El mercado en pugna con la política? (I)

Autores

  • Martín Peixoto

Resumo

La noticia de que el primer ministro griego, Yorgos Papandreu, presidente del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico), sometería a referéndum el plan de ayuda de la Unión Europea, cayó como una bomba la víspera de la conferencia del G-20 en Cannes a comienzos de noviembre. Pocos días antes había tenido lugar una reunión cumbre en Bruselas en la que se había acordado condonarle la mitad de la deuda a Grecia, y ampliar el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF) para el rescate de los países en crisis. Cuando ya se pensaba que se había ganado un respiro, se difundió la noticia de la determinación de Papandreu. Al conocerla, los dirigentes de los países miembros del euro pasaron muy rápidamente de la alarma al enojo. La canciller alemana, Ángela Merkel, llegó a declarar que no ocurriría nada demasiado dramático si Grecia abandonaba el euro. Es decir, exactamente lo contrario a lo que había dicho hasta ese momento. Los griegos tenían que decidir de una vez por todas si querían conservar la moneda común.

Hay que entender el contexto en que Merkel hizo esas declaraciones. En Alemania, la ampliación del fondo de rescate produjo debates muy ásperos, y la canciller decidió someterla a la aprobación del Bundestag (el Parlamento alemán). Entre los propios diputados de la  coalición de gobierno se formó un núcleo disidente bastante tenaz, que, si bien no tenía fuerzas suficientes para impedir que se aprobara la moción del gobierno  -los partidos de la oposición la apoyaban masivamente-, estuvo muy cerca de poner en peligro la “mayoría de la canciller” (Kanzlermehrheit), esto es, la que el gobierno obtiene con sus propios disputados. En un sistema parlamentarista el gobierno se sostiene sobre una mayoría parlamentaria. Perderla en un tema de tanta importancia podía interpretarse como un voto de censura.  

Más ardua fue la aprobación en Eslovaquia. Uno de los socios de la coalición de gobierno, el partido SaS (Sloboda a Solidarita-, Libertad y Solidaridad) se negó a apoyar la ampliación del fondo, y obligó a la ministra presidente, Iveta Radicova, de la Unión Democrática Cristiana de Eslovaquia (SDKU-DS), a adelantar las elecciones para asegurarse los votos de la oposición socialdemócrata. El otro hueso duro de roer fue Finlandia, que pedía una fianza a cambio de su parte de la ayuda a Grecia (que no le concedieron). Por último, condonarle a Grecia la mitad de la deuda exigió esfuerzos de negociación y convencimiento nada despreciables, en los que Merkel representó un papel destacado. 

De allí su sorpresa cuando Papandreu anunció el referéndum. La canciller manifestó que en ningún momento de las negociaciones se mencionó esa posibilidad. Jean-Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo y presidente del Eurogrupo, confirmó este punto y expresó la alarma que causó la noticia: “El ministro presidente griego tomó esta decisión sin conversarlo con sus colegas europeos. Esto añade más nerviosismo y más inseguridad a los ya existentes”.  Ahora se sumaba la incertidumbre del resultado: una votación contraria al plan podía tornar inútil la inmensa labor realizada hasta entonces, no sólo para sacar a Grecia del pozo, sino también para impedir que la crisis hundiera a más países. 

Como se sabe, fue la resistencia de su propio partido y de los partidos de oposición la que finalmente obligó a Papandreu a renunciar a su idea. Merkel ya había dicho que no habría presiones para impedir la realización del referéndum. Sólo pedía que se acortaran los plazos. De acuerdo al resultado de la consulta se vería si se seguía por la ruta emprendida o se cambiaban los planes. No había nada en la conducta o las declaraciones de Merkel (ni siquiera su enojo inicial cuando se enteró de la noticia) que justificara la acusación, lanzada por algunos articulistas e intelectuales alemanes, de que se oponía a los pronunciamientos democráticos y capitulaba frente a los mercados.

El ataque más duro provino de Jürgen Habermas, el filósofo alemán más reputado. En un artículo que publicó el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) el 4 de noviembre, este autor, que interviene periódicamente en los debates públicos, afirmó que nada había desenmascarado mejor el grado de sumisión de la clase política a “los mercados“, que el revuelo “pomposo” (en ambos casos las comillas son suyas) que armaron los jefes de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional ante la insubordinación de su colega de Atenas. En su texto, Habermas utiliza expresiones de fuerte calibre. Los políticos serían meras marionetas del sector financiero, que se escandalizan cuando un compañero de juego los deja en evidencia. A sus ojos Papandreu se echó atrás debido a la traición del ministro griego de finanzas, Evangelo Venizelos, devenido en Bruto (en alusión al protegido de Julio César que terminó asesinándolo). El mercado financiero padeció cuando se anunció el referéndum, y volvió a recuperarse cuando se suspendió la consulta; de allí concluye que para los mercados es mejor que haya menos democracia. De Papandreu quedará la imagen de un héroe trágico que sucumbió al quedar atenazado entre los expertos de las finanzas y los ciudadanos.  

Más adelante recoge un comentario de un columnista del Financial Times, quien sostuvo que el ámbito donde se deben tomar las decisiones políticas es el Parlamento, y los referendos sólo sirven para ratificar o rechazar reformas constitucionales. Habermas elude esta diferenciación aduciendo que someter a referéndum el rescate hubiera equivalido a manifestarse sobre la pérdida de soberanía que acompañaba al paquete (el control sobre las finanzas públicas por parte de Bruselas), lo cual tendría implicaciones constitucionales.

Las reacciones en sentido contrario no se hicieron esperar y también vinieron muy cargadas de peso. Las críticas al filósofo fueron desde que no entendía nada de la crisis, que fueron los mercados los que pusieron en evidencia las malas gestiones de varios gobiernos europeos y, de paso, barrieron con los peores, hasta que las decisiones mayoritarias no son necesariamente las mejores o las más justas, o que los griegos son los verdaderos responsables de lo que les ocurre (el columnista del FAZ, Reiner Hank, llegó al extremo de afirmar lo siguiente: “los griegos rechazan todo régimen de austeridad, quisieran continuar la fiesta de beneficencia y pasarle la cuenta a Europa -o directamente a Alemania-”).

Pero más llama la atención la confianza de Habermas en el referéndum como instancia de legitimación democrática para un tema de la complejidad del rescate griego. Aquí cabe hacer una puntualización. En pocos países se ha discutido tanto sobre este recurso como en Alemania. La Constitución no lo admite pero tampoco lo prohíbe de manera expresa. Desde la fundación de la Alemania Federal ha habido varios intentos de instaurarlo a nivel nacional, pero el abuso que se hizo del mismo durante la República de Weimar (1919-1933) y el régimen nazi (1933-1945) sigue actuando como barrera de contención. Aún hoy se tiene muy presente la facilidad con que se instrumentalizó para generar agitación populista de la peor especie, dado que permite trazar la frontera entre amigos y enemigos más claramente que cualquier otro procedimiento.  No es casualidad que una de las mejores descripciones del referéndum provenga de un crítico acerbo de la democracia liberal y simpatizante del nacionalsocialismo, el filósofo y constitucionalista Carl Schmitt (1888-1985): “Está en la naturaleza de las cosas que el referéndum sólo puede ser puntual e intermitente... El pueblo sólo puede decir sí o no; no puede consultar, deliberar o discutir... Por sobre todas las cosas no puede formular ninguna pregunta, sólo puede contestar con el sí o con el no las preguntas que se le formulen... La pregunta sólo puede venir de arriba, la respuesta de abajo...”. La filósofa alemana Hannah Arendt (1906-1975), quien fue testigo de la degradación de la política en Alemania entre las guerras y tenía muy claro este asunto, escribió en su magnífico libro Sobre la Revolución (de 1963), que el referéndum era contrario a la democracia pluralista justamente porque impedía los compromisos, que eran la esencia de la política. *

Ahora bien, con independencia de lo que se piense del referéndum como procedimiento de decisión política (para unos, la máxima expresión de legitimación democrática; para otros, la anulación del pluralismo), es difícil imaginar qué pregunta se podría haber formulado en Grecia que expresara claramente el dilema en que se hallaba el país, y pudiera responderse con un sí o un no concluyentes (en un momento, además, en que los ánimos estaban muy caldeados). El mismo Habermas reconoció que la alternativa era el cólera o la peste. El hecho incontestable es que el Estado griego necesita recibir el segundo tramo del rescate en diciembre, pues de lo contrario quedará insolvente. En esas circunstancias, someter a consulta algo que pusiera en duda la pertenencia a la moneda común, significaba correr un riesgo de enormes dimensiones. Si bien nadie sabe a ciencia cierta qué ocurriría si Grecia abandonara la Eurozona, se cree que el dracma -o cualquier otra moneda que adoptara- se devaluaría un cincuenta por ciento con respecto del euro, con lo cual la deuda se multiplicaría. Sin el respaldo del euro, pasarían muchos años antes de que recuperara su capacidad crediticia. 

Con su precipitación, Papandreu puso a su país en un aprieto. El referéndum que planeó se parecía más a un voto de confianza sobre su persona y su gobierno (como los que da el Parlamento en los regímenes parlamentaristas), que a una consulta sobre alternativas viables. Finalmente, este enredo llevó a que se conformara un gobierno de base más amplia que el suyo para enfrentar la crisis (aunque a costa de su cargo). El efecto positivo fue que consiguió romper el bloqueo del principal partido de oposición, Nueva Democracia (Nea Dimokratia), que hasta entonces sólo se dedicaba a obstruir la acción del gobierno. Si fue ésa su verdadera intención, se trató de un juego a varias bandas que pudo haberle salido mucho peor.

* Arendt fue aún más categórica en su juicio: ”... si la opinión pública equivale a la muerte de todas las opiniones, el referéndum es la muerte del derecho del voto por el cual los ciudadanos pueden elegir y controlar al gobierno”, Hannah Arendt,Über die Revolution, Munich 1986. 

*Sociólogo político. Graduado en la Universidad Libre de Berlín. 

Publicado

2011-11-24

Edição

Seção

Política internacional