MENOS SIRIA, MÁS SORIA
Resumen
Dicen las crónicas en la mitad de la aparentemente imparable hegemonía de José María Azar en La Moncloa que recibió una advertencia: “Menos Siria, y más Soria”. Para los españoles, el uso de esas dos palabras casi idénticas llamaba eficazmente la atención y facilitan el inicio de entender el trasfondo del aparente ingenioso consejo, y mantenían el intrigante interés. Para los no necesariamente bien versados en la historia y geografía de España, conviene recordar que Soria es una ciudad española, capital de la provincia del mismo nombre, perteneciente a la comunidad autónoma de Castilla-León. Sus habitantes tienen la bien ganada fama histórica de ser resistentes al esfuerzo laboral, orgullosos de su honestidad y tenacidad en enfrentarse a las dificultades.
Su figura literaria más destacada fue el poeta Antonio Machado, quien además de forjar la admonición de “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, entronizada universalmente por Joan Manuel Serrat, se refirió a Soria como “árida i fría. A pocos kilómetros, la hazaña de la antigüedad de esas tierras más recordada fue el asedio sufrido por la ciudad de Numancia ante las legiones romanas, lideradas por Publio Cornelio Escipión Emiliano, nieto del conquistador de Cartago. La lengua española se refiere como “resistencia numantina” a la persistente actuación en afrontar ataques y defender principios.
En todo caso, el ingenioso asesoramiento ofrecido a Aznar se refería a la conveniencia, con el fin de capturar la reelección en 2000 y la consiguiente mayoría absoluta, de dedicar mayor atención a la política interior (“Soria”) que a los temas exteriores (Siria), a los que Aznar se sentía irresistiblemente inclinado. Según la mayoría de fuentes, el autor del consejo fue su entonces ministro Jesús Posada y ahora Presidente del Congreso de los Diputados, nacido en la misma Soria, aunque otros informes señalan a Carlos Aragonés, jefe del Gabinete de Aznar.
En fin, la ocurrencia se ha asentado en el lenguaje político, ilustrando, por un lado, la prudente opción a tomar por todo gobernante para elegir entre prestar atención al entorno inmediato. Después de todo, toda política es “local”. Por otro lado, puede resultar irresistible inclinarse por los movimientos a la luz de las brillantes candilejas de las relaciones internacionales, en terrenos ignotos (“Siria”), codeándose con las máximas figuras mundiales.
Lo cierto es que Aznar disfrutó de un impresionante éxito al moverse en la amplia “Siria” abierta sangrientamente por el 11 de setiembre, la intervención de represalia en Afganistán y la aventura de Irak, a la que acudió sin asentimiento del 90% de la “Soria” natural, por la que demostró tener un desdén tan notable como el embelesamiento de salir en la foto de las Azores, junto a Tony Blair y George Blair, para convertirse en una estrella universal, aunque en un escenario a cada momento más peligroso. En contraste, al haber causado por su irresponsable manipulación de la autoría del ataque terrorista de marzo de 2004 en Madrid, la derrota de su sucesor Mariano Rajoy (quien se refugiaba en su “Soria” gallega), abrió la puerta a la ascensión de Rodríguez Zapatero. Este joven político leonés, de forma natural para su personalidad e inclinaciones ideológicas, decidió rápidamente la retirada de las simbólicas tropas de Irak. Así resistió hasta que el apoyo de su “Soria” se agotó por la crisis económica. El premio lo recibió, a la tercera oportunidad, el “soriano-gallego” Rajoy.
Obama llegó a la Casa Blanca convencido de que debía escuchar la voz de su “Soria” natural, y establecer un plan para ir saliendo de la “Siria” que se había abierto desde el principio de la primavera árabe con la “revolución de los jazmines” en Túnez. Pero luego de haber sobrevivido con su táctica de “liderar desde atrás”, sobre todo en Libia, el reto del uso de las armas químicas en la Siria real, lo han colocado en un callejón sin salida: represalia o inacción.
Con el trasfondo de la decisión de su colega británico David Cameron de plegarse a los deseos de sus “sorianos”, que le vetaron intervenir en una acción contra El Asad, Obama ha mantenido la amenaza de castigar el crimen del dictador sirio, pero ha decidido sorpresivamente luego consultar con los representantes de sus “sorianos” en el Congreso y el Senado. Con esta decisión, Obama ha optado, de momento, por escuchar la advertencia de una opinión pública que en casi el 80% no apoya la intervención. Se ratifica así, en este capítulo, el aislacionismo innato de los norteamericanos, que solamente se aventuran en un apoyo masivo a las intervenciones exteriores en contadas ocasiones, como tras Pearl Harbour o el desplome de las Torres Gemelas.
En los próximos días resultará crucial observar cuál es el poder real de los “sorianos” de Estados Unidos, y cuál es la actitud ante las travesuras de los sirios reales. El problema para Obama es que tampoco sabe bien cómo explicar que la posibilidad de expulsar al líder sirio puede provocar la ascendencia al poder de una parte de la oposición que comparte con El Asad el odio por igual a Estados Unidos, el mundo occidental, e Israel.
De momento, justo después de su declaración en el pórtico del jardín de su residencia, la retirada táctica de Obama ha beneficiado a Cameron y le dejó respirar. Curiosamente, la ambivalencia del presidente norteamericano al condicionar el castigo al dictador sirio a la autorización congresista en Washington justifica la aparentemente irresponsable opción por acelerar un voto de Westminster. Aunque (¿temporalmente?) violó la sacrosanta “relación especial’, que siempre se aplica cuando de temas fundamentales se trata, la ralentización de Obama lo justifica. Pero el alto precio a pagar puede ser un daño irreparable al sólido vínculo atlántico entre los dos países.
Al otro lado del canal de La Mancha (lejos de Soria), quedaba, por otro lado, el papel secundario (pero también importante) a jugar por el presidente francés Hollande. Como líder de la potencia colonial que construyó la actual Siria ha sentido el remordimiento de quedarse descolgado, y se apresuró a prometer su apoyo a la arriesgada operación anunciada por Obama. Cuando éste se sacó el conejo de la chistera lanzándole un reto a lo sorianos de su congreso, Hollande quedó con el paso cambiado.
Ahora todos esperan ansiosos si los congresistas y senadores norteamericanos regresan de vacaciones urgentemente y rescatan a Obama de un ridículo que se mantiene peligrosamente como posible. El resultado de todo este drama seguirá colocando en el tapete el dilema de optar por “Soria” o “Siria”. De salirse con sus planes iniciales, Obama habrá ganado doblemente: responder al reto de los “sirios” con la ayuda de sus “sorianos”. Depende del éxito de la operación a mediano y a largo plazo…
Sobre el autor
Columista de "El País" de Madrid
Catedrático ‘Jean Monnet’
Director del Centro de la Unión Europea
Universidad de Miami
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