qué es el terrorismo instintivamente: por lo general es posible intuir cuándo se está en la presencia del mismo y cuando no. Sin embargo, la rigurosidad reclama una definición, y aquí se utilizará la siguiente: terrorista es aquel acto por el cual un combatiente utiliza a propósito la violencia contra los no combatientes de un conflicto, con el motivo de acelerar la rendición de su enemigo. Esta definición se inspira en docenas ya en existencia, principalmente en las de Bruce Hoffman y Martha Crenshaw.

¿Cuáles son los componentes principales de esta definición de terrorismo? El más importante es por lejos el blanco del terrorista: el no combatiente, quien por lo general será un civil o un grupo de civiles. La víctima del terrorista no es un soldado, ni un policía, ni quizá tampoco un presidente, monarca o primer ministro. Los blancos de los terroristas no son bases militares, cuarteles policiales, fragatas o vehículos blindados. Todos esos son combatientes y por lo tanto el enemigo directo: destruir a cualquiera de esos enemigos es, para el revolucionario o insurgente, desmantelar la capacidad de resistencia del enemigo. Si se lograra acabar con todos esos blancos hasta llegar a cero, el rebelde habrá triunfado. Como por lo general no es posible aniquilar a toda la fuerza enemiga, en la práctica los intentos no convencionales por atacar a los combatientes enemigos ocurren bajo la forma de la guerra de guerrillas.

Casi todos los demás blancos pasan a la esfera del terrorista. Son tantos que es imposible enumerarlos, pero he aquí algunos: escuelas, templos religiosos, edificios de oficinas, aviones de pasajeros, estaciones de trenes, comercios, bancos, restaurantes. Todos son tomados de la vida real: ya queda poco que algún terrorista, en algún lugar del mundo, no haya atacado. Claro está que ninguno de esos edificios, ni sus empleados, clientes, pasajeros o demás usuarios, porta normalmente un arma o participa de la supresión política o militar de las aspiraciones de un rebelde. El terrorista, de hecho, no tiene manera de saber qué opinan y hacen las víctimas de sus ataques: sus actos suelen ser indiscriminados.

¿Cuál es el cálculo del terrorista al efectuar estos actos? Aquí es necesario detenerse brevemente en el ámbito de la psicología. El terrorista comparte exactamente los mismos objetivos que el insurgente: se ve a sí mismo como un revolucionario. Existen pocas causas no revolucionarias que se hayan planteado el terrorismo como método, puesto que se trata de un extremismo. Sin embargo, para llegar a su fin político el terrorista ve defectos e ineficiencias en los aproximamientos de los demás.

Hay muchos insurgentes que han empleado el terrorismo como táctica al tiempo que la insertaban en un planteo político y guerrillero más amplio. Sin embargo, hay terroristas que nunca han realizado un planteo político serio. Al día de hoy muy pocas personas conocen cuál era la verdadera ideología, el verdadero sueño político de Usama bin Laden y su organización, al-Qaeda. No solo es ese el caso, sino que bin Laden y sus hombres jamás movieron un dedo por lograr la unificación del mundo islámico bajo un califato con Shar’ia, o ley islámica. En otras palabras: ¿de qué manera puede llevar la destrucción del World Trade Center a la fundación de un califato pan-islámico? Un insurgente como Mao Zedong o Ernesto Guevara consideraría semejante planteo completamente descabellado, y tendría razón.

El terrorismo, en particular el practicado por aquellos que son solamente terroristas y nada más, tiene entonces también raíces psicológicas. Es imposible comprender a terroristas como bin Laden, como Abu Musab al-Zarawi, como Andreas Baader, como Timothy McVeigh, como Anders Behring Breivik y tantos otros sin considerar algo muy sencillo: para algunos individuos lo político es en realidad secundario. El hecho de participar en la violencia, de humillar o destruir a un enemigo, de causar daño, caos y temor, es un impulso mucho más fuerte. La causa viene después; primero está la gloria.

Es por esta misma razón que el terrorista no suele practicar la guerra de guerrillas. Esta última requiere, al menos, un entrenamiento militar, un planeamiento delicado, y la necesidad de entrar en contacto con un enemigo armado. El terrorista considera que el guerrillero está perdiendo su tiempo: de todos modos, argumenta, jamás se aniquilará a todo el ejército enemigo. Mejor es, entonces, provocar su rendición dañando directamente el núcleo de la sociedad de la cual sale ese ejército.

Lamentablemente el terrorismo puede funcionar y lo ha hecho muchas veces. Ha habido prácticamente tantas campañas terroristas como proyectos revolucionarios han aparecido por el mundo. Muy pocos están libres de haber participado en dichos actos. Hasta Nelson Mandela, un revolucionario de primerísimo nivel, confesó en su autobiografía que su organización, el African National Congress, utilizó el terrorismo contra el régimen apartheid de Sudáfrica. Los triunfantes revolucionarios argelinos utilizaron el terrorismo salvajemente; sus contrapartes vietnamitas lo hicieron en mucho menor grado. En Europa hubo una ola terrorista en los 1970s, inspirada en buena medida por los grupos insurgentes urbanos del Cono Sur (quienes a su vez practicaron todos los métodos aquí descritos). En Medio Oriente no existe país que no haya conocido el terrorismo, a veces en formas insólitas. En el día de hoy, hasta en México existe una forma de terrorismo que no le termina de cerrar a los analistas: el narco-terrorismo, que tiene una finalidad criminal-económica más que política, pero que sin embargo no deja de cumplir con todas las demás características del fenómeno.

En conclusión, esta breve discusión del terrorismo busca trazar los principales rasgos del fenómeno, y sobre todo diferenciarlo de los demás. Un coche bomba en Bagdad es muy diferente del asalto al cuartel Moncada, y así con incontables ejemplos a lo largo de países, épocas y causas políticas.

Sobre el autor

Lic. en Estudios Internacionales,
Universidad ORT-Uruguay;
Magíster en Seguridad Internacional,
Georgetown University

Descargas

Publicado

2013-11-21

Número

Sección

Enfoques