Cine y Ética
Resumen
La película tiene ya unos años. Pero Luna de Avellaneda, dirigida por Juan José Campanella, sirve como disparador para abordar temáticas tales como las distintas justificaciones morales de la ética, los conceptos que postula Francis Fukuyama en su libro Confianza: Las virtudes sociales y la capacidad de generar prosperidad y algunas bases de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), vigentes hoy, en la segunda mitad del 2011.
La realidad que plantea Luna de Avellaneda, aún siendo una ficción, me resulta cercana, posiblemente, por situarse en la Argentina en un contexto socioeconómico con muchas similitudes al que experimentamos en el Uruguay en el año 2002. Quienes atravesamos esa crisis pudimos dar cuenta que las inestabilidades económicas estuvieron fuertemente emparejadas con transformaciones culturales y sociales en las que la ética jugó un rol por demás importante. Sucede con mucha frecuencia que ante los infortunios los agentes sociales se ven desestabilizados y allí traslucen sus auténticos comportamientos y valores éticos, muchas veces contradictorios.
Asimismo, puedo sospechar que estos desarrollos estén cargados de mi pasión personal por lo que son los vínculos humanos y las historias particulares. Me resulta sumamente atractivo analizar cómo las personas resignifican en su vida diaria los legados éticos que se les han inculcado. La película en cuestión pone en el tapete, entre otras cosas, el choque generacional, las distintas formas en que reaccionan las personas ante las adversidades, el rol de la confianza, y cómo sobrevive el capital social ante las motivaciones individuales en tiempos de cambio.
Vale la pena destacar que por momentos haré mención del caso de la Cooperativa “La Juanita”, que conocí a través del documental De piquetero a emprendedor de Néstor Sclauzero, ya que se trata de una experiencia que tomó forma en el mismo período que se desarrolla el filme Luna de Avellaneda y tiene el distintivo de tratarse de un fenómeno real que continúa vigente.
Luna de Avellaneda es un emblemático club barrial de Buenos Aires que vivió un período de esplendor en el pasado y que en la actualidad del film se encuentra sumergido en una crisis que pone en tela de juicio la continuidad de su existencia. La película narra precisamente la realidad argentina tras la crisis financiera del 2001; en términos de Francis Fukuyama, la economía “no puede ser divorciada de la cultura” (1) , no puede ser comprendida desvinculada de las costumbres, la moral y los hábitos de la sociedad en que transcurre. Es así que el manejo político y social de la ética y la confianza que este país arrastró durante años (un aparato estatal gigantesco, corrupción, inestabilidad política, etc.), desembocó inevitablemente en el caos.
“La necesidad de la intervención estatal dependerá, en gran medida, de la cultura en particular y de la estructura social de la sociedad que gobierna” (2). Las sociedades latinoamericanas suelen ser lo que Fukuyama denomina “familísticas”. Esto significa que su unidad básica de organización la constituye la familia con ciertas dificultades para desenvolverse más allá de ella, por lo que el Estado tiende a intervenir con el afán de acortar esas brechas. La familia “es el instrumento primario por medio del cual el ser humano es socializado en su cultura y recibe las habilidades que le permiten vivir en una sociedad más amplia” (3). Esta película refleja un momento en que la confianza en el núcleo familiar se está desvaneciendo y a su vez el Estado no puede compensar las carencias en capital social ni rectificar el déficit de capital humano.
El club de barrio es una institución muy particular, es un “espacio transicional entre la familia y la sociedad más amplia” (4). En su mayoría fueron fundados y continúan siendo dirigidos por sus viejos fundadores, frecuentemente inmigrantes italianos o españoles que trasladaron de su cultura primaria estas pequeñas comunidades. Los clubes eran grandes agentes de socialización y proveedores de capital social. Metafóricamente, el club era como una pecera donde pueden alentar los valores y la confianza, ¿qué pasa cuando se rompe?
La primera escena del largometraje irradia un tiempo feliz. Los ritmos del tango, la iluminación, los colores y los juegos de kermesse son el puntapié para mostrarnos una época en la que la subjetividad se constituía en una familia, en un “barrio que ampliaba el espacio de la casa, que, como el vientre materno, preparaba de modo acogedor a los niños para salir al mundo” (5). Todo sucedía en el club, a tal punto que el protagonista, Román, nace en plena fiesta del Luna de Avellaneda. Ante el nacimiento se despertaba la solidaridad mecánica de los miembros del club: a todos les concierne, ayudan a la madre, se emocionan, alegran y festejan.
Al compás de la milonga “Siga el baile, siga el baile” se desvanece la imagen festiva y aparece Román de adulto limpiando esa misma cancha, ahora vacía, solitaria, venida a menos. El club definitivamente no es lo que era en 1959. El presente es un gimnasio con goteras, un buffet sin pretensiones, cada vez menos socios y una enorme deuda con el municipio. Al parecer la única salida rentable es venderlo a costa de que se convierta en un casino, nada más alejado de los ideales y de los fines de sus fundadores. De hecho en el desarrollo de historia muere Don Aquiles, fundador del club, suceso simbólico: se muere el referente de una generación.
El club aparece como un actor en sí mismo. Éste es ambiguo, es un personaje que representa la realidad de hoy y la de ayer, las diferencias generacionales, dos éticas que coexisten ya que en definitiva todos somos hijos de nuestra época. La globalización, las nuevas tecnologías y las vacilaciones económicas son algunos de los fenómenos que han modificado la cotidianeidad de las personas; las actividades recreativas, por ejemplo, se han ido desplazando, en muchos casos, de la esfera pública a la privada, de lo grupal a lo individual, y eso repercute directamente en la vida del club.
El choque entre las distintas generaciones es una constante a lo largo de la película. Ilustraré a continuación dos claros ejemplos. En cierto momento del filme los socios intentan juntar dinero para saldar la deuda y reproducen, aprovechando la excusa del cumpleaños número 70 del club, la kermesse que hicieron hace 40 años. Pero la realidad se manifiesta, ya no es lo mismo, ahora lo que suena de fondo es la cumbia, Don Aquiles y Don Emilio no tienen cabida para su discurso, y los resultados en recaudación son pobres. Otra escena muy clara en ese sentido es la de la clase en la que los alumnos le faltan el respeto a Verónica (esposa de Román). Allí ella se frustra, pierde el juicio y le pega un cachetazo a un alumno, diciéndole: “¿te crees que no te puedo enseñar nada?”
En esta historia el club deportivo está íntimamente ligado a la historia personal del protagonista. Román Maldonado, nacido en la sede del “Luna de Avellaneda”, tiene integrado el club a su identidad, su relación afectiva con él es evidente. Esto queda manifiesto en la actitud y la defensa constante hacia éste; cree en el valor del club y “las maneras en que pensamos las cosas nutrirán inexorablemente las acciones que emprendamos sobre ellas” (6). Paralelamente a las vicisitudes de la institución, Román atraviesa sus propios problemas. Pareciera que a esta altura en lo único que confía es en el club en sí mismo; es así que cuando se separa de su mujer termina durmiendo allí, en su guarida.
Me detendré ahora en este personaje interpretado por Ricardo Darín, ya que me resulta un eje de análisis interesante. Existen ciertas “estrategias analíticas de las sociedades actuales cuyo mayor rendimiento explicativo, probablemente, surja de una equilibrada combinación de elementos” (7). Uno puede dar cuenta, al atender al personaje de Román, que en el correr de la película éste va abordando su vida con tendencias diferentes. Mayormente en las primeras escenas podemos reconocer a un ser sumamente institucionalista, las reglas de juego parecen definitorias en la mente de Román. Esa faceta institucionalista la observamos en su primera reacción hacia Dalma: “este es un club con socios, no es un centro de beneficencia”. A su vez, cuando Alejandro (representante de la municipalidad y antiguo socio) propone venderle el club para que se construya un casino, Román apela al estatuto pero Alejandro lo corta: “El estatuto dice que el club se vende si los socios quieren que se venda”. También lo podemos notar cuando el joven Ismael quiere formar parte de la comisión directiva y Román le dice que primero debe ponerse al día con la cuota. Amadeo y Emilio, apelando a la emotividad, le dicen que cada minuto libre está en el club y que no todo es la cuota, pero Román continua firme: “la comisión directiva tiene que dar el ejemplo”. Con esta última frase podemos identificar una aproximación culturalista de Román, quien de cierta forma configura al club como un núcleo de familia. El culturalismo es reconocible a lo largo de toda la película.
Amadeo, gran amigo de Román, representa a todo nivel la justificación emotivista: en su relación con el club, con la bebida, con sus amigos y con su pareja. Un gran ejemplo de ello está en el detalle que tuvo de pintar a los jugadores del metegol con los colores del club. Ante el cuestionamiento de Román, un aparente espiritualismo surgió en Amadeo: “Dios está en los detalles” y, a continuación, una respuesta muy descreída de la justificación teológica por parte de Román: “Sí, así le va”. De todas formas, este hombre que parece un tanto duro al principio será un fiel embajador del emotivismo en el desarrollo de la película, y como líder que es, intentará contagiar emotivamente a los demás. Esta faceta del protagonista se despierta principalmente cuando Alejandro le explica los riesgos que corre el club de ser rematado. Ante la desesperación de Román, Alejandro le reprocha: “¿Vos te crees que sos el único tipo que tiene sensibilidad social, vos te crees que sos el único que sufre por el club? A mí también me importa el club; para mí el club es un símbolo de otra época pero es un símbolo.” Román le contesta: “No, no es un símbolo de otra época, es una realidad de hoy, con 392 pibes que van todos los días”. Este diálogo es solamente un adelanto del enfrentamiento constante que atraviesan estos dos personajes que desarrollaré más adelante a partir de la caricaturesca escena de la asamblea.
El capital humano es un concepto que “surge de la premisa de que el capital hoy en día está cada vez menos representado por la tierra, las fábricas y las máquinas, y cada vez más por el conocimiento y las habilidades de las personas” (8). Sin embargo, también resulta muy importante para el buen desempeño la capacidad de los individuos de asociarse entre sí.
James Coleman ha denominado ‘capital social’ a la capacidad de los individuos de trabajar junto a otros, en grupos y organizaciones, para alcanzar objetivos comunes (…) La capacidad de asociación depende, a su vez, del grado en que los integrantes de una comunidad comparten normas y valores, así como de su facilidad para subordinar los intereses individuales a los más amplios del grupo. A partir de esos valores compartidos nace la confianza. (Fukuyama, 1996, cap. 1, p. 28-29)
En el documental De piquetero a emprendedor podemos apreciar que la cooperativa “La Juanita” está creciendo en capital humano, en gran medida por su gran capital social que hace que se estén enseñando mutuamente entre todos (y con la ayuda de los economistas, ingenieros, filósofos y extranjeros que los han visitado). Por el contrario, el capital humano en Luna de Avellaneda parece estancado. En cuanto al capital social podemos dar cuenta claramente que es el mayor potencial que tienen en ambos casos.
El capital social tiene importantes consecuencias en lo que se refiere al tipo de economía industrial que esa sociedad sea capaz de crear. Si existe una confianza mutua entre las personas que tienen que trabajar juntas en una empresa, haciéndolo de acuerdo con una serie de normas distintivas comunes, el costo operativo de ese negocio será menor. (Fukuyama, 1996, cap. 3, p. 46)
De hecho, es el capital social el que permitió un fenómeno como el de “La Juanita”, y es la fortaleza que quiere salvaguardar Román en el club “Luna de Avellaneda”.
Sin embargo, aún siendo los valores éticos compartidos y la confianza lo que mantiene de pie a los socios en la lucha por la permanencia del club, podemos vislumbrar cómo ante la crisis, en muchos casos, esos ideales comienzan a tambalear. La necesidad económica y la frustración reavivan el egoísmo innato de los seres humanos, en el afán de perseguir sus intereses personales y maximizar sus utilidades. Tenemos dos claros ejemplos en la película que muestran la relegación de los honorables activos intangibles mencionados en primera instancia. El primer caso es cuando a Darío (hijo de Román) lo echan del trabajo; trabajaba allí hace más de un año, no faltaba ni un solo día y su jefe solía decirle que era como su segundo hijo. Sin embargo, vemos como en esta oportunidad su jefe ni siquiera prioriza el capital humano: “te me vas de presupuesto y no me cierran los números, (…) este boludo me labura por la mitad”. El segundo caso es el de Graciela, tesorera del club interpretada por Mercedes Morán. Ante la desesperación de no tener dinero casi se lleva plata del club. Mientras que en “La Juanita” se está configurando una nueva institución, una estructura, “Luna de Avellaneda” se está resquebrajando y con él su cultura. Por lo visto, un mismo escenario es el disparador de un espíritu emprendedor como también del cuestionamiento de valores que antes eran incuestionables.
“La confianza es la expectativa que surge dentro de una comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basada en normas comunes, compartidas por todos los miembros de dicha comunidad” (Fukuyama, F., 1996, p.45). Este concepto al que tanto se refiere Fukuyama con respecto a los países, aquí lo vemos traducido a las realidades familiares. Podemos apreciar cómo la falta de confianza acarrea consecuencias que no permiten la armonía ni la superación en el ámbito familiar. “Las lecciones morales son transmitidas no en forma racional sino a través de imágenes, hábitos y opiniones sociales” (Fukuyama, F., 1996, p.55). De la misma forma que Román y Verónica no confían en su hijo para contarle que se están separando, Darío no tiene relación con sus padres y no confía en ellos. Él estaba juntando dinero para irse a vivir a España y sus padres no lo sabían, cuando se lo reclaman Darío les dice “ustedes se van a separar y yo no sabía nada”. El valor del ejemplo aparece también en las palabras de la directora ejecutiva de “La Juanita”: “Yo tengo 28 años y muchos de mis amigos, de mi generación, no vieron a sus padres trabajando, es muy difícil fomentar la cultura del trabajo en un barrio donde no se trabaja, donde se vive de la asistencia de un gobierno.”
Hay otra idea de notable relevancia que trabaja Fukuyama que aparece muy bien ilustrada en esta película: el reconocimiento.
“El deseo de reconocimiento no tiene un objetivo material, sino que busca sólo el reconocimiento justo de la valía individual por parte de otra conciencia humana. Todos los seres humanos sienten que tienen una cierta valía o dignidad inherentes. Cuando esa valía no es reconocida de manera adecuada por los demás, es decir, cuando se le trata como si valiera menos, el individuo siente ira; en cambio, cuando no consigue comportarse de acuerdo con su sentido del propio valor y no logra la aprobación de los demás, siente vergüenza; y cuando se le reconoce de acuerdo con su propio sentimiento de valía, siente orgullo”.(Fukuyama, F., 1996, p.386)
Este concepto se muestra en más de una ocasión a lo largo del filme, pero me referiré en particular a una escena en la que, en la peor suerte del reconocimiento, aparece la humillación: La situación venía tensa en la familia Maldonado, recientemente Román se había enterado de que su mujer lo engañaba con otro hombre. Se dirigía a su casa tras una pequeña estadía en la comisaría junto a su hijo. Al llegar se encuentra con la infortunada visita de su mayor contrincante, Alejandro. Rápidamente se encierra a dar una ducha y, tras la sorpresa de Verónica por enterarse que su hijo piensa vivir en España, Darío, Alejandro y Verónica lo acompañan al baño. En ese contexto Alejandro, de forma irritante, le cuenta a Darío lo que “era” su padre: “Vos no te imaginás lo que era tu viejo hace 20 años; el tipo parado delante de todos hablando, y lo escuchaban… y ese poder de que te escuchen, de convocatoria no lo tiene cualquiera. ¿Te acordás Vero?” Y allí estaba ahora el protagonista, desnudo escondido detrás de la cortina de la ducha, con un triste gesto de decadencia.
Como ya hemos mencionado, existe alrededor de toda la película un enfrentamiento ideológico y ético entre dos personajes que perciben el mundo con sensibilidades diferentes. A continuación analizaremos esta oposición de ideas a partir de la escena de la asamblea, donde los socios del club votan el destino del “Luna de Avellaneda”. Dicha escena está dotada de diálogos sumamente ricos en contenido que podríamos debatirlos incansablemente pero por razones de espacio me ocuparé de subrayar lo más relevante.
El personaje de Román se presenta con directrices marcadamente deontologistas. El deontologismo “es lo opuesto a concebir la moral como estrategia o poderosa prudencia (…) Es una ética prescriptiva, que mira antes que nada a la acción del sujeto y a sus motivos o intenciones” (Sádaba, 2004, p. 76). Por el contrario (o no tan contrario si tomamos en cuenta los puntos de contacto que encuentra Javier Sádaba), Alejandro tiene una justificación utilitarista; ésta “pone la vista en las consecuencias de una acción y, si ve que son buenas, concluye que debe hacerse” (Op. Cit., p. 70). Una, la de Alejandro, “es la racionalidad estratégica y calculadora que hace un inventario de los bienes según los resultados. La otra es la actitud más radicalmente moral, que no se detiene en ese pormenorizado cálculo” (Op. Cit.).
Asimismo, Alejandro ante el “tsunami” económico que enfrenta el país y el club tiene un mirada economicista que en ciertos aspectos es muy sensata pero a la vez muy radical. En cambio, Román, “con su tenaz propósito de defender el club de su barrio, a pesar de los avatares de la historia” (9), apela a la emoción y posee una visión cultural, basada en las tradiciones.
El diálogo que se produce en la asamblea deja al descubierto la variedad de respuestas morales que pueden dar las personas. Entre las opiniones de los concurrentes podemos destacar dos frases con focos opuestos: “Cuando las cosas no van hay que vender” y “Para mí es difícil, entiéndanme, acá en este club mi mamá ganó el premio al mejor disfraz de geisha”. Pero centrémonos ahora en el diálogo de los dos personajes estrella de esta sección del ensayo. “Efectivamente, el utilitarista es más pragmático, su vista está puesta en el futuro y no en el pasado” (Sádaba, 2004, p.71), veamos sino esta frase que emplea Alejandro: “Pongamos que podemos pagar la deuda, con qué pagamos los techos que se llueven o las vigas que se caen, ¿o vamos a esperar que un techo se caiga arriba de una nena para enterarnos que la realidad existe?” Ahora repasemos cómo la emotividad y el culturalismo confluyen en las ideas que manifiesta Román: “Se está decidiendo la vida del club, me importa un carajo lo que diga el estatuto y mucho menos lo que digas vos, porque seremos pocos, habrá goteras por todos lados, las paredes se vendrán abajo pero fueron levantadas por miles de personas a lo largo de 70 años.” Es que la del deontologista “es una ética más continental, idealista y más romántica” (Op. Cit., p. 76), “el corazón tiene razones que la propia razón nunca entenderá” (La Renga, 1996). Alejandro se burla de las ideas que maneja Román y deja en manifiesto su racionalidad: “`Juntos podemos porque somos buenos´… el problema es que la realidad es un poquito más compleja y no se resuelve con delirios”. Para Román, si se pudo generar el club con capital social, con capital social también se puede sacar adelante: “No es un delirio, esto se formó así”. Alejandro: “el club se formó rodeado de fabricas con gente que trabajaba y ganaba bien” (visión economicista).
Al utilitarista “le importa destruir o minimizar el dolor (…) Todos como uno pero nadie más que uno (…) La mayor felicidad para el mayor número” (Op. Cit., p. 72). Esto se refleja cabalmente en las palabras de Alejandro: “Ahora resulta que tenemos que perder una oportunidad de trabajo para muchos por una nena que quiere bailar Ballet (…) Yo defiendo lo mismo que ustedes pero desde la razón, ¿o los sueños de los 200 tipos que van a conseguir trabajo no cuentan?”
En otro momento de esta discusión Román alega que con el negocio del Casino y los 200 puestos de trabajo los están comprando. Alejandro no lo cuestiona: “Sí, nos están comprando lo único que nos queda por vender, nuestra capacidad de trabajo, no veo que tiene de malo (…) ¿qué tiene de malo un buen negocio si en definitiva son los buenos negocios los que tiran un país para arriba?” Este argumento tiene un enfoque similar al que manejan Porter y Kramer, analizando el rol de la Responsabilidad Social Empresarial, en Estrategia y sociedad: “Los negocios y la sociedad se necesitan mutuamente (…) Lo más importante que una corporación puede hacer por la sociedad, y por cualquier comunidad, es contribuir a una economía próspera” (2006, p. 15). Pero como afirma Bernardo Klisberg en el texto Una agenda renovada de responsabilidad social empresarial para América Latina en la era de crisis, “una economía de mercado sin valores éticos puede ser portadora de altísimos riesgos” (2005, p. 2). Román: “Yo no digo que no hagamos negocios sino que los hagamos nosotros: dar clases, tener una huerta, fabricar algo”, de esta manera propone una solución que recuerda la experiencia de la cooperativa “La Juanita”. La idea de Román no es disparatada, de hecho “Las organizaciones más eficientes se hallan establecidas en comunidades que comparten valores éticos” (Fukuyama, 1996, p.45).
Por último, deleitémonos con este monólogo de Román:
Dejame aclararte una cosa, acá Dalma es un poco más que una gran estrella, acá es feliz, pero qué valor puede tener eso desde la razón (…) Ah, una cosita más, yo no sé ustedes, pero yo no tengo que recuperar mi dignidad, porque todavía no la perdí, estuve a esto, lo reconozco, pero todavía no la perdí; porque cuando allá fuera compré la idea del laburito que después perdí, eh, o la licuadora que se me quemó o la casetera que me terminó aburriendo como un pelotudo,… acá adentro yo seguía siendo el mismo tipo, y me sentía el mejor amigo, el más admirado, el más querido, igual que Dalma y que todos nosotros, y eso, algún valor debe tener, ¿no? Porque yo aprendí muchas cosas últimamente, a la fuerza, lo reconozco; aprendí que puedo vivir sin cable, sin video, sin ir al cine, sin prepaga, sin seguridad, sin ropa nueva, sin luz, sin gas, sin perfumes, pero no puedo vivir sin la admiración de mi mujer y de mi hijo, mis hijos. Yo no puedo, no puedo.”
Así Román, con orgullo y un dejo de ira, se jacta de la importancia del reconocimiento. Delinea en ese fragmento quién es. “Da la impresión de que en el deontologismo suena el eco evangélico de `haced lo que hay que hacer y lo demás vendrá por añadidura´” (Sádaba, 2004, p.76).
A lo largo de la historia pareciera que los personajes se empeñan en darle crédito a la crisis económica por todos los problemas que están atravesando. Sin embargo, a partir de lo que la película me ha hecho reflexionar, me animaría a decir que el problema real radica en la cultura. Son los cambios en la familia, la pérdida de las tradiciones y la reestructuración de los vínculos los factores que en mayor medida llevaron al club a esta situación y no la falta de trabajo.
Estamos en un momento en que el capital social y valores como la amistad, la solidaridad, la honestidad o la confianza se ven sumamente cuestionados y, por momentos, rezagados. Pero, paralelamente, en algunos ámbitos, éstos se están revalorando más que nunca y adquiriendo dimensiones impensadas. Así es que existen fenómenos como el de “La Juanita”, así es que en la votación del club aún hubo 26 votos por no venderlo y así es que Luna de Avellaneda termina con el personaje de Darín preguntando “¿Cómo se hace un club nuevo?” A su vez, está en su apogeo la Responsabilidad Social Empresarial lo cual, por más que ahora nos suene ordinario, viene siendo una silenciosa, o no tan silenciosa, revolución social de nuestros tiempos.
(1) Fukuyama, F., 1996, p. 32
(2) Op. cit., p. 36
(3) Fukuyama, F., 1996, p. 22
(4) Dapena, Jesús (2004). Cine: Luna de Avellaneda [en línea]. Recuperado a 29 de mayo de 2011, de http://costaricahoy.info/reportajes/cine-luna-de-avellaneda-2004/46199/
(5) Buenas Tareas. (2010). Luna de Avellaneda [en línea]. Recuperado a 29 de mayo de 2011, de http://www.buenastareas.com/ensayos/Luna-De-Avellaneda/1217180.html
(6) Courtoisie, A. “La cultura como explicación” en Letras Internacionales [en línea]. p.4
(7) Op. Cit., p.1
(8) Fukuyama, 1996, cap. 1, p. 29
(9) Dapena, Jesús (2004). Cine: Luna de Avellaneda [en línea]. Recuperado a 29 de mayo de 2011, de http://costaricahoy.info/reportajes/cine-luna-de-avellaneda-2004/46199/
* Estudiante de la Licenciatura en Comunicación.
Facultad de Comunicación y Diseño.
Universidad ORT Uruguay.
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