VENEZUELA: UN AUTORITARIO INCÓMODO
Abstract
El domingo 26 de septiembre, se llevaron a cabo elecciones legislativas en Venezuela. Los resultados son ampliamente conocidos por los lectores: el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) consiguió la victoria, obteniendo 98 escaños con algo más del 48.5% de los votos emitidos. La oposición, nucleada en la Mesa de la Unión Democrática (MUD), que reclama haber obtenido el 52% de los sufragios, obtuvo solamente 65 escaños y otros partidos terminarán adjudicándose entre 2 y 3 bancas. La nueva distribución de escaños le da a la oposición más de dos tercios de votos en el Legislativo, lo que resulta suficiente para bloquear un buen número de iniciativas que requieren de mayorías especiales.
Esta distorsión, entre la representación reflejada en el Legislativo unicameral y el número de votos obtenidos, resulta de la puesta en vigencia de una nueva ley electoral que instrumentó el regimen chavista en julio del año pasado. Aunque probablemente inconstitucional, porque la representación proporcional está incluida en los artículos 63 y 293 de la Constitución, nada de muy original hay en ella ya que es muy conocido el recurso a la ingeniería electoral (”gerrymandering”) para redefinir circuitos, recortar circunscripciones y tomar todo tipo de medidas de ”administración“ electoral que favorezcan al partido generalmente en el poder.
Pero, más allá de las violaciones al Estado de Derecho (que son cotidianas en Venezuela) y los detalles de técnica electoral que se ven en muchos países del mundo, lo que corresponde analizar aquí son las reacciones y consecuencias políticas de las elecciones que nos ocupan.
En primer lugar, dentro de la lógica autoritaria de una personalidad, esencialmente ”cuartelera” (que no militar), como la de Chávez, el triunfo que obtuvo fue notoriamente vivido por el presidente, y toda la sociedad venezolana, como una derrota personal de aquel. No solamente fue ostensible el silencio presidencial inmediato a la (por cierto, inexplicablemente retrasada) publicación de los resultados. Todavía el sábado 2 de octubre, en su programa televisivo ”Aló Presidente”, resultaba evidente que el presidente no podía elaborar políticamente el acontecimiento. Reaccionaba afectivamente y encadenaba agresiones verbales contra la oposición, era incapaz de estructurar un discurso que organizase retóricamente el triunfo que el PSUV había efectivamente obtenido y no podía evitar referirse, reiterativamente y con enojo, a los festejos realizados por la oposición.
Más allá de las patologías psicológicas del personaje, lo que interesa, desde el punto de vista político, es que la frustración presidencial se inscribe políticamente en la concepción plebiscitaria de todas las elecciones que se ha instalado en los regímenes neo-populistas latinoamericanos.
En esta nueva lógica, todo pronunciamiento de la ciudadanía sólo adquiere significado dentro de una polaridad ”amigo/enemigo” que es la que alimenta todo el autoritarismo populista que se ha instalado en varios países del sub-continente. En las condiciones políticas que generan estos regímenes, las elecciones, aún legislativas, no dejan lugar alguno para ”buenos“ o “malos“ candidatos a diputado: para personajes que puedan eventualmente ser apreciados por la sociedad civil como representantes o para aspirantes a diputados con algún tipo de perfil propio, aún dentro del partido oficial. Los candidatos son, simbólicamente, o ”alter ego(s)” de Chávez o ”enemigos” de Chávez: no hay otra opción discursivamente abierta por la semiótica del régimen.
De la misma manera que ahora en Venezuela, en la Argentina asistimos a la absoluta incapacidad de los Kirchner para digerir la derrota del mes de junio de 2009. Lo que es necesario entender es que Chávez, al igual que la pareja presidencial que asuela a la Argentina, no entiende políticamente que la ciudadanía ”no lo haya votado a él”. Que en las recientes elecciones, la ciudadanía no haya obedecido a sus, por demás reiteradas y amenazantes, incitaciones al voto por ”sus” candidatos porque, en su primaria y compulsiva concepción de la representación política, esos candidatoslo representan a él y no a la ciudadanía.
En segundo lugar conviene señalar que la buena votación de la oposición, nucleada en la Mesa de la Unión Democrática, constituye un elemento importante para reequilibrar una representación política de la ciudadanía hasta ahora prácticamente monopolizada por el chavismo. Esta nueva integración del poder Legislativo le ”devolverá la voz” a media sociedad venezolana que hace años que ha quedado muda, tanto por el retiro inoportuno de la oposición de las anteriores elecciones legislativas como por el permanente griterío demagógico del presidente.
Sin embargo, este cambio no debería hacer abrigar demasiadas esperanzas. Esta oposición se ha nucleado esencialmente en torno al único eje del anti-chavismo. Por justicado que sea dicho eje, ese no parece ser un basamento político suficientemente sólido como para construir una verdadera plataforma política alternativa al inconsistente “socialismo del siglo XXI”. Además, en el seno de la oposición coexisten muchas corrientes políticas y orientaciones políticas muy diversas cuyas contradicciones Chávez se apresurará a explotar.
En cualquier caso los resultados de la elección abrieron una pequeña luz de esperanza y, quizás, Venezuela no esté condenada a transformarse en una nueva Cuba.
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