PRESENCIA DIPLOMÁTICA Y COMERCIAL DEL URUGUAY EN EL MUNDO
Resumen
No es por cierto ninguna novedad el afirmar que el sistema internacional se encuentra en permanente mutación, lo cual exige a los servicios responsables de la planificación y ejecución de la política exterior de un país, un análisis regular, renovado e integral de los diversos factores que pueden afectar o condicionar los objetivos estratégicos del mismo en directa correspondencia con sus intereses nacionales. De tal forma, la presencia diplomática de ese país en el mundo debería lograr la mayor sintonía posible con tales objetivos, así como maximizar el uso de los recursos presupuestales disponibles con ese propósito. Es decir, resulta indispensable que la distribución física de las misiones diplomáticas a nivel bilateral y multilateral de un país, tanto las residentes como las concurrentes, tenga una razonable equivalencia con las prioridades de su política exterior y con la propia escala de sus expectativas comerciales.
En el caso del Uruguay, a fin de ponderar la existencia o no de esa razonable equivalencia, y en base a cálculos del Centro de Comercio Internacional (CCI), con sede en Ginebra, hemos elaborado una lista decreciente de los 20 países sin embajadas uruguayas residentes, que han registrado los mayores promedios comerciales bilaterales con Uruguay durante el último decenio. Tratándose de datos estadísticos de la OMC, figura Hong-Kong (China) en dicha lista. Por lo cual, si se lo excluye, se puede constatar que la participación de dichos países ha sido del 7,2% del total como destino de nuestras exportaciones, y del 5,6% como origen de nuestras importaciones. Por lo tanto, se puede deducir que alrededor del 94% de los intercambios comerciales del Uruguay con el mundo durante los últimos diez años, fueron realizados con países que cuentan con embajadas uruguayas residentes. Ello permite llegar a la conclusión primaria de que existe una adecuada correlación o sincronización entre las presencias diplomática y comercial de nuestro país a nivel global.
En la actualidad, Uruguay dispone de misiones bilaterales residentes en 49 Estados, cifra equivalente al 25% de los 193 Estados Miembros de la ONU. Como contrapartida, el cuerpo diplomático residente en Montevideo hoy en día asciende a 41 embajadas, equivalente al 21% de la membrecía total de la ONU. Consecuentemente, 8 países no están aplicando la reciprocidad al carecer de representación diplomática en Uruguay (Arabia Saudita, Australia, Austria, Bélgica, India, Polonia, República Checa y Suecia).
En cuanto a la distribución por continentes de las 49 embajadas bilaterales uruguayas, el esquema es el siguiente: 19 están localizadas en América, 17 en Europa, 10 en Asia, 2 en África, y 1 en Oceanía.
En comparación con los restantes 18 países latinoamericanos, Uruguay (con esas 49 misiones) ocupa el noveno lugar en una escala decreciente, habiendo quedado situado en una franja intermedia, junto a Perú (53), Panamá (49), Colombia (48), Ecuador (46), Rep. Dominicana (45) y Costa Rica (43). Mientras tanto, Brasil (121), Cuba (115), Venezuela (89), Argentina (79), México (74) y Chile (71) se ubican en las dos franjas con mayor número de embajadas en el mundo. En contraposición, El Salvador (37), Guatemala (37), Paraguay (34), Honduras (33), Bolivia (31) y Nicaragua (31) se encuentran ubicados en el nivel inferior.
Entre los fundamentos sobre los cuales se puede asentar un plan de apertura de embajadas, y sin perjuicio de atender -en algunos casos- razones de afinidad histórica o cultural (que se traduce, por ejemplo, en el hecho de que Uruguay cuente en la actualidad con una red de misiones residentes en todas las capitales latinoamericanas, con la única excepción de Tegucigalpa), es incuestionable que la búsqueda de oportunidades comerciales o la captación de inversiones constituyen estímulos esenciales o recurrentes para la expansión de nuestra presencia diplomática. También es tangible la conveniencia de que dicho plan responda más a un enfoque orgánico para la distribución de tal presencia que a coyunturas de orden político o económico.
Sin lugar a dudas, la apertura de una embajada es una inversión a largo plazo. Por lo cual, a menudo se requiere “paciencia estratégica” para que tal inversión pueda generar réditos. Ello significa que ante la primera necesidad de ajustes presupuestales, no debería ser clausurada una misión diplomática recientemente establecida, sin tiempo suficiente para consolidarse, o que la evaluación sobre la utilidad de la misma fuera excesivamente dependiente de la gestión personal de su primer jefe de misión.
De tal forma, para una productiva inserción del Uruguay en el sistema internacional, es clave que la red física de nuestras misiones diplomáticas tenga esa razonable equivalencia con las prioridades de nuestra política exterior y la escala de nuestras expectativas comerciales. Si se analiza el cuadro cuantitativo de embajadas latinoamericanas en el mundo (con un total de 1.083, y con un promedio de 57 representaciones diplomáticas por país), se puede deducir que la presencia externa del Uruguay con sus 49 misiones bilaterales, está relativamente proporcionada a la dimensión de su economía y a su limitada capacidad de influencia internacional, a pesar de situarse por debajo de ese nivel promedio en América Latina.
Por lo tanto, y sin perjuicio de reiterar que el sistema internacional se caracteriza por su constante mutación, todo plan de apertura de embajadas debe apuntar -entre otros objetivos- a potenciar o maximizar las oportunidades de negocios ligadas a ese segmento que gira en torno al 6% de nuestro comercio exterior y que se ha desarrollado en el último decenio con países sin representaciones diplomáticas residentes del Uruguay. Naturalmente, ese plan de apertura está condicionado por la disponibilidad de recursos presupuestales, pero también debe sustentarse en una visión estratégica de anticipación que permita el uso más eficiente de tales recursos.
Desde ese enfoque, prevale la necesidad de ir delineando las pautas o parámetros bajo los cuales se organizará la presencia diplomática a mediano y largo plazo de nuestro país en el mundo. Si bien el escenario internacional nunca es plenamente previsible, como resultado de su propio dinamismo, algunas señales son cada vez más nítidas. En tal sentido, los mercados emergentes se han convertido en los principales motores del crecimiento económico mundial. Su “núcleo duro” está constituido por el BRIC -Brasil, Rusia, India y China-, países que podrían llegar a generar en conjunto el 44% del PBI mundial en el 2050. Recientemente tal grupo comenzó a ser ampliado en el plano de la teoría financiera merced a la incorporación de otros cuatro grandes mercados en crecimiento: México, Corea del Sur, Indonesia y Turquía. También ha surgido en ese mismo plano la caracterización de los llamados CIVETS, en virtud del cual además de Turquía e Indonesia, han sido incorporadas otras cuatro economías emergentes: Colombia, Vietnam, Egipto y Sudáfrica.
De tal forma, con el cambio de siglo, dichos países se han convertido en actores cada vez más relevantes de la economía global, incrementando su participación en el PBI y el comercio a escala mundial, así como en los flujos financieros de todo tipo, ya sea en términos de inversión directa, como de cartera o emisiones de renta fija. La consolidación de un ritmo de crecimiento elevado, pero también más estable, junto con una cierta ralentización del crecimiento poblacional, ha venido generando además ascensos sostenidos de la renta per cápita, al tiempo que se ha acelerado la convergencia hacia las economías más avanzadas. De tal forma, la gobernanza de la economía mundial ha ido testimoniando esos cambios, confiriendo mayor peso y representatividad a los países emergentes, en particular cuando se tornó evidente la necesidad de tenerlos en cuenta en la búsqueda de la salida a la última crisis financiera internacional. El papel central que desempeñó el G 20 en ese contexto, podría ser uno de los síntomas más elocuentes del nuevo escenario económico global que se ha venido delineando en la última década.
Si bien se dispone en la materia de algunas valiosas fuentes de información sobre inversiones (como las aportadas por “ISI Emerging Markets” y “The Economist”) o se cuenta con determinados índices de mercados (como los creados por “Morgan Stanley Capital International”), sería complicado consensuar -por diversas razones- una lista precisa o incuestionable de mercados emergentes. De cualquier forma, en mayor o menor grado y como hipótesis de trabajo, podríamos concentrar las principales economías emergentes a nivel mundial en un núcleo de doce países. En tal sentido, cabe destacar que la presencia diplomática del Uruguay se ha asentado en diez de los mismos al contar con embajadas residentes en sus respectivas capitales (Brasilia, Moscú, Nueva Delhi, Beijing, México, Seúl, Hanoi, Bogotá, El Cairo y Pretoria).
En síntesis, tomando como eje de referencia la creciente incidencia de las potencias emergentes en la economía mundial, Ankara y Yakarta hoy por hoy serían las dos asignaturas pendientes en la consecución del objetivo estratégico de que Uruguay tenga representación diplomática en el círculo completo de las mayores economías emergentes a nivel global.
Sobre el autor
Prof. de Política Exterior del Uruguay FACS ORT- Uruguay
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