EXTREMISMO DE DERECHA EN EUROPA: UN ESCENARIO REPETIDO

Autores/as

  • Lic. Carlos Fedele

Resumen

Desde hace unos años la sombra del extremismo de derecha se ha vuelto más notoria en Europa. El último episodio en la materia fue en Grecia con un 7% del electorado para los neonazis en la elección de mayo (en el 2009 habían obtenido menos de un punto) y algunas encuestas le  pronosticarían una votación aún mayor para elección del próximo domingo. Pero los casos se acumulan.

En Francia, el Frente Nacional obtuvo el 18% en las últimas presidenciales. Aunque en esta ocasión no ingresó a la segunda vuelta, como en la elección anterior, creció porcentualmente. En Holanda, el Partido para la Libertad salió tercero en los comicios de 2010 con el 15% de los sufragios y su rol como sostén del gobierno de coalición se hizo patente hace un par de meses cuando lo hizo caer al restarle su apoyo. En Austria, el Partido de la Libertad creció a nivel nacional de un 11% en el 2008 a un 18% en el 2010. Particularmente en Viena la votación trepó al 27%, convirtiéndose en la segunda fuerza política de la Capital. En Noruega, el Partido del Progreso había alcanzado un 23% en el 2009. En Dinamarca, los ultraderechistas son la tercera fuerza política con un 12%. Casos similares podrían mencionarse para Bélgica, Finlandia, Suiza, Suecia, Reino Unido y Hungría (un caso para prestarle atención). En síntesis, no estamos ante un fenómeno local.

Los rasgos comunes de todos estos partidos políticos son el nacionalismo, la xenofobia, el populismo autoritario, la islamofobia y el antieuropeísmo. Disimulan cuanto pueden su antisemitismo (aunque a algunos les es harto difícil, como para los extremistas austríacos que en enero organizaron bailes el mismo día en que se conmemoraba el Día Internacional en Memoria del Holocausto). Al mismo tiempo, todos se presentan como demócratas y suavizan algunos de los rasgos más evidentes de su extremismo, empezando por el nombre mismo que adoptan para el partido político.  En Grecia, a diferencia de la mayor parte del resto del continente, el partido neonazi (Aurora Dorada) recurre en mucha mayor medida a la parafernalia nazi, en cuanto a símbolos, formas, escenificación de sus movilizaciones, etc.

En los últimos días, la agresión física de un legislador neonazi griego contra dos diputadas de izquierda durante un programa de televisión, demostró, por si hubiera sido necesario, cómo le funciona la cabeza a los dirigentes de este sector del espectro político. Lo sucedido no es otra cosa que lo que cabría esperar de aquellos que no aceptan las formas  civilizadas de convivencia política, el pluralismo, la tolerancia. Sin embargo, lo central es cómo piensa el ciudadano común que vota a las fuerzas políticas de extrema derecha —en forma creciente—  y que, en mayor medida de lo que refleja su votación, sintoniza cada vez más con sus ideas básicas.

En Francia, por ejemplo, un 66% de la ciudadanía gala cree que la Justicia no es suficientemente severa con los delincuentes, 63% entiende que no se defienden los valores tradicionales de su país y un 51% opina que los musulmanes y el Islam tienen demasiados derechos. Es decir, las premisas que constituyen la plataforma política del Frente Nacional de Marie Le Pen, la misma que así como para un 45% de los franceses es una dirigente de extrema derecha nacionalista y xenófoba, para el 41% es una patriota ligada a los valores tradicionales. Por si fuera poco, cada vez más franceses le adjudican capacidad de gobernar. Números que algo significan. Como derivación de los mismos, los dirigentes del centro derecha, centro y hasta la centro izquierda “contaminan” su discurso por alguna de las proclamas extremistas. No en vano al último ministro del Interior de Sarkozy se le llamaba “la voz de Le Pen”.

Pasado y presente se entrelazan. “Me da igual eso de que Grecia ya vivió una ocupación nazi, ¿nos da eso de comer?”, afirmaba un ciudadano griego en los últimos días cuando se le recordaba lo que debería significar para un heleno un voto al nazismo. De cierto modo, la historia podría otorgarle algo de razón a ese ciudadano, porque adherir al fascismo no es necesariamente sinónimo de desear una patria ocupada por el extranjero. La invasión a Grecia en 1940 por el régimen fascista de Mussolini fue heroicamente resistida (con éxito hasta la llegada de los ejércitos de Hitler en auxilio de su socio italiano que se batía en retirada) por el régimen también fascista de Ioanis Metaxas. Por eso, el líder de Aurora Dorada, repite que ellos no son ni italianos ni alemanes como para que se les endilgue el mote de fascistas o nazis y ubica a Metaxas como referente y ejemplo nacional. Por otro lado, habría que tener presente que este tipo de debates teñidos de historia se dan justamente en el momento que, con o sin fundamento, para ciertos segmentos de la ciudadanía griega hablar de “ocupación” refiere algo mucho más actual y tangible que los hechos de hace 70 años. Así que, en cuanto a sus preocupaciones ideológicas vistas en perspectiva histórica, los griegos tienen alguna contradicción que otra. Y lo mismo sucede en el resto de Europa.

Es cierto que el electorado se puede mover por eventos que abren oportunidades para que calen hondo las propuestas extremistas, lo que también vale como para cerrárselas. En Noruega, por ejemplo, hoy la extrema derecha no pasa por su mejor momento luego de que en julio del año pasado uno de sus simpatizantes asesinara a 69 personas en un recordado y lamentable acontecimiento en el centro de Oslo. Por lo tanto, lo sustantivo es volver a considerar sobre qué bases se sustentaría el apoyo ciudadano a la extrema derecha o más precisamente, qué “corrientes” profundas vinculadas a la génesis de las ideas están demostrando su persistencia.
La antigua corriente de opinión nacionalista, antieuropea, intolerante y xenófoba existente en todo el viejo continente, que se encuentra en el origen mismo de los totalitarismos del siglo XX, surge naturalmente como explicación. Algunos entienden que se estaría sobre un escenario con similitudes preocupantes al período entre guerras, especialmente respecto al actual telón de fondo de la crisis económica. De todos modos, el análisis no estaría completo sin recuperar la cuestión de las relaciones entre los fenómenos estructurales y los psicosociales, lo que alguien llamó el “eslabón perdido” entre los factores psicológicos y los sociológicos. Los fenómenos psicológicos individuales y colectivos como el aislamiento, la incertidumbre, la angustia, la inseguridad, la desprotección, resignación y desesperación y la correlativa necesidad de respuestas, son producto de los procesos sociales y económicos. Pero, así como son consecuencia, los mismos mecanismos psicológicos son, a su vez, fuerzas productivas de los procesos sociales, como se afirmó hace ya mucho tiempo, justamente explicando el totalitarismo nazi-fascista.

Hace 25 años que Ulrich Beck habló de la “sociedad del riesgo” como la fase del desarrollo de la sociedad moderna en la que los riesgos sociales, políticos y económicos tienden a escapar cada vez más a las instituciones de control y protección de la sociedad. Beck sostenía que la nueva percepción del riesgo se presenta como colectiva y catastrófica, ajena a las posibilidades del sujeto. Lo que se termina configurando, dice Beck, es la “comunidad del miedo”, donde lo que prima es la incertidumbre y el malestar frente al porvenir ante el repliegue del ciudadano y del Estado nacional que adoptan una posición subordinada ante el mercado. Más acá en el tiempo, una nueva generación de sociólogos alemanes ha coincidido en que el término “riesgo” no sería del todo exacto para describir la situación europea. Proponen que debería ser sustituido por el de “peligro”, ya que, mientras el riesgo podría concebirse incluso como integral a un cálculo personal que se sopesa racionalmente y se enfrenta, el peligro es algo que penetra desde afuera desde el individuo en forma violenta e incontrolable. Es frecuentemente muy difícil para el ciudadano de a pie, racionalizar en forma apropiada la complejidad de la problemática como para adjudicar responsabilidades y aceptar soluciones. No parecería haber dos opiniones en cuanto a que esos peligros, en Europa, están vinculados a la globalización, el retroceso del Estado de Bienestar, el sistema financiero, la migración y el Islam.

Ante esos peligros, el individuo adopta “mecanismos de evasión”, depositando la confianza en aquellos que le prometen encargarse radicalmente de lo que le “amenaza”, sin importar cuántos derechos, valores y sensatez pierde en el camino. Todo esto lo trabajó el psicólogo social alemán Erich Fromm, a comienzo de la década del 40 del siglo pasado, cuando trató de explicar cómo un ciudadano racional, básicamente liberal, moderado en sus convicciones, pudo llegar a apoyar al nazismo, por ejemplo. En “El miedo a la libertad” podemos encontrar un párrafo que se constituye en una explicación y una advertencia: “La influencia de toda doctrina o idea depende de la medida en que responda a las necesidades psíquicas propias de las estructura de carácter de aquellos hacia las cuales se dirige”.

Existen entonces, varios canales - concurrentes incluso - para convocar a los fantasmas. Los dirigentes europeos democráticos deberían volver a leer a Fromm para no contribuir a ello.

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Publicado

2012-06-14

Número

Sección

Política internacional