DANIEL VIDART, EL TANGO Y EL MAGO

Autores/as

  • Natalia Almada

Resumen

El pasado 26 de setiembre, la Universidad de la República (Udelar) entregó el título de Doctor Honoris Causa al antropólogo Daniel Vidart. El reconocimiento le fue otorgado pocos días antes de cumplir los 93 años.

La distinción fue una iniciativa del Centro Universitario de Paysandú -departamento del cual es oriundo-, que elevó la propuesta al Consejo Directivo Central de la Udelar, y éste la aprobó por unanimidad. El trabajo de Vidart en tanto antropólogo, ensayista, investigador y docente abarca temas tan diversos como los pueblos indígenas, nuestro origen criollo, la identidad nacional, la filosofía ambiental, el tango, la contribución del inmigrante, la sociología rural, entre tantos otros.

“El antropólogo es un curioso impertinente que pisotea la hojarasca de los prejuicios”, dijo durante la ceremonia de entrega del doctorado, en el Paraninfo de la Universidad. Una curiosidad que, por cierto, parece inagotable. A poco de cumplir los 93 años, Vidart, impertinente, continúa pisoteando hojarascas. Prueba de ello, es que en estos días está abocado a la escritura de tres libros: Marihuana, la flor del cáñamo, La mirada del antropólogo: Uruguay adentro y La mirada del antropólogo: Uruguay afuera.

Este “paisano con lecturas” –como se autodefine- continúa estudiando, investigando y disertando. Al día siguiente de haber recibido el doctorado Honoris Causa, Vidart participó del coloquio internacional El tango ayer y hoy organizado por el Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán, que tuvo lugar en Montevideo.1 Lo hizo con una ponencia acerca de la figura de Carlos Gardel. La semblanza del Morocho del Abasto terminó convirtiéndose en una suerte de pretexto para abordar, desde una perspectiva antropológica y ensayística, el tango en general –con su componente sociológico, sus movimientos y su lenguaje-, y la sociedad que lo vio nacer. La presentación estuvo salpicada, aquí y allá, de referencias y anécdotas personales acerca de su relación con la antropología, con el tango y con Gardel.

“Una vez, en un banquete, le preguntaron a Gardel dónde había nacido. Carlos se levantó, se abrochó el saco y dijo: ‘señores yo soy tan rioplatense como el tango’”. Así comenzó. La frase, más que oficiar de disparador para adentrarse en las controversias que rondan el lugar de nacimiento de El Mago, sirvió de elemento introductorio para abordar el surgimiento del tango.

“Hubo a fines del siglo XIX una sociedad rioplatense que cocinó los nutrientes del tango en ese gran puchero donde se forjó la identidad ciudadana de tres urbes y tres humanidades: Montevideo, Buenos Aires y Rosario”, continuó Vidart. Y si bien aclaró que la tan manida discusión sobre el origen de Gardel poco le interesa, aportó una referencia familiar. “Mi padre era muy generoso conmigo y siempre me llevaba a ver distintos espectáculos, por ejemplo, la comedia francesa. Para el último recital que dio Gardel (en nuestro país), mi padre, que había nacido en Paysandú, había comprado dos entradas. ‘Papá, llevame a escuchar a Gardel’, le pedí. ‘No. Le dije a Carlitos de Horta que lo iba a invitar a escuchar a ese muchacho de Tacuarembó’, me contestó. Eso me lo dijo mi padre y lo recuerdo siempre”.

En otro pasaje, Vidart rememoró que, en sus orígenes, el tango era bailado entre hombres. Lo hizo a través de la evocación de un personaje que conoció muchos años atrás y cuyo testimonio recogió en su libro El tango y su mundo. Se trata de Valentín Batista, “lechuza del mercado” y viejo bailarín. “‘Bailábamos los muchachos con las personas mayores para aprender las figuras del tango. Un hombre le enseñaba a otro hombre. Le quiero enseñar las figuras que yo sé’, me dijo un día. ‘Era maravilloso verlo bailar’”, relató.

El tango, en realidad, nació como danza, hacia 1880. Como baile, con su repertorio de pasos y figuras, primó hasta 1930. A partir de la década del veinte y hasta la del cincuenta, la etapa de la canción atravesó su gran ciclo. Se desarrolló en escenarios de arrabales, cafetines, rufianes, vagos, malandrines, borrachos y timberos.

Más adelante, el antropólogo se refirió a cómo con Gardel ocurrió lo opuesto a lo que sucedió con los payadores del campo latinoamericano. Mientras éstos transitaron desde la crónica al mito –transformados en personajes fabulosos en la memoria de los paisanos-, Gardel hizo el recorrido inverso y se encargó de fabricar mitos tras los cuales ocultar algunos aspectos de su vida. “Su lugar de nacimiento, su adolescencia de chorro de barrio, sus años de capanga, su discutida peripecia sexual, sus amores y desamores, amén de otros misterios laterales, eran manejados por él con sonrisas abiertas y evasivos silencios. Creaba alrededor suyo un aura de incertidumbre que sentaba bien a su fama de príncipe de los cantores”.

Pero más allá de mitos construidos, Gardel logró imponerse con su voz. Así lo señala Vidart cuando dice: “Su perpetuación no se fundó en ninguna martingala sentimental. A Gardel se le acataba por el imperio de su voz. Gracias a ella, lo que canta y cuenta fue aceptado como arquetipo cultural, como mensaje memorable. (…) Todos los cantores que han sucedido a Gardel cuentan con un sector de incondicionales y otro de detractores. Gardel sólo tiene admiradores o no los tiene. No es una gratuita paradoja. Hay quienes no gustan de lo que canta Gardel, pero no pueden negar el “hecho Gardel” y el hechizo de una voz que ha vencido al olvido. Y ojalá que así sea”.

Ese fue el Gardel que trascendió la frontera rioplatense. Pero a decir de Vidart, antes hubo otro. “Antes de volcarse a las letras de tango, Gardel comenzó con un cancionero que evocaba la vida rural. Ese Gardel es el orillero, el cantorcito de los suburbios, de quien Jorge Luis Borges decía que tenía una entonación atiplada, arrastrada, entre conversadora y cantora. El primer clarinazo que anuncia su ingreso al universo del tango vino después”.

Aquel repertorio campero se fue modificando a medida que las ciudades y sus entornos también fueron cambiando. Y, poco a poco, Gardel fue intercalando algún tango hasta que, finalmente, “gracias a su influencia, el tango ascendió de los pies a la boca”.
El estilo inaugural del Morocho del Abasto fue la de un cantor orillero que, según Vidart, no se destacaba por ser el mejor de su tipo. “Cuando Gardel empezó a cantar, había muchos mejores cantores que él. Pero se los comió el alcohol, la timba y las mujeres. Son frases que me dijeron y las recuerdo muy bien”.

Luego, la historia es más conocida. El repertorio del Zorzal Criollo se adentró definitivamente en el mundo del tango y abordó lo sentimental y también lo malevo. Su fama pronto trascendió las fronteras rioplatenses. Pero hubo un tiempo en el cual “sus admiradores estaban entre aquella humanidad sin alivio que paraba la olla en los ranchos y en las pensiones”.

La exposición de Vidart en el coloquio internacional El Tango ayer y hoy fue mucho más profunda y extensa de lo que recoge esta breve reseña. De todos modos, estas líneas sirven de pretexto para referirnos al trabajo de una de las personalidades académicas más importantes de nuestro país que acaba de recibir el título de Doctor Honoris Causa.

Sobre el final de su ponencia, Vidart hizo alusión al resurgimiento, tiempo atrás, de la cumbia y del rock. Lo hizo, fiel a su estilo, sin emitir juicio. “Es otro mundo”, dijo. “Pero, a pesar de eso, pienso que Gardel perdura, no sólo en los viejos como yo que lo escucho con devoción, y que sé que para mí representa el imposible retorno de un mundo juvenil que viví muy intensamente. (…) Yo bailé muy bien el tango. Me lo enseñó Valentín Batista. Pero cuando empezaba a bailarlo como yo sabía hacerlo, mi mujer me decía: ‘Quedate quieto Daniel, no te hagas el reo’. Entonces, tenía que bailar con mucha mayor prudencia, y no podía hacer sentaditas ni nada de eso”.



1 Elcoloquio internacional “El tango ayer y hoy”, organizado por el Centro Nacional de Documentación Musical Lauro Ayestarán, tuvo lugar en Montevideo entre el 27 y el 30 de setiembre.

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Publicado

2013-10-10

Número

Sección

Culturales