La “estructura” en las ciencias del hombre: Estructuralismo y Estructural-Funcionalismo
Abstract
“En una primera aproximación, una estructura es un sistema de transformaciones que entraña unas leyes en cuanto sistema (por oposición a las propiedades de los elementos) y que se conserva o se enriquece por el mismo juego de sus transformaciones, sin que éstas lleguen a un resultado fuera de sus fronteras o reclamen unos elementos exteriores. En una palabra, una estructura comprende así los tres caracteres de totalidad, de transformación y de autorregulación”.
Jean Piaget.
El reciente fallecimiento del antropólogo francés Claude Lévi-Strauss (1908-2009) amerita un breve recordatorio de la importante influencia que su enfoque teórico aportó a las Ciencias del Hombre. Si bien fuera Ferdinand de Saussure quien “fundara” el análisis estructural, más precisamente en el campo de la lingüística –trabajo proseguido por la célebre Escuela de Praga-, fue en buena parte gracias a la popular labor etnológica de Lévi-Strauss en la década del 1960 que el estructuralismo pudo trascender a las más diversas disciplinas intelectuales. Trascendencia que, como se verá, se torna dificultosa cuando entramos en el campo de la ciencia política y las relaciones internacionales, nuevamente por una “cuestión de significados”.
En breves palabras, puede definirse al estructuralismo como una modalidad metodológica –novedosa por entonces- que pretendía analizar un determinado campo de estudio a través del descubrimiento de su estructura, es decir, del “esqueleto” a priori “invisible” de relaciones entre los elementos que componen un sistema –diferenciando las mismas de los propios elementos y de la totalidad del sistema, ergo, tratándolas como propias unidades de análisis a ser desveladas-. Esta concepción se deriva, por supuesto, de la distinción realizada por Saussure entre significado y significante. Para Roland Barthes –quien llevara el método al campo del análisis literario- el estructuralismo no se trataba de una escuela de pensamiento propiamente dicha, dado que –según su célebre definición- sólo suponía “la sucesión regulada de cierto número de operaciones mentales” encargadas de la reformulación de los hechos en el marco anteriormente mencionado.
Tarea sencilla resulta la de derivar la obra de Lévi-Strauss (plasmada en el campo de la Antropología Social y en su teoría de cultura) en diversos ámbitos de lo que llamamos la Escuela Continental del pensamiento, principalmente en Francia. Tenemos a Jacques Lacan, quien reinterpreta a Freud y el psicoanálisis a la luz de los postulados lingüísticos. A Louis Althusser, con su enfoque de confirmación cientificista del marxismo original y su ya clásica distinción entre “Joven Marx”/“Maduro Marx”. Y, como ya mencionamos, a Barthes, en su papel de teórico literario. También suele encasillarse a Michel Foucault como estructuralista (o post-estructuralista), si bien el autor negara a posteriori dicho calificativo para sus trabajos (en todo caso Foucault siempre negó ser todo menos él mismo).
No obstante, en los países de habla inglesa, tanto en sociología como en ciencia política –y por extensión, en relaciones internacionales- los vínculos con el estructuralismo se hacen más complejos: la perspectiva funcionalista (por entonces predominante en EE.UU. y el Reino Unido, pero que podemos intuir ya en los mismos fundadores de la teoría social, como Comte, Spencer, Pareto y de forma manifiesta en Durkheim) había concebido, años antes del fenómeno generado por Lévi-Strauss, su propia definición de estructura, entendida también como la necesaria interdependencia de todos los elementos de un sistema, pero enfocada a través de la función de los distintos elementos o subsistemas inclusive en un sentido “positivo”, es decir, de consolidación o autorregulación del todo. Lo radicalmente distinto es que no se habla de la estructura como método de descubrimiento de la “sustancia” o “las relaciones ocultas”, sino en un plano más superficial (en la acepción no peyorativa del término): el “sistema social”, el “sistema político”, “normas”, “instituciones”, etc. Una visión holística de los hechos, representada principalmente por Robert Merton y Talcott Parsons, que encontraría su discusión con los defensores del individualismo o atomismo, conocida como “sociología de los agentes”.
Acercándonos a las disciplinas de interés para nuestra publicación, el estructural-funcionalismo en la ciencia política pasaría a intentar responder la siguiente pregunta: “¿Cómo sobreviven los sistemas políticos? “, lo que dará lugar al conocido esquema de inputs y outputs, demandas y apoyos, etc. desarrollado por Easton, Almond y Powell, y piedra angular de lo que podría denominarse política sistémica.
Por otra parte, en el área de teoría de las relaciones internacionales, el concepto de estructura es fundamental, principalmente en la escuela neorrealista donde se encuentra a Kenneth Waltz como primer referente. A diferencia del realismo clásico de Morgenthau, donde prevalecía la idea de la “naturaleza humana” como “primer motor” del comportamiento de los Estados, Waltz introduce la noción de un sistema internacional dominado por una estructura paradójicamente definida por su tendencia hacia la anarquía, en el sentido de la sistemática descentralización y distribución desigual del poder. Se habla, pues, del neorrealismo como enfoque estructuralista, si bien el origen y el desarrollo del mismo lo asemeja más al funcionalismo.
Estructuralismo y Estructural-funcionalismo convergen en el “cómo”, pero difieren en el “dónde”, por lo que una discusión de posturas se hace imposible debido a su recíproca inconmensurabilidad. Mientras que el primero se ciñe en el plano de lo inconsciente, lo simbólico, lo imaginario; el segundo coloca la estructura en un plano tangible, más cercano al nivel de los hechos y más distante de “la filosofía de sospecha”.
* Estudiante de la Licenciatura en Estudios Internacionales.
FACS - ORT- Uruguay
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