LAS “INFIDELIDADES” DE OBAMA

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  • Letras Internacionales

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Paul Krugman encabezaba su columna del 15 de noviembre en el New York Times, no sin cierta banalidad, con el título: “World out of Balance”. Pero, dejando de lado las inevitables interrogantes sobre ¿por qué el mundo debería estar “balanceado” ? y, más intrigante aún, ¿qué entiende Krugman por “balance”?, no es menos cierto que la expresión elegida por el célebre economista/periodista tiene al menos dos virtudes. 

Por un lado, el mencionado título resulta eficaz para convocar la atención de un público que se encuentra particularmente acosado por los efectos de la crisis económica que parece haber subvertido el “orden natural” de las cosas en los países desarrollados. Y, por el otro, también, la titulación es adecuada como descripción superficial de una situación internacional cada vez más novedosa, donde (pasan cosas tan insólitas como, por ejemplo, que las crisis las padezcan más los poderosos que los “tercermundistas”, que la corrupción del mundo financiero norteamericano quede escandalosamente expuesta ante el mundo, etc.) y donde países como la China mantienen un tipo de cambio abiertamente subvaluado lo que la ha transformado en una economía que detenta un volumen de dólares absolutamente desmesurado.

A Krugman, en realidad estos son los “des-balances” que le preocupan: un yuan muy barato, que “sigue” la caída del dólar, ventajas cada vez más importantes, en consecuencia, para los exportadores chinos que “compiten” con los esfuerzos de relanzamiento de las economías de los grandes países, generando o manteniendo un alto desempleo en las grandes economías y, particularmente en los EE.UU. Y una larga serie de consecuencias que no nos interesan mayormente aquí.

El problema es que, a pesar de la creencia de los economistas, la economía es sólo una parte y una forma del funcionamiento de la sociedad (nacional o internacional) y no siempre la más importante. Así que, más allá de la acertada descripción de Krugman de los fenómenos que le preocupan, lo que aquí nos interesa es que ese “World out of Balance”, en realidad, está trascendiendo los terrenos afectos a los economistas y, mucho más allá de estos temas, está generando tensiones políticas internacionales hasta hoy insospechadas.

Y una de las principales manifestaciones de este “nuevo estado del mundo” (expresión que preferimos a la del “des-balance”) es que las relaciones entre las grandes potencias y un importante grupo de candidatos a esa categoría de “pesos pesados” (grupo que, además, tiende ha incrementarse en número) están cambiando vertiginosamente. Y son estos cambios que están empujando a Obama a una “infidelidad” tan notoria para con su antigua y preferida esposa que, la vieja Europa, ya no soporta más el cortejo permanente que los EEUU están llevando a cabo con la pujante China, la ondulante India, y hasta con la siempre algo rústica Rusia. 

Ya en editoriales anteriores (“LETRAS INTERNACIONALES” Nos. 67 y 70), señalamos de qué manera la nueva administración norteamericana venía sorteando con buen éxito, y gracias a un gran esfuerzo político y diplomático, conflictos y obstáculos que la oponían desde décadas a Rusia y a China. Incluso en lo que tiene que ver con el manejo de la agenda presidencial y de los énfasis que el propio Obama pone en la transmisión de los temas internacionales, la vieja dama tiene más de un argumento para su indignación.

La Cumbre EU/EE.UU., que Obama admitió realizar recientemente en Washington con cierta “nonchalance”, duró una hora y media. Reuniones privadas entre jefes de estado, que realmente merezcan esta adjetivación, Obama ha tenido con Gordon Brown (décadas de un pro-americanismo rayano en la obsecuencia, lo justifica) y a Angela Merkel que, mal que bien, es la primer ministro de una de las primeras economías del mundo y principal motor de la Unión Europea.

Imaginar un intento para disipar este creciente malestar en el seno de este viejo matrimonio requiere reconocer, desde ambos bandos, una serie de realidades que no siempre son cómodas de admitir. Y, sobretodo, requiere de ver el mundo tal cual es y no tal cual nos hemos acostumbrado a verlo.

La Unión Europea está, en este momento, discutiendo los resultados de Lisboa. Ello es perfectamente comprensible, pero la UE debe entender que, precisamente por ello, Obama no tiene muy claro quienes habrán de ser finalmente sus interlocutores reales que hablen en nombre de Europa, una vez que lo acordado en Lisboa tome forma institucional. Por su parte, Obama no debe olvidarse, en su esfuerzo por reconcebir el mundo multipolar que se está desplegando rápidamente, que, en medio de la crisis económica, hay dos personas, Ben Bernanke, presidente de la FED y Juan Claude Trichet, presidente de la BCE, cuyo entendimiento es absolutamente clave si queremos mantener el relativo optimismo que comienza a dibujarse en la economía mundial. Por políticamente autónomas que sean estatutariamente ambas instituciones, si la tensión política a la que nos referimos introduce interferencias o contradicciones mayores entre ambos bancos centrales, las consecuencias globales pueden ser absolutamente catastróficas.

Pero hay algo más sustantivo aún. En realidad, la posibilidad de que los EE.UU. y la UE se articulen, de manera relativamente armoniosa, en el orden internacional multipolar que se aproxima, depende de que, de una vez por todas, de cada lado del Atlántico, se acallen dos voces, dos bandos que pertenecen al pasado. 

Del lado americano, el discurso recurrente y obtuso de que “Europa es el pasado”, lo venimos oyendo desde la posguerra. Se desbocó durante el proceso de liberación de las colonias europeas en los años 50 y 60; escuchamos, personalmente el ridículo sarcasmo de altos funcionarios norteamericanos sobre la inviabilidad del euro en el momento de su creación y, como esos, hay mil ejemplos más. Ese discurso es de 1945 y todavía cree que los EE.UU. siguen “salvando al mundo” de nazis y japoneses.

Del lado europeo, debe terminarse la contracara de la misma forma de apreciar la situación mundial. Europa no necesita ya “protección” americana como quizás la necesitó hasta algún momento atrás. Europa debe tener el coraje y la decisión de no postergar más la creación de su aparato propio de defensa. La OTAN, como fue pensada e institucionalizada, ya caducó hace rato. Se lo dijo De Gaulle a L. Johnson, en 1966, y se retiró de “esa” Alianza. Pero la Alianza que Europa, EE.UU. y, porqué no, otros nuevos actores habrían de imaginar, debe, manteniendo la comunidad de valores que vincula a ambos continentes, deshacerse de ese pasado anclado en la Guerra Fría y parecerse bastante más a la OTAN que, de la mano de la ONU, está operando en Afganistán. Es decir una OTAN que se decline en lenguaje claramente multilateral y no en términos “anti-comunistas”. Aunque todos sabemos que algunos ejemplares de la especie “comunista” subsisten, nadie duda de su extinción: o desapareciendo o transformándose. Por lo tanto el concepto de “anticomunismo” ya no tiene vigencia.

Si ese pasado se calla, de una vez por todas, de ambos lados del Atlántico, entonces, quizás no solamente terminemos con estas escenas “conyugales”: a lo mejor podemos efectivamente utilizar el término “comunidad internacional” en un sentido bastante más plural y universal que lo que lo hemos hecho hasta la fecha.

Published

2009-11-19

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Editorial