El nuevo rol de Brasil en el mundo
Abstract
Brasil fue, durante muchos años, y en muchos sentidos, una historia de éxito esperando acontecer. Su vastísimo territorio de dimensiones continentales, su enorme población, llena de ímpetu progresista y ganas de crecer, y sus riquísimos recursos naturales sentaban las bases de un futuro auspicioso. Sin embargo, ese futuro con el que los brasileños soñaban nunca acaba de materializarse. Una clase política aquejada por la corrupción, conjugada con un sistema de partidos débil que exigía la conformación de alianzas a veces un tanto oscuras para llegar al poder, frenaba el desarrollo y la prosperidad. El populoso sureste brasilero, dinámico y pujante, contrastaba con las carencias que padecían los brasileros del norte, fragmentando al país y empujando a una población empobrecida hacia las grandes urbes que, buscando un futuro mejor, a menudo no tenía más remedio que asentarse en las periféricas favelas, tierras sin ley ni esperanza, que pronto fueron reclamadas por narcotraficantes y bandas de crimen organizado, caracterizadas por un enorme desdén hacia las instituciones que tan poco hacían por mejorar su nivel de vida. La economía, desordenada, proveía pocas soluciones en el marco de un paradigma desarrollista de corte cepalino, que a menudo derivaba en una exacerbada inflación que golpeaba a la población más humilde.
En este contexto, sobrevino el golpe militar de 1964. La dictadura, que duró más de 20 años, si bien tuvo elementos represivos, fue un tanto más benévola que otras dictaduras de la región. Pero quizá lo más rescatable fue el cierto grado de industrialización que se generó en el país a raíz de las reformas, donde se consolidaron empresas que más tarde jugarían un rol fundamental en el ascenso de Brasil. Pero si bien se logró cierto desarrollo industrial, los salarios a menudo permanecieron congelados, lo que impidió la consolidación de una clase media fuerte, elemento esencial para la multiplicación de la riqueza y mejora de la calidad de vida.
Así, Brasil volvió a la democracia en 1985, pero todavía acusando el impacto de una economía y un sistema político que no actuaban en función de su ciudadanía. Fue por esa época en que el mundo cambió, y lentamente se empezaron a abandonar los preceptos desarrollistas para dar lugar a una nueva acepción de la economía de corte más liberal, conocida como el Consenso de Washington. En este marco, se pusieron en marcha una serie de reformas que tenían como cometido la liberalización de la economía, la privatización del sector público, y el incentivo a la inversión. Estos primeros intentos, sin embargo, quedaron truncos a raíz de una burocracia vetusta y un sistema político todavía fundamentalmente corrupto, que culminó con la caída del presidente Fernando Collor de Melo en 1992, envuelto en una niebla de escándalos de corrupción. No fue hasta la asunción de Fernando Henrique Cardoso que Brasil empezaría a recorrer un genuino camino reformista.
Los lustros liderados por Henrique Cardoso supusieron un enorme desafío. El país, crónicamente afectado por la inflación, debía sanear su economía y sentar las bases para la creación de un país serio, que atrajera a la inversión extranjera y ganara el favor de los organismos internacionales e instituciones financieras. La introducción del plan real en 1994 hizo maravillas por la estabilización del país, y las experiencias con las privatizaciones han sido sumamente buenas en muchos casos.
Empresas como Vale – compañía minera –, Embraer – productora de aviones – y Petrobras – petrolera – suponen excelentes ejemplos de ello. Vale, una empresa que nació como privada pero que fue nacionalizada durante la Segunda Guerra Mundial, acabó siendo privatizada en los años 90. Hoy está presente en cinco continentes y es una de las más eficientes empresas mineras del mundo. Algo parecido se puede decir de Embraer, empresa que fabrica aviones, y que gracias a la colaboración privada fue capaz de convertirse en una de las principales productoras de aviones de mediano rango. Un poco diferente es la situación de Petrobras, que si bien en los papeles sigue siendo una compañía del Estado, sus acciones se comercian libremente y hay una activa participación de los privados en el desarrollo de la empresa.
Pero si bien la economía se había saneado, y Brasil empezaba a experimentar elevados niveles de inversión extranjera, el grueso de la población todavía no recibía los frutos de la expansión económica. Así fue que en el 2002 llegó Lula al poder, con la promesa de trabajar en pos de una sociedad más igualitaria. Más allá de la preocupación inicial de la comunidad internacional acerca de qué tan brusco sería el viraje hacia la izquierda, Lula mantuvo los lineamientos económicos de su predecesor. Quizá este es el mayor logro del actual presidente: una exitosa mezcla de continuismo en las políticas macroeconómicas con la aplicación de novedosas políticas sociales, que propiciaron la conformación de una nueva clase media en un Brasil que hoy tiene más de 20 millones de pobres menos que hace una década.
La creación de programas de inclusión social como la Bolsa Familia – que asigna una determinada cantidad de efectivo a las familias más carenciadas, demandando a su vez ciertas contrapartidas, como la obligación de los niños de ir a la escuela y de hacerse chequeos médicos regulares – y demás proyectos, como por ejemplo programas de subsidios a la hora de obtener acceso a una vivienda digna, o proyectos que apuntan a disminuir la inequidad de ingresos que históricamente había aquejado al país, catapultaron la popularidad del presidente a niveles inéditos.
Pero tal vez lo más interesante es la transformación que ha sufrido Brasil en términos de su relevancia en el plano internacional. La política exterior llevada adelante por Lula ha devenido en la consolidación del liderazgo brasilero en la región. Instituciones como Unasur o el Consejo de Defensa Sudamericano son solamente un par de ejemplos que demuestran la gran apuesta que ha hecho Brasil en América del Sur. Pero incluso fuera de la región se pueden observar ejemplos de la creciente importancia del país en el plano global. La mediación con Irán y Turquía en el asunto del enriquecimiento de uranio es una clara prueba de que Brasil tiene su propia agenda internacional, y los medios para posicionarse como un global player. Su obstinada carrera en pos de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, así como su activa participación en los foros internacionales, dan cuenta de que Brasil tiene una clara línea estratégica que privilegia el ámbito multilateral, que es donde se hace más fuerte.
La comunidad internacional, a su vez, también ha dado cuenta de la creciente importancia de Brasil. Dicho reconocimiento se tradujo en la adjudicación de la organización del próximo mundial de fútbol, en 2014, y los Juegos Olímpicos de 2016. Que Brasil sea el encargado de organizar estos dos grandes eventos expresa la confianza que tiene el mundo en la capacidad de dicho país de reducir la inseguridad y la pobreza, así como la habilidad de crear una nueva y moderna infraestructura para hacer frente a los nuevos tiempos.
Sin embargo, no todo es color de rosa en Brasil. De cara a las próximas elecciones de octubre, el país está aquejando el creciente costo político que supone el estrechamiento de relaciones con controvertidos líderes de izquierda, como Chávez o los hermanos Castro. Asimismo, la burocracia brasilera sigue siendo excesivamente pesada, y sus leyes permiten que políticos corruptos sean reelectos, dificultando la renovación y entorpeciendo la búsqueda de credibilidad que se le quiere dar al sistema político. La economía, a pesar de tener algunos sectores industriales sumamente dinámicos, sigue dependiendo en buena parte del precio de los commodities, lo que todavía supone una gran vulnerabilidad para el país. Pero a pesar de la falta de infraestructura, de las altas tasas de interés, y de la corrupción en el aparato estatal, algo ha cambiado en Brasil. La diferencia es el optimismo que se respira en cuanto al destino de la nación: una economía en franca expansión, un renovado liderazgo internacional, y una emergente clase media con ansias de consumir. ¿Quién duda hoy de la historia de éxito brasilera?
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
Depto de Estudios Internacionales.
FACS - ORT Uruguay.
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