POESÍA: Pastori a dos voces

Authors

  • Agustín Courtoisie y Florencia Lucero .

Abstract

Si bien la poesía suele ser considerada como un género para minorías, la refinada producción del uruguayo  Aurelio Pastori abre generosamente su profundidad para cualquier lector sensible e inteligente. Por ello la estudiante de comunicación periodística Florencia Lucero y nuestro editor Agustín Courtoisie concurrieron a la presentación del último libro del autor. El resultado fue un texto doble, compuesto por  una crónica y una reseña critica, que presentamos a continuación.

UNO 
Florencia Lucero*

“De las cosas del campo” (editorial Botella al Mar, 2010) es el último libro de Aurelio Pastori. Se presentó un miércoles de noviembre en el Café Uriel, sobre la calle Río Negro de Montevideo, cerca de la esquina con San José. El lugar fue elegido por el propio autor, dado que allí suele reunirse con sus amigos.

Quizás el ámbito no era el más propicio para una presentación intimista. Y tal vez los sonidos ajenos a  la ceremonia no colaboraron demasiado con los organizadores, que en un principio habían previsto instalar al poeta y los tres panelistas  en el primer piso.

Sin embargo, debido a que el público superó las expectativas, se improvisó un micro escenario en el segundo nivel. Aunque parezca extraño, el campo y el boliche  son lugares que tienen algo en común: en ellos es imposible lograr el silencio absoluto. El sonido ambiente no distrae. Al contrario, puede crear una escena. Y como la poesía siempre es interioridad, ese día sólo bastaba con mirarse, oírse y sentirse adentro.

Una vez culminados los comentarios y las lecturas, se logró crear un clima encantador cuando Pastori leyó: “El perro del capataz/ ladra sobre recuerdos/ (está viejo y ciego)./ El capataz no está./ Desde el último invierno/ sobre el campo sin él/ crece pasto nuevo. (...) Yo soy el único que lo veo”. (“Recuerdo de Pérez”).
 
Nacido en Montevideo en 1943, el poeta vivió treinta y tres años  en el departamento de Flores, dedicado a la cría del ganado. Hasta ahora su obra édita se compone por “Los inesperados” (1993), “Bajo la ambigua luz” (1996), “Pasa sobre nosotros” (2001), todos ellos publicados en Montevideo.

Luego aparecieron en Buenos Aires “Poesía reunida” (2005) y “Las manos y los álamos” (2007). Su relación profunda con el campo uruguayo es esencial para entender el universo de muchos de sus textos. Y aunque los temas de su último libro son variados,  el campo está presente en cada uno de los poemas que recoge esta antología a cargo de Margara Ramos, esposa del poeta.

La genialidad de Pastori radica en contar los mínimos detalles de la vida rural con un lenguaje sencillo y a la vez profundo. El libro completo parece querer  reunir todas esas piezas de un todo mayor: el de la Naturaleza.

En el poema que abre el libro “La tropa”, compara los hombres con animales: “Los novillos/avanzan todos juntos/como si fueran hombres/equivocados.”  En el que lo cierra, plantea que alguna gente se asemeja a las ramas secas: “Ramas secas/que duran años/ en el árbol./ Gente así.”  Apenas cuatro versos le bastan a Pastori para dar cuenta de hondas cuestiones filosóficas, como las del fervor por las  ideologías y el mero paso del hombre por el mundo, sin dejar huellas.
 
Salvo en algún caso excepcional, la propia palabra “campo” no aparece. Ése es un ejemplo, entre otros posibles, de que el autor no se tienta por la  obviedad y el lugar común. La adjetivación siempre es muy cuidadosa. Por ejemplo en el poema “Pasa sobre nosotros” (homónimo de otro libro de Pastori) se dice sobre la sombra de un cuervo: “Pasa sobre nosotros/ la sombra del cuervo/ nítida/ sobre el mediodía.”

“De las cosas del campo” concatena hombres,  lagartos,  arroyos,  caballos,  árboles, y no falta el silencio o la siesta.  Algunos de sus textos funcionan como crónicas, como en el caso de “Almacén de Ramos Generales”, donde registra el intento fallido de una joven de cometer suicido. Ése poema es uno de los más conmovedores:

“Sucedió/ cerca del Arroyo Grande./ Ella entró/ con su juventud serena/ en el almacén/ a comprar tres metros de cuerda./ Cuando se fue/ un viejo parroquiano/ y el bolichero también viejo/ cavilaron/ con acierto:/ No hay vacas lecheras/ en su casa./ ¿Para qué quiere la cuerda/ está muchacha/ sino tiene que atar ningún ternero?/ Cerraron el almacén/ y corrieron/ La encontraron/ bajo el árbol atroz/ que había elegido/ preparando la lazada./ Todos vivieron.”

El uso de temas cotidianos afines a todos los hombres generan la inmediata conexión con su discurso poético. La soledad, la memoria, el recuerdo de los que ya no están y el miedo al olvido, se dibujan siempre con una notable economía de medios.

Pese a problemas de salud, que afectan sus movimientos y su voz,  Aurelio Pastori escribe cuatro horas diarias. En la presentación del Café Uriel leyó un poema,  firmó ejemplares  y saludó con fragilidad a quienes se le acercaron a saludarlo. Estaba feliz de hacerlo en ese café montevideano. Más allá del ruido, puro talento y voluntad.

 

* Licenciatura de Comunicación Periodística 
(Facultad de Comunicación, ORT)

 

DOS
Agustín Courtoisie*

 

 

Hace  14 años, en la desaparecida revista digital “Página Latinoamericana de Filosofía” que llevábamos adelante con Alberto Chá, Luis Palacio y otros amigos, publicamos algunos poemas de Aurelio Pastori.

Nos había sorprendido y cautamente lo hicimos notar en una breve introducción a algunos de sus textos.  Con ese antecedente, y quizás por su nobleza personal, su gratitud, o su conciencia de la proximidad evidente de su obra con la filosofía, Pastori me  pidió que integrara el panel que presentaría este año “De las cosas del campo”.

Como le prometí escribir lo que no pude decir esa noche, aquí van unas muy breves reflexiones para demostrar que ningún lector inquieto debería perderse éste último, o cualquier otro libro de Pastori.

Hacia 1996 yo había entendido su discurso poético de otro modo, quizás como un pudoroso anhelo religioso, o un rescate de cada pequeña cosa como parte de una eternidad que quizás nos miraba con buenos ojos. Hoy lo veo diferente.

Pero por entonces, nos sentábamos a tomar un té cuando Aurelio venía por Montevideo y yo, fascinado, le escuchaba recitar a Leopardi en su lengua original, o hablar de Shakespeare, con la misma naturalidad que me hablaba de cosas del campo, ese oficio hecho de “pasivo bancario y esperanza”.

En esencia, ahora creo que Pastori es un poeta de la memoria, un poeta de la identidad y un poeta del tiempo.

De la memoria, en un sentido en que algo más allá de nosotros perdura, como si fuera una forma de conciencia, como si la memoria fuese la Memoria, un ser que nos incluye, pero que nos desborda.

Por ejemplo, en “Volvieron a ocupar la vieja casa”, el poeta afirma que:

“Siempre quedó alguien./ Los animales de la ruina/ fueron llegando enseguida./ Enredaderas confiadas/ jugaron con su suerte/ a los muros./ Extrañas plantas/ aparecieron en el jardín”.

Luego agrega, de manera inquietante:
“La memoria/ esperó sin gente/ siempre ahí./ Sin mezclarse/ con esas/ poblaciones”.

El final es casi animista, cuando alude a que “los actuales moradores/ tan humanos”, tocan “los muros agrietados/ pensando que no respiran”. Esos moradores humanos son ingenuos cuando afirman “estamos solos”.

Hasta allí vemos al poeta hablando de la memoria. Ahora veamos como la memoria se conjuga con la identidad. Porque Pastori es un poeta de la identidad en varias acepciones. Primero, de la identidad individual, como la de los suicidas, que se van de este mundo igual que un niño que se aburre de su hamaca:

“Colgaba del árbol/ como una herida sola./ Ofensiva en la paz/ que salpicaba (...)Ese lazo/ trabajando/ compañero/ y anudado./ Movimiento todavía/  como un lento/ niño/  de la tarde/ que se cansa/ de la hamaca”.  (“Suicida”).

Pero hay otra identidad, la de pensarse, pensarnos, como un bucle en un océano, porque lo que importa es el océano, no el bucle. La Naturaleza, o Lo Otro es lo relevante, no tanto el hombre:

“Los animales/ nos miran/ como hermanos” (“La seca”).

“Grieta del relámpago:/ por un instante/ sin sombra/ la herida/ en el cielo de la noche/ estuvo sola.” (“Propósito de la tormenta”)

Importa advertir que Lo Otro puede ser siniestro, indiferente. A Lo Otro (expresión siempre mía, no de Pastori) no le importa  esa flor que “cumple sus días/ y nadie la verá./ Nadie se preguntará/ si existió”.(“Así”). No le creo mucho al poeta cuando dice que “las flores van a secarse y son felices”. En cambio le creo cuando narra la decadencia de “El águila cercana”, “cada vez más cerca del suelo./ Cada vez menos diferente de su alimento”.

Lo Otro es ominoso, como en “Luz mala”, “y se avecina/ sobre pies/ o sin ellos”.De nada sirve compadecerse de esa “Mariposa/ vertical/ esa hoja/ que cae/ sola/ en la calma/ del mediodía/ vital./ Sola/ como el  final/ y hay/ tantas/ hojas.”

A veces la identidad individual, pequeña, parece tomar contacto e inclinarse ante la otra identidad, gigantesca:

“El paisano siente/ la hostilidad/ y la semilla./ Mira ondular/ el mar inmóvil/ donde vive./ Sabe/ que la velocidad/ de la primavera/ no es él./  Que el cielo / le abrirá/ o le cerrará/ los destinos./ Como el lino florecido/ callará”.(“Instantánea”).

Dije también que Pastori es un poeta del tiempo. Entendamos el tiempo como un Dios cruel, que avanza sin importarle nada. Tal vez Dios es el tiempo, o un nombre del tiempo, como le gusta sugerir a mi amigo el heideggereano Luis Pérez.

Pastori, por su parte, sostiene que:

“Los milenios limaron la montaña./ Quedó el granito diseminado/ como ciegos que nunca se encuentran” (“Ecosistema”).

En “De las cosas del campo” Pastori vuelve a poner las cosas en su origen. Ajeno a cualquier cursilería nativista que pudiera sugerir el humilde título a los lectores poco prevenidos, el propio autor parece querer regresar a su sitio, el campo.

El campo es la metáfora del cosmos, es la victoria de lo crudo infinito sobre la vanidad de lo cocido. Un lugar oportuno para mostrar  esas tres tendencias (la memoria, la identidad y el tiempo)  llevadas al límite. Todo es, o todos somos, como la roca que nadie miró:

“Seguramente nadie la miró./ Es una roca estéril/ en el campo./ La gente que hubo y hay/ es poca/ y ocupada en otras cosas./ Los animales/ no la necesitan/ Para las plantas/ es un imposible (...) El silencio la respetó/ durante siglos/ y la quiso así/ sola y sin memoria/ como todo lo que es realmente de él”. (“Como amor”).


* Profesor de Cultura y sociedad contemporánea 
FACS – LI – ORT Uruguay


Published

2010-11-25

Issue

Section

Culturales