Contexto de las inversiones españolas en América Latina
Resumen
Un nuevo poder “duro”.
La polémica con respecto a la nacionalización de YPF-REPSOL en Argentina ha puesto sobre el tapete el tema de las inversiones españolas en América Latina. En los últimos veinte años, se comenzó a notar un fenómeno inédito en los movimientos que saltaban al otro lado del Atlántico. España había sido juzgada por las personas que se establecían en América Latina.
El retrato tradicional era el de inmigrantes hambrientos de las regiones más desfavorecidas de España (“gallegos”), combinado con el de religiosos que cubrían las carencias de la beneficencia pública. Después de la Guerra Civil española, este dúo se transformó en trío con la incorporación de los refugiados políticos, quienes fueron recibidos muy generosamente en diversos países, sobre todo México (el mejor negocio de Lázaro Cárdenas), Argentina y Chile. Todavía hoy se reconoce la humana acogida que recibieron y los servicios que los propios refugiados republicanos donaron profesionalmente a los países receptores.
Esa llegada resulta simbólica de la todavía notable relación entre España e Iberoamérica. La clave de la facilidad con que se alude a la existencia de un sustrato detrás de la política es que el renacimiento de la relación tras la rotura de los vínculos entre España y América Latina no se debe a la actuación de la España “oficial” en cada una de las naciones americanas, a través del papel de sus élites políticas. El vínculo fue recuperado por la emigración española que se aposentó en todos los países. En un postrero incidente en Cuba y Puerto Rico, la reanudación de la relación fue dirigida por la España “real”, por delante de la “oficial”, que no tuvo más remedio, junto a la Cuba “oficial”, que ir a remolque. Así se explica el mantenimiento de un nivel de relación sólido y natural entre España y Cuba, a pesar de los cambios drásticos de régimen en ambos países.
La novedad reciente es que los nuevos visitantes no son funcionarios, conquistadores o refugiados, sino que han llegado en “business”, en vuelos transcontinentales. En la aduana, en lugar de esconder comidas y bebidas típicas, trajeron documentos de compraventa de negocios. Algunas parcelas de la economía terminaron en el cambio de siglo prácticamente monopolizadas por las inversiones españolas en América Latina. La telefonía, la banca y las prospecciones petrolíferas son los sectores de mayor espectacularidad de la presencia española en América. Son también mediáticos por excelencia, porque afectan a la existencia diaria. Naturalmente, errores cometidos por una minoría y la agresividad en ejecuciones de los planes revertieron en la producción de una etiqueta de perfil negativo. Los “nuevos conquistadores” habían regresado.
Para la perspectiva española, las cifras demuestran el “buen negocio” de la apuesta por América Latina. La banca, las compañías de telefonía y energía reconocieron al principio de la presente década que recibieron entre el 35 y el 50% de sus beneficios precisamente en Latinoamérica. Esas compañías se convirtieron en verdaderamente “multinacionales” en el subcontinente latinoamericano. No se predice que vayan a abandonar esa importante cabeza de playa, aunque las dificultades económicas hagan descender el volumen de sus operaciones.
La positiva imagen de España
A pesar de las fricciones, como la de ahora en Argentina, por otro lado, la consideración de la percepción que los latinoamericanos tienen de España es una tarea fascinante y ardua, por una combinación de motivos. La imagen que se cree se tiene de España en América Latina está sujeta al estereotipo repetido en las recientes generaciones y a la manipulación de un número de políticos prestos a aprovechar los temidos centenarios que periódicamente se ciernen sobre el objeto de análisis. Además, al tradicional y polémico eje de comentario (idealización de la “Madre Patria” y el impacto de secuelas del legado colonial), otros detalles novedosos se han agregado al complejo de análisis.
Por un lado, se destaca el hecho insólito de una emigración inversa, que ha replicado en los recientes años la pauta histórica de inmigración española en América Latina, no solamente tras la independencia sino con mayor furia en pleno siglo XX. Por otro, surge el fenómeno de las inversiones, que revierten la concepción de la identificación de los españoles de antaño.
Para lograr un retrato global y actualizado de la imagen de España hay básicamente dos opciones. La primera es la reiteración de creencias sostenidas durante décadas, que no dejan de ser acertadas por su veteranía. España sigue siendo la cuna anímica, en su acepción cultural, libre de las vacías declaraciones. Supera holgadamente el papel de Portugal para Brasil.
En segundo lugar, los estudios recientes del Eurobarómetro, otros sondeos, y la intuición de viajeros, muestran que la imagen de España en América Latina es altamente positiva. Se detecta que un alto porcentaje (más del 70%) de los ciudadanos de América Latina posee una buena opinión de España. En contraste, solamente el 12% tiene una actitud negativa. En términos comparativos de connotaciones geopolíticas, España es la nación que recibe la valoración más alta, superando a la Unión Europea, Estados Unidos y China. Casi un tercio de la población latinoamericana cree que España es el país que posee la mejor democracia en Europa, detalle insólito hace apenas unas pocas décadas. A pesar de las esporádicos confrontaciones verbales entre dirigentes latinoamericanos (Chávez, Kirchner, Castro), más de dos tercios de los latinoamericanos juzgan como buenas las relaciones de sus países con España.
Los datos demográficos hablan por sí solos: España es el segundo destino preferido para la emigración de los latinoamericanos, solamente superado por Estados Unidos. Nada tiene de extrañar, por lo tanto, que el 60% crea que las relaciones con España son extremadamente importantes para el desarrollo económico de su país. El debate sobre el polémico sector de las inversiones españolas se resuelve a favor de España: la mitad de los encuestados juzga esa novedosa actuación española como positiva; solamente 18% cree que la experiencia ha sido negativa. Detalle curioso (y ciertamente injusto) es que los latinoamericanos esperarían de las inversiones españolas un perfil más altruista, que no se exigiría de las norteamericanas y las europeas. En cierta manera, la actividad económica se vería como una extensión de la ayuda al desarrollo española, que por otra parte es desconocida por los que no la reciben directamente.
Cuando se penetra en el terreno dominado por las ideologías, las inclinaciones políticas y la coyuntura del momento, la indagación adquiere perfiles más complejos. Así, por ejemplo, se confirma la percepción de observadores políticos que detecta fácilmente que la imagen de España ha experimentado mejoras sustanciales. Pero también hay signos de polarización. Así, por ejemplo, al desaparecer las generaciones inmigradas, los sectores de izquierda están dominados por jóvenes proclives a un discurso antiespañol impelido por las recriminaciones anticoloniales. En contraste, los sectores más conservadores se revelan como más pro-españoles. Esta dicotomía se entrelaza con el contraste entre una actitud más crítica hacia el legado español en los países de mayoría indígena (Bolivia) con los que todavía tienen la huella de la inmigración española (Argentina), presente en sus familias.
También existe una hiriente ambivalencia interna en las comunidades productoras de emigración hacia España. Por un lado, son conscientes del positivo impacto de las remesas enviadas por los emigrantes a sus familias. Por otro, se sienten decepcionados y defraudados por las medidas restrictivas ante la crisis económica.
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