La política exterior china y las premisas de un eje transpacífico en América del Sur. (1era. parte)
Abstract
La irrupción de China como socio comercial principal de Brasil y Chile en 2010 es un hito más de las importantes reconfiguraciones del escenario geopolítico mundial actual.
Este acercamiento paulatino del gigante asiático hacia el continente sudamericano revela por una parte una estrategia de diversificación de las inversiones directas extranjeras de China, así como su voluntad de consolidar un modelo geopolítico mundial de corte multipolar. La decisión del imperio del medio de participar en el foro de coordinación de los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en Ekaterimburgo en 2009, más allá de reafirmar la voluntad de colaboración con países de peso económico potencialmente decisivo en el siglo XXI, aspira a confortar la estrategia y orientaciones fijadas en el décimo séptimo congreso del Partido Comunista Chino en octubre del 2007. Las directrices del congreso aportaron correcciones importantes al modelo económico y social, confirmando sin embargo al Estado como el agente principal del desarrollo de la economía.
Las orientaciones de política exterior fueron quizá las más innovadoras en décadas: de manera resuelta, apostaron a una consolidación de los vínculos con otros países emergentes del planeta como contrapeso a una política exterior norteamericana, cuyos atributos en materia de coordinación económica y financiera han despertado fuertes críticas entre los miembros de las élites políticas y económicas de Beijing.
Esta decisión no resulta en nada sorpresiva, si examinamos la trayectoria de China en el mundo post 11 de septiembre del 2001. El crecimiento de China ha seguido una trayectoria constante que ha comportado dimensiones menos visibles tales como el empoderamiento de una clase media urbana, responsable de una expansión económica sin precedentes, así como de formas de contestación y democratización a nivel local.
La consolidación de una nueva élite política formada en el extranjero -esencialmente en universidades norteamericanas- ha ido remplazando progresivamente a una gerontocracia en puestos claves del poder central y regional. La llegada de una nueva generación de líderes pragmáticos a la cabeza del PCC ha ciertamente contribuido a una nueva visión del mundo, resueltamente internacionalista y multipolar, y ha contribuido al estrechamiento de vínculos entre el aparato del partido, la academia y think tanks locales.
Este conjunto de factores favorecieron la elaboración del primer policy paper por parte del gobierno chino sobre la región América Latina y el Caribe en 2008. Este paso, lejos de ser anecdótico, reviste una importancia capital en la medida en que integra al continente a las orientaciones estratégicas de los años a venir así como, de una forma literal y simbólica, sitúa al continente sudamericano en el mapa del nuevo eje Pacifico. La creación de cátedras de estudios brasileros, como ha sido el caso en la Universidad de Wuhan, es otro ejemplo más del interés sin precedentes de China por nuestra región y algunos de sus países estratégicos.
Este acercamiento de China hacia América Latina, y especialmente a América del Sur, requiere entender algunas de las dinámicas en curso.
Es cierto que por un lado América del Sur es de facto un área complementaria estratégica para Beijing en la medida en que posee lo que China carece: materias primas en abundancia, sectores industriales y de extracción de materias primas con niveles de regulación suficientemente elásticos como para permitir el ingreso de inversiones directas extranjeras, y el desarrollo conjunto de proyectos de infraestructura destinados a facilitar la extracción de materias primas.
Otro aspecto, que ha marcado la evolución reciente del continente, reside en la existencia en algunos países de un cuadro jurídico estable y transparente sin precedentes, que ofrece garantías a los inversores extranjeros. A este respecto, no ha de extrañar que en la política de acercamiento actual de China a América del Sur, tanto Brasil como Chile aparezcan, más allá de sus ventajas comparativas respectivas, como dos países extremadamente bien posicionados en materia de respeto de inversiones extranjeras y sofisticación del cuadro institucional del área comercial.
Un elemento suplementario detrás del interés de China en estas dos naciones sudamericanas, reside quizá en algo extremadamente raro en la región: la capacidad de establecer programas de desarrollo e inversiones a largo plazo, lo que provee solidas garantías para formular planes conjuntos de infraestructura, cuyo mejor ejemplo reside en el acuerdo firmado entre el canciller Celso Amorim y las autoridades de Beijing el 22 de marzo 2010, que prevé la inversión de 10 mil millones de dólares en la renovación y expansión de la red ferroviaria brasilera para la próxima década. De forma análoga, las ambiciones de modernización de los puertos del norte de Chile podrían beneficiar del acercamiento ya existente entre este país y China a través del acuerdo de libre-comercio firmado en 2006.
Estos importantes programas de inversiones dejan entrever en filigrana otros aspectos más formales de una colaboración delimitada por el cuadro de las nuevas relaciones estratégicas entre China y el continente tal cual fueron definidas hace ya dos años. También da pié a otras coordinaciones más profundas, como el grupo de países del BRIC que disponen de los mismos objetivos estratégicos de un desarrollo económico en el cual el Estado conserva un rol director. Por lo pronto China no ha adoptado una política discriminante respecto a otros países de la región, lo que augura posibles cambios futuros en el diseño actual de este eje transpacífico.
En la medida en que países como Perú -y en una menor medida Uruguay- consoliden las reformas en curso y definan sin ambigüedades un cuadro estable para las inversiones extranjeras, podrán convertirse en un receptáculo para estos proyectos de inversiones e infraestructura. Persiste la duda, eso sí, respecto a la voluntad real de China de establecer colaboraciones a largo plazo que vayan más allá de una política que hasta el momento presenta una gran dosis de oportunismo político, ya que no demanda muchas concesiones por parte gigante asiático.
*Doctor en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de Paris.
Master en Política Comparada en Sciences-Po Paris y
Master en Estudios Post-soviéticos del Programa IMARS (European University of Saint-Petersbourg/Berkeley).
Actualmente es maestro de conferencias de la
Universidad Americana-IES Paris y Sciences-Po Paris
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