UN NUEVO REVÉS EN EL PROCESO DE ADHESIÓN TURCO A LA UE

Autores/as

  • Germán Clulow

Resumen

En un giro semántico del que la burocracia de Bruselas posee el arcano saber, la Unión Europea ha decidido relanzar/aplazar el proceso de adhesión de Turquía para octubre. En efecto, el miércoles 26 de junio estaba previsto relanzar las discusiones entre la Comisión y el gobierno turco; negociaciones que debían versar exclusivamente sobre el capítulo 22 “Política Regional” (considerado de “fácil acuerdo”) y que buscaban revitalizar un proceso en punto muerto desde el 2010.

Lanzadas oficialmente en octubre de 2005, las negociaciones entre la UE y Turquía se cuentan entre las más largas e infructuosas de cualquier proceso de adhesión a la Unión. De los 35 capítulos del “Acquis Communautaire” (conjunto de la legislación Comunitaria, derechos y obligaciones que deben incorporar a sus legislaciones los países candidatos al ingreso a la UE), tan sólo se han abierto trece y aprobado uno (Ciencia e Investigación). De hecho, desde junio de 2010 no se abría ningún nuevo capítulo de negociación, y las discusiones pautadas para el miércoles pasado pretendían hacer oficio de pulmotor para una relación visiblemente marcada por la desconfianza y el desentendimiento.

La decisión de la UE no es una sorpresa para nadie en vistas de lo ocurrido el pasado mes en Estambul. La represión violenta no ha caído bien en muchos ámbitos europeos y confirmaría la creciente deriva autoritaria y radical del primer ministro Recep Erdogan y de su partido AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo), fuertes gracias a diez años de poder incontestado. A su llegada al poder en 2002, en Occidente surgieron ciertos temores sobre una islamización de la sociedad turca. Sin embargo, en diez años el AKP ha dado muestras de poder conciliar democracia e Islam, y se ha transformado en el modelo de referencia para la nueva generación de partidos islámicos (si no desde el punto de vista programático, por lo menos como modelo “propagandístico” pro-democrático). No obstante, es innegable que el AKP no es la primera opción para muchos gobiernos europeos, que preferirían seguramente lidiar con los kemalistas: el CHP (Partido Republicano del Pueblo), fundado por Mustapha Kemal en 1923, es un partido socio-demócrata liberal y fuertemente arraigado en la tradición laica turca. El CHP es el principal partido de la oposición.

Las causas del escepticismo europeo hacia Turquía resultan evidentes. Recientemente el gobierno turco aprobó una ley anti-alcohol que despertó vivas críticas nacionales e internacionales, acusando al gobierno de intentar islamizar la sociedad y limitar las libertades personales. La ley prohíbe la venta de bebidas alcohólicas durante determinadas horas del día o cerca de escuelas y mezquitas, prohíbe la publicidad alcohólica y pena severamente la ebriedad al volante. Nada de esto debería representar una sorpresa para las democracias liberales que han recorrido ese mismo camino “represivo” contra el alcohol hace ya varios años. Sin embargo, la ley es aún mas represiva ya que tasa fuertemente las bebidas alcohólicas, prohíbe su venta en cafés y jardines públicos y limita el número de licencias otorgadas a los establecimientos especializados. Beber una cerveza en público hoy en Estambul se ha transformado en un acto de desafío. Erdogan ha llegado a acusar a los fundadores de la República Turca de popularizar la cerveza hasta transformarla en la bebida nacional, argumentando por su parte que la verdadera bebida turca es el ayran (a base de yogurt y sin alcohol). Si la historia puede resultar anecdótica, se inscribe sin embargo en un duro contexto de conflicto entre la mayoría política y popular del AKP, por un lado y la oposición política y los grupos liberales que temen una islamización progresiva de la sociedad.

Otro asunto de mayor gravedad es la tendencia creciente que ha tenido el gobierno de Recep Erdogan a la represión y al autoritarismo. La voluntad del gobierno de excluir a los manifestantes, calificándolos como “vándalos” sin ley, hace pensar en el surgimiento de un populismo “a la Turca” y, en este caso, la referencia explícita a una comunidad islámica de valores, como elemento aglutinante de la sociedad, preocupa a la Unión Europea. El populismo construye su legitimidad sobre la adhesión “popular” a un proyecto común (mientras más difuso mejor), excluyendo del mismo a cualquier sector foráneo (en términos de identidad, no de nacionalidad) de la sociedad. La retórica “el enemigo está ante las puertas” potencia los peores excesos de los regímenes populistas.

El avasallamiento de la libertad de prensa -o su cooptación como sucede en Turquía-, preocupa igualmente a la UE. En efecto, la cobertura de la prensa turca de los acontecimientos de la plaza Taksim ha sido más que favorable hacia la acción gubernamental, contribuyendo a la “criminalización” de los manifestantes. En el caso turco, el error de juicio cometido por el propio Erdogan, es asimilar este movimiento a un coletazo de la primavera árabe. Probablemente mantenga más similitudes con el mayo 68 que con la plaza Tahrir. Turquía es una democracia y Turquía es (aún) un país laico. La legislación se ha adaptado para reconocer la igualdad de género (aunque en zonas rurales se mantienen estructuras más patriarcales). Las manifestaciones, a diferencia de lo ocurrido en el mundo árabe (del que Turquía no forma parte) tienen principalmente como cometido salvaguardar ese estilo de vida. El gobierno de Erdogan es legítimo y popular, eso es incuestionable, pero su legitimidad y su popularidad no pueden avalan la tiranía de la mayoría.

Volviendo al relacionamiento con la UE, el “relanzamiento con reservas” de las negociaciones es, al mismo tiempo, una victoria política para Erdogan, quien así no es totalmente desacreditado por la Comisión y una maniobra de dilación por parte de la propia UE. La estrategia “wait and see” tiene sus ventajas, refleja una postura firme europea (mas no irrevocable) y deja abierta la puerta para un deshielo de la relaciones en octubre. A la interna de la Comisión, Alemania, Holanda y Austria abogaron por un tratamiento más duro hacia Turquía, mientras que el resto de los países de la Unión, incluida Francia (cuya postura anti-turca bajo la presidencia de Sarkozy había llevado a un enfrentamiento abierto entre ambos países), argumentaron que castigar duramente a Turquía equivalía a penalizar a los manifestantes y no al gobierno.

Que el reinicio de las negociaciones sea posterior a las elecciones federales en Alemania (22 de setiembre), no es simple coincidencia. Sabida es la renuencia histórica de Merkel al ingreso turco (la canciller siempre favoreció el camino de la “relación privilegiada” entre la UE y Turquía) y el peso importante que la minoría turca tiene en Alemania, minoría que ve con malos ojos la represión y exige de su gobierno una actitud principista e irreprochable en la cuestión.

Los puntos a favor del ingreso turco a la UE son bien conocidos. Una economía vigorosa, en crecimiento (5.3% de promedio anual en la última década) y que ha logrado estabilizar sus históricos problemas inflacionarios. Una población joven que puede representar la salvación para las envejecidas sociedades de Europa Occidental. Turquía es también la puerta de Asia y el principal aliado de la OTAN en la región.

Esos aspectos favorables son percibidos igualmente como debilidades potenciales. La UE no quiere otro “caso rumano”; la inmigración descontrolada de poblaciones turcas preocupa a algunos sectores (no solamente a los nacionalistas). El peso poblacional turco -en un par de años superará a Alemania como país mas poblado de Europa-, equivaldría a que Turquía cuente con el mayor número posible de parlamentarios europeos. La extensión de las fronteras de la Unión preocupa igualmente, más si se toma en cuenta que sus vecinos geográficos son Siria e Irak y considerando que la “protección” del espacio Schengen recaería en gran parte en el nuevo miembro. Por último, la ampliación de las fronteras Europeas “más allá de Europa” inquieta a aquellos que perciben una dilución de la capacidad integradora y unificadora del ideal Europeo.

El proceso de adhesión turco es hoy en día más ficción que realidad. Las instancias burocráticas europeas parecen avanzar a contracorriente del deseo ciudadano y hasta del de muchos gobiernos europeos. En la última década, las encuestas del Eurobarómetro han marcado un leve rechazo de la ciudadanía europea al ingreso turco. En 2008, 55 % de los europeos se declaraban contrarios a una Turquía Europea. Esta misma desconfianza se registra en la población turca, quien en los 90 apoyaba en un 80% el ingreso. Hoy en día tan sólo un turco en dos es favorable a la adhesión. Ya lo dijo Erdogan en octubre del 2012: si Turquía no es aceptada como miembro de aquí al 2023, el país retirará su candidatura. Al ritmo al que avanzan las negociaciones, hay chances de que deba cumplir su palabra.

 

Sobre el autor

Universdiad ORT-Uruguay

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Publicado

2013-07-04

Número

Sección

Política internacional