Una nota sobre la “primavera de los pueblos árabes”

Autores/as

  • Sebastián Bidegain

Resumen

Desde finales del año pasado se han ido sucediendo una serie de levantamientos civiles en gran parte del mundo árabe. Estos levantamientos, que desde Túnez se han expandido con poderoso efecto dominó, conforman una importante etapa en la vida de la región que se ha convenido en llamar, haciendo alusión a las experiencias europeas de 1848, “La primavera árabe”. No se trata de revueltas espontáneas y caprichosas, son revoluciones, movimientos que reaccionan contra comportamientos político-sociales mantenidos durante décadas, masas civiles que bregan por alcanzar mayores derechos y el pleno respeto de los ya logrados. Por su parte, es también la búsqueda de democracia, como aseguran muchos involucrados y analistas del caso.    

Se ha señalado el levantamiento tunecino de diciembre de 2010 como el inicio del efecto dominó. La ex colonia francesa ha sido gobernada desde 1989 por Zine El Abidine Ben Ali, quién alcanzó el poder mediante un ejercicio formal del sufragio. El  partido de Ben Ali (Néo-Destour) logró mantener atomizada a la oposición y gobernó en forma corrupta, utilizando el tráfico de influencias y el nepotismo. La desigual distribución del ingreso ha ido profundizándose entre la cúspide de la pirámide y cerca de 3 millones de desempleados (de un total de 11 millones de habitantes) en el otro extremo. El detonante del levantamiento fue una importante suba del precio de los alimentos básicos en diciembre de 2010. El levantamiento pedía la inmediata dimisión de Ben Ali y todo su plantel político.

A Túnez le siguió Egipto, donde Hosni Mubarak gobernó casi 30 años desde el asesinato de Anwar el Sadat. Mubarak también ejerció el poder en forma arbitraria y corrupta, teniendo un férreo control sobre las expresiones independientes. Tanto en el caso de Túnez como en el de Egipto, las revueltas lograron la pronta dimisión de sus mandatarios.

Esto no sucedió en Libia. Allí,  el conflicto interno comenzó en febrero de este año y dividió al país entre los que pugnaban por la renuncia del histórico líder, Muamar El Kadafi, y quienes lo apoyaban y aún hoy apoyan. El efecto continuó difundiéndose por Siria, Yemen y Bahrein y ha tenido importante influencia en Jordania e incluso Arabia Saudita, aunque sin el mismo grado de violencia.

No es posible acercarse a este complejo drama socio-político sin antes realizar una breve mención de algunos acontecimientos históricos que le han dado sustento. Desde el fin y escisión del Imperio Otomano, hacia finales de la Primera Guerra Mundial, pasando por el período de los “Mandatos Orientales”, hasta la creación del Estado de Israel y las subsiguientes guerras sino-árabes, se ha reflejado un proceso que ha derivado en la creación de Estados organizados de forma piramidal, cuyo vértice ha generado un enorme peso estructural.

La caída del imperio Otomano tras la primera guerra mundial, hacia 1920, significó una importante victoria para el Panarabismo. Por su parte, también significó el inicio del colonialismo franco-británico a partir del tratado Sykes-Picot, durante el período llamado “Mandatos Orientales”.

El apoyo a los aliados por parte de los árabes durante la primera guerra pretendía lograr la égida británica ante cualquier enemigo extranjero y posibilitar la creación de un gran territorio árabe unificado, que comprendiera desde Arabia y los actuales Siria, Líbano e Israel, hasta los Territorios Palestinos, Jordania e Irak. Pero la influencia británica terminó por ser un elemento negativo para el panarabismo. No sólo por el hecho de la no concreción de la unificación y la posterior creación del Estado de Israel, sino porque esa relación promovió aún más el fortalecimiento de los clanes en el poder y las diferencias entre chiítas y sunitas.

El período colonial de entreguerras acarreó el fortalecimiento de la relación económico-comercial entre occidente (más específicamente Gran Bretaña y Francia) y los escalafones más altos de las sociedades árabes, las clases regentes, que comenzaban a formarse en oligarquías poderosas. Éstas consiguieron hacerse con el poder y mantenerlo dentro de su círculo.

El gran vuelco de Gran Bretaña a la hora de apoyar a los territorios árabes contra cualquier ataque enemigo y ayudarlos a concretar el sueño panarábico de un único reino, asestó el golpe final al promover la creación del Estado de Israel, manteniendo la Declaración de Balfour de 1917. La ofensa para los movimientos nacionalistas árabes que significaba la creación del Estado de Israel y las subsiguientes guerras sino-árabes, terminó por crear un elemento de legitimación de las clases dominantes: la existencia de un enemigo en la región, elemento que funcionaba como una suerte de amalgama de los pueblos árabes.

No obstante cualquier elemento unificador, existe el gran problema de la división socio-política entre sunitas y chiítas. Las dos ramas más importantes del mundo musulmán difieren por su visión de cómo deben seguirse las enseñanzas de Mahoma. No se trata de una simple diferencia en la interpretación. En cambio, se trata de una fuerte competencia a lo largo de toda la banda que se extiende desde El Líbano hasta Pakistán, con Irán como principal representante de los chiítas y Arabia Saudíta como principal abanderado de los sunitas. En el trasfondo del conflicto puede distinguirse nuevamente la intervención de las metrópolis europeas durante la colonia, ya que se le daba a las minorías religiosas una mayor representación en los gobiernos y las fuerzas de seguridad coloniales. Ello hoy se traduce en reiteradas persecuciones y purgas de minorías religiosas. Según muchos analistas, es el conflicto “interarábigo”, entre sunitas y chiítas, el principal enemigo del proceso hacia lograr más derechos y, eventualmente, la democracia. Sin embargo, el proceso parece continuar con fuerza y ya ha dado sus primeros frutos.

De manera irónica, en Turquía ha surgido una figura que es celebrada desde Túnez hasta Ramallah como defensor del orgullo árabe. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se muestra como fuerte defensor de los derechos palestinos y de los derechos individuales de los jóvenes árabes y se ha manifestado en contra de los sistemas unipartidistas. Es importante destacar que el primer ministro turco se muestra como una figura que alienta el diálogo entre el mundo árabe e Israel, además de tener en cuenta a los kurdos y armenios en su discurso sobre derechos y política de buena vecindad.

Otra de las novedades que ha traído esta primavera árabe es que ha dado cierto lugar a la mujer. Por ejemplo, en Libia muchas mujeres participan activamente en células rebeldes contra el régimen de Kadafi. Algunas en carácter de encubiertas, todas ellas ocupando un rol que nunca habrían imaginado ocupar. Más sorprendente aún, según declaraciones del rey Abdalá en Arabia Saudita (país donde las mujeres no pueden conducir automóviles ni pasear solas sin la compañía de un hombre) las mujeres podrán votar en las elecciones municipales a partir del 2015 y tener representación en el Majlis al Shura, una asamblea consultiva cuyos miembros son designados por las autoridades.

Para los analistas del resto del mundo, esta primavera es un episodio que genera un gran desconcierto. En palabras de la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary R. Clinton: “Nos encontramos ante un despertar árabe que nadie podría haber imaginado y pocos habrían pronosticado hace apenas unos años… Eso está eliminando mucho de los antiguos preconceptos”.

Uno de los mayores desafíos será como transitar el camino hacia la democracia. Cabe preguntarse qué deparará ese camino. Considerando la trayectoria de regímenes autoritarios que caracteriza la vida política de los países implicados, la sola idea de instaurar un sistema democrático supone el absoluto derrumbe y reconstrucción del sistema organizacional. Sobre este punto recordemos lo que destacaba el jurista, filósofo y politólogo italiano Norberto Bobbio: "Hago la advertencia de que la única manera de entenderse cuando se habla de democracia, en cuanto contrapuesta a todas las formas de gobierno autocrático, es considerarla caracterizada por un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar las decisiones colectivas y bajo qué procedimientos" (1). Para que la organización democrática pueda darse, es irremediable partir de una base individualista, esto es, la sumatoria de todas las voluntades de los individuos que desean convivir juntos en una sociedad.

Pensar en un mundo árabe democrático, partiendo desde la voluntad del individuo, genera un gran interrogante desde el punto de vista de la relación entre ese individuo y el mundo que lo rodea. Según Bobbio, el contractualismo de los siglos XVII y XVIII puso de cabeza la concepción medieval de una estructura previa al individuo. El hecho de que sean los individuos, libres e iguales, quienes desde el estado de naturaleza construyen el sistema social, nos pone a pensar en cómo deberá posicionarse un individuo “resignado a la voluntad de un dios único” (concepto tras la palabra islam), al que su gobierno también gusta de “someterse”. La no secularización de los Estados islamitas supondría, a priori, un obstáculo a la necesaria voluntad individual previa al sistema de organización social, condición necesaria para construir, según Bobbio, un camino hacia la democracia.  

Claro que, a diferencia de lo que la mayoría de los teóricos democráticos del siglo XIX creía, la democracia es ahora considerada un valor universal y, por tanto, alcanzable por cualquier civilización. Esto queda claro en Bobbio, donde lo importante es la voluntad de los individuos y no se hace referencia a ningún otro requerimiento. Es posible que los países árabes alcancen la democracia pero para eso, nuevamente tomando a Bobbio, es necesario seguir el camino paralelo del liberalismo, en tanto es necesario el respeto de ciertas libertadas para el correcto ejercicio del poder democrático. En este y otros procesos la completa abolición de la oligarquía es sólo una utopía, así como también lo es el completo respeto de las libertades. El alcance real de ambos depende, en estos momentos, de las masas civiles y los gobiernos transitorios (en aquellos países cuyos gobernantes ya han sido removidos).

El peor de los escenarios posibles es uno en el que las revueltas civiles no cesen y los grupos extremistas aprovechen el caos para conducir a las masas a más violencia. El mejor de los escenarios esperables sería uno en que la violencia cesara y los gobiernos transitorios condujeran la organización social según la voluntad de los individuos. Es posible que el final de este proceso nos encuentre a mitad de camino.

(1) Bobbio, Norberto. 1992. "El futuro de la democracia". Fondo de Cultura Económica – Mexico. Página 14.


*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT

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Publicado

2011-10-13

Número

Sección

Enfoques