La Atlantis, Atlántida y triángulo atlántico
Resumen
Los tiempos recientes están siendo dominados por la insistencia en una acrecentada importancia de la cuenca del Pacifico. Se justifica en gran parte esta persistente moda aparente en la inserción de los intereses de China en América Latina y los vínculos asiáticos con la economía norteamericana, además de la europea. Los mitos de la globalización también contribuyen al refuerzo del mito transformacional. En materia de seguridad, el Pentágono está posicionando el grueso de la flota en los puertos del Pacifico, como si se esperara un nuevo Pearl Harbor. Esta tónica, sin embargo contrasta con la historia de cinco siglos y los datos del presente que refuerzan la permanencia del ligamen atlántico.
La inquisición del contenido de estas tres entidades referidas en el título más arriba se puede contestar de dos maneras. Una está compuesta por una indagación somera acerca de la existencia de un mítico lugar que ha fascinado tanto a los observadores de la historia ocasionales como a los eruditos y especialistas. La otra es la justificación de la elección y uso de ese aparente topónimo, también referido como “Atlántida”.
La Atlántida es la localización de una combinación de relatos diversos, invenciones, y sueños no solamente desde la antigüedad registrada documentalmente, sino también por la mitología que ha dominado el legado cultural de Occidente durante siglos. El lugar y su origen, junto a los supuestos acontecimientos que en él tuvieron lugar, han sido objeto de una multitud de novelas, poemas, composiciones musicales, y toda clase de parafernalia artística. Desde un ángulo cultural, la Atlántida existió y sigue presente en la imaginación de numerosos pueblos.
Otra variante del uso de la palabra es para describir la global relación entre principalmente dos continentes, Europa y América, unidos por el océano que recibió su nombre como reconocimiento del mito. En este sentido, Atlantis sería la etiqueta atribuida a un triángulo compuesto del conglomerado formado por Estados Unidos y Canadá, América Latina y Europa. El espacio geográfico que comparten es el océano. Pero si solamente fuera ese sutil vínculo marino, poco sentido tendría la atención puesta hacia una entidad que se considera con consistencia para la meditación popular, la investigación académica y el análisis mediático. Atlantis posee unas anclas definidas que justifican su consideración como entidad no solamente geográfica, sino geopolítica.
La imaginación
La mítica Atlántida presenta una infinita variedad de interpretaciones. La más antigua se remonta a la Atlántida (en griego clásico Ατλαντ?ς ν?σος, Atlantís n?sos, ‘isla de Atlantis’), el nombre de una isla de perfiles de leyenda, que desapareció engullida por el mar. Como tal, fue descrita, al parecer por primera vez, en los diálogos Timeo y Critias, los textos de Platón. Siguiendo esta lógica, los atenienses detuvieron el avance del imperio de los atlantes, belicosos habitantes de una gran isla llamada Atlántida, situada más allá de las Columnas de Hércules y que al poco tiempo fue tragada por el mar a causa de un terremoto y, ulteriormente, de una gran inundación, que bien podía haber sido un tsunami, de resonancias actuales. Algunos la relacionan con el Triángulo de las Bermudas, que sería su recinto periférico. En las especulaciones iberoamericanas, la Atlántida se sitúa insólitamente desde el coto de Doñana hasta el altiplano de Bolivia, con una aparición más razonable delante de Miami. Ya en el paroxismo de la ubicación, el mítico continente estaría en Asia Menor, Indonesia, Irlanda y el mar de Azov.
Nada tiene que sorprender, por lo tanto, que el mito atrajera la atención de la literatura, la música y el cine, Entre las docenas de transformaciones literarias, destacan dos más cercanas a nuestra tradición. Una es el poema de Jacint Verdaguer, la segunda sería su acompañamiento sinfónico de Manuel de Falla de Falla, y la tercera una secuencia emblemática de la clásica novela “Veinte mil leguas de viaje submarino”, de Julio Verne.
La obra de Verdaguer tiene unas conexiones americanas, pues su protagonista es un inexperto Cristóbal Colón, aquejado con dudas y en busca de gloria, quien intuye la existencia de Atlántida/América. El texto fue forjado como consecuencia de los viajes de Verdaguer como capellán en los buques de la compañía Transatlántica, la naviera de Antonio López, quien se enriqueció con el tráfico de esclavos y más tarde con el trasiego de tropas españolas para del Desastre de Cuba en el ’98. Agradecido por el empleo prestado, Verdaguer le dedicó el poema, cuya edición fue costeada por el naviero, luego de haber recibido el premio de los Jocs Florals de 1877 celebrados en Barcelona.
Aunque con dificultades por no haberla podido acabar apropiadamente, Falla le puso melodía en una composición que se ha repetido a lo largo de los años y que se encuadra en la tradición clásica de la “hispanidad”, además de ser un ejemplo emblemático de la Renaixença, catalana y la glorificación plasmada por la burguesía barcelonesa como complemento de l’Eixample, la distintiva cuadrícula urbana, y la arquitectura modernista, cuya cúspide artística es la obra de Gaudí.
Por su parte, Verne coloca el episodio como una de las escalas del Capitán Nemo, al mando de su Nautilus. Disney World en Florida (otro mito de Atlántida) poseía una atracción de éxito multitudinario (sus colas eran espectaculares) bastante realista en la que los pasajeros de un submarino, que en realidad no se sumerge, efectúan un periplo y desde los ventanales contemplan la destrucción de Atlántida, con sus columnas desmoronándose. Lamentablemente, ése fue el final de la atracción, desmontada en 1994. Fue, de todas maneras, una joya del entretenimiento puro estilo “made in USA”. Ya tenemos las tres tradiciones unidas: Europa, España y América Latina.
La realidad
Pero pasemos al tema serio de la justificación de la etiqueta para el blog y de la existencia de una entidad que encuadre los continentes y países que bordean el Atlántico. En este sentido, la evidencia documental muestra que no hay otras zonas y regiones del planeta con más coherencia de vínculos. En primer lugar, desde un ángulo histórico, Europa deja de ser un provinciano enclave de Asia a final del siglo XV en virtud el “descubrimiento de América”. España (o lo que era entonces, un conglomerado de estados), junto a Portugal (en un escenario más limitado, gracias al “error” de Tordesillas), se convierte en fundador del primer “primer mundo” de entonces. Este capítulo abre la puerta para el desarrollo futuro de dos entidades complementarias que simbolizan la nación de tipo abierto, no étnico: Estados Unidos y Canadá. Norteamérica luego se ensambla con la América ibérica, arrebatando retazos de territorio mexicano, y francés en Luisiana, y se desparrama por todo el Caribe, un apéndice del Atlántico, como el Mediterráneo se enlaza con el Atlántico.
Pero ni la América de raíz anglo-francesa deja de lado a Europa, ni la hispano-lusitana renuncia a su origen ibérico. Ambas entidades conservan sus raíces culturales europeas, su derecho, sus lenguajes, sus tradiciones, religiones. Las emigraciones posteriores convierten el vínculo inicial de índole administrativo-colonial en un ligamen humano imposible de borrar. Con los precedentes del siglo anterior y las emigraciones en masa hacia las urbes de Estados Unidos, el siglo XX testifica el “regreso” de Norteamérica a Europa para participar en las guerras y liberarla de sus propios demonios. El expediente de la OTAN no tiene parangón en la historia de las alianzas de defensa de todos los siglos. Al sur, muchos países latinoamericanos se convierten en más españoles con las emigraciones de motivos económicos y tardíamente políticos. La nordomanía de Sarmienro deja paso al reconocimiento de la raíz española en la obra de Rodó, Darío y Martí con las advertencias de la hegemonía norteamericana. La política de la “Hispanidad”, practicada por diversos regímenes españoles, nunca es rechazada en los países latinoamericanos. Los diversos ciclos “neoindigenistas” y populistas son en realidad modas excepcionales.
Naturalmente, no se pueden soslayar dos vínculos con el pasado de los continentes americano y africano, que convertirían este esquema triangular del Atlántico en cuadrangular. Uno es el ligamen que tiene su raíz en los pueblos indígenas de América, llamados de distintas maneras (algunas erróneas), como “primeras naciones” (Canadá), “indios”, indoamericanos, etc. Otro es el único caso de inmigración forzada hacia América. Mientras todos los demás europeos de origen llegaron al Nuevo Continente por voluntad propia (aunque impelidos por el hambre o al servicio de imperios), a los esclavos nadie les pidió su opinión, por lo que tienen pleno derecho a ser “americanos” y por lo tanto parte de Atlantis. Africa está presente en ellos.
Si estas consideraciones tienen el lastre cultural, el vínculo atlántico es comparativamente impresionante. De establecerse una plena zona de libre comercio entre los países del NAFTA y la Unión Europea, seria la región económicamente mayor del planeta, sin competencia de cualquier alianza establecida por cualquiera de las dos partes con Asia. Solamente entre Estados Unidos y la UE, el conjunto económico sería el mercado más grande y el más próspero, comprendiendo más del 54% del PBI en valor absoluto y el 40% en poder adquisitivo. Esta economía biregional genera casi $5 trillones en el total de ventas y emplea 15 millones de trabajadores. Su intercambio comercial representa el 30% del total mundial, con un monto que llegó a los $636 mil millones en 2011, un aumento del 14% con respecto al año anterior. El sector servicios abarca el 40% del trasvase mundial. Tanto en comercio como en servicios, cada una de las partes es el proveedor más importante e insustituible de la otra.
Estados Unidos y Europa son mutuamente la principal fuente y destino de inversión extranjera directa, más del 60 % de la total inversión interior y más del 75 % de la exterior. Se da el caso emblemático que las inversiones de Estados Unidos en los Países Bajos durante la pasada década de 2000-2010 fueron nueve veces más que la inversión en China. Las inversiones de Estados Unidos en el Reino Unido fueron siete veces más, mientras que las hechas en Irlanda fueron el triple que el gigante asiático. En términos europeos, en la misma década las compañías norteamericanas invirtieron en Europa el 60% de su actuación mundial. Recíprocamente, las inversiones europeas en Estados Unidos representaron casi el 75% del total. En cifras comparativas, las inversiones europeas de Estados Unidos cuadriplicaron las efectuadas en toda Asia.
En el terreno de la ayuda exterior al desarrollo, su contribución dual llega al 80% de la mundial. Mientras la población conjunta de más de 800 millones (501 en Europa y 310 en Estados Unidos) solamente representa menos del 12% de la mundial, el porcentaje de PIB rebasa el 50%, casi a partes iguales (28% de la Unión Europa y 25% de Estados Unidos). Conjuntamente, Europa y Estados Unidos contribuyeron con más de $100 mil millones en la misma década.
Volviendo la mira hacia el sur, aunque el vínculo comercial entre Europa y América Latina es, comparativamente, modesto, la dependencia latinoamericana de Europa y Estados Unidos no tiene par. El segundo inversor en América Latina es Europa, y el primer donante. Un país emblemático, España, debe su globalización a las operaciones de sus empresas en América Latina. Sin América, el español no sería la segunda “segunda lengua” del mundo, con más estudiantes que otro idioma, con excepción del inglés.
Mientras se critican ciclos de aparente desdén de Estados Unidos hacia América Latina, como el actual, las aguas vuelven siempre a su cauce y se efectúa un “redescubrimiento” del socio (o la víctima) natural. Si Estados Unidos puede ser acusado frecuentemente de considerar a Europa por aliado garantizado y socio económico fiable, lo cierto es que cuando la problemática europea dispara las alarmas (como es el actual caso de la crisis de la eurozona), Washington reacciona y sabe distinguir donde están sus prioridades y sus intereses.
Por todo lo anterior, expandible a otras dimensiones, creemos firmemente en la sólida existencia de ese triángulo que tiene su origen terminológico en el mito de Atlantis. Es más, se considera que este vínculo triangular sigue teniendo más valor que la vaga red tendida a ambas orillas del Pacifico, como resultado de diversos factores (estratégicos y económicos) que poco tienen que ver con la historia y los ligámenes humanos y sociales. Ni el ascenso de los BRIC (uno de ellos es Brasil) ni la detectable invasión comercial de China en América Latina serán suficientes para borrar más de cinco siglos de existencia común, compartiendo valores que difícilmente dejarán de pesar en la permanencia de Atlantis. Si hay una macroregión idónea para las “alianzas estratégicas”, en la terminología de la UE, esta es la que comprende desde Alaska a Tierra de Fuego, desde San Petersburgo a Santiago de Chile, del Bósforo a California, de Panamá a Gibraltar.
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