EL CONSTRUCTIVISMO: SU REVOLUCIÓN ONTO-EPISTEMOLÓGICA EN LAS RRII - Parte I
Resumen
"Wir leben immer in einer Welt,
die wir uns selbst bilden.“
Johann G. Herder
“We construct worlds we know
in a world we do not."
Nicholas Onuf
Introducción
Es indiscutible que en los últimos años –grosso modo, desde finales de los 80’ hasta esta parte- el constructivismo se ha consolidado como una de las alternativas más sólidas a las teorías realistas y liberales, que, desde el fin de la Primera Guerra Mundial, ejercieron un dominio indiscutido, y aparentemente indiscutible, sobre la reflexión internacional. En la presente tríada de artículos pretendemos explicar a qué se debe ese particular suceso de este nuevo paradigma a la vez que intentaremos poner de relieve la “diferencia específica” del constructivismo con respecto al resto de las teorías de RRII.
En esta primera parte abordaremos las condiciones históricas e intelectuales que propiciaron al auge del constructivismo, mientras que en las dos siguientes trataremos respectivamente del declive del positivismo y de la contribución propiamente dicha de la teoría constructivista al estudio de las RRII.
a) El auge del constructivismo
El World of Our Making (1989) de Nicholas Onuf junto con el Anarchy is What States Make of It (1992) de Alexander Wendt son dos de los textos fundacionales del constructivismo en las RRII y constituyeron un punto de inflexión en la historia del pensamiento teórico de la disciplina. Y ello porque, ante todo, lo que Onuf y Wendt lograron hacer con sus respectivas propuestas fue romper con el modelo ontológico y epistemológico positivista que tanto el realismo como el liberalismo presuponían, tal vez no del todo conscientes, y en cuyo marco se había desarrollado toda la discusión teórica en RRII desde principios de siglo XX. Haciéndose eco de los desarrollos acumulados durante décadas en las áreas de la filosofía, de la antropología, de la lingüística y especialmente de la sociología, el constructivismo, en un movimiento kuhniano, propuso para la disciplina un cambio radical de paradigma.
Escudado en su nueva epistemología, el constructivismo se abrió paso justamente por allí donde el realismo y el liberalismo, y sus respectivas versiones “neo”, o bien no habían explorado lo suficiente o bien ni siquiera lo habían intentado debido a un esencial desinterés teórico. De esa forma, el constructivismo cobró un fuerte impulso, y fue así que la literatura de dicho enfoque virtualmente explotara para los años 90. Quizás los ejemplos más destacados de esa inusitada proliferación sean el National Interests in International Society (1996) de Crawford, el Legitimacy and Power Politics (2002) de Bukovansky, el Revolutions in Sovereignty (2001) de Philpott, Rethinking the World: Great Power Strategies and International Order (2007) de Legro, entre otros autores. Con esta prodigiosa producción intelectual, se redescubrieron viejos problemas, más que nada los ligados a la contingencia histórica, y se iluminaron otros, tales como los del origen, significación y legitimación de la idea de soberanía. Problemáticas todas que las teorías realistas y liberales habían sencillamente ignorado, al haberse anclado en enfoques más bien del tipo estructuralista e institucionalista, de corte positivista y racionalista, de preeminente carácter transhistórico.
En ese punto es bueno advertir que, en realidad, y a la luz de los múltiples desarrollos que ha tenido recientemente, no es preciso hablar de “el” constructivismo, como si fuera una corriente única, internamente consistente. Existen, como en el caso del realismo y del liberalismo, dentro del mismo paradigma constructivista distintos acentos y enfoques, que han pautado diferencias tanto en las líneas de investigación como propiamente teóricas. De hecho, es porque los desarrollos del constructivismo fueron tan rápidos como dispares, que, como muy bien retrata Stefano Guizzini en su “Reconstruction of Constructivism in International Relations” (2000), algunos autores, como Adler, Checkel, Hopf y también él mismo, se han empeñado en la tarea de reconstruir, con vocación sistematizadora, la coherencia interna del movimiento, amenazada, en algún punto, por la avalancha de artículos de eclécticas perspectivas que aparecieron en los últimos años.
Pero las razones para este particular auge del constructivismo, son varias. Sin embargo, a grandes rasgos las podemos dividir en dos: por un lado, las exógenas, es decir, las que provienen por fuera de la reflexión teórica propiamente dicha y, por otro, las endógenas, a saber, las que surgen de un desarrollo interno sea al pensamiento internacional mismo o en disciplinas aledañas. Comencemos por las primeras.
b)Caída de la URSS y sus implicaciones teóricas
Uno de los factores exógenos que más coadyuvó a la envión constructivista de los años 90 fue, sin dudas, la inesperada caída del muro de Berlin y el subsiguiente derrumbamiento de la URSS. El motivo por el cual estos acontecimientos fertilizaron el terreno para el constructivismo es muy sencillo y evidente: los mismos marcaban el fin de la Guerra Fría, y significaban, por sobre todo, el final del marco histórico-estructural que había amparado la emergencia de varias teorías de RRII, sobre todo, el neorrealismo de Waltz y el neoliberalismo de Keohane y Nye, que habían ejercido un predominio casi monopólico. En general despreocupadas por comprender los cambios sistémicos, puesto que éstos, se aducía, eran excepcionales, ambas teorías se vieron totalmente sorprendidas por los sucesos históricos que desencadenaron el final del comunismo y de una bipolaridad que se había creído falazmente como sempiterna. Es que esos cambios difícilmente podían ser explicados o predichos por unas teorías de fuerte prosapia positivista como las suyas, siempre desveladas por intentar desentrañar las hipotéticas leyes naturales que regirían la estructura objetiva e invariable del sistema internacional, que por atender las contingencias históricas, a menudo retratadas como accidentales o accesorias.
Pero, por su magnitud para el sistema internacional en su conjunto, el desplome de la Unión Soviética y, como consecuencia, de toda la estructura político-ideológica que se había montado alrededor de ella, no podía ser, bajo ningún punto de vista, un episodio histórico teóricamente marginalizable: convocaba a una reflexión profunda no sólo sobre la naturaleza del sistema internacional sino también sobre los fundamentos y, por ende, la validez de los enfoques teóricos planteados hasta el momento. Y es que, ante todo, la debacle soviética trajo al centro de la escena lo que el realismo y el liberalismo se habían empeñado en negar: en primer lugar, la ineludible importancia de la historia a la hora de entender el desarrollo de las RRII y, en segundo lugar, la necesidad de elaborar una teoría que efectivamente pensara los cambios estructurales y no como meras excepciones.
Hasta entonces, principalmente el realismo, se había enfocado en la producción de un herramental teórico que pudiera dar cuenta, en clave fuertemente cientificista y mecanicista, del funcionamiento de la estructura internacional. Pero, por otro lado, estaba completamente huérfano de toda reflexión metafísica sobre la naturaleza profunda de ésa estructura: a saber, su origen histórico, sus despliegues internos y su temporalidad. Tenía una teoría sobre cómo se daban las interacciones al interior de la estructura, no obstante, carecía de una teoría sobre la estructura misma. Simplemente se asumía que estaba “dada”, como el mundo trascendental de Platón o las ideas innatas de Descartes, y que, teniendo ese supuesto como base, podrían descubrirse sin más los patrones básicos del comportamiento internacional.
Sin embargo, ¿cómo era posible explicar la Perestroika y la Glásnost de Gorvachov parados desde el paradigma realista que asumía, con bastante ligereza, la existencia de una estructura a priori y supuestamente atemporal? Con la caída de la URSS, no pudo sino reconocerse o, mejor dicho, terminar de reconocerse, que el mundo internacional era definitivamente más complejo de lo que señalaban los presupuestos del realismo, cuya larga hegemonía teórica en la disciplina comenzaba a ser rápidamente socavada. En general, los realistas se vieron obligados a aceptar que, a la luz de lo sucedido, en la estructura internacional existen, cuanto menos, algunos “puntos de fuga” por donde su teoría falla.
Es que el fin del mundo bipolar reveló que no bastaba sólo con “medir” el poder nacional, definido generalmente en términos materiales, identificar la posición de los actores (Estados) en el sistema y, a partir de allí, derivar, como en un silogismo, unos intereses nacionales que aparentemente estarían abstraídos del espacio y del tiempo. Por otro lado, tampoco satisfacían los intentos, para finales de los años 90, más cosméticos que sustantivos, emprendidos por el realismo neoclásico de autores como Rose, Aferro y Labell, que buscaban matizar el materialismo, por momentos recalcitrante, del realismo así como su enfoque metodológico preeminentemente holista, cuando señalaban respectivamente la importancia de las ideas y de las elites en la toma de decisiones. El problema con estos intentos de revitalización del realismo es que, en lo esencial, mantenían el mecanicismo tosco sobre el cual el realismo había fundamentado su estructuralismo y con el cual había funcionado sin mayores dificultades por más de medio siglo. Pero justamente era ése mecanicismo lo que había que reformular.
Entiéndase bien, no se trataba de abandonar completamente el estructuralismo, si bien eso fue lo que propusieron en general las teorías posmodernas, sino de señalar sus evidentes carencias y limitaciones teóricas. En ese sentido, podemos decir que luego de la caída de la cortina de hierro, se convino en señalar que una teoría materialista del sistema internacional era ciertamente necesaria pero, en ningún caso, suficiente por sí misma para agotar la complejidad intrínseca de las RRII. Siendo muy lacónicos, podemos decir que la tarea urgente era la siguiente: había que conservar el estructuralismo pero, a la vez, había que superarlo, poniéndolo en nuevos términos. Y fue precisamente labor, casi hegeliana por lo que tiene de dialéctica, la que llevó a cabo el constructivismo al conjugar el enfoque estructuralista con una perspectiva, más que idealista –puesto que el concepto tiene connotaciones epistemológicas que no son asimilables al constructivismo– ideacionista ya que subraya la importancia de la intersubjetividad, de las ideas y de la historicidad en la conformación de cualquier estructura social, sea nacional o internacional.
Con esta perspectiva teórica novedosa, el constructivismo se volvió rápidamente exitoso en los círculos académicos pues con su parsimonia característica evita caer tanto en los excesos del materialismo como en los del idealismo, logró conquistar el llamado middle ground entre la teoría realista y liberal, que había estado vacante durante mucho tiempo y que el post-estructuralismo de las teorías posmodernas no supo cómo capitalizar.
Otro factor que coadyuvó a allanar el camino al constructivismo fue sin dudas el agotamiento de la concepción positivista de la ciencia, al cual le dedicaremos íntegramente la siguiente parte.
Sobre el autor
Lic. en Estudios Internacionales
Universidad ORT-Uruguay
Maestrando en Filosofía Contemporánea
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