LAS GUERRAS DE LOS POBRES - Parte II

Autores/as

  • Pablo Brum

Resumen

En la primera entrega de esta serie sobre las guerras no convencionales se discutieron varios conceptos, particularmente el de guerra revolucionaria. Debido a que este tipo de conflicto involucra objetivos ambiciosos (tanto para los revolucionarios como para los contrarrevolucionarios), suele llevar a una violencia intensa. Más aún, las revoluciones triunfantes han sido indiscutiblemente motores de enormes cambios políticos y sociales en todas las épocas.

Dentro de las formas de llevar a cabo una guerra revolucionaria –descartada la vía puramente pacífica-, existe una que se destaca por ser la más amplia: la insurgencia. Este tipo de campaña es identificable por combinar un abanico de tácticas y métodos de actuación en un solo esfuerzo. En otras palabras, la característica definitoria de la insurgencia es la complejidad – y esa complejidad se observa mejor al notar actividades violentas y no violentas.

El mayor teórico de la insurgencia revolucionaria es Mao Zedong. En su libro “Acerca de la Guerra de Guerrillas”, conocido también como “Problemas estratégicos de la guerra revolucionaria de China”, escrito en 1937 en plena campaña revolucionaria en las montañas de Yan’an, Mao escribió con notoria capacidad el manual más útil para entender –y practicar- una revolución violenta. Es muy importante notar que en aquel año Mao todavía estaba muy lejos de triunfar y finalmente gobernar China. En vez de eso, era un joven y carismático líder de un partido revolucionario en una suerte de exilio interno, con posibilidades muy remotas de volverse el gobernante del enorme país. El Mao posterior a 1949, dictador totalitario y asesino en masa, vendría después.

La razón por la que Mao es el más importante autor de estos temas no es solamente porque llevó a la práctica exitosamente lo que escribió en un país tan complejo como China. Es más bien que Mao es quien mejor ha entendido la conexión esencial que tiene que haber entre la actividad política y la actividad militar. En su texto, el futuro dictador chino, como buen comunista, no se cansó de subrayar que las actividades guerrilleras de las fuerzas revolucionarias deben siempre ser funcionales a claros propósitos políticos.

La fórmula revolucionaria de Mao transcurre entonces de la siguiente manera. El actor principal, el protagonista de la revolución, es el partido. Dentro de sí mismo el partido contiene unidades y divisiones dedicadas a diversas tareas. Entre estas se incluyen el adoctrinamiento de la población, la propaganda, el gobierno de las zonas que controla, la guerrilla, la inteligencia, y así sucesivamente. El partido hace política todo el tiempo: expresa su ideología, su plan de gobierno y su forma de gobernar en todas las oportunidades que obtiene.

Mientras que los cuadros políticos esparcen el discurso y las prácticas justicieras de la revolución, el ejército revolucionario lleva adelante, paralelamente, la guerra de guerrillas. Esta última es una actividad militar llevada a cabo por miembros entrenados específicamente para eso. La combinación de ambos frentes es lo que constituye el concepto central de esta entrega.

La insurgencia se vale entonces de muchas tácticas. En combate la principal es la guerra de guerrillas por las razones indicadas en la entrega anterior: el revolucionario suele ser el bando militarmente más débil y con menos recursos, por lo cual suele recurrir a esa forma – “para pobres” – de combatir. Hay más métodos de ejercer la violencia en una insurgencia: el terrorismo es una muy clara y común. Sin embargo, los teóricos como Mao y, por citar a uno muy conocido, Ernesto “Che” Guevara, han insistido en sus doctrinas revolucionarias en que el terrorismo no debe estar en el menú de opciones. Las razones son consecuentes de lo anterior: aterrorizar a la población, causarle daños humanos y materiales, y en general enemistarse con ella son valores antagónicos a una revolución popular.

Como se verá más adelante, esto no ha impedido que muchísimos revolucionarios hayan utilizado el terrorismo. Mao y Guevara, por ser comunistas, naturalmente tuvieron un planteo universalista que en teoría rechaza la violencia contra el indefenso; esto no les impidió usar el terrorismo una vez en el poder, ni tampoco a Lenin ser un ferviente partidario del mismo. Otros proyectos revolucionarios, de corte más nacionalista o teocrático, naturalmente tienden más al terrorismo porque definen desde el principio como inhumano, indeseable, o “sacrificable”, a porciones específicas de las sociedades humanas.

Hay muchos casos en los que se puede observar la contradicción entre terrorismo y revolución popular que Mao señala. En el mundo islámico en particular, tanto antes de la “Primavera Árabe” como ahora, el uso del terrorismo ha impedido el éxito de muchas causas. La más evidente es la palestina: hay pocas dudas respecto a que si no fuera por la dominación terrorista en perjuicio del desarrollo político, la causa de esa nación habría avanzado mucho más en las décadas pasadas, o incluso logrado la independencia. Algo similar ocurre con el formidable Hizballah en Líbano, el cual jamás podrá consolidar un apoyo masivo fuera de su propia colectividad religiosa, o sin ir más lejos el triste desvío de la actual revolución siria hacia conductas bárbaras.

Es importante notar entonces cómo interactúan estos conceptos. Insurgencia funciona mejor como una categoría amplia de esfuerzos revolucionarios que –valga la repetición- combinan varias tácticas. Cada una de esas tácticas puede a su vez ser el esfuerzo exclusivo de planteos revolucionarios no insurgentes. En otras palabras: han existido campañas puramente guerrilleras, y también puramente terroristas. Éstas, sin embargo, se discutirán en entregas aparte dedicadas exclusivamente a esos temas.

Para cerrar con la cuestión de la insurgencia es útil señalar ejemplos históricos conocidos. Naturalmente que la de China bajo el Partido Comunista de Mao Zedong –con Deng Xiaoping a la cabeza del sector guerrillero- es uno. También es una insurgencia clásica la larguísima campaña del Partido Comunista Vietnamita por unificar ese país bajo su hégira. Igual que en China, hubo un líder político –Ho Chi Minh- que se valió enormemente de un líder guerrillero de enormes talentos, como lo fue Vo Nguyen Giap. El hoy centenario General Giap tiene el privilegio de ser uno de los pocos seres humanos que puede afirmar haber derrotado a Japón, Francia, Estados Unidos y China en campañas militares.

En América está claro que las guerras revolucionarias por la independencia de muchos de sus países son equivalentes, cien años antes, a lo que concebía Mao. La revolución estadounidense tiene muy claramente delimitados los aspectos político y militar: era el Congreso Continental, con su particular representatividad política, el que reclutaba a George Washington para que formara un ejército que derrotara a las fuerzas británicas. El lado político, diplomático y económico jamás se descuidó: obsérvense los esfuerzos de Benjamin Franklin en Europa, o de propagandistas como Samuel Adams y Thomas Paine en las grandes ciudades donde todavía había muchos monarquistas.

El espacio no alcanza para citar más ejemplos en detalle, pero sí para mencionarlos: la Revolución mexicana, la fracasada campaña por el comunismo de las FARC, el olvidado Ejército Revolucionario del Pueblo-Partido Revolucionario de los Trabajadores (el nombre indica claramente su fidelidad a la doctrina maoísta) en Argentina, la Revolución argelina, la Revolución rusa, y muchas más.

En definitiva, es posible concluir que la insurgencia es un método primario de consecución de las revoluciones – pero que también es el más complejo. Cualquier libro o estudio de caso de los ejemplos citados aquí ahondará en la multiplicidad de esfuerzos y problemas que afronta quien se plantee semejante emprendimiento. A mayor ambición mayor dificultad; esto es algo para considerar al observar el estado actual de las guerras y los conflictos en el mundo.


Sobre el autor

Licenciado en Estudios Internacionales por la Universidad ORT-Uruguay y tiene una maestría en Seguridad Internacional en la Universidad de Georgetown – Estados Unidos.

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Publicado

2013-09-12

Número

Sección

Enfoques