El estado de las relaciones interamericanas
Resumen
Ni un solo país del mundo, cualquiera que sea
su sistema político ha logrado, jamás,
modernizarse con una política de puerta cerrada.
Deng Xiaoping, 1982.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. intentó redefinir su relación con Latinoamérica a través de diferentes planes de cooperación. Desde la Alianza para el Progreso de John F. Kennedy, pasando por el nuevo acercamiento promovido por el Secretario de Estado Henry Kissinger y más tarde la Iniciativa de las Américas de George Bush, varios han sido los esfuerzos pero poco tangibles los resultados positivos o el alejamiento de los resquemores.
La llegada a la presidencia de Barack Obama, con su inspiradora historia personal, generó expectativas promisorias en la eventual definición de su política para con América Latina, especialmente entre los afro-descendientes e indígenas siempre postergados en la agenda social de sus naciones. En abril de 2009, en el marco de la Cumbre de la Américas en Trinidad, Barack Obama parecía estar a la altura de esas expectativas, con un discurso conciliador en el que apelaba a la construcción de una “relación de iguales” entre su país y Latinoamericana.
Sin embargo, el nuevo orden mundial establecido a partir del 11 de septiembre y la reconfiguración de las zonas de interés de EE.UU., sumado a la crisis financiero-económica de 2008 conspiraron contra el desarrollo de un intercambio más fluido y equilibrado. La teoría de que América Latina es un área de irrelevancia creciente y de escaso valor comienza a tomar fuerza.
La reciente gira del Presidente estadounidense a la región (Brasil, Chile y El Salvador) ha sido interpretada como un intento de contener esa creencia. En una entrevista concedida a la revista Veja de Brasil (23 de marzo de 2011), Barack Obama expresaba su deseo de reforzar la relación económica con la región, destacando la importancia de Brasil como socio comercial y el apoyo expreso de EE.UU. para que el gigante sudamericano amplíe su rol en instituciones globales financieras (G 20, FMI, Banco Mundial).
La gestación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la idea de vincular más profundamente las economías de las Américas en una zona de libre comercio única habían comenzado en la Cumbre de las Américas de diciembre de 1994 en Miami, EE.UU. Los Jefes de Estado y de Gobierno de las 34 democracias de la región acordaron la construcción de un Área de Libre Comercio en la que las barreras al comercio y la inversión se eliminarían progresivamente.
Algunos países Latinoamericanos se mostraron ansiosos en formar parte del ALCA, pero gradualmente han perdido interés o registrado un cambio de rumbo tras la llegada al poder de nuevos gobiernos y, no menos importante, la inacción de Estados Unidos. América Central y el Caribe y, particularmente, Brasil en Sudamérica ocupan un lugar estratégico en la agenda norteamericana. Los primeros, por su nivel de integración con EE.UU. y por cuestiones de seguridad vinculadas con la inmigración y el narcotráfico. Brasil, por su creciente poder y su intención de limitar la influencia estadounidense en Sudamérica.
Sin embargo, el nivel de influencia de EE.UU. en la región parece realmente estar redefiniéndose. El surgimiento de otros actores, principalmente nuevos socios comerciales, le ofrece a los países latinoamericanos un nuevo nivel de confianza y una plataforma más firme desde la cual negociar. China se confirma cada día como uno de los principales compradores de materias primas, India comienza a mostrar su potencial y la Unión Europea pretende relanzar las negociaciones con el MERCOSUR de cara a un Tratado de Libre Comercio (TLC). Así, paralelamente a la firma de TCLs con EE.UU., los países de la región firman TLCs con países asiáticos. Chile y Perú y sus tratados con EE.UU. y Corea del Sur son un buen ejemplo de ello.
Si bien EE.UU. podría jugar un rol estratégico en la promoción de la libertad económica, la estabilidad política y el crecimiento en América Latina, eso significaría una revisión de su política para con la región que ha incluido rescates financieros, medidas proteccionistas y mensajes mixtos, en ocasiones explicados por las políticas divergentes de gobiernos demócratas y republicanos.
Por otro lado, no puede menospreciarse la pérdida de prestigio internacional que han sufrido las instituciones estadounidenses en su persistencia de ignorar el derecho internacional y también, en nombre de la seguridad nacional, decretar medidas excepcionales. Varios son los ejemplos: la invasión a Iraq, los abusos a los derechos humanos (Abu Ghraib), los detenidos en Guantánamo, las víctimas civiles en Iraq y Afganistán o las revelaciones de Wikileaks. Estas situaciones colocan al gobierno estadounidense en una permanente contradicción entre su discurso y su práctica.
En ese contexto, ¿Cómo apelar a EE.UU. como referente para la región? La oportunidad pudo haber surgido en el marco de la crisis hondureña en la que ni EE.UU., ni la OEA, ni la sorpresiva intervención de Brasil consiguieron aportar claridad o una salida digna a la situación.
En esa misma crisis quedaron evidenciadas las contradicciones de la región. Mientras algunos pedían la intervención de EE.UU. para encontrar una solución a la crisis política e institucional de Honduras, otros actores criticaban las acciones del gobierno estadounidense y lo tildaban de intervencionistas.
Más allá del discurso formal, y la postura oficial de cada país en relación con su política exterior, toma creciente importancia la política interna de los países. En su libro “El fin de la historia y el último hombre” Francis Fukuyama sostiene que, dado que las democracias no se enfrentan o luchan unas contra otras, se genera un entorno pacífico y próspero, siendo la legitimidad de esas democracias una forma de poder. En la región han surgido gobiernos que, elegidos democráticamente, esgrimen un discurso y un accionar de corte populista que dificulta la lectura de la orientación de su política exterior. Estos gobiernos han concentrado un gran nivel de poder en el Ejecutivo, debilitando en parte la legitimidad de esa democracia.
Si de algo parece carecer Latinoamérica, es de políticas de estado que se basen en proyectos de país que se impongan en el tiempo y a través de los gobiernos y no en modelos de país basados en ideologías. En los hechos, no es viable que con cada cambio de gobierno que se de en la región, EE.UU. se vea en la necesidad de recomenzar su relación con el gobierno de turno. Ello solo puede generar un desgaste y una pérdida de tiempo que ningún país de Latinoamérica está en real posición de promover.
La Relación EE.UU. – Uruguay
Si bien Uruguay siempre ha tenido en EE.UU. a uno de sus principales socios comerciales, el relacionamiento político ha sido fluctuante. En su reciente libro “Os redentores” (en su traducción al portugués), el escritor mexicano Enrique Krauze identifica a Argentina y Uruguay como “la cuna intelectual del antiamericanismo” y los gestores de la idea de una región unida, por ser países más ricos y profundamente influenciados por pensadores franceses. Las ideas del escritor uruguayo Enrique Rodó y su visión de la cultura estadounidense junto con las ideas del periodista cubano José Martí, influenciaron fuertemente a las posteriores generaciones de intelectuales latinoamericanos y actores sociales, entre los que se destaca Eduardo Galeano y su obra de referencia “Las venas abiertas de América Latina”.
Desde el retorno a la democracia en 1985, la relación de Uruguay con EE.UU. ha sido armónica, esencialmente justificada por el intercambio comercial y, en menor medida, por temas vinculados a seguridad y defensa. Probablemente, el mejor momento de la relación bilateral se produjo en el marco de la 3ra. Cumbre de las Américas en Quebec, Canadá, en abril de 2001. En aquella ocasión, el presidente de EE.UU., George W. Bush, agradeció al presidente de Uruguay Jorge Batlle su mediación, sin aparente pedido expreso, ante el presidente chino Jiang Zemin en pos de la liberación de un grupo de 24 soldados estadounidenses retenidos por el gobierno de ese país en Hainan.
Más tarde, cuando Bush defendió el proyecto del ALCA y sus ventajas para todas las partes involucradas ante la presencia de la mayoría de los presidentes de la región, Batlle abandonó el discurso que había preparado y centró su intervención en apoyar la propuesta de Bush, anulando toda voz en contrario (consciente de que la siguiente intervención sería de Venezuela en la persona de su presidente, Hugo Chávez) dando ejemplos del intenso intercambio comercial que ya existía entre EE.UU. y Latinoamérica. El periodista uruguayo, Claudio Paolillo, describe ese momento como “amor a primera vista” en su libro “Con los días contados”. A partir de allí el dialogo entre ambos presidente fue permanente y se cursaron invitaciones para visitar EE.UU. y Uruguay.
Unos meses después, en el desarrollo de la crisis financiera que afectare a Uruguay, como resultado de la corrida bancaria y posterior default en Argentina, el FMI, a través de su representante el chileno Eduardo Aninat, exigía a Uruguay la declaración de default a cambio de recibir asistencia financiera. El rescate de Uruguay llegó en la forma de un préstamo del gobierno estadounidense que le dio la liquidez necesaria para evitar el default.
El acercamiento del gobierno de Batlle a su contraparte estadounidense dio sus frutos, aunque la intención inicial de su gobierno era la de alcanzar un acuerdo comercial profundo con EE.UU. Las dificultades que el país atravesó por aquel entonces y el reordenamientos de sus prioridades impidieron mayores avances en ese sentido.
Con la llegada a la presidencia uruguaya de Tabaré Vázquez (2005-2010), primer representante de la coalición de izquierdas Frente Amplio, surgieron dudas respecto de la continuación del acercamiento entre ambos países. Vázquez y su equipo económico eran partidarios de fortalecer la relación comercial y política con EE.UU., no así sectores de su coalición que se opusieron fuertemente, destacándose la posición de su propio Ministro de Relaciones Exteriores e histórico referente del Partido Socialista, Reinaldo Gargano.
Durante el gobierno de Vázquez, el presidente Bush visitó el país y manifestó sentirse “sorprendido” por lo que el país estaba en condiciones de ofrecer en términos comerciales y políticos como referente regional de prácticas políticas moderadas.
El momento político entre ambos países era inmejorable pero las posiciones disidentes dentro del partido de gobierno y la falta de un acuerdo social, impidieron, una vez más, que el Uruguay se posicionare como un socio estratégico de EE.UU. en la región. Algunos miembros del gobierno consideraron que el país ya tenía un socio poderoso en la figura de Brasil, mientras que otros actores políticos consideraban que Uruguay debía generar el mayor número posible de socios poderosos y estaba dejando pasar una oportunidad histórica.
El actual gobierno pertenece a la misma coalición de izquierda y es liderado por Jose Mujica. Hasta el momento, no ha mostrado indicios precisos sobre qué tipo de relacionamiento procura sostener con EE.UU. Hay una clara apuesta por fortalecer la relación con los vecinos de la región, lo que es apreciado especialmente por gobiernos populistas, con necesidad permanente de validación internacional.
No resulta claro si ello es parte de una estrategia de construir buenas relaciones con los vecinos más próximos y así perfilarse como facilitador y canalizador de contactos entre terceros cuyos vínculos no sean tan fluidos o, en cambio, se trata de nuevos caminos que el presente gobierno pretende tomar.
En ese sentido, existen posiciones que sostienen que Uruguay debe ser un país bisagra en la región, mientras otros sostienen que basado en la solidez de sus instituciones debería posicionarse como referente de compromiso democrático y transparencia y, desde esa plataforma, validar sus expectativas, reclamos y negociar su posición y votos en foros internacionales. Uruguay debe recuperar su histórico rol como interlocutor coherente, serio y moderado, respetuoso de las leyes y el derecho internacional y así destacarse en la región como un potencial mejor socio latinoamericano.
Bibliografía
Dougherty J y Pfaltzgraff R, 1993. Teorías en pugna en las relaciones internacionales, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires.
Fukuyama, Francis, 1992. El fin de la historia y el último hombre, Editorial Planeta, Barcelona.
Fukuyama, Francis, 2010. Ficando para trás, Explicando a crescente distancia entre América Latina e Estados Unidos, Editora Rocco, Río de Janeiro.
Huntington, Samuel P, 1997. El choque de Civilizaciones, Editorial Paidós, Buenos Aires.
Krauze, Enrique, 2011. Os redentores, Editorial Benvirá, Sao Paulo.
Paolillo, Claudio, 2004. Con los días contados, Editorial Fin de Siglo, Montevideo.
*Analista en Comercio Exterior y traductora comercial.
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