IDENTIDAD Y CULTURA EN GRIMSON

Autores/as

  • Alejandra Tagliani

Resumen

Repensar el cuerpo teórico con el que se analiza la cultura en una época histórica signada por la diversidad cultural, la crisis identitaria y una fuerte politización de la región no es tarea sencilla. Ello es en gran parte, la propuesta del nuevo libro del antropólogo argentino Alejandro Grimson.

Haciendo uso del relato histórico-cultural latinoamericano, Grimson logra concitar la atención inmediatamente, pasajes por momentos que logran esbozar en el lector más de una sonrisa. Son reflejos de nuestra realidad, difícilmente aprehensible muchas de las veces con modos y modas académicas impuestos desde el exterior. El planteo teórico-empírico cruza toda la obra y abre una puerta para repensar la realidad socio-cultural, repensar horizontes de imaginación social y política que permitan dar cuenta de las sociedades en las que vivimos, con sus dilemas y fracasos.

La era, tiempo histórico donde se ubican estas grandes disyuntivas entre lo empírico y lo teórico que Grimson relata, concentra la caída, o al menos la falacia en determinados aspectos, de grandes metarrelatos, de grandes corpus teóricos; al mismo tiempo que se localiza en un momento político muy particular, donde es posible, dada una cierta lejanía en el tiempo, analizar la era democrática, por un lado, y por el otro evaluar el resultado de las nuevas oleadas transformadoras que los gobiernos latinoamericanos plantean desde ya hace casi un par de lustros.

Un pasaje por las páginas que el autor nos brinda, tal vez en forma no tan lineal como él nos las presenta, podrá permitirnos entender su lógica de pensamiento y hasta inclusive indagar en nuestra propia imaginación nuevas esferas para comprender la realidad multicultural de la cual somos parte.

Entender nuestro pasado nos permitirá entender un poco mejor nuestro presente (pretender más sería sin duda demasiado ambicioso para los objetivos de un libro). Conocer para luego entender, aunque sea brevemente, a través de los relatos que el autor trae a colación, otras realidades culturales tan cercanas en el espacio, de nuestra querida América Latina, pero tan lejanas muchas veces de nuestra cotidianeidad, abrirá una puerta para comprendernos mejor, unos y otros.

Subyacen como hilo conductor los debates teóricos, y la factibilidad de adaptarlos a empresas culturales distantes. Objetivismo, subjetivismo e intersubjetividad configuracional como intérpretes de los contextos sociales, son puestos en tela de juicio por Grimson. La crítica a cada una de ellos, evaluando los estereotipos teóricos que los sustentan, enfatizando claro está en el concepto cultura. Adhiere sí, a una postura intermedia entre el subjetivismo y objetivismo: en el entendido de que existe una configuración cultural que determina, como una especie de frontera de acción, el contexto donde interactúa el individuo. Individuo, que por su parte, moldeará, construirá y escogerá el espacio dónde interactuar, dándole forma en última instancia.

Grimson dirá, entonces, de la antropología, que “no se reduce en absoluto a la ‘perspectiva del actor’ –dado que la incorpora a un diálogo con otras-, rechaza cualquier reduccionismo fundado en la perspectiva excluyente del autor” (pág. 39). Definir cultura como noción, concepto y/o categoría, es constitutivo, pero aunque así lo sea, no por ello deja de ser complejo.  Grimson se apegará finalmente, luego de un recuento interesante por varias definiciones, a la noción encasillada en el sentido común, donde hábitos, creencias y rituales terminan configurando a lo cultural, pero desde una perspectiva que nos permitirá pensar las desigualdades,  la historia y el poder que ejercen interna y externamente cada una de ellas, en definitiva su influencia.

Haciendo alusión nuevamente a la realidad latinoamericana, al evaluar la localización conceptual de la región, el autor se cuestiona la posibilidad de categorizarla baja una única acepción. Contrariamente, postulará la necesidad de una perspectiva que “atienda a las experiencias históricas desigualmente compartidas, al estudio de las configuraciones y las sedimentaciones” (pág. 45), en al afán de comprender las diferencias y similitudes que nos acogen. El clásico concepto de cultura que veía al mundo dividido en culturas armónicas ha caído estrepitosamente, la historia se ha encargado de demostrarlo. Reconocer la heterogeneidad se ha vuelto imperioso.

Pero, ¿cómo pasar de un estadio a otro? ¿Cómo aceptar este multiculturalismo sin evitar una crisis cultural? A ello se refiere Alejandro Grimson al inicio de su obra:

“Una suspensión del sentido común y del imaginario acerca de quiénes somos. Si la conciencia práctica y los ‘saberes’ evidentes se redefinen o se recomponen, si la noción de quiénes somos está clara para cada actor social aunque haya disputas entre ellos, no hay crisis cultural. La crisis es el período en el cual se produce una sensación colectiva de liminidad, de que algo ha llegado a su fin, o de que un sentido crucial se ha tornado obsoleto, y no se impone otro régimen de significación que pueda otorgar certidumbres mínimas a la sociedad” (págs. 14-15).

Dando una vuelta de página, a lo largo de la obra, sobresalen y se reiteran, desde mi opinión, algunos elementos en el estudio de la cultura. Entonces y así deja verse, la cultura debe analizársela sobre la base de la trilogía: cultura-historia-significación. Cada uno de ellos, complementario del otro y dependiente a su vez. No es posible el estudio de la cultura sin un universo de sentido determinado y un contexto histórico específico, sobre ellos se edificará.

Hegemonía, reconocimiento, frontera, identidad, son ejemplos de adscripciones teórico-empíricas que aparecen durante el volumen, ligadas constantemente, a la construcción de un pensamiento que nos habilite a concebir el cambio social. Una y otra vez, se retoma la idea de conflicto, crisis cultural, en una acepción más bien constructiva que destructiva de la propia cultura, ¿cómo lograr que el conflicto no se convierta en demoledor? Por medio de una hegemonía, sostendrá el autor, “no es la anulación del conflicto sino, más bien, el establecimiento de un lenguaje y un campo de posibilidades para el conflicto” (pág. 46), evitando siempre que el subalterno sea hablado por la hegemonía. La construcción de espacios propios se convierte en el mecanismo fundador de cualquier proyecto político.

El conflicto es inevitable para alcanzar la legitimación, el reconocimiento de las colectividades subordinadas y aquí hace suya la idea de Fraser, e inclusive subliminalmente, la idea de reconocimiento de Honneth. La postura de Grimson se expondrá en la siguiente cita, suficientemente esclarecedora por sí sola:

“El éxito de un proyecto hegemónico no se establece según su capacidad de anular la oposición o el conflicto, sino según su capacidad de instituir el lenguaje en el cual el conflicto (inevitable) deberá desarrollarse. (…) Aceptar la interculturalidad y promover que –sin imposiciones y con poder propio y libertad- los diferentes grupos puedan generar cambios culturales e incorporar aspectos capaces de favorecerlos es un acto contra el fundamentalismo. Sobre todo si implica reconocer que la diversidad cultural no es valiosa en abstracto, sino que hay ideas, procedimientos y tradiciones que son valiosos para distintos grupos en diversas historias culturales. Desde esta perspectiva, la convivencia no sería preservación y la diversidad podría procesarse democráticamente en la interacción. (…) Integración socioeconómica y la asimilación cultural son procesos necesariamente convergentes. (…) En este debate se corre el riesgo, nada desdeñable, de que para desechar el fundamentalismo se abandonen los avances en el reconocimiento cultural y en la conceptualización de la heterogeneidad cultural. Para evitarlo, debemos analizar el reconocimiento, la diferencia, la diversidad y el particularismo en su especificidad y en su contexto”.(págs. 81-83)

En el intento de deslindar cultura e identidad, es que Alejandro Grimson incorpora el concepto de frontera como referente empírico, pero también como noción teórica. Comienza su tercer capítulo con un abordaje de carácter empírico, poblado de ejemplos regionales, situando entonces, a la frontera como territorio espacial en un sentido más estricto, como límite que separa físicamente dos países pero también como límite entre las identificaciones y las culturas, entendiendo que las prácticas culturales sobrepasan los límites físicos, reproduciéndose las identificaciones de un lado y del otro de las fronteras, en una especie de mixtura cultural localista, particularista de cada zona fronteriza.

Aquí se refleja claramente, la idea de cultura como construcción social, donde la estructura, para este caso significados propios de la frontera, ya sean a nivel de costumbres, lenguajes, tradiciones, implícitamente ejerce presión sobre el accionar del individuo, configurando en última instancia su accionar. Muestra de ello, la frontera uruguayo-brasileña, pero claro está, no la única.

Bajo una misma línea de pensamiento, es que retoma definiciones de índole estrictamente teórica sobre los conceptos de cultura e identidad, con el propósito último de, en cierto modo enfrentarlos y ver en qué medida cada uno de ellos terminan configurando al individuo. Entiende, que “lo cultural alude a las prácticas, creencias y significados rutinarios y fuertemente sedimentados, mientras que lo identitario refiere a los sentimientos de pertenencia a un colectivo y a los agrupamientos fundados en intereses compartidos” (pág. 138).

La dualidad cultura-identidad, en una especie de paralelismo, se corresponde con la dupla comunidad-sociedad, en el sentido de que los primeros términos adhieren a un proceso menos adscriptivo que los segundos. Uno no elige dónde nace y eso sucede con la cultura y la comunidad donde los lazos familiares priman, tal configuración viene dada. En tanto, daría la impresión que la identidad, al igual que su par la sociedad (donde ocurren procesos de individualización más fuertes), el individuo es quien escoge pertenecer a un determinado colectivo, sea ya por intereses particulares y/o sentimientos comunes.

Importancia no menor le otorga Grimson a la nación, como unidad que logra en su interior una máxima heterogeneidad –“invento humano”, dirá–. Heterogeneidad que moldea el estatus de esta figura en la más compleja que se puede encontrar hoy día. La apuesta sería, entonces, a la articulación de la diversidad cultural politizada, enmarcando los colectivos que en su interior residen. Esa será, ni más ni menos, la tarea de los Estado-nación actuales.

Lenguajes, historias comunes, identificaciones particularistas, desencuentros, conflictos culturales será el devenir de las sociedades multiculturalistas, habrá que ver hasta qué punto el Estado-nación, y Grimson parecería ser un ferviente defensor, podrá socavar los ataques externos.  
            
          “El consenso creciente en América Latina es utilizar “multiculturalismo” para indicar un tipo de política, caracterizado por la separación de la diversidad, que corre el riesgo de generar segregación y escasa comunicación intercultural. Así, mientras en la primera fase la dificultad o la imposibilidad de los Estados de sostener sus políticas de asimilaciones, de mestizaje o de blanqueamiento abrió un espacio para el reconocimiento inicial de las diferencias, en esta segunda etapa prevalece la tendencia a abandonar el presupuesto huntingtoniano de que para evitar conflictos las culturas deben permanecer incomunicadas, cada una en su sitio. (…) Si el dispositivo neoliberal buscó estructurar esa heterogeneidad a través de los particularismos, el interrogante actual es cómo podrán articularse, después del fracaso neoliberal en varios países de América Latina, nuevos acuerdos que impliquen una vida en común y un horizonte socialmente igualitario.” (pág. 241-242)

Se puede observar, aquí, el registro político-utópico que el autor trata de transmitir, en el afán de alcanzar una sociedad mejor, en el afán de una gestión política (actual y futura) que nos lleve a ese estado, donde la legitimación de las desigualdades, la inclusión y la vinculación con el territorio sean temas prioritarios de la agenda política latinoamericana.

Será la configuración cultural como concepto, quien nos permitirá comprender la heterogeneidad, las desigualdades y las jerarquías, ya que ella es el espacio compartido de actores contradictorios, en ella es plausible la articulación. Campos de posibilidad; lógica de interrelación entre las partes; trama simbólica común, lenguajes verbales, sonoros y visuales en los cuales quienes disputan pueden a la vez entenderse y enfrentarse; aspectos culturales “compartidos” califica Grimson como los factores constitutivos de la configuración cultural.

Capítulo aparte merece la lengua como campo de interlocución: el diálogo, la confrontación, el reconocimiento, el conocimiento necesitan un elemento ordenador, constitutivo, un lenguaje común y así lo entiende el autor.

“La interpretación de las imbricaciones culturales” es el título del último capítulo de esta obra reseñada, Grimson despliega todo elocuencia a fin de traernos por demás interesantes narraciones sobre estudios de procesos sociales puntuales, donde confluyen las configuraciones epistemológicas expuestas a lo largo del libro, incursionando y adentrándonos en algún que otro elemento metodológico propio de las ciencias antropológicas, el caso de la estrategia “llave”. Dirá de ella que incluyen “objetos, prácticas o categorías que permiten abrir alguna dimensión de una caja negra, de una configuración cultural. Las llaves pueden estar vinculadas a cualquier proceso que sea crucial, en un momento histórico, para una sociedad”. (pág. 226)

Estrategia que les permitirá (a los cientistas sociales), entre otras tantas, desentrañar el imbricado mundo del que somos parte, donde la interculturalidad ha venido a instalarse de una vez y (eso esperemos) para siempre, la multiplicidad interactúa y no por ello anula la diferencia, sino que es en ella donde se produce la interacción, la asimilación –pero también la resistencia, nos demuestra Grimson–. Más y más interacción nos avalará para cruzar las fronteras culturales, más conocimiento de cada una de las identificaciones y culturas, la apertura como individuo, como sociedad, como Estado-nación.

Fragmentos del texto nos dejan entrever una lectura con un registro político-utópico. Un Grimson crítico, político y comprometido con la añoranza de un proyecto político que sea permeable a lo diverso, culturalmente hablando, donde todas las colectividades sean reconocidas y escuchadas, donde el diálogo sea la herramienta metodológica por excelencia. Los estudios culturales en América Latina deben contemplar lo híbrido y lo histórico a la vez, lo histórico que a su vez determina la condición de híbrido.

El choque de culturas que provocó, ya hace más de 500 años, que la historia latinoamericana quedara soslayada bajo la égida hegemónica europeísta, tiende a revertirse, nuevos bríos se engendran. Dejar de hablar de la cultura latinoamericana, única y uniforme, es una de las enseñanzas que el libro nos deja, lo que hay en realidad son configuraciones disímiles, procesos compartidos y modos de resolverlos en forma localista: etapas dictatoriales, transiciones, democracias, indigenismo, mestizaje, europeísmo, etcétera, lo ejemplifican.

Reflexión e imaginación sobre nuestras sociedades es los que nos deja el paso de las casi 300 carillas que Alejandro Grimson nos propone en Los límites de la cultura, donde realidad y sentimiento se entrecruzan, historia y poder, pero que en última instancia nos habilita a repensar y escribir nuestra propia historia, desde sus fracasos y victorias, desde sus especificidades e identidades, como tarea principalmente nuestra: de los latinoamericanos.

BIBLIOGRAFÍA

GRIMSON, Alejandro (2011). Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Siglo XXI editores: Buenos Aires.

 

*Socióloga(Universidad de la República), 
candidata a Doctora en Sociología por la UNSAM, Argentina

Descargas

Publicado

2011-09-08

Número

Sección

Culturales