INDIA: ¿EN MARCHA HACIA EL DESARROLLO?
Abstract
Invito al lector a imaginarse por un momento que nuestro país tiene las mismas características que India. Este país hipotético tendría, entonces, la mayor cantidad de pobres del mundo. Dichos pobres practicarían, en su mayoría, una agricultura de subsistencia en parcelas diminutas, que a duras penas alcanza para evitar la inanición. Si lograsen producir un excedente para vender en las ciudades, probablemente gran parte de dicho excedente se perdería antes de llegar a destino, principalmente por el estado de las rutas que cruzan el país, que en realidad no son más que caminos glorificados, y a menudo es imposible recorrerlos a más de 40 kilómetros por hora.
Ahora imagínese el lector que, día tras día, la población tiene que lidiar con un aparato estatal fundamentalmente corrupto, obligada a pagar sobornos a cambio de las cosas más básicas y necesarias, como un vale de alimentación. Los impuestos se desvanecerían en los bolsillos de acomodados burócratas, en vez de ser destinados a la ejecución de un sinfín de obras que tanto apremian. Levantar quejas contra estos funcionarios sería fútil, ya que la legislación hace que sea virtualmente imposible despedir a un funcionario estatal, por más que este sea corrupto.
La sociedad, por su parte, estaría condicionada por un todavía muy estático sistema de castas, una suerte de clases sociales con un componente étnico. Así, tendríamos las castas altas, que controlan los medios de producción y el acceso a las posiciones de poder dentro del gobierno, y las castas bajas, dedicadas fundamentalmente a la agricultura y aquejadas a menudo por las inconveniencias de la economía informal y una relativa desventaja en el acceso a los servicios básicos. A diferencia de las clases sociales, que permiten cierta movilidad entre ellas dependiendo del contexto y de la habilidad de los individuos, la pertenencia a una casta es un derecho hereditario, o sea, no hay forma de convertirse de una casta a otra.
Ahora imagínese que este país crece a razón del 9 por ciento anual, y que se perfila para ser una de las principales potencias económicas de cara a los próximos decenios. ¿Cómo es eso posible?
Esta breve alegoría tiene como cometido introducir al lector occidental a la realidad de un país tan excepcional como contradictorio, en los términos que como civilización manejamos. Los males que aquejan a India tienen la capacidad de paralizar a cualquier país, por lo que el hecho de que India sea considerada una de las nuevas potencias emergentes es un hecho ciertamente impresionante. Sólo en un país tan diverso y complejo como este se podían dar las condiciones para sacar adelante un crecimiento económico de estas características, especialmente a la luz de las desventajas previamente mencionadas.
Hay ciertos factores que hicieron posible que, contra todas las probabilidades, India se adentrara en una senda de crecimiento sostenido que no sólo catapultará al país a los primeros planos de la escena internacional, sino que muy probablemente hará maravillas por una población todavía sumida en la pobreza.
El primer punto a considerar es el idioma. La colonización inglesa, materializada a través de la East India Company, supuso un larguísimo período de hegemonía y administración inglesa en territorio indio. Más allá de lo perjudicial que significó la era de la colonia inglesa para el desarrollo del país, el uso del idioma inglés se hizo extensivo a lo largo del territorio, y esto jugaría un papel fundamental muchos años después, cuando la revolución de las tecnologías de la información hiciera de India el lugar más atractivo del mundo para la tercerización de servicios del mundo occidental.
El segundo punto está relacionado con el primero, y concierne a las heridas que dejó la era colonial en la cultura india. La independencia, lograda en 1947, supuso el fin de siglos de intromisión extranjera, y esto caló muy hondo en el espíritu de los indios. El swadeshi – autosuficiencia en español – fue adoptado como el principio que regiría las decisiones del gobierno. El objetivo principal era evitar la intromisión extranjera en los asuntos domésticos. Esto derivó en un estado dirigista. Ni comunista ni capitalista, sino un simbionte de ambos, el gobierno permitía la iniciativa privada sólo después de dar el visto bueno a cada emprendimiento, lo que devino en un desproporcionado inflamiento del aparato estatal, que más tarde se conocería como el License Raj, o Reino de las Licencias. Esto produjo resultados nefastos en nombre del swadeshi, como el exacerbamiento de la corrupción y el ahorcamiento de la iniciativa privada. Pero el principio de autosuficiencia también produjo algunos resultados que a la postre beneficiarían al país, aunque no de la forma que sus líderes esperaban.
Jawaharlal Nehru, Primer Ministro indio desde la independencia hasta 1964, ideó y puso en marcha una gran reforma en el sistema educativo. Bajo su mandato se crearon una serie de universidades de primera línea, llamadas Institutos Tecnológicos Indios – o IIT por su sigla en inglés – que tenían el cometido de crear una élite de trabajadores altamente cualificados, que habrían de ser el motor del crecimiento indio, y en teoría impulsarían un cambio fundamental en la matriz productiva del país, bajando los niveles de pobreza y elevando la calidad de vida de los ciudadanos. Los resultados no fueron los esperados, dado que el grueso de la población siguió sumido en la ignorancia y la pobreza, pero muchos años más tarde estas élites revolucionarían el sector de servicios del país.
Esta fue, sin dudas, una experiencia única en el mundo, ya que la visión de Nehru fue diseñada al revés de lo la lógica determina, en términos de procesos de reforma educativa. En otras palabras: en vez de apuntar a la masificación de la educación primara, para así ir aumentando progresivamente el valor agregado en las cadenas productivas, India comenzó su camino en el extremo opuesto, creando formidables instituciones de educación terciaria que habrían de engendrar una fuerza laboral capaz de producir bienes y servicios con alto valor agregado.
Sin embargo, hasta hace tan solo dos décadas, nada de esto fue posible. La reticencia india a abrirse al mundo socavó el enorme potencial productivo del país, y así los indios debieron esperar más de 40 años antes de embarcarse en un genuino rumbo reformista. Tres hombres jugaron un rol crucial en la transformación de India.
El primero es Narasimha Rao. Sucesor de Ravij Gandhi como Primer Ministro tras el asesinato de este último en 1991, Rao fue el principal impulsor de las reformas neoliberales que catapultaron al país a una senda de crecimiento fantástica.
El segundo es el Dr. Manmohan Singh, actual Primer Ministro del país. El Dr. Singh fue el gran arquitecto de las reformas económicas en India, ya que fue Ministro de Economía y Finanzas del país durante el gobierno de Rao.
Por último, está M. S. Swaminathan, un científico que logró avances impresionantes en la creación de organismos genéticamente modificados – dicho de otra forma, alimentos transgénicos –, adaptando las semillas para que fuesen aptas al suelo indio, lo que probablemente significó una revolución en lo que a agricultura se refiere. Este hombre dirige además una fundación que lleva su nombre, y que se encarga de enseñar técnicas de cultivo, proveer Internet a los campesinos para que estén al tanto de los precios de los alimentos, y otros servicios comunitarios que han elevado enormemente la calidad de vida de los más humildes.
Bajo la dirección de Rao, y más tarde de Singh, se procedió a desmantelar elLicense Raj, poniendo fin a largas décadas de intervencionismo estatal. Este proceso está lejos de haber concluido, pero los resultados ya marcan que el rumbo adoptado es el adecuado: India crece a tasas anuales realmente espectaculares, está disminuyendo la pobreza, y ha logrado una verdadera revolución en el sector de servicios y de bienes con alto valor agregado.
Sin embargo, no todo son buenas noticias. La arcaica regulación laboral hace que sea extremadamente difícil despedir a un empleado, y torna sumamente complicado el negociar condiciones más beneficiosas y flexibles con los mismos. Esto ha significado un incentivo para que la producción india sea intensiva en capital, y no en trabajo. Los empresarios que operan en India prefieren invertir en la compra de nuevas tecnologías antes que contratar a la abundante mano de obra barata existente en el país.
Por otra parte, los resultados más favorables se dieron en el sector industrial y de servicios, mientras que la agricultura sigue estando sumamente atrasada en términos relativos. Esto es un verdadero inconveniente, teniendo en cuenta que alrededor del 60 por ciento de la población está abocado a la actividad agropecuaria. Los números hablan por sí mismos: la productividad en este sector es cuatro veces menos que en el sector industrial, y seis veces menor que en el sector servicios. Los títulos de propiedad de la tierra son hereditarios; esto significa que cada parcela de tierra cultivable es dividida entre los hijos de los propietarios originales, lo que deriva en parcelas cada vez más pequeñas, que imposibilitan la producción a escala y sumen a la población rural en la agricultura de subsistencia.
De modo que el milagro indio tiene todavía muchos aspectos para pulir. Las carencias en infraestructura, las inflexibles leyes laborales, el todavía corrupto aparato estatal, y los cientos de millones de pobres que copan el paisaje urbano y rural, serán para India enormes desafíos a enfrentar. Que dichos desafíos sean encarados con el creciente optimismo que proporciona una economía en franca expansión, eso es lo que conforma el verdadero milagro de este fascinante país.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.
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