¿ UNA CUMBRE CON NOVEDADES ?
Resumen
Con alguna razón, la opinión pública internacional ha ido desarrollando un acendrado escepticismo sobre los resultados de las cumbres y reuniones de presidentes, aun cuando se trate de eventos como el G8 o una reunión de la OTAN, que reúnen a los países más significativos del planeta. Las raíces de este escepticismo son seguramente múltiples.La primera tiene que ver con la sobre-exposición que la prensa internacional suele someter previamente a este tipo de evento. De la reunión de los 8 presidentes más poderosos del mundo, ¿qué otra cosa se puede esperar que una “Gran Cumbre” que produzca decisiones trascendentes?
La segunda razón que subyace en el fondo de la desazón que generan los tibios finales de estas reuniones en el público es que este último tiene algunas dificultades, tanto para entender exactamente cuales con los eventuales resultados a los que se arriban, cuanto para recibir información medianamente precisa sobre lo que se discutió y lo que se decidió realmente.
Por último, no es menos cierto que muchas de las Cumbres presidenciales, aún las realmente importantes como la que nos ocupa, no llegan a conclusión alguna porque, sencillamente, no están dadas las condiciones políticas para que se puedan acordar temas significativos. Y nada tiene esto de sorprendente: los tiempos políticos son complejos y muchas veces es mejor dejar una decisión importante en suspenso a la espera que un país o varios puedan converger con más comodidad en una resolución común, que apresurar y anunciar un consenso construido de manera simplemente voluntarista.
La reunión del G8 que se desarrolló en Camp David, el fin de semana pasado, parece sin embargo augurar algunas novedades.
Para empezar, el presidente Obama recibió “...con bombos y platillos...” al novel presidente de Francia, François Hollande. “Cheeseburgers with french fries”, bromeó Obama, recurriendo a una no muy feliz metáfora gastronómica, para prefigurar la alianza coyuntural que le interesa. Ante la persistencia y profundización de la crisis, más reactivación de la economía y menos austeridad. En realidad toda la agenda del viernes, el recibimiento especial en la Casa Blanca de setenta minutos de duración, el “tete à tete“ de veinte minutos con Obama, la caminata y el cruce peatonal de Pennsylvania Avenue de ambos presidentes y delegaciones, el almuerzo en Blair House entre los miembros más selectos de ambas comitivas e, incluso, la invitación (cortésmente esquivada por el presidente francés) para que llegase a Washington el jueves de noche y pernoctara en Blair House, tenían por lo menos una destinataria privilegiada, la canciller Angela Merkel.
Tanto ésta, como el propio Cameron, deberán tomar nota que, en la tradición política francesa, mientras que el gaullismo, y en general el establishment político, fueron culturalmente reticentes a los EE.UU., el Partido Socialista francés exhibió siempre lo que los franceses llaman “...une vocation atlantiste.. ”. Es decir, una fuerte simpatía por los EE.UU. y es en esa tradición donde Obama espera insertarse para conseguir que Hollande funcione de manera todavía más afín a su política que Nicolas Sarkozy.
Seguramente lo que está en juego es la discusión sobre la crisis económica y su manejo. Particularmente, la discusión sobre la crisis económica en Europa y las estrategias para salir de ella. Merkel ha defendido una postura que aparece como ultra-ortodoxa (en realidad no es tan así: esa imagen ha sido hasta ahora más para el consumo del electorado alemán), al igual que Cameron, que propugna una salida de la crisis ”vía austeridad”. Como sabemos, Obama, aún con el Congreso republicano en contra, ha puesto en juego todo su capital político apostando a una salida de la crisis, vía crecimiento, aún al precio de déficits astronómicos y eventual inflación. Hollande no se privó de señalar públicamente, el viernes por la noche, la convergencia entre él y Obama sobre el tema de cómo tratar la crisis.
Y efectivamente, el sábado 19 en Camp David, Angela Merkel no tuvo las cosas fáciles. Quedó políticamente casi aislada. Llegó a la principal potencia mundial, fragilizada por una arrasadora votación de los social-demócratas en contra de su partido, la CDU, hace quince días. No encontró mayor escucha de parte del anfitrión. El presidente Obama ha aplicado, contra la crisis, una política radicalmente opuesta a la que ella impuso en Europa con el ex-presidente francés Sarkozy. Ni siquiera pudo contar con David Cameron, en el fondo tan conservador como Merkel, que no tuvo que defender mucha cosa porque Gran Bretaña no forma parte del euro y su postura es bastante cómoda. Desde hace meses el Premier británico le endosa la recesión que golpea a Gran Bretaña a la crisis del euro en una postura ya clásica en los “euro-escépticos”: Europa “...no le sirve para nada...” a Gran Bretaña, salvo cuando se trata de explicar sus propias falencias domésticas.
La verdad es seguramente más compleja. La economía de Gran Bretaña funciona en buena medida a la sombra de la europea (con la excepción de las finanzas, desde luego, donde la vieja potencia conserva algo de su antiguo poderío) y la recesión británica refleja tanto la recesión europea como la política ortodoxa de Cameron que no atina a otra cosa, como Merkel, que a convocar la austeridad. La diferencia es que la economía alemana conserva su altísimo nivel de productividad y la economía británica ya hace décadas que viene siendo superada, no sólo por las otras economías europeas, sino que, incluso, por algunas economías emergentes.
Obama terminó por cerrar, con su palabra de anfitrión, la formulación de un nuevo enfoque para tratar la política de combate a la crisis europea: la recuperación de Europa es un problema global. Por ello, los EE.UU. no pueden mostrarse indiferentes ante situaciones como la de Grecia o la de España, tienen su opinión para hacer pesar, por lo que los norteamericanos están dispuestos a apoyar todo programa que “asocie“ las medidas de austeridad con medidas de fomenten el crecimiento. Hollande, que tuvo la suerte de ser elegido en el momento apropiado, y que, en algún sentido, vino a desequilibrar la reacción ortodoxa ante la crisis, aparece como un claro beneficiario de esta Cumbre. Pudo reafirmar, a menos de una semana de asumir la presidencia de Francia, uno de sus principales temas de campaña electoral. De la crisis se sale con crecimiento y la austeridad y la eliminación de los déficits, adquieren su verdadero sentido, en el marco de una política que restablezca la reactivación económica.
Como conclusión de una Cumbre de un G 8, suena prometedor. Falta saber si, en los hechos, luego de que se reúna la OTAN durante el domingo, el lunes próximo, cuando abran los mercados, las cosas aparecerán tan simples.
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