El emotivismo de Rousseau: ¿BASE DE UN LIBERALISMO HUMANITARIO?

Autores/as

  • Prof. Agustín Courtoisie

Resumen

Con la excusa de los 300 años del nacimiento de Jean-Jacques Rousseau, en una entrega anterior comentábamos las duras acusaciones que recibió a lo largo de los siglos el pensador ginebrino. De humilde origen, músico, artesano relojero, colaborador de Diderot y luego enemigo de los enciclopedistas, cualquier lectura contemporánea de Rousseau (1712-1778) suele disparar también hoy emociones contradictorias e incluso objeciones por la presunta falta de “rigor” del autor de La nouvelle Héloïsa y Du Contrat social; ou, principes du droit politique.

Para situar nuestro propósito en esta nueva y breve entrega de hoy visitemos una pieza ejemplar de John Dewey, “El porvenir del liberalismo”, del libro Problems of Man. Según Dewey: “El liberalismo, como movimiento consciente y militante, surgió en Gran Bretaña como confluencia de dos corrientes diferentes”.  Una de esas corrientes, la más conocida, es la que asocia la labor teórica de Adam Smith al esfuerzo práctico de “los industriales y los comerciantes, tendiente a liberarse del gran número de leyes y costumbres que limitaban la libertad de movimiento de los operarios, sometían el precio del mercado a cantidades fijadas por leyes e impedían la libertad de intercambio, especialmente con los mercados extranjeros”.  Esa corriente, para identificarla de alguna manera, es la del liberalismo económico, que generó luego, por cierto, una vastísima producción académica y refinada, en todos los continentes y hasta nuestros días.

Aunque los antecedentes de la cosmovisión liberal, mirados más de cerca, son mucho más complejos y remotos que los consignados en este contexto, esta primera aproximación puede ser muy útil desde el punto de vista de organizar y articular un vasto y rico patrimonio filosófico, social y político. Por ello prosigamos con Dewey cuando afirma que la otra corriente, el “liberalismo humanitario” por usar sus propias palabras, estaba integrada entre otros aportes por “el gran influjo ejercido por Rousseau, el verdadero autor de la doctrina del hombre olvidado y de las masas olvidadas. Su influencia fue casi tan grande en literatura como en política, y contribuyó a crear en Inglaterra, en el siglo XVIII, la novela del hombre común, influencia literaria que en el siglo XIX encontró tan vivaz expresión en las novelas de Dickens”.

Ubicados en ese panorama general, pasemos ahora a compartir algunos tramos célebres de nuestro homenajeado de hoy. Tramos y pasajes cuyo contenido, pero también su forma, lo vinculan con mucha claridad a la escuela ético filosófica emotivista, mal comprendida y bastante radiada hoy de los debates académicos, quizás algo menos en una parte de sus desarrollos, ligados a la neuroética y la etología.

Un primer fragmento para mostrar la pertinencia de las afirmaciones de John Dewey sobre Rousseau, pertenece al Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes. Dice así, en lo referido a la propiedad privada como fundante de las diferencias entre los seres humanos y de desigualdad, madre funesta de todos los males, en fecha tan temprana como 1754:“El  primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y halló gentes bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca: guardaos de escuchar a este impostor, estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!”.

En páginas anteriores de aquélla misma obra, Jean-Jacques Rousseau postula a la piedad como la matriz generadora de todas las virtudes sociales: “En efecto, ¿qué es la generosidad, la clemencia, la humanidad sino la piedad aplicada a los débiles, a los culpables o a la especie humana en general? La benevolencia y la amistad incluso son, bien miradas, producto de una piedad constante, fijada sobre un objeto particular; porque desear que alguien no sufra, ¿qué es sino desear que sea feliz?”.

Luego siguen párrafos donde muestra las fortalezas y a la vez las miserias de la razón, si se aplica en forma puramente argumental, discursiva, vacía en definitiva. Importa reivindicar, pues, “la conmiseración”, es decir, “un sentimiento que nos pone en el lugar del que sufre, sentimiento oscuro y vivo en el hombre salvaje, desarrollado pero débil en el hombre civil”, que debemos presumir por “civilizado”. He aquí el elogio de las masas olvidadas de que hablaba el comentarista estadounidense, en este remate pleno de respiración callejera típica del estilo del ginebrino: “En los disturbios, en las disputas callejeras, el populacho se congrega, el hombre prudente se aleja: la canalla, las mujeres del mercado son las que separan a los que están peleando y las que impiden que las personas honradas se degüellen mutuamente”.

En una próxima entrega, hemos de referirnos a las conexiones del pensamiento de Rousseau con los actuales abordajes de la escuela institucionalista. También procuraremos mostrar las consecuencias ambiguas, o dispares, no todas positivas, pero algunas interesantes, que podría acarrear el “liberalismo humanitario” de Rousseau para las democracias contemporáneas. Para culminar provisoriamente esta invitación a la lectura, hemos elegido un pasaje de Las confesiones, donde retorna el tema de la igualdad y de la injusticia a raíz de un episodio de maltrato cuando niño: “Cuando leo las crueldades de un feroz tirano, las sutiles falacias de un cura trapacero, acudiría de muy gustosa gana a hundir un puñal en su pecho ruin, aunque ello una y mil veces me costase la vida. Con frecuencia he sudado a mares persiguiendo a la carrera, o a pedradas, a un gallo, a una vaca, a un perro, a un animal cualquiera que, sólo por sentirse más fuerte, atormentaba a otro. Quizás este arranque sea ingénito a mi naturaleza y así lo creo; pero durante tan largo tiempo estuvo enlazado al recuerdo de la primera injusticia sufrida, que ésta debe haber contribuido a arraigarlo en mi alma”.

 

*Docente de Cultura y Sociedad Contemporánea
LI – FACS – Universidad ORT Uruguay

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Publicado

2012-07-05

Número

Sección

Culturales