¿BÉLGICA AL BORDE DE LA SECESIÓN?

Authors

  • Adolfo Castells Mendívil

Abstract

Las elecciones legislativas anticipadas que tuvieron lugar el domingo 13 de junio en Bélgica, produjeron un seísmo político, pronosticado sí, pero no por ello menos violento: la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), independentista, se convirtió en el primer partido flamencófono, luego de haber difundido su aspiración de que Bélgica desaparezca como Estado.

En una región —Flandes— donde vive el 60% de los casi 11 millones de belgas, la N-VA de Bart de Wever ha obtenido el 29% de los sufragios, pero más grave es que juntos los partidos independentistas flamencos han llegado al 45% de los votos en su región, ganándoles a los partidos tradicionales: socialistas, liberales, y democristianos. Bélgica es un país sin formaciones políticas nacionales, todas son regionales y en Valonia, el francófono Partido Socialista (PS) llega a la cabeza con 37% de los votos, contando la tercera región enclavada en tierra flamenca: la capital belga bilingüe, aunque mayoritariamente de habla francesa.

Y una vez más, se afirma la querella entre los valones y los flamencos, que ha marcado la historia de ese pequeño país, seis veces menor que el Uruguay, pero que multiplica por 3 sus habitantes, por 5 el PBI per cápita y por 16 el PBI total.

La historia belga

Antes aún de la batalla de Waterloo, Gran Bretaña consideraba que era imprescindible para su seguridad establecer un equilibrio de fuerzas entre las grandes potencias continentales y, por su lado, Austria, Prusia y Rusia acordaron formar un Estado tapón entre ellas y Francia. A la caída de Napoleón, en el Congreso de Viena, se establece el Reino Unido de los Países Bajos, formado por los territorios actuales de Holanda, Bélgica y Luxemburgo. El error principal fue aprobar una Constitución unitaria y no federal, cuando el Norte era protestante y el Sur católico.

En 1830, estalla la Revolución belga por el levantamiento de las provincias católicas del Sur, contra el poder central neerlandés y protestante. Flandes y Valonia acopladas crean el Reino de Bélgica en 1831, Estado católico con el francés como lengua oficial, pese a que su mayoría era de habla flamenca. Se vuelve a incurrir en el mismo error y se crea un reino unitario, cuando las poblaciones estaban soldadas por la religión, pero separadas fanáticamente por el idioma: Flandes hablaba flamenco (neerlandés) y Valonia, francés.

Este desequilibrio si bien fue corregido en 1992, con la aprobación del régimen federal, no subsanó la separación de los belgas por la lengua, y cada comunidad se siente diferente y se desarrolla de distinta manera, agregando una exacerbación lingüística al problema que existe, como en otros países, entre un Norte productivo y rico y un Sur considerado “indolente” y más pobre.

Habiendo estudiado 6 años en Bélgica, siempre recuerdo una historia que se contaba: en la RTB (Radio televisión belga), los periodistas está separados por idioma y en la puerta de la parte francófona hay un cartel que reza: “Aquí se habla francés”; mientras que en la flamenca, el cartel dice: “Aquí no se habla, se trabaja”.

Aunque siempre supuse que la anécdota era falsa, representa esa rivalidad mezclada de odio y de desconexión de difícil solución.

¿Y ahora qué?

Para empezar, la negociación ya iniciada por el Rey Alberto II puede ser larga y Bélgica asume la presidencia de la Unión Europa en julio, lo cual complica más las cosas. Hay que recordar que en un horizonte menos triunfalista flamenco, en 2007, envenenadas siempre por la rivalidad lingüística, las consultas demoraron 9 meses para concertar el nombre del Primer Ministro actual, Yves Leterme.

Lo lógico sería  llegar a un gobierno de coalición flamenco-francófono entre los más votados de una y otra lengua: el líder valón del PS, Elio di Rupo y el ganador flamenco Bart de Wever, pero éste último ha confirmado, apenas terminado el escrutinio, que no desea intentar presidir una coalición de gobierno con los francófonos. Aunque está dispuesto a admitir a uno de ellos como Jefe de Gobierno, —sería la primera vez desde 1974— a cambio de conseguir un compromiso de mayor autonomía para los flamencos, creando una confederación, en la que Bélgica mantendría el control sobre muy pocos asuntos, como la política exterior y las Fuerzas Armadas, sabiendo que en esta instancia la secesión es difícil, pero pensando que en el futuro es ineluctable.

Los líderes de habla francesa tiene todos la voluntad de reformar el Estado pero temen, con razón, que ese paso de Wever hacía la confederación, sea un paso hacia la disolución de Bélgica.

Entonces lo probable es que di Rupo, hombre de compromiso, trate de lograr una coalición con Wever (o sin él). No es fácil, hay mucho antagonismo, pero di Rupo ha dado una primera señal al declarar que el mensaje de los electores flamencos debe ser entendido.

De cualquier forma, el resultado de las elecciones belgas es un problema a futuro para la Europa de las naciones, para la Unión Europea y especialmente para su capital Bruselas, sede —además— de la OTAN.


*Escritor, Periodista, Analista Internacional, Ex Embajador.

Published

2010-06-17

Issue

Section

Política internacional