Una mirada teórica sobre los avances de la extrema derecha en los sistemas políticos europeos en los últimos años. (Primera parte)

Authors

  • Sebastián Bidegain

Abstract

Europa presenta  síntomas de un viraje político que exige una mirada atenta. En muchos países del continente se ha constatado un considerable aumento del peso político-democrático de los partidos de extrema derecha. Rigurosamente hablando, la relevancia que ésta ha ido ganando resulta del contra-balance de la que el centro-izquierda ha ido perdiendo.

Los nuevos ímpetus extremistas han ido alzando estandartes nacionalistas, populistas y cristianos, que abogan en favor de la seguridad, en contra del multiculturalismo y en algunos casos, han llegado a poner en tela de juicio la continuación de la Unión Europea. Por algunos de estos motivos, se han hecho notorios los casos de países como Bulgaria, Eslovaquia, Finlandia, Francia, Inglaterra, Holanda o incluso Suecia. Ya sea que la extrema derecha gane cada vez más representación democrática (como sucedió en Finlandia en las últimas elecciones parlamentarias de abril de este año) o ya sea porque se encuentre en acciones directas de los gobiernos (como se le ha reprochado al francés, tras expulsar grupos de gitanos a fines de 2010) el extremismo se manifiesta con más fuerza. 

Resulta lógico preguntarse qué ha dado cabida a tales impulsos, y la respuesta, sucintamente, está dada por el descontento general que se percibe en los pueblos europeos a causa de la crisis económica y la inseguridad ciudadana. 

Si bien la crisis no es vivida del mismo modo por todos los países europeos, puede apreciarse cierto modus operandi: para los más jóvenes es difícil conseguir empleo, las clases trabajadoras de edad media se ven obligadas a recortes presupuestales y los casos de trabajadores de más edad que pierden sus empleos no pueden adaptarse a las exigencias de un nuevo emprendimiento. Esta situación se confabula con la constante migración que compite en materia laboral y representa un desafío a la integración socio-cultural, por lo cual han llegado a ser vistas como una carga social.

La problemática económico- social parece entremezclarse y completarse con una clara desarticulación del entramado político tradicional. La falta de un modelo político coherente por parte de la izquierda europea  (cuyo vacío está, de alguna forma, siendo llenado por las corrientes ecologistas) y la creciente influencia de la extrema derecha, resquebraja las bases del bipartidismo “no institucionalizado”, con el que Europa había venido desarrollando, tradicionalmente, su política.   

Para comprender mejor este tema, discernir qué bases sustenta el ideario y la  psiquis de la extrema derecha, es que abordaremos, desde un punto de vista descriptivo e histórico, el pensamiento filosófico-teórico que la ha cobijado.

Pueden identificarse fácilmente varios elementos distintivos del ideal de los partidos de extrema derecha. El discurso ultra-nacionalista y la tendencia populista que terminan por consumarse en una diatriba para con los extranjeros es la característica que los categoriza en partidos xenófobos.

Debemos tener cuidado de no confundir la extrema derecha con el fascismo (ultra derecha). Si bien comparten ciertas bases ideológicas, se diferencian grandemente por su alcance político y sus bases religiosas. Con alcance político puede entenderse la órbita en que la política se maneja y hasta dónde puede influenciar el pensar y vivir de sus nacionales y los de otros Estados. El aspecto religioso determina casi por completo la diferencia entre la una y la otra: mientras que es utilizado como medio de amalgama de gentes en la primera, es rechazado de lleno por la segunda. Recordemos que si bien la estructura social que ambas proponen dibujan un estilo piramidal, en la primera de ellas la cúspide está indiscutiblemente ocupada por dios, mientras que en la segunda este lugar le pertenece al líder político-militar.

Para adentrarnos en la “psiquis” del pensamiento de extrema derecha debemos retrotraernos a la Revolución Francesa, o mejor dicho, a la contra-revolución: se puede rastrear su génesis en los trabajos publicados por el Conde Joseph de Maistre, hacia finales del siglo XVIII. 

De Maistre fue uno de los más acérrimos anti-revolucionarios, contrario a cualquier forma de constitucionalismo y liberalismo. Parte de la idea de un estadio universal que podríamos definir como bueno y perfecto. En este esquema, el hombre, que posee una naturaleza mala y corrupta (entiéndase esto desde la moral cristiana), debe enmendarse a través de los buenos actos y la costumbre. 

Para De Maistre la “perfectibilidad” humana no podría provenir nunca de la razón, como aseguraban los ilustrados, sino al intentar acercarse a ese estado divino y universal, desde la fe y la tradición (se diría salvación más que perfeccionamiento). Este punto de partida lleva, indefectiblemente, a una idea de que todo lo que sea distinto a ese estadio verdadero es malo y, siendo éste único y universal, es bueno sólo aquel hombre que sigue ese camino (y malo el que no). Por tanto los hombres son diferentes (y no iguales como aseguraban los revolucionarios). 

El hombre imperfecto debe corregirse. Refiriéndose a este pensamiento, el filósofo Isaiah Berlin afirmó: “La gente – la masa humana – es un infante, un lunático, un propietario ausente que precisa, más que nada, de un cuidador, de un mentor fiel, de un conductor espiritual.” He aquí el primer elemento fundamental en la constitución de una sociedad según de Maistre: un líder capaz de sintetizar en su persona los valores que harán posible la perfectibilidad humana. De esta legitimidad nace su derecho de asignar deberes, por medio de la imposición de las normas. 

Claro que desde el punto de vista de la democracia actual, este derecho se ve “tercerizado” en las distintas instituciones republicanas. No obstante, la figura del líder pasa más que por una autoridad política, por una autoridad moral. Así debe de ser la figura del líder en la cúspide de la pirámide social para esta doctrina.

El Estado fuerte que proponía de Maistre sólo es factible mediante la completa entrega de los hombres a él y no una mera disposición. Se diluye, por tanto, el individuo en la institución estatal. Esta disolución no es hacia cualquier Estado sino AL Estado, o sea a la institución que organiza la sociedad desde la moral correcta, en este caso, que adopta para sí los valores cristianos. 

Existen, a partir de aquí, diversos mecanismos que aseguran el correcto funcionamiento de la sociedad, desde el punto de partida del orden piramidal. Posteriormente se desarrollarán otros elementos ideológicos, que desde la observación y el estudio de las diferencias humanas han contribuido a la génesis del nacionalismo: uno de los pilares más importantes de la extrema derecha, sobre el cual nos detendremos en una próxima entrega.

 


*Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT

Published

2011-05-12

Issue

Section

Política internacional