OSLO Y EL USO POLÍTICO DEL TERROR
Resumen
En sendos números de ”Letras Internacionales” (99 y 100 del 12 y 19 de agosto del año pasado) dedicamos los editoriales de entonces (”Fundamentalismo o Terror totalitario”), a señalar que la opinión pública se estaba habituando a la expresión”fundamentalismo”, y más precisamente a la expresión ”fundamentalismo islámico”, como si esta expresión designase alguna suerte de extraño fenómeno vinculado al Islam sin percibir que la esencia última de lo que está sucediendo en el mundo bajo esa denominación es el creciente uso del Terror como medio de expresión, propaganda e incluso, en algunas regiones, de dominación política.
No decíamos entonces (ni decimos ahora) nada nuevo, sólo habíamos releído casualmente en aquel momento, y con fines académicos, a Hannah Arendt: ”La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la ”guerra psicológica“, pero el terror lo es más.”…”La propaganda…es un instrumento del totalitarismo y posiblemente el más importante en sus relaciones con el mundo no totalitario; el terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su gobierno”.(Arendt, 1999. Resaltado JBS).
Ante el horroroso atentado cometido en Oslo por el joven noruego Anders Behring Breivik, que acabó con la vida de más de 92 personas mediante el uso de explosivos en el centro de la capital y el cuidadoso asesinato con armas de fuego de decenas de jóvenes reunidos en una isla cercana, caben al menos varias interpretaciones o lecturas. Lo que resulta de interés analizar es que la elección de alguna de estas lecturas constituye en sí misma una ”toma de posición” política cuyas implicancias no siempre resultan evidentes para la opinión pública.
1.- La primera lectura consiste en interpretar el acontecimiento como ”un acto de locura”. Si prestamos atención a muchas de las reacciones espontáneas e inmediatas (en particular a las primeras reacciones de la población y prensa noruega disponibles en inglés, así como las de otros países) veremos que durante el inicio del fin de semana la explicación que, implícita o explícitamente predominaba desde diversas perspectivas, era la ”del acto de locura”. Aunque a medida que se van acumulando los datos sobre la personalidad del terrorista, y dado que se sigue afirmando la hipótesis de que actuó solo o prácticamente solo, la opinión pública percibe una innegable tensión entre la ”eficiencia” desplegada por el personaje en su macabra tarea y la idea ingenua de un mero ”acto de locura”. Desde luego que nadie está pretendiendo con esto negar que, desde una perspectiva psicológica (o, para ser más precisos, psicologista), es evidente que Anders Behring Breivik no es un personaje común y seguramente que, en las motivaciones componentes de su ”pasaje al acto“, hay trabajo para más de un profesional de la psicología.
Pero la principal limitación que tiene la explicación psicológica es que, no solamente bloquea el análisis del evento como acontecimiento semiótico, cultural, político, social, etc.: más radicalmente nos ”libera” de enfrentar la tragedia como ciudadanos, nos ”exonera” de toda explicación que pudiese interpelarnos y reenvía al más allá de la insanía, la explicación y la responsabilidad de la catástrofe. En otros términos, nosotros no sabemos si el Sr. Anders Behring Brievik está loco o está cuerdo: pero sí sabemos que eso no nos interesa porque ese análisis no es pertinente desde una perspectiva de análisis supraindividual del acontecimiento como el que corresponde aquí.
2.- La segunda lectura tiende a considerar que el atentado es el resultado de una acción que tiene sus raíces en la religión. Es una interpretación errada, es una”degeneración de la fe religiosa” que habría impulsado la voluntad del terrorista. Esta es, en buena medida, la interpretación corriente que la opinión pública le ha dado al término ”fundamentalismo”, ante la necesidad de explicar grandes acontecimientos terroristas más recientes como los de las Torres Gemelas, Madrid o Londres, para limitarnos a los más conocidos. No es casual que, al menos durante las primeras horas, la opinión pública noruega y mundial interpretase lo acontecido como un acto vinculado, de alguna manera, a AlQaeda o sus ramificaciones y, cuando las autoridades comenzaron a excluir la pista islámica como camino de explicación de lo sucedido y el culpable se reveló como un nórdico, rubio y alto vikingo, el estereotipo racista del oscuro y barbudo “jihadista”quedó fuera de escuadra. Pero igualmente, todavía circula una versión parecida que pertenece a la misma familia de pensamiento. Anders Behring Brievik sería una suerte de “fundamentalista occidental y cristiano” que, nuevamente, en base a la interpretación errónea de una fé , en este caso a la vez luterana y occidentalizante, ha cometido un acto terrorista. Apoya la hipótesis la divulgación de su incoherente mamotreto antimusulmán, integrista y racista, así como sus erráticas referencias a los “Templarios” y demás anacronismos históricos y religiosos.
Nuevamente creemos que esta interpretación erra el blanco. Todo eso es cierto, todo ese relato forma parte del discurso de sus dichos y de sus actos pero, en nuestra opinión, su función retórica es secundaria con respecto al corazón conceptual del acontecimiento. Concederle a Behring Brievik el beneficio de que actuó como un “fundamentalista” que defiende equivocadamente una herencia cultural y religiosa nos obligaría a decir lo mismo de Osama Bin Laden y sus seguidores. Y no creemos que sea así.
La tercera interpretación es que lo acontecido es un acto racional, cuidadosamente meditado y meticulosamente planificado, para instaurar el Terror como forma de propaganda primero y de dominación política después. Es la definición misma del término “terrorismo”.
La explosión de la bomba (o las bombas) en el centro de Oslo como medida de distraer a las fuerzas de seguridad y su inmediata concurrencia a la isla de Utoya para asesinar a los jóvenes social-demócratas allí reunidos, no solamente excluye cualquier hipótesis de improvisación, locura o comportamiento meramente compulsivo o pasional; tampoco es consistente con un acto de “reivindicación cultural o religiosa”. Estamos ante un acto político destinado a generar puramente Terror y con el solo fin de instaurar el Terror,aunque sea momentáneamente.
En este caso, como en tantos otros, poco importa que el aparente aislamiento del hombre que cometió el acto de intento de constitución del Terror como herramienta política, no tenga consecuencias inmediatas ni directas en la instauración permanente del Terror. Tampoco las tuvo el atentado de Oklahoma en 1995 y no por ello dejó de ser un acto estrictamente terrorista.
Es quizás eso, la total ausencia de objetivos entendibles, lo que resulta más difícil de asimilar racionalmente tanto para la opinión pública como para el analista. Ante la magnitud de estas tragedias puntuales y, con más razón, ante la descomunal magnitud de las grandes empresas terroristas totalitarias como el estalinismo, el maoísmo, el nazismo y tantas otras, lo que termina apareciendo como un inexplicable es que no haya detrás de esas decisiones, otra razón que la de someter a la población al puro dictado del Terror. Lo demás son oracionalizaciones o excusas, muchas veces, políticamente interesadas.
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