La Paz Democrática - Repaso y reflexiones sobre una “verdad” debatible en las Relaciones Internacionales (segunda parte)
Abstract
Las críticasEn el marco de este derrotero por el que ha pasado la tesis de la Paz Democrática, se han montado diversos ángulos de críticas hacia la misma. Una primera vertiente destaca la implausibilidad de las explicaciones que intentan dar cuenta de la supuesta “ley”. Así por ejemplo se ha señalado que en momentos de crisis aún en las democracias se produce una reducción del tamaño en el círculo decisor final. O que los dirigentes de los estados no democráticos también enfrentan condicionamientos de índole institucional o por parte de grupos de poder a los que están vinculados. O, incluso, que la opinión pública no es necesariamente una fuerza pacificadora. Asimismo, una crítica de índole realista se refiere a la escasez histórica de democracias que se traduce en pocas oportunidades de conflicto (Peñas, 1997: 133).
Otro ángulo ha sido la existencia de serios problemas en la recolección y clasificación de los datos que sustentan la tesis. Su génesis yace en buena medida en la definición de los dos conceptos centrales detrás de la idea de la Paz Democrática: la democracia y la guerra. Sobre el concepto de “democracia” se advierten importantes diferencias en los criterios constitutivos del mismo. ¿Qué es una democracia? ¿Qué rasgos la definen? ¿Cuál es su condición? ¿Son éstas frágiles? Además, existen discrepancias entre las bases de datos y/o bien calificaciones bastante arbitrarias como por ejemplo la consideración en la basePolity II de Francia entre los años 1981 y 1986 como una “anocracia”, mientras que El Salvador de la misma época, enfrascado en una cruenta guerra civil sí figuraba como “democracia”.
En cuanto a las guerras, el criterio de selección de datos más aceptado fue el implementado por Small y Singer que consiste en catalogar como guerra internacional a un conflicto que involucra uno o más participantes estatales y que provoca un mínimo de mil víctimas. Esto excluye intervenciones violentas que causan menos víctimas, pero no por ello políticamente menos significativas o bien las operaciones encubiertas (Salomón, 2001: 247). Tampoco ésta conceptualización da cuenta de las tendencias más modernas en los conflictos internacionales, entre las que se destaca la caída relativa de las disputas interestatales frente a las intraestatales ). En definitiva, “[lo] que caracteriza a nuestros días no es la desaparición de la violencia del sistema internacional ni la ausencia del recurso a la fuerza por parte de los Estados, sino la disminución del número de guerras formalmente declaradas y el aumento de guerras de guerrillas, guerras a través de terceros, subversión interior de los Estados instigada por otros Estados, acciones encubiertas, etc., menos costosas y que no necesitan ser justificadas, por lo menos tanto como una declaración formal de guerra” (Peñas, 1997: 135).
Asimismo, los estudios cuantitativos en general han olvidado distinguir entre agresores y agredidos, o también la medición de la intensidad de la guerra (determinar si las democracias causan más muertes que otros Estados).
La tesis de la Paz Democrática a su vez no ha logrado dar respuesta a ciertas anomalías que denotan la existencia de variables perturbadoras. Una anomalía es la existencia de zonas de paz en regiones del mundo donde no todas las sociedades son democráticas, como es el caso de América del Sur. Otra es que la correlación entre paz y democracia es más fuerte en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial (Farber y Gowa, 1995). Este tipo de anomalías ha llevado a que explicaciones alternativas cobren fuerza. Entre estas, la más destacada es la teoría de Comunidades de Seguridad Pluralistas de Karl Deutsch (1957) que refiere a zonas donde sus miembros tienen la certeza de que sus disputas no se resolverán por medio de la fuerza.
También se advierten reajustes y matizaciones de la tesis que debilitan su poder. Un ejemplo es la afirmación de Raymond Cohen (1994) de que la única conclusión razonables es que “los Estados democráticos del área del Atlántico Norte/Europa occidental, compartiendo una serie de circunstancias históricas particulares y una herencia cultural común, han evitado enfrentarse en una guerra” (en Peñas, 1997: 134).
Asimismo, es posible encontrar evidencia en contra. Es el caso de la investigación de Charles Kegley y Margaret Hermann (1996) que arroja el interesante resultado de quince casos de intervención militar con uso de la fuerza, entre 1975 y 1995, por parte de democracias estables contra otras democracias estables, de las cuales ocho de ellas correspondían a intervenciones estadounidenses. Más recientemente, Thomas Schwartz y Kiron Skinner (2002: 160-161) identificaron un listado de conflictos que contrarían la tesis o están muy próximos a hacerlo y que hacen a lo que ellos llaman el “problema histórico” de la Paz Democrática:
- American Revolutionary War, 1775 (Great Britain vs. U.S.)
- Wars of French Revolution (democratic period), esp. 1793, 1795 (France vs. Great Britain)
- Quasi War, 1798 (U.S. vs. France)
- War of 1812 (U.S. vs. Great Britain)
- Texas War of Independence, 1835 (Texas vs. Mexico)
- Mexican War, 1846 (U.S. vs. Mexico)
- Roman Republic vs. France, 1849
- American Civil War, 1861 (Northern Union vs. Southern Confederacy)
- Ecuador-Columbia War, 1863
- Franco-Prussian War, 1870
- War of the Pacific, 1879 (Chile vs. Peru and Bolivia)
- Indian Wars, much of nineteenth century (U.S. vs. various Indian nations)
- Spanish-American War, 1898
- Boer War, 1899 (Great Britain vs. Transvaal and Orange Free State)
- World War I, 1914 (Germany vs. Great Britain, France, Italy, Belgium, and U.S.)
- Chaco War, 1932 (Paraguay vs. Bolivia)
- Ecuador-Peru, 1941
- Palestine War, 1948 (Israel vs. Lebanon)
- Dominican Invasion, 1967 (U.S. vs. Dominican Republic)
- Cyprus Invasion, 1974 (Turkey vs. Cyprus)
- Ecuador-Peru, 1981
- Nagorno-Karabakh, 1989 (Armenia vs. Azerbaijan)
- Yugoslav Wars, 1991 (Serbia and Bosnian-Serb Republic vs. Croatia
- and Bosnia; sometimes Croatia vs. Bosnia)
- Georgia-Ossetia, 1991 (Georgia vs. South Ossetia)
- Georgia-Abkhazia, 1992 (Georgia vs. Abkhazia and allegedly Russia)
- Moldova-Dnestr Republic, 1992 (Moldova vs. Dnestr Republic and allegedly Russia)
- Chechen War of Independence, 1994 (Russia vs. Chechnya)
- Ecuador-Peru, 1995
- NATO-Yugoslavia, 1999
- India-Pakistan, 1999
Como se advierte, la teoría de la Paz Democrática se enfrenta a problemas tanto de índole empírica como de índole explicativa. Frente a este tipo de críticas, las reacciones se han dividido entre las defensivas (Maoz, 1997), las que han ignorado los hallazgos, las que han empezado a considerar otros factores (Russett, 1998) y las que se han dedicado a verificar su validez mediante estudios de casos (Elman, 1997).
En definitiva, el debate ha sido prolífico y entre una de sus evoluciones más interesantes es la que ha recomendado evitar “las dicotomías simplistas y estudiar el mayor número posible de interacciones entre factores de conflicto internos e internacionales” (Salomón, 2001: 253).
La materialización política de la Paz Democrática
En el contexto del “optimismo liberal” despertado por el colapso soviético y el fin de la guerra fría, la tesis de la Paz Democrática suscitó gran entusiasmo, sobre todo entre aquellos estudiosos de las Relaciones Internacionales que ansiaban acabar con la hegemonía retórica del realismo-neorrealismo en la disciplina. Como señala Peñas (1997: 130), “la gran virtud de esta tesis (…) es que en su discurso disuelve o reconcilia la escisión entre principios e intereses: una política de extensión de las democracias de libre mercado es a la vez una política éticamente justa y políticamente adecuada”. Por tanto, el corolario político de la tesis de la Paz Democrática no es otro que la presunción de que el imperio de la paz y la cooperación internacionales requieren de la democratización de los Estados en el Sistema Internacional. Esto ha dado lugar al plano prescriptivo de los teóricos de la Paz Democrática. El más destacado en este sentido ha sido Russett al recomendar al gobierno en Washington la activa promoción democrática en base a las “pruebas sólidas de que las democracias no se hacen la guerra entre sí”. Su propuesta se cuida de no alentar intervenciones militares unilaterales, sino apoyadas y legitimadas por organizaciones como la ONU o la OEA; y sus preceptos, en efecto, se materializaron durante la administración Clinton en la estrategia de Engagement y Enlargement (“compromiso y expansión”), en la que primacía global estadounidense, democracia y libre mercado caminaron de la mano.
Pero lejos está de ser la Paz Democrática algo reciente o coyuntural en el discurso de política exterior de Estados Unidos. John Ikenberry sostiene que “[the] American preoccupation with promoting democracy abroad fits into a larger view about the sources of a stable, legitimate, secure, and prosperous international order. This outlook may not always be the chief guiding principle of policy, and it may sometimes lead to error. Still, it is a relatively coherent orientation rooted in the American political experience and American understandings of history, economics, and the sources of political stability” (Ikenberry, 1999). Sus orígenes políticos se remontan, claro es, a Woodrow Wilson quien en 1917 señaló: “A steadfast concert of peace can never be maintained except by a partnership of democratic nations. No autocratic government could be trusted to keep faith within it or observe its covenants”. De acuerdo con el análisis de Henry Kissinger (1995), Wilson retomó postulados ya volcados en su momento por Thomas Jefferson, a saber: a) que la misión especial de Estados Unidos trasciende la diplomacia cotidiana, y los obliga a servir como faro de libertad para el resto de la humanidad, y b) que la política exterior de las democracias es moralmente superior porque el pueblo es, en esencia, amante de la paz. Esta misma línea de argumentación fue bien visible en la prédica de Harry Truman sobre las naciones libres, en la visión maníquea del “Imperio del Mal” de Ronald Reagan y, además del mencionado Clinton, más recientemente en las administraciones Bush (h) y Obama, como puede verse en los siguientes extractos obtenidos de distintos documentos estratégicos. Estamos en presencia por tanto de una constante de política exterior estadounidense.
A National Security Strategy for a New Century, October 1998.
“…We seek international support in helping strengthen democratic and free market institutions and norms in countries making the transition from closed to open societies. This commitment to see freedom and respect for human rights take hold is not only just, but pragmatic, for strengthened democratic institutions benefit the United States and the world” (p. 33).
The National Security Strategy of the United States of America, September 2002.
“…We will (…) use our foreign aid to promote freedom and support those who struggle non-violently for it, ensuring that nations moving toward democracy are rewarded for the steps they take (…) [and we will] make freedom and the development of democratic institutions key themes in our bilateral relations, seeking solidarity and
cooperation from other democracies while we press governments that deny human rights to move toward a better future” (p. 4).
National Security Strategy, May 2010.
“… The United States supports the expansion of democracy and human rights abroad because governments that respect these values are more just, peaceful, and legitimate. We also do so because their success abroad fosters an environment that supports America’s national interests. Political systems that protect universal rights are ultimately more stable, successful, and secure. As our history shows, the United States can more effectively forge consensus to tackle shared challenges when working with governments that reflect the will and respect the rights of their people, rather than just the narrow interests of those in power” (p. 37).
Ciertamente, el repaso de estos eventos despierta temores si se contempla el actual caso de Libia. Allí, la intervención bajo autorización del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para frenar la crisis humanitaria en curso en el país, por iniciativa de Francia, Estados Unidos, Italia, Gran Bretaña y España (todas democracias), se ha convertido en una operación liderada por la OTAN, donde se está financiando y proveyendo a las fuerzas insurgentes opositoras a Kadafy y en la que el objetivo del cambio de régimen parece cada vez más claro (van Tijen, 2011). A pesar del importante despliegue de poder aéreo y naval, la balanza del conflicto parece no sólo equilibrada sino estancada, contrariando las expectativas iniciales de los mandos políticos y militares occidentales, lo que a su vez augura una potencial inestabilidad en el corto y mediano plazo para todo el Magreb. ¿Es esta la clase de escenario regional que desea la comunidad internacional? ¿Es esto lo que pretenden las principales democracias occidentales? Difícilmente.
Resulta por tanto un desafío tan grande como imperioso el lograr romper con la trampa entre democracia, militarización y conflictividad en aumento. Más aún si se advierten datos tan desalentadores como el tamaño del gasto militar de Estados Unidos, el cual eclipsa el gasto correspondiente al resto de las potencias y regiones del planeta.
Tal contrariedad entre discurso pacífico-democrático y los hechos, en parte, se explica porque el objetivo estadounidense de la difusión de la democracia liberal a nivel mundial no es el único que compone su política exterior. Existen otros intereses (de seguridad, económicos, poder, etc.) y los medios para conseguirlos no siempre son pacíficos, ni justificables. Desde la Segunda Guerra Mundial, la política exterior estadounidense ha oscilado entre métodos como la negociación, disuasión, unilateralismo y multilateralismo (Barceló Sasía, 2006: 64). En este marco, por momentos el discurso político de la Paz Democrática ha generado la impresión de actuar más como una mera justificación retórica, como un auxilio para encubrir ideológicamente motivaciones de otro orden, antes que como el verdadero leit motif de las acciones emprendidas.
Reflexión final
En definitiva, la Paz Democrática, la idea de que las democracias no guerrean entre sí, cuyo corolario nos dice que la construcción de estados democráticos promueve la estabilidad en las relaciones internacionales, resulta una sugestiva noción desprendida del Liberalismo cuya corroboración científica, a pesar de las frases pomposas que puedan emitirse sobre su certeza y fiabilidad, se encuentra aún en juego.
Siendo una tesis por demás atractiva, defendida y cuestionada en el mundo académico, resulta aún más trascendente su estudio dada su cristalización fáctica como supuesto criterio guía en el comportamiento exterior de los Estados democráticos más poderosos a nivel internacional. Los dilemas que ello entraña no son menores, como los intentos recientes y actuales de “democratizar” Medio Oriente y el Mundo Árabe nos recuerdan. Dobles discursos —morales de doble-standard de acuerdo con la célebre crítica de Stanley Hoffman— parecen conjugar anhelos democráticos con intereses geopolíticos y/o geoeconómicos, o más bien encubrir estos últimos bajo el manto de los primeros. En el medio, se resuelven y dirimen en el tablero mundial las corrientes de cambio pacífico o revolucionario, de progreso democrático o de restauración autocrática, las viejas lógicas de poder, de conquista y de influencia, la estabilidad internacional, el porvenir de la guerra y las sombras de la paz.
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