ELECCIONES EN ESPAÑA (Primera Parte)

Autores/as

  • Emb. José Araneo

Resumen

El gobierno de España en cumplimiento de sus facultades constitucionales adelantó las elecciones generales para el 20 de noviembre próximo. Esta decisión es consecuencia directa de la profunda crisis política, económica y social del país.

El desprestigio de su Presidente Rodríguez Zapatero, aún en sus propias filas políticas, y los resultados nefastos de las recientes elecciones en las distintas comunidades y municipios, hicieron inviable el objetivo del PSOE de mantenerse en el poder hasta marzo del 2012.

Varios miembros de ese partido consideraron importante que se asegurara un mayor  espacio político a su candidato Pérez Rubalcaba, para lo cual era necesario que Zapatero se comprometiera a retirarse lo antes posible del poder. Por tanto se comenzó prácticamente la campaña electoral, principalmente entre los partidos mayoritarios PSOE y PP, aunque aun no se definieron los programas de gobiernos respectivos.

 La economista Carmen Alcaide, ex presidenta del Instituto Nacional de Estadística, plantea el siguiente diagnóstico de estos años en España: “Hemos vivido una especie de espejismo con cierto abandono de la economía real y una prepotencia de la economía financiera que nos ha empujado a actuaciones poco realistas y nada adecuadas a nuestro verdadero nivel de producción y riqueza”

Es que España tendrá prácticamente un lustro perdido en términos de crecimiento. El nivel de actividad alcanzado en el año 2008 no se recuperará hasta 2013, según las previsiones de los economistas. Y la tasa de paro no volverá, en una década, a los mínimos que marcó antes del inicio de la crisis.

“Hemos disfrutado de dos o tres décadas de crecimiento muy rápido, pero si analizamos la calidad del crecimiento parece que no hemos avanzado mucho en términos de renta per cápita relativa con respecto al resto del mundo, y que seguimos teniendo un problema serio de sostenibilidad del crecimiento: si la productividad no crece, es muy difícil mantenerse a base de crecimiento de la población” explica Angel Ubide, investigador visitante del Peterson Institute en Washington. Ubide cree que quizás la mejor manera de entender el problema sea el elevado déficit por cuenta corriente, que llegó a casi el 10% del PBI: “Si se hubiera destinado a actividades que generaran un aumento permanente de la productividad ahora gozaríamos de una perspectiva de crecimiento futuro muy saludable que permitiría financiar el déficit. Pero como lo dedicamos sobre todo a consumo e inversión inmobiliaria, ahora la perspectiva de crecimiento futuro es frágil.” La mejor productividad es la vía para aumentar el nivel de la sociedad.

Hoy en España hay 4.9 millones de parados: un record histórico que constituye su mayor problema económico y social y que se alimenta especialmente  con los jóvenes y los inmigrantes. “Para poder recuperar tasas de crecimiento aceptables lo antes posible, no hay otra alternativa que reformar a fondo el mercado laboral, la negociación colectiva, la educación y la formación profesional”, afirma Guillermo de la Dehesa.

La riqueza, el nivel de vida de una sociedad depende de su productividad. Y la productividad depende a su vez en buena medida de la formación, experiencia y tecnología. Los empleados españoles trabajan más horas que los alemanes, pero son menos productivos. Por eso, España se ha despertado del dueño de la riqueza y está lejos de alcanzar a Alemania como profetizaba Rodríguez Zapatero.

A corto plazo, el riesgo es evidente para el espacio socialista. Lo confirma la pérdida de confianza demostrada por las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo. Entre los electores que trabajan, el PP sacó más votos que el PSOE (26% frente a 22,4%); también entre desempleados y jubilados (30,1% los populares; 20,5% los socialistas). El PP ganó igualmente entre los votantes con estudios no universitarios (28,9% para el PP; 20,2% para el PSOE) y, con menos comodidad, entre los universitarios que acudieron a votar (25,8% frente a 24,2%) según un sondeo poselectoral del Instituto Metroscopia.

Si hay algo que ha caracterizado la primera década del siglo XXI es la lamentable relación mantenida por las élites políticas entre sí. El Partido Popular contra el Socialista, los Nacionalistas contra “Madrid”. Arrumbada la disputa por el espacio moderado, se radicalizan las contiendas y se instala “la política de adversarios”, en expresión del catedrático Francisco Llera, especialista en opinión pública. Es lo que Oscar Alzaga, una de las figuras centristas de la Transición llama “Cultura de los contrario”.

El PP no terminó de reconocer la legitimidad de la victoria socialista en 2004 mientras Zapatero se embarcaba en políticas que intentaban desmontar las de su predecesor: desmarque español de la guerra de Irak; ampliación de derechos ciudadanos (matrimonio homosexual, ley de dependencia, reconocimiento a las víctimas del franquismo); reformas cívicas (ley contra la violencia de género, implantación de la “educación para la ciudadanía”); negociaciones con ETA, finalmente frustradas, y renovación de estatutos autonómicos, en especial el de Cataluña.

Ni siquiera los excelentes resultados de la política antiterrorista del gobierno socialista sirven para compensar los efectos laterales de la crisis, y en primer lugar entre los jóvenes. Significativamente, a los socialistas les dan la espalada las clases medias urbanas, que habían crecido al calor del desarrollo económico y financiero vivido hasta 2007.

Es pronto para adelantar acontecimientos. Pero cabe recordar que Mariano Rajoy era un líder bastante contestado, en su partido y en medios de comunicación derechistas – la radio católica, sin ir más lejos – hace pocos años. Por descontado, el éxito en las recientes elecciones territoriales y la oportunidad de recuperar el poder estatal acalla  las críticas. Sin embargo, a pesar de lo mucho que Rajoy ha bregado en recorridos por España, su imagen no es muy buena y despierta poco entusiasmo.

No solo falta conocer el programa del PP, sino estar más seguros de la capacidad de su núcleo dirigente para manejarse sin que los extremismos le desborden.

Los ciudadanos se habían acostumbrado a que la economía creciera por encima del 3%, que el paro estuviera por debajo del 10%, y que llegaran cada vez más inmigrantes deseosos de integrarse en la próspera España. “El milagro soy yo”, decía en 1997 el presidente Aznar al diario Wall Street Journal. “Estamos seguros de que vamos a superar a Alemania y a Italia en renta per cápita de aquí a dos, tres años”, decía en 2007 a este periódico su sucesor, el socialista Rodríguez Zapatero. Ni el uno ni el otro estaban en lo cierto.

España, un país con cerca de 45 millones de habitantes, llegó a construir tantas casas como Francia, Alemania e Italia, que juntas suman más de 200 millones de personas. La burbuja se infló, hasta que ya no dio más de sí. España crecía muy rápido, más que Europa y EEUU, pero la productividad no. Lo único que aumentaba eran las horas de trabajo y la acumulación de capital. Un país en el que la productividad no crece es un país sin futuro, resume el catedrático de la Universidad Pompeu Fabra, José García Montalvo.

En próximos artículos se analizarán las actuales perspectivas de acción de los partidos políticos, así como la presentación de sus respectivos programas y las posibles reacciones electorales que, hoy, están asegurando un triunfo para el PP.

 


*Escritor, Periodista, Analista Internacional, Ex Embajador

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Publicado

2011-08-11

Número

Sección

Política internacional