¿Qué pasa con Europa? (I) El futuro incierto del euro
Abstract
En su ensayo El fin del romanticismo del euro (Cicero Magazin, marzo de 2011) el premio Nobel de Economía, Paul Krugman, afirma que la crisis que atraviesan Irlanda y los países del sur de la Unión Europea se agravó sobre todo debido a defectos estructurales de la moneda comunitaria. En su opinión, para estos países el sueño europeo se convirtió en una verdadera pesadilla como consecuencia de omisiones desde el punto de partida.
Este asunto es fácil de explicar. Un país que renuncia a su moneda pierde flexibilidad. Krugman pone el ejemplo de España, donde los salarios y los precios se fueron a las nubes a causa de la burbuja inmobiliaria que finalmente reventó. Ahora se ve obligada a bajarlos, tarea nada fácil por cierto. Si contara con su propia moneda podría devaluarla, que es el modo menos conflictivo que se conoce para reducir los salarios. Irlanda constituye un buen ejemplo de ambas cosas. En la crisis presente se necesitaron dos años de desocupación extrema para recortar los salarios un 5 por ciento, mientras que en 1993 la devaluación de la libra irlandesa trajo una reducción inmediata de un 10 por ciento. La experiencia, no sólo de Irlanda, indica que los asalariados aceptan más fácilmente la segunda opción y rechazan más decididamente la primera.
Krugman no es de ningún modo ciego a las ventajas de una moneda común: elimina los costos de conversión entre distintas monedas, elimina las fluctuaciones de las monedas más débiles, permite calcular mejor los costos de las operaciones comerciales.
Pero las omisiones de origen -en particular, la falta de una unión fiscal-se notan muy fuertemente cuando los asuntos empiezan a marchar mal. Para explicar esta idea Krugman compara la situación de Irlanda con la del estado norteamericano de Nevada, que tienen algunas similitudes. Ambos forman parte de una gran unión monetaria, el euro y el dólar; ambos dependen sobre todo de lo que le venden a sus vecinos; ambos vivieron un boom económico en los últimos años; ambos sufrieron de manera extrema el embate de la crisis financiera; en ambos lados la desocupación llegó al 14 por ciento. La diferencia radica en que gran parte del gasto estatal de Nevada proviene de Washington: las jubilaciones las asegura el estado federal, y los daños provocados por el quiebre de los bancos Fannie Mae y Freddie Mac, con fuerte presencia en ese estado, los cubre Washington y no Nevada. En cambio, las pérdidas de Irlanda las cubre Irlanda. La desemejanza central entre ambas economías consiste precisamente en que Nevada forma parte de una unión fiscal mientras que Irlanda no: los contribuyentes de los países de la Unión Europea no asumen automáticamente las pérdidas que se producen en los países que la conforman; por ejemplo, los contribuyentes alemanes no cubren las jubilaciones griegas. A ello se suma que la movilidad entre los países europeos es mucho menor que en los EEUU debido a la diversidad de lenguas y culturas, lo cual redunda en que los desocupados de Irlanda seguramente no emigrarán en busca de trabajo en la misma medida en que podrán hacerlo los habitantes de Nevada. Este hecho le quitará presión a las arcas de Nevada pero la aumentará sobre las de Irlanda dado que este país tendrá más costos sociales y recaudará menos.
¿Qué soluciones vislumbra? La primera consiste en una austeridad férrea como la que practicaron los Estados bálticos para ser admitidos en la Unión Europea. Pero este camino representó un importante retraso de la economía de esos países. La segunda solución es la renegociación de la deuda que en casos como el griego iría aparejado también de fuertes recortes del gasto público. La tercera solución consiste en avanzar hacia una Federación Europea que permita realizar transferencias de los países más ricos a los que se declaran en quiebra.
Los argumentos de Krugman no son nuevos. Ya fueron parte del debate que sucedió al acuerdo de Maastricht de 1992, donde se decidió avanzar hacia la creación del euro. ¿Por qué no se tuvieron en cuenta? Las razones hay que buscarlas en el modo en que se fundó la Comunidad Europea, precursora de la actual Unión.
El continente salía desvastado de dos guerras, y en 1950 el ministro de Relaciones Exteriores francés, Robert Schuman, ideó un sistema de entrelazamiento de las economías alemana y francesa que impidiera una nueva conflagración entre ambos países. Con anterioridad a esa fecha se habían realizado congresos tendientes a conformar una Europa Federal (la idea contaba con el apoyo encendido del ex primer ministro británico Winston Churchill). Sin embargo pronto se vio que, si bien existía un clima de concordia asombroso entre países que pocos años antes habían llegado casi hasta el punto de exterminarse, no existía la voluntad de ceder soberanía a ninguna institución supranacional. Más éxito tuvo el “método Monnet”, por Jean Monnet (1888-1979) a quien se considera como el verdadero creador del Plan Schuman y padre de la Unión Europea.
La idea de Monnet era que la unificación europea se fuera procesando de a poco para vencer resistencias. Luego, a medida que el comercio se intensificara y se generara una mayor dependencia entre los Estados, se podría ir avanzando hacia una integración más plena que abarcara nuevas esferas. Cada paso en dirección de la integración económica generaría una dinámica que conduciría a ampliar las instituciones comunitarias. Monnet comprendió que, lanzada la idea de un modo acabado, activaría los reflejos nacionalistas, mientras que un proceso más lento de unificación provocaría menor rechazo.
Hasta Maastricht el método Monnet funcionó bastante bien. La población de los países miembros notó rápidamente las ventajas: la economía europea floreció, las desigualdades regionales y sociales disminuyeron y los ciudadanos comunitarios pudieron circular y establecerse libremente en el territorio de los países miembros. Pero con Maastricht las cosas cambiaron. Parte del acuerdo consistió en crear una moneda sólida y estable. Para asegurarla, el Banco Central Europeo -fundado a dichos efectos-, fijó intereses relativamente altos que favorecieron a los países más fuertes, pero perjudicaron a los más débiles que ya no pudieron bajar los intereses y “ablandar” la moneda para reflotar su economía.
El apuro de Maastricht respondió en buena medida a un reflejo del pasado. Alemania acababa de reunificarse y en Francia resurgió el temor al poderío alemán. Por motivos opuestos, ambos países se sintieron en la obligación de demostrar su vocación europeísta -Francia, para volver a sujetar a Alemania; Alemania, para tranquilizar a Francia-, y desoyeron las advertencias sobre los riesgos de la moneda común. Desde entonces Europa vive una oleada sin precedentes de manifestaciones de rechazo a la integración. Los acuerdos comunitarios logrados desde esa fecha han estado signados por un cada vez más difícil equilibrio entre la soberanía nacional y los intereses supranacionales. Por ejemplo, el acuerdo de Lisboa de 2007 estableció que “la Unión no responde por las obligaciones de los gobiernos centrales” (artículo 125); en buen romance esto significa que ningún estado saldrá a tapar los agujeros que produzcan otros. En esos términos se expresó la dirigencia política alemana cuando se suscitó la crisis griega. ¿Por qué razón debían sacrificarse los contribuyentes alemanes para salvar a un país irresponsable que durante varios años había ocultado el verdadero estado de sus cuentas? Del mismo modo, ¿por qué ayudar a países en dificultades que conceden mayores beneficios jubilatorios que Alemania y cuentan con más días de vacaciones pagas al año?
Fue el temor a que la crisis se expandiera hacia países más “serios” que Grecia y afectara la suerte del euro, lo que provocó que Alemania cambiara de opinión y concediera préstamos cuantiosos. Al fin de cuentas es la nación que más se benefició con el euro y la que menos puede permitirse que desaparezca. Pero los préstamos concedidos están sujetos a planes de austeridad muy severos que al menos Grecia está lejos de poder cumplir. Mientras tanto, Europa no avanza hacia la unidad fiscal de la que hablaba Krugman y el futuro del euro sigue siendo incierto.
*Sociólogo, político, graduado en la Universidad Libre de Berlín .
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